LA EVALUACIÓN CIUDADANA
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Alfredo Bielma Villanueva


“La naturaleza de los pueblos es inconstante y es fácil persuadirlos de algo, pero es difícil mantenerlos convencidos. El favor popular se gana y se pierde por cualquier minucia.” Maquiavelo.



Dos años de intenso trajín en un ir y venir por la geografía veracruzana hacen constancia de la preocupación del gobernador Herrera Beltrán por hacer su trabajo en correspondencia con la confianza que la ciudadanía le depositó con su voto en las apretadas elecciones del 2004. Como no hay escuela para hacer gobernadores el aprendizaje se da en la práctica, es, como dice el poeta, un camino que se hace al andar. Él lo ha recorrido con plena fruición porque se acomoda con la aptitud que ha desarrollado en la ya larga trayectoria de su vocación. Pero en la función pública intervienen diferentes factores, ajenos a la capacidad individual de quien manda, entre ellos una clase política y una clase dirigente que no siempre caminan ni en el sentido ni a modo del titular de un gobierno.

No hace falta ser un profundo observador para constatar lo señalado, como tampoco es necesario para corroborarlo repetir el importante papel que juegan las circunstancias en la política. Desde que el gobernador integró su equipo de trabajo fue más que obvio el pago de facturas a ciertos grupos económicos que, tal vez a petición de parte, individualizaron sus propuestas en quienes ahora desempeñan cargos de administración. Otros lugares del gabinete son ocupados por quienes apoyaron la causa fidelista desde sus posiciones de poder u ocupaciones financieras. Con esos antecedentes podemos entender parte de lo que ha sucedido cuando de gabinete se habla, incluso los ya innúmeros cambios que en él se han producido. La otra parte de la explicación reside en el estilo de hacer gobierno y en el carácter personal de quien manda, tema de la psicología política, materia en donde reside la causa del porqué un gobernador no se parece a otro.

La evaluación sobre el gobierno que está desarrollando Fidel Herrera corresponde a la ciudadanía veracruzana. En la observación se deben distinguir variables: una es la apreciación sobre su gobierno y otra respecto del mérito por el esfuerzo personal de quien lo ejerce. Por otro lado, en el análisis, habrá que considerar si quién emite la valoración tiene alguna capacidad para hacerlo, sin que el ruido mediático le impida ver una realidad que aquel pudiera torcer, lo que por los términos de la mercadotecnia es difícil evadir.

Dos años de trabajo sirven ya para un ejercicio valorativo, se trata del primer tercio en el que, aprendizaje incluido, ha habido de todo. Desde las iniciales fricciones con los grupos opositores, hasta alcanzar el Acuerdo para la Gobernabilidad que les dio cauce; desde la obra realizada hasta el reconocido pago de la deuda heredada; de las promesas formuladas sobre el terreno que no han sido cumplidas, hasta la protesta y el reclamo para que lo ofrecido no se estacione en el discurso; así el saldo en algunas áreas del gobierno ha sido positivo, ni duda cabe. Desafortunadamente, no en todas.

Es solo el primer tercio del camino, por lo que aún el más exigente deberá aguardar en sosegada espera para calificar lo que en el pronóstico, según programas, parece prometedor. Ahora se adentra en el imperecedero camino en donde ya no habrá culpables del pasado, empero sí la responsabilidad de aplicar sanciones, si los hubiere. Un trayecto de cuatro años de soledad entre la muchedumbre que pronto olvida ¿adonde está Fox? El Tránsito dentro de un túnel al final del cual llegará con las tradicionales cargas de las omisiones y de reos por comisión, para renovar el ciclo. Ese es el precio del ejercicio del poder que, como Zeus tronante, devora a sus hijos, tras el fugaz momento de la también efímera gloria.

La operación bursátil que proporcionó al gobierno del Estado la oportunidad de pagar la deuda heredada por Miguel Alemán y obtener un remanente importante de 3 mil millones de pesos estuvo bien estructurada, no cabe duda. El hecho de contar con esa cuantiosa millonada le dará oportunidad de realizar un impresionante monto de obras, de las que mucho requiere Veracruz. Pero no estaría de más que de una vez por todas se dijera a la población la verdad de que ahora debemos 6 mil millones de pesos a los inversionistas tenedores de bonos, porque obviamente el dinero que se obtuvo no fue de regalo, aprovechando para ello que la operación es un éxito en términos bancarios y que en términos políticos es aceptable, conclusión a la que se llega sin requerir la presteza de un genio financiero.

Pero no todo es jauja, y no está por demás referirse a lo que tiene que ver con la apreciación de inseguridad que se está adueñando de la ciudadanía veracruzana. Lo que menos importa en estos momentos es voltear hacia quienes desempeñan esa función tan trascendente para la convivencia humana con el propósito buscar culpables. Tampoco es viable diagnosticar la situación en base a los acontecimientos de los últimos días; un análisis tiene que ver con la totalidad del fenómeno que se observa. Y lo que se ve, como dicen en los pueblos, no se juzga pues salta a la vista.

Ya se ha escrito que la seguridad es una de las funciones más sensibles para la colectividad; con una elevada percepción de inseguridad poco puede hacerse para las actividades que corresponden al desarrollo social. En el año que ya se va se han suscitado incontables eventos de violencia en el Estado; negarlo es caer en la insensatez. Acudir al sobado argumento de que quienes los perpetraron vinieron de fuera es peor, porque con esa explicación se pretende escurrir una realidad incontrastable. Veracruz no es parte aislada del contexto nacional y este, quiérase o no, está contaminado por todas las lacras que pervierten la convivencia humana: prostitución, drogadicción, pandillerismo, alcoholismo, desintegración familiar, etc. que ligados a la pobreza extrema de millones de nuestros conciudadanos generan el caldo de cultivo del que se alimenta el delito.

Desde el poder hay una lacra que complica estos epifenómenos: la corrupción y la impunidad, ambas permanentemente ligadas, no hay una sin la otra. Negar que la haya en juzgados y ministerios públicos es otra de las causas de lo que ahora padecemos. También habrá que agregar que no es un fenómeno nuevo, pues forma parte de nuestra nada acendrada cultura de subdesarrollo. Pero su repercusión al interior de la sociedad ni duda cabe que es determinante, puesto que nada desespera tanto a la colectividad que la visión de la impunidad comprobada en la multiplicidad de crímenes sin castigo que duermen a la espera de la actuación de una policía que pareciera que no sabe ni por donde empezar a investigar. Mientras que en Inglaterra cada policía está preparado para investigar, los nuestros apenas se utilizan para vigilar, y eso ya es mucho decir, si se compara el enorme costo fiscal de su mantenimiento.

Intentar una relación de los crímenes pendientes sería ocioso pues están en la mente de todos, de la misma manera en que están la infinidad de declaraciones sobre el particular de parte de quienes tienen la responsabilidad de esclarecerlos. Lo peor resulta que con frecuencia priva más la frase pueril e insensible de un servidor público que el fondo del asunto, pues el mal es social y está compenetrado en Veracruz; para qué negar esta insoslayable realidad cuando lo importante es enfrentar sus causas.

Pero en fin, después de la breve desviación hacia este apresurado periplo por el submundo del crimen en Veracruz, ramo en el que el gobierno local tiene asignaturas pendientes, a cambio supera con favorables calificaciones la atención personal que el Ejecutivo local dedica a la problemática veracruzana; un reconocimiento que sería pobreza de miras dejar en el tintero.
Diciembre 2006







¿COTOS DE PODER EN VERACRUZ?
Alfredo Bielma Villanueva



El Sistema Político Mexicano fue, por sus peculiares características, un objeto de curiosidad y análisis científico para los estudiosos de la Ciencia Política. En su centro brillaba, como estrella boreal, el Partido Revolucionario Institucional, que hizo la diferencia entre un régimen autoritario y uno totalitario, pues a través de su crisol la clase política se renovaba a la vez que dirimía sus diferencias y de esa forma estableció sus añosas relaciones con la sociedad.

Con la derrota electoral del 2000, que implicó la pérdida de la presidencia de la república, se inició un lento y aparentemente frustrado periodo de transición que no se ha percibido por la impericia de quien hizo posible que otro partido accediera a los altos mandos del poder mexicano. Al trastocarse la correlación de fuerzas políticas, por la cual el PRI dejó de considerar a la presidencia de la república como su principal referencia y eje rector, y los gobernadores del signo priísta dejaron de sentir sobre sí la influencia determinante del ejecutivo federal, cambiaron también las relaciones entre los ordenes de gobierno y de los poderes entre sí.

Entre otros, la CONAGO es producto de estas nuevas condiciones; en ella se integran los gobernadores que, en la nueva relación entre los ordenes de gobierno, ahora plantean una interlocución diferente con los poderes de la Unión, sobre todo con el Ejecutivo, para los efectos políticos, económicos y financieros a que haya lugar; un nuevo federalismo pues; o un federalismo de verdad. Una relación de respeto, ya no de sumisión ni supeditaciones políticas respecto del centro. En esa lógica, se escuchan voces exigiendo trato diferente, no deferente, sobre todo por parte de aquellos gobernadores cuyos estados, como Veracruz, Tabasco y Chiapas encierran recursos que aportan energía eléctrica, Petróleo, Gas, agua etc., y a cambio de esos perecederos bienes no reciben la justa correspondencia.

Nuevas actitudes, diferentes conductas políticas que presagian, como en toda alternancia en camino hacia la transición, que vendrán, así se espera, más expresiones del cambio que enrumben al país hacia nuevos derroteros, que esperamos sea para bien..

Ha sucedido, y la experiencia histórica lo demuestra, que en una transición los cambios involucran muchos y variados aspectos, el político es uno de ellos y muy principal. Tal cual observamos, en el estado de Veracruz la relación entre el gobernador y algunos munícipes, están reflejando una situación que difiere y rompe con el pasado más inmediato.

Una transición política implica el tránsito de un régimen a otro, en donde la connotación principal es el fin de lo viejo para instaurar nuevas formas, nuevas relaciones, nuevos vínculos entre los factores y actores de poder que se yuxtaponen o contraponen en las nuevas circunstancias; nuevos gobernantes y nuevas clases dirigentes. Para aquellos que conocen la historia de las civilizaciones, su nacimiento, su metamorfosis y su ocaso, nada debe extrañar, ya que incluyen cambios culturales que sustituyen a las viejas formas. Y, sin embargo, asombran ciertas actitudes que, en el viejo molde, serían simplemente inaceptables.

Está visto que el movimiento político-como fenómeno social- es evaluable, susceptible de evidenciar sus tendencias y predecible incluso, hasta el momento en el que el hombre con su carga combinada de ambiciones, inteligencia y voluntad, en su papel de instrumento político, introduce lo imprevisible en aquella ecuación. Entonces se producen eventos que en la dinámica política anterior eran impensables y no por extraños o rechazables dejan de ser importantes por su contribución al cambio.

Por ejemplo, el gobernador veracruzano Fidel Herrera Beltrán, un reconocido actor político con perfil negociador, presenció una ríspida situación en el evento organizado por el ayuntamiento de Boca del Río para homenajear al fut bolista Hugo Sánchez. En ese acto se hizo patente la polarización política-que no ideológica- de dos enfoques nada coincidentes, en la cual la guerra de los colores emblemáticos se expresó en toda su magnitud. No es una buena señal cuando en la política se antepone la irreductible actitud de escoger entre el blanco o el negro, o lo “malo “y lo “bueno”, pero expresa una incontrastable realidad en la cual los actores políticos, convertidos en clase dirigente, toman sus respectivas posiciones.

Tal pareciera que los tambores llaman a guerra y los militantes, cual “caras pálidas”, pintan sus frentes y mejillas con los colores que los distinguen para un combate, que no parece ser entre ciudadanos afiliados a siglas políticas diferentes, sino entre enemigos irreconciliables; cuando lo único que los separa es la visión distinta que cada cual tiene para resolver los problemas de su colectividad, que en este caso es la misma.

Si bien toda unanimidad es sospechosa y nada deseable, en este diferendo se ha llegado a conductas irrespetuosas, sino es que irresponsables. Signos para preocuparse.

¿De qué otra manera tomar las declaraciones del síndico del ayuntamiento de Boca del Río cuando expresa lo que todavía hace un lustro era inimaginable?

“Vamos a reunirnos para formular un documento en donde, insisto, debe ser un compromiso de dos partes para que respetemos el ámbito de trabajo de cada uno en nuestras áreas. Cuando vengan a un evento municipal se van a tener que ajustar a las reglas por las que optemos”.

“Claramente se le había dado instrucciones al gobernador de que tenía que entrar por la puerta trasera. No cumplió y se presentó el conflicto y eso es lo que nos preocupó. Ellos optaron por complicar el procedimiento y provocaron el desorden”.

“Cuando se trata de un evento en el World Trade Center, los colaboradores del estado revisan que no portemos ninguna especie de publicidad política o cualquier otra cosa que tenga que ver con el partido; entonces por qué pretenden hacer lo contrario en nuestros eventos”.


Independientemente del derecho que le asiste al síndico de Boca del Río de manifestar su pensamiento y a adoptar la posición política que mejor le convenga; ¿será su expresión parte del cambio? ¿Está perdiendo ascendiente el poder? como hipótesis de trabajo, vale preguntar:

¿Cotos inexpugnables de poder? ¿Limitaciones territoriales al gobernador? Porque, por lo menos, la primera impresión que produce es la de un exabrupto inopinado de quien no tiene idea de lo que significa una relación de respeto-de ninguna manera sumisión- entre autoridades de diferente rango, ¿o, acaso será una manifestación política de quien, insuflado por el minúsculo poder de su micro universo político, considera que es de esta manera en que se contribuye a un cambio, por mucho que a este lo queramos todos? Argumentar la jerarquía política de un gobernador respecto de un alcalde no es demeritar la autonomía municipal, mucho menos es pretender interpretar la nueva correlación de fuerzas con argumentos “viejos”. Pero es de elemental conocimiento que el federalismo implica respeto entre las partes y que, independientemente del acatamiento a las jerarquías, sin la unidad de las fracciones se altera el orden, reduciendo a su mínima expresión los motivos y los fines por los cuales una sociedad, con la sinergia de sus componentes, se organiza para vivir mejor.


Diciembre 2006







LOS PLURINOMINALES

Alfredo Bielma Villanueva



Para el tema sirve la interesante entrevista que le hiciera el Director de la OEM, Mario Vázquez Raña al gobernador de Durango, en la que este propone la desaparición de la figura de Senadores de Partido y de las cuotas plurinominales en la Cámara de Diputados, porque su existencia ya no corresponde a los tiempos actuales y porque han cumplido con el papel para el que fueron creados. Lo anterior, al margen del oneroso costo que le representan al erario.

Cuando el Presidente Adolfo López Mateos creó la figura de diputados de partido fue con el propósito de conceder a los grupos y sectores políticos diferentes al credo priísta la oportunidad de estar representados en la Cámara de diputados, pues para ellos la vía electoral parecía estar cancelada porque la hegemonía del PRI no lo permitía. A tal grado llegaba ya el anquilosamiento del sistema que desde el gobierno partió la iniciativa para generar oposición política que, si bien en los hechos existía, no se daban las condiciones para acceder a las cámaras legisladoras porque el marco normativo no lo propiciaba. Para el Régimen aún estaban frescas en la memoria colectiva las participaciones electorales de Juan Andrew Almazán y Miguel Enríquez por lo que dejar al libre juego de la voluntad ciudadana el destino de las elecciones era un asunto de bastante cuidado.

Después del movimiento del 68, y otras manifestaciones sociales que terminaron con violencia, el Sistema se percató de que se requería abrir la válvula de presión para evitar que las inconformidades se expresaran con mayor violencia. El general Lázaro Cárdenas, cuya voz como expresidente era escuchada, dijo en Irapuato el 20 de noviembre de 1969 que las injusticias prevalecientes en México indicaban la necesidad de reformas económicas y sociales, “incorporando al pueblo a las discusiones y decisiones públicas”. El desarrollo estabilizador había mantenido a la economía en buenos términos y el crecimiento económico permanecía anualmente constante; aunque el ingreso per cápita era aceptable y de alguna manera el concepto de justicia social era el objetivo a alcanzar, el país ya no resistía la camisa de fuerza que por muchos años tuvo que llevar.

Con Echeverría todo cambió. Apresurado como estaba para que el país despegara hacia mejores estadios de desarrollo, este Presidente implementó políticas sociales que fueron solventadas con uno de los gastos más deficitarios en la historia de la economía nacional. Fue tal el desajuste entre el ingreso y el gasto públicos que la deuda externa creció desmesuradamente y, lo peor, debido a la anarquía en el gasto y a pesar de su exagerado monto, no dejó constancias de su aprovechamiento social. El populismo había mostrado su cara más absurda: la alocada dispersión del gasto y el descontrol de los programas sociales exhibieron un uso dispendioso del recurso público. La herencia a su sucesor fue formidable en problemas y conflictos entre los sectores de la producción y particularmente entre los dueños del capital con el gobierno, la caldera social hervía.
Fue esta una de las razones para que el presidente José López Portillo considerara que era inaplazable la Reforma Política de 1977, puesta en práctica en las elecciones federales de 1979. De ella surgieron los diputados plurinominales, bajo el concepto de representación proporcional, y la oportunidad alcanzable para el registro de otros partidos que, como el comunista, habían estado proscritos en la participación política abierta. De entrada, los ya tradicionales partidos: el PRI, el PAN, el PPS y el PARM se vieron acompañados por el Partido Comunista, el Partido Socialista de los Trabajadores y el Partido Demócrata Mexicano, de izquierda los dos primeros y el PDM, expresión del sinarquismo.

Las condiciones sociales fueron cambiando, la economía también y, por supuesto la política, que llegó a relajarse a tal grado que el gobierno concedió a la oposición la figura de senadores de primera minoría y de lista nacional de partidos, que si en algún momento se justificó su presencia, con la salida del PRI de Los Pinos la correlación de fuerzas políticas cambió y con ello las condiciones que originaron aquella aberración. Teóricamente la existencia de senadores de primera minoría y de lista de partidos distorsiona la existencia del senado en un régimen federal. Si al Senado se le quiere seguir considerando como la representación del Pacto Federal en el Congreso y no como el recinto de acomodo de las fuerzas políticas, el que lo integren individuos que no representan a los Estados, desvirtúa su existencia. Para entenderlo habría que desaparecer de nuestra cultura la idea de que participar en política es sinónimo de canonjías y lucro proveniente del erario.

Por eso tiene relevancia la pregunta que Vázquez Raña hace al gobernador de Durango: “Usted es un político joven, con una gran trayectoria. ¿Qué opina de la propuesta de reducir el número de legisladores? la respuesta: “…hoy en día, desde mi punto de vista, no se justifica, porque las fuerzas políticas están en la competencia, en el terreno y en términos de iguales en función de su trabajo permanente y no únicamente electorero”. Los senadores que entran por la lista nacional de los partidos, no tienen ya justificación para ser, dice. “Por ello, creo urgente desaparecer la lista nacional de senadores que presenta cada partido político y, de ahí en adelante, comparto la propuesta y la ideas de desaparecer plurinominales de la Cámara de Diputados, e iría más allá, en el ámbito de la reelección de legisladores y presidentes municipales”

La respuesta traduce la existencia de un nuevo pensamiento político en el país en mandos de importancia. “La sociedad-abunda el gobernador duranguense- exige un verdadero cambio de mentalidad para aceptar que somos mandatarios y no mandantes”. Refiere también el entrevistado la pérdida de convocatoria de los partidos y su desfase ideológico respecto de la sociedad.

Están entreveradas las generaciones de políticos que se encuentran actualmente en posiciones de gobierno, su procedencia desde diferentes signos ideológicos y estratos sociales enriquece al país. La formación política e ideológica de cada cual es diferente, pero con frecuencia coinciden en lo fundamental. Al menos en el tema de la desaparición de la figura plurinominal parecen coincidir el Gobernador priísta de Durango y el presidente Calderón, quien ya ha mandado señales en el sentido de reducir el número de miembros en el Congreso Federal a través de la reforma correspondiente. No es oficioso citar el hecho de que, por ejemplo, el gobernador de Veracruz qe es uno de los políticos mexicanos con bastante experiencia en la práctica parlamentaria; forma parte de un reducido grupo de mexicanos que se han desempeñado como legisladores en múltiples ocasiones y esa condición les otorga cierta autoridad en la materia en la que pudieran proponer cambios sustanciales.

Se habla cada vez más de la reelección de los diputados y de los alcaldes, un tema que ya está en el tapete de las discusiones en las que la ciudadanía organizada debe participar activamente, porque ¿Qué mexicano en edad de votar no ha tenido la oportunidad de escuchar en tiempos de campaña los planteamientos de los candidatos? Algunos, ilusos ¿o simplemente ignorantes? Utilizando slogan en los que ofrecen la creación de empleos, cuando no es esa ni su misión ni su comisión. Otros hablan de “producción y productividad” sin atinar con certeza a conocer su significado. Mienten, por ignorancia o por displicencia. Pero todos hablan de su interés por ayudar a la población, entonces ¿Porqué no instrumentar un mecanismo, en cada distrito electoral, en cada municipio, que obligue en compromiso público al candidato a diputado o a alcalde, del partido que sea, a entregar el 50% de sus dietas y sueldos futuros a una causa de beneficio colectivo en la comunidad correspondiente? Si la aspiración tiene motivaciones éticas y su vocación es de servicio y no de lucrar, seguramente que otorgará su anuencia a la solicitud, con firma notariada de por medio que lo comprometa y que, de no cumplir, lo exhiba al escarnio público. Después de esto que venga la reelección, será bienvenida porque los que lleguen llevarán en su haber el sello de la vocación del servicio público reflejado en el interés de elevar a mejores estadios a nuestra sociedad, si no, como dijera el filósofo, no.







EL ANTIGUO RÉGIMEN

Alfredo Bielma Villanueva



El Antiguo Régimen mexicano, no por añejo es menos reconocido como el hacedor del México moderno. Un Régimen que caducó sin resolver el grave expediente de la pobreza extrema, cuyas condiciones en México permanecen intactas para gran parte de la población nacional, según el decir de la Oficina de las Naciones Unidas en este país. Cuando nos referimos al “Antiguo Régimen” es para describir al Sistema Político Mexicano en el que las decisiones se tomaban verticalmente a partir del presidente de la república, incluida la de nombrar al sucesor al cargo; se refiere también a la supeditación de los poderes legislativo y judicial al poder ejecutivo federal; a la línea política que tiraba al Partido Revolucionario Institucional para orientar sus acciones; a la disciplina de sumisión de los gobernadores al presidente y, en resumen, a la actitud de pleitesía de la ciudadanía hacia su primer mandatario. Con la salida del PRI de los Pinos cambió la correlación de fuerzas y, en parte, los procedimientos están en pleno proceso de transformación.


La relación del poder central con los estados varió, de la misma manera que entre los poderes de la federación no existe ya la absoluta dependencia del legislativo respecto del ejecutivo. De igual manera el sucesor en la presidencia de la república ya no es obra de la decisión cupular del presidente y su reducido entorno, ahora las candidaturas se someten a la voluntad ciudadana y aunque con inmaduras instituciones, el número de votos es determinante. Faltan, sin embargo, muchos cambios por realizar para ajustar el nuevo régimen a las circunstancias sociales y económicas de México. Una de ellas, por cierto irremplazable, es la reforma del estado, la que debe incluir, entre otros temas, la desaparición del concepto de la elección de diputados por representación proporcional, cuya existencia dejó de tener las bases que le dieron cabida.


El siguiente cuadro expresa una de las facetas del Antiguo Régimen, el poder del corporativismo priísta para hacer llegar a sus pilares y beneficiarios a las Cámaras Legisladoras. El 20 de octubre de 1996, el periódico Reforma publicó un cuadro en el que enmarca “las 18 carreras más largas en el Poder Legislativo” basado en el número de veces en que accedieron a los recintos legislativos:


Las 18 carreras más largas en el Poder Legislativo
1930-2000 (hasta la LVII Legislatura)
Actor político
Partido
Diputaciones
Senadurías
Elecciones
Total años
1. Blas Chumacero Sánchez
PRI
6
2
8
30
2. Emilio M. González Parra
PRI
4
3
7
30
3. Carlos Sansores Pérez
PRI
4
2
6
24
4. Alfonso Sánchez Madariaga
PRI
2
3**
5
21
5. Hilda Anderson Nevárez
PRI
4
1
5
18
6. Jorge Cruickshank García
PPS
4
1
5
18
7. Luis M. Farías
PRI
4
1
5
18
8. Alfonso Garzón Santibáñez
PRI
4
1
5
18
9. José Luis Lamadrid Souza
PRI
4
1
5
18
10. Humberto Lugo Gil
PRI
2
2
4
18
11. Eduardo Luque Loyola
PRI
2
2
4
18
12. Víctor Manzanilla Schaffer
PRI
2
2
4
18
13. Norberto Mora Plancarte
PRI
2
2
4
18
14. Héctor Hugo Olivares Ventura
PRI
2
2
4
18
15. Juan José Osorio Palacios
PRI
6
0
6
18
16. Óscar Ramírez Mijares
PRI
3
2**
5
18
17. Leonardo Rodríguez Alcaine
PRI
3
2**
5
18
18. Jesús Yurén Aguilar
PRI
2
2
4
18
** Uno de los períodos como Senador fue electo por tres años.
Fuente: Periódico Reforma, suplemento Enfoque, 20 de octubre de 1996 p. 4.


( la lógica interrogante del investigador veracruzano por no ver incluido en este cuadro el nombre del Licenciado Fidel Herrera Beltrán, pudiera ser despejada por el hecho de que para la fecha en que se elaboró, el gobernador veracruzano no había adquirido aún la condición de senador que, como es visible, es otra de las referencias de este cuadro. Vale explicar también que varios mexicanos más han llegado a las cuatro diputaciones y no aparecen en la relación).


En términos generales el marco sólo habla de lo cuantitativo, porque por sí sólo no expresa experiencia legislativa pero nos permite un sin fin de observaciones. De los 18 que allí aparecen, seis fueron líderes obreros: Blas Chumacero, Sánchez Madariaga, Emilio González, Jesús Yuren, Juan José Osorio, Rodríguez Alcaine y dos dirigentes campesinos: Ramírez Mijares y Alfonso Garzón. La única mujer que aparece fue sempiterna dirigente femenil. Cuatro llegaron a gobernadores: Emilio González, Nayarit, Carlos Sansores Pérez, Campeche, Luís M. Farías, Nuevo León, Víctor Manzanilla, Yucatán. Luís Farías Lideró en dos ocasiones la Cámara de diputados; Sansores Pérez lideró a diputados y senadores en su momento, y fue dirigente nacional del PRI. La lista sería más extensa si, por ejemplo, Fidel Velásquez se hubiera propuesto llegar a las Cámaras legisladoras, constituiría a no dudarlo la más larga de nuestra historia.


El cuadro enmarca también una de las características del sistema de cuotas legislativas a los sectores del PRI y a los otros Partidos; esta es la razón por la que dirigentes campesinos y populares transitaban intermitentemente de Cámara a Cámara; un fenómeno que se sigue dando como lo demuestran los casos de Jesús Ortega y Pablo Gómez que llevan en su haber varios años saltando de una cámara a otra. El caso de Jorge Cruikshank, por varios años dirigente del Partido Popular Socialista es revelador, pues llegó al senado tras una negociación en la que se hizo víctima a Alejandro Gascón Mercado, quien fue dejado en el camino después de haber competido con las siglas del PPS por el gobierno de Nayarit y posiblemente ganó la elección sobre el general Rogelio Flores Curiel del PRI. Pero gracias al comentado conciliábulo Cruikshank accedió a la senaduría por Oaxaca, en donde compitió como candidato de su partido, apoyado por el PRI, ¡tiempos de aquella alianza!


Aquí es donde destaca la participación política de actores como Fidel Herrera Beltrán que, sin formar parte de un grupo político determinado ni beneficiario del juniorismo, como Héctor Hugo Olivares en el recuadro, logró cuatro diputaciones y un escaño en el senado para ascender después al cargo de gobernador de su Estado. Vale también para Sansores Pérez quien consolidó un cacicazgo de consideración en la península yucateca. Pero la historia política del país encierra casos que siendo de excepción son la expresión de las condiciones sociales. Es el caso de Cervera Pacheco en Yucatán, dos veces gobernador de su Estado, dirigente nacional campesino, diputado y senador, que concluyó su trayectoria perdiendo como candidato la alcaldía de Mérida.


El viejo régimen empezó con estertores en 1987 cuando la “Corriente Crítica” le discutió al presidente de la república el derecho de la base partidista a elegir candidato presidencial, algo que no estaba a discusión. Pero la ciudadanía no entró en ese juego porque cuando se le convocó a decidir en 1988, a pesar de tener opciones ideológicas y partidistas respetables, como Clouthier y Cárdenas, aquella elección arrojó una abstención del 66%. Ya en pleno ascenso del proyecto neoliberal en 1994 el voto del miedo empujó a la ciudadanía a refrendar su apoyo al PRI, pero a cambio le regateó el poder eligiendo diferenciadamente el Poder Legislativo.


Después, en pleno apogeo del modelo neoliberal se transformaron las relaciones políticas, vino la “sana distancia” y todo cambió. La relación ya no es la misma entre los partidos y el gobierno y la de los partidos entre sí; la relación entre los poderes; las instancias del poder en México han cambiado su relación en la que la Conago está reverdeciendo los marchitos laureles del federalismo. La participación ciudadana, incipiente aún, al fin parece estar despertando de su ya largo letargo respecto de su concepción del poder y de sus relaciones con él.


Ahora se habla de la reelección de diputados y alcaldes, lo que habría que considerarse una vez que los tabúes que rechazaban la reelección de cualquier tipo han venido derrumbándose. Pero hay un mal social que desaparecer, aunque sea un mal producto de nuestra cultura: el de considerar que los puestos públicos, incluyendo los de elección popular, son para medrar con cargo al erario. En otras culturas, la sajona por ejemplo, participar en la cosa pública implica menguas en los ingresos familiares pues, al no atenerse más que a los emolumentos establecidos e impedido para pedir el famoso 10, 15 o 20%, que entre nosotros es común, no tendría ingresos adicionales; porque de así obtenerlos se expone al escarnio público.


Además, debemos desterrar de nuestro comportamiento político el prometer mientras se aspira lo que se olvidará cuando se consigue gracias al voto ciudadano. Para evitarlo, habrá que instrumentar medidas, como la que el ex gobernador chiapaneco Albores Guillen puso en práctica al hacer, en tiempos de campaña, que el actual gobernador Sabines firmara ante notario público la llamada “Declaración de Comitán”, por la que se comprometió a cumplir un Plan de Desarrollo Estatal si ganaba el gobierno. Así cambiaremos, poco a poco, nuestro subdesarrollado entorno político.


Diciembre 2006



“VÍA VERACRUZANA”


LA EXPERIENCIA POLÍTICA

Alfredo Bielma Villanueva


El día de mañana, 8 de diciembre los integrantes de la Organización Política “Vía Veracruzana” celebrarán su ya tradicional reunión de fin de año; un evento de cierta relevancia en el universo político del Estado de Veracruz, pues en el participan representantes de la clase política veracruzana quienes, en mayor o menor medida, han ejercido porciones del poder en los últimos lustros del Siglo XX y el primero de la presente centuria. Han figurado como alcaldes, diputados federales o locales, dirigentes partidistas, sociales, campesinos y obreros y han desarrollado funciones de primer nivel en la administración pública local, por lo que atesoran la información y la experiencia suficientes para formular la historia reciente y más que fehaciente del Veracruz actual. Son la savia que corre por las venas de la división municipal y distrital de nuestro estado, en donde debe haber constancia de sus hechos, acciones, pensamiento y hasta de sus omisiones. Son parte del historial de este estado, gran número proviene de la cultura del esfuerzo y gracias a la faena política pueden ser considerados como el elemento enriquecedor del localismo veracruzano.
Una buena parte de estos actores políticos está en activo en el servicio público, otros ejerciendo libremente sus profesiones u oficios, pero por igual forman parte de la ciudadanía veracruzana y aún más, por el campo de acción en el que se han desempeñado, son referencia social o política en sus respectivos entornos. No conforman un grupo de presión pero se antoja que como organización política, a la que dan vida políticos, considerados en el mejor sentido del término, tienen la corresponsabilidad de coadyuvar en la construcción del Veracruz moderno. Por su experiencia, ellos saben que la política no es patrimonio único ni responsabilidad privativa de quien gobierna o de un grupo, sino compromiso compartido, en donde el papel de la ciudadanía es una parte de vital importancia. Por esta razón los éxitos y los fracasos deben correr por igual a cargo del gobernante, a quien normalmente se carga la responsabilidad de todo lo que ocurre, cuando la sociedad al ser omisa propicia que los males remediables se produzcan.
“Vía Veracruzana”, por las características de sus afiliados representa el pensamiento político que se nutrió de los principios de la Revolución Mexicana, esta fue el denominador común para todos. Difícilmente entre ellos habrá signos de otra expresión ideológica, simplemente porque en el tiempo de su desarrollo no había otra opción que la del Partido Revolucionario Institucional. Era amplio el espectro ideológico priísta, pero todo coincidía con la ideología de la Revolución Mexicana. Esta fue una de las virtudes históricas del PRI, al encerrar en su interior proyectos político-ideológicos que se oponían, pero que reafirmaba la heterogeneidad.
Gran parte de los miembros de este grupo son contemporáneos de quien ahora gobierna este Estado. Se conocen hasta la mínima expresión, poco pueden ocultarse entre sí. Generacionalmente están identificados y sólo los distingue el estilo para operar, que proviene de las características personales de cada quien. No cabe duda, sin embargo, que los unifica el interés por hacer de Veracruz un Estado más próspero, en donde el bienestar se filtre a toda la población, particularmente la más desprotegida, a la que muchos de ellos pertenecieron en sus inicios y son orgullosos portadores de esa correlación. En la encrucijada histórica, ahora corresponde al gobernante y a su generación operar los cambios, relevo generacional que en los hechos ya está en marcha y refrendará en la historia el mismo fenómeno que se dio cuando ellos formaron la parte nueva.
Aunque en Veracruz el relevo está llevándose con tersura, sin que falten los naturales jaloneos del caso, debe cuidarse que no se repita lo que registra la historia más reciente de nuestro país respecto a los cambios generacionales cuando desde el poder se enderezan acidas críticas a quienes anteceden en la función pública. Como sucedió cuando Luís Echeverría intentó crear el Echeverriato, dando oportunidad a los jóvenes para internarse en la función pública, pero a cambio de denostar a quienes deseaba desplazar, calificándoles como los “emisarios del pasado”. ¿Quiénes eran los emisarios?, se refería nada menos que a quienes consolidaron al régimen priísta ¡del que él, Echeverría, formaba parte! y a ese pasado debía su presidencia, de lo contrario ¿de qué otra manera hubiera resultado electo?
Algunos años más tarde, Carlos Salinas de Gortari hizo su tarea. En el contexto de las divergencias entre “tecnócratas” y “políticos” se empezó a hablar de “dinosaurios políticos”; la idea llevaba la intención de desplazar a la “vieja” clase política que, paradójicamente, incluía a aquellos iniciados por Echeverría. Poco antes de este maniqueísmo, advirtiendo este fenómeno, el entonces presidente López Portillo, decía: “Desde Platón condenamos a los tecnócratas, no porque sepan, sino porque no admitimos dictaduras de hombres por sabios que sean: queremos, en cambio, gobiernos de leyes, que constituyen el ámbito de la democracia. No desaprovechemos a los que saben hacer las cosas, si las cosas que saben hacer, son el bien político al que aspiramos”.
Independientemente de su proyecto a largo plazo, la razón más inmediata de la actitud de Salinas provenía de los dificultades que su elección generó, propiciando que la nomenclatura priista, Alfonso Corona del Rosal y Manuel Sánchez Vite incluidos, ambos ex presidentes del CEN del PRI, entre otros, crearon la “nueva corriente” al interior de este partido, quejándose de que Manuel Camacho Solís, el negociador estrella del salinismo “confundía la concertación con la claudicación”, refiriéndose a los beneficios que el PAN y otros poderes fácticos estaban obteniendo de aquel difícil trance del Sistema Político Mexicano. “No a “Harvardianos”, egresados de programación y presupuesto o de Hacienda”, decían. El argumento principal era de que la técnica debía servir a la política y no a la inversa, porque “eso sería tecnocracia”. La vieja clase política empezaba a presentir su pronta marginación de los mandos nacionales, a cambio de una nueva clase dirigente que los calificó de “dinosaurios políticos”.
Gran número de quienes conforman “Vía Veracruzana” iniciaron su trayectoria en tiempos de Echeverría, no por cierto gracias a él sino al elemento humano y a circunstancias sociopolíticas que los motivaron a participar en el sector público. Muchos ex alcaldes, síndicos y regidores integran esta agrupación por identificación política con los dirigentes estatales, y porque de alguna manera en su oportunidad resultaron favorecidos en sus aspiraciones; otros por filiación generacional, casi todos se fueron agrupando en el tránsito del servicio público. Que bien que no los unifique un adversario común, (aunque este bien pudiera ser el tiempo), porque ello significa cambios sin mayores problemas; tal cual los ex gobernadores veracruzanos encontraron su panorama. Como ahora lo encuentra Fidel Herrera Beltrán, en su calidad de gobernador, abriendo las puertas de la función pública al relevo generacional.
Qué bien por Felipe Amadeo Flores y cofundadores que integraron esta ya nada novel agrupación, a la que deben sustanciar ahora con los procedimientos necesarios para que su actividad trascienda al entorno social. En esta realidad política circundante, por cierto diferente a aquella en la que actuaron y en la que el denominador común era el Partido Revolucionario Institucional y en la cúspide el presidencialismo en todo su apogeo, aquel era el Antiguo Régimen. Pero se pecaría de egoísmo al limitar a esta organización al pragmatismo político, pues sus asociados, como ya se dijo, representan en el ámbito del servicio público la experiencia de los últimos 30 años veracruzanos. Participar con esa sabiduría en las reformas estructurales que Veracruz y el país requieren sería elevar la mira hacia mejores perspectivas.
José Carlos Mariátegui, escritor epónimo peruano, decía: “La humanidad tiene permanentemente la necesidad de sentirse próxima a una meta. La meta de hoy será seguramente la meta de mañana; pero, para la teoría humana en marcha, es la meta final…el hombre llega para partir de nuevo. No puede sin embargo prescindir de la creencia de que la nueva jornada es la jornada definitiva. Ninguna revolución prevé la revolución que vendrá después, aunque en la entraña porte su germen”.

LOS TIEMPOS DEL CAMBIO
Alfredo Bielma Villanueva
Como en una carrera de obstáculos, el de la toma de posesión ha sido el primero que libra el flamante presidente de México Felipe Calderón Hinojosa; y como se observan las condiciones en México este no ha sido el primero que habrá que sortear, aparte de los ingentes problemas sociales; la media noche anterior había reconocido: “Sé de la complejidad de las circunstancias en que estoy recibiendo el Gobierno de México”.
Respecto al acto de protesta ante un caótico Congreso de la Unión, en cuyo recinto hubo a cual más vibraciones negativas, habrá mayor diversidad de criterios que ojos lo hayan observado. Para unos, el presidente Calderón envió un claro mensaje de que va a aplicar la ley a toda costa y que no se arredra ante situaciones de conflicto, y puede que tengan razón. Para otros, no midió las consecuencias de una acción innecesaria y se expuso a errores humanos que los principales actores pudieron cometer, a los que personalmente se vio en la necesidad de orientar. Primero, tuvo a su derecha a un Vicente Fox sosteniendo en sus manos la banda presidencial en patética actitud de paje, más que de expresidente de la república. Segundo, en el momento de la entrega de la banda presidencial a punto estuvo de caer en el desliz de Fox quien, por nerviosismo o por ignorancia, le iba a ser entrega directa de aquel símbolo y el propio Calderón lo evitó girando para pedirle al presidente del Congreso que tomara de Fox la Banda y le hiciera entrega de ella. Tercero, ante el grito retador de la muchedumbre panista del ¡sí se pudo! el propio Calderón optó cortar por lo sano y de inmediato se retiró.


Se entiende que la expresión del ¡Sí se pudo! fue más de alivio que de ostentación de fuerza, pues fueron muchas las horas previas preñadas de incertidumbre a la espera de lo que sucedería y, aunque no fue precisamente el escenario deseado, como se pudo se cubrió el expediente de la protesta, una vez la cual se disiparon las brumas en el horizonte y, mientras Fox se iba en triste e inédita despedida para alguien que ocupó la presidencia de la república, Calderón se enrumbó hacia la etapa de conciliación nacional que en su bien elaborado discurso bosquejó.


Intentar siquiera un análisis partiendo de la idea acerca de qué bando obtuvo la mejor parte en este diferendo tan trascendental sería superfluo y frívolo. “La política-dijo Calderón- no es una batalla en donde un partido gana y otro pierde, eso debe quedar en la arena de las contiendas electorales”, así lo reconoció en el mensaje frente a su militancia en el Auditorio Nacional. En efecto, no es esto un asunto menor para reducirlo a la competencia de dos fuerzas políticas porque en medio está el destino del país. El México actual es otro muy distinto al de años anteriores porque está fragmentado y polarizado, por lo que ya no deben caber en la conducta de los políticos ni la demagogia ni la simulación; mucho menos la frívola búsqueda del asentimiento popular como forma de gobernar, al margen de acciones que rindan beneficios concretos a la población.


Lo ocurrido en la Cámara de diputados federales nos recuerda que los cambios estructurales en una nación son casi siempre inadvertidos por los coetáneos, pues son vistos como acontecimientos fuera de orden y aparentemente inconexos entre sí, muchos de los cuales son juzgados con dureza porque chocan con lo establecido; solo son observados en su verdadera dimensión a través del tiempo.


Como todos sabemos, la historia está hecha de pequeños pero singulares momentos que sobresalen de una rica variedad de acontecimientos y que son válidos para retratar una época. Por ejemplo, pecará de amnésico quien no recuerde aquella ocasión en la que el diputado perredista Porfirio Muñoz Ledo interrumpiera el informe del Presidente De la Madrid, entre una ensordecedora silbatina de los diputados y senadores del PRI, mientras los diputados panistas, como fiel de la balanza que eran, callaban estratégicamente. Allí, con ese acto de singular arrojo de Porfirio Muñoz Ledo, se inició una ya larga serie de interrupciones a los informes presidenciales, dando fin al llamado “Día del Presidente”, como se calificó a la fecha del informe presidencial. Tiempos en las cuales los presidentes mexicanos asistían en medio de un gran boato, como torero en vueltas al coliseo taurino, a rendir su informe ante un Congreso de impávidos asistentes, que con atronadores aplausos le rendían pleitesía, pues ni una voz de desaprobación se levantaba, cuando mucho se escuchaban los ahogados suspiros de quienes allá abajo no coincidían con la “feria de cifras” que se manejaban.


“Falta de respeto a la investidura presidencial”; “bochornoso episodio en la historia de México”; “protagonismo trasnochado”; “México no lo merecía”, etc. fueron los calificativos publicables que se le dieron a la acción de Muñoz Ledo; los mismos que ahora se escuchan ante la vorágine que vivó la cámara de diputados del Congreso de la Unión. Pero hay una diferencia de fondo: esta ya no es la expresión aislada de un diputado sino la confrontación diametralmente ríspida de corrientes políticas e ideológicas al interior de aquel cuerpo colegiado.


Como si en ello estuviera en juego la dignidad de la patria, en plañidera unanimidad, se escuchan airadas voces quejándose porque los diputados “con su circo” han puesto en evidencia a México ante la faz del planeta. ¡Qué vergüenza, qué se dirá de nosotros!, exclaman, como si realmente en el mundo estuvieran pendientes de lo que en este solar tercermundista sucede y como si fuera privativo de nuestro país el que legisladores acudan a los golpes para dirimir sus diferencias. De la misma manera en que la nota mexicana dio vuelta al globo nos han llegado gráficas de, por ejemplo, Japón, un país del privilegiado “primer mundo” en donde es práctica común entre sus legisladores ejercitar, unos contra otros, sus destrezas en el judo y el karate, quizá para no aburrirse. Ignoro la reacción que entre la sociedad japonesa tengan esos coloquiales encuentros, pero estoy seguro que para nada influyen en su sólida economía ni la Bolsa de Valores altera sus vaivenes.


Está claro que a nadie a quien su físico desagrade le gustará la imagen que el espejo le devuelve; en analogía, buena parte de la población mexicana rechaza y desaprueba lo que ocurre en el Congreso, aunque esto exprese el fiel reflejo del México actual. ¿Qué, acaso, el que haya millones de mexicanos en extrema pobreza no es signo de una seria problemática social y económica, que necesariamente divide? No olvidemos que 300 diputados del Congreso de la Unión y 64 senadores son individuos electos por mayoría relativa y que otros 64 senadores y 200 diputados más entraron porque representan a otra porción de la ciudadanía. De allí que Calderón afirme: “Si hay que cambiar las reglas, cambiemos las reglas, hagámoslo para adecuarlas a los nuevos tiempos que vivimos; del Presidente habrá siempre la disposición para fortalecer la democracia y abrir caminos diferentes para entendernos, para tomar decisiones y para resolver los conflictos”.


Mas que indignarnos porque ocurran esos hechos debemos preocuparnos, porque son los síntomas de una enfermedad social que amenaza con explotar violentamente; así lo vimos con los Zapatistas en Chiapas; Oaxaca está presente y diversas manifestaciones más que encienden focos rojos en diferentes estados, los de Veracruz incluidos.


No pasemos por alto que los legisladores, de cualquier signo, son individuos que han emergido de nuestra sociedad, son parte común y corriente de nuestro entorno; personas que han trabajado para estar en la política y que finalmente se desempeñan como legisladores porque una mayoría así lo decidió; son un producto cultural de nuestra sociedad, no tienen por tanto que ser diferentes. No son ni mejores ni peores que el común de los mexicanos no son ellos los culpables de lo que ocurre; esto lo entiende con claridad Calderón cuando informa que una de sus primeras acciones se refiere a la reforma electoral y más ampliamente a una reforma del estado.


Es tan difícil el panorama que nos reveló lo sucedido en el Congreso que pronto conoceremos el monto de la factura que el PRI extenderá a Calderón por haberle facilitado el quórum con sus senadores y diputados; así como las cuentas de Convergencia y del Partido del Trabajo. La política es negociación, el antagonismo actual mañana puede ser entendimiento pleno o precaria alianza. La elección pasada arrojó el dato de una incuestionable segmentación del electorado tal cual se está segmentando la sociedad mexicana y en estas condiciones el gobierno deberá atender con urgencia y con políticas sociales que resuelvan en lo posible esa grave problemática; eso es responsabilidad de todos.


Sin embargo, es legítimo exigirles a quienes ahora se desempeñan como legisladores que actúen mirando al bien de México y reduzcan significativamente su número desapareciendo la figura plurinominal para el senado y la cámara de diputados, pues sucede que la importancia de su función y su alto costo convierten al Congreso en una Casa de Cristal hacia la que los ojos de la nación voltean, quizás buscando allí la solución de nuestros problemas pero, ¡OH decepción! encuentra chivos en cristalería defendiendo parcelas de poder y en medio, como réferi no invitado, acurrucado entre la sillería, el pueblo de México.

LOS TIEMPOS DEL CAMBIO
Alfredo Bielma Villanueva
Como en una carrera de obstáculos, el de la toma de posesión ha sido el primero que libra el flamante presidente de México Felipe Calderón Hinojosa; y como se observan las condiciones en México este no ha sido el primero que habrá que sortear, aparte de los ingentes problemas sociales; la media noche anterior había reconocido: “Sé de la complejidad de las circunstancias en que estoy recibiendo el Gobierno de México”.
Respecto al acto de protesta ante un caótico Congreso de la Unión, en cuyo recinto hubo a cual más vibraciones negativas, habrá mayor diversidad de criterios que ojos lo hayan observado. Para unos, el presidente Calderón envió un claro mensaje de que va a aplicar la ley a toda costa y que no se arredra ante situaciones de conflicto, y puede que tengan razón. Para otros, no midió las consecuencias de una acción innecesaria y se expuso a errores humanos que los principales actores pudieron cometer, a los que personalmente se vio en la necesidad de orientar. Primero, tuvo a su derecha a un Vicente Fox sosteniendo en sus manos la banda presidencial en patética actitud de paje, más que de expresidente de la república. Segundo, en el momento de la entrega de la banda presidencial a punto estuvo de caer en el desliz de Fox quien, por nerviosismo o por ignorancia, le iba a ser entrega directa de aquel símbolo y el propio Calderón lo evitó girando para pedirle al presidente del Congreso que tomara de Fox la Banda y le hiciera entrega de ella. Tercero, ante el grito retador de la muchedumbre panista del ¡sí se pudo! el propio Calderón optó cortar por lo sano y de inmediato se retiró.


Se entiende que la expresión del ¡Sí se pudo! fue más de alivio que de ostentación de fuerza, pues fueron muchas las horas previas preñadas de incertidumbre a la espera de lo que sucedería y, aunque no fue precisamente el escenario deseado, como se pudo se cubrió el expediente de la protesta, una vez la cual se disiparon las brumas en el horizonte y, mientras Fox se iba en triste e inédita despedida para alguien que ocupó la presidencia de la república, Calderón se enrumbó hacia la etapa de conciliación nacional que en su bien elaborado discurso bosquejó.


Intentar siquiera un análisis partiendo de la idea acerca de qué bando obtuvo la mejor parte en este diferendo tan trascendental sería superfluo y frívolo. “La política-dijo Calderón- no es una batalla en donde un partido gana y otro pierde, eso debe quedar en la arena de las contiendas electorales”, así lo reconoció en el mensaje frente a su militancia en el Auditorio Nacional. En efecto, no es esto un asunto menor para reducirlo a la competencia de dos fuerzas políticas porque en medio está el destino del país. El México actual es otro muy distinto al de años anteriores porque está fragmentado y polarizado, por lo que ya no deben caber en la conducta de los políticos ni la demagogia ni la simulación; mucho menos la frívola búsqueda del asentimiento popular como forma de gobernar, al margen de acciones que rindan beneficios concretos a la población.


Lo ocurrido en la Cámara de diputados federales nos recuerda que los cambios estructurales en una nación son casi siempre inadvertidos por los coetáneos, pues son vistos como acontecimientos fuera de orden y aparentemente inconexos entre sí, muchos de los cuales son juzgados con dureza porque chocan con lo establecido; solo son observados en su verdadera dimensión a través del tiempo.


Como todos sabemos, la historia está hecha de pequeños pero singulares momentos que sobresalen de una rica variedad de acontecimientos y que son válidos para retratar una época. Por ejemplo, pecará de amnésico quien no recuerde aquella ocasión en la que el diputado perredista Porfirio Muñoz Ledo interrumpiera el informe del Presidente De la Madrid, entre una ensordecedora silbatina de los diputados y senadores del PRI, mientras los diputados panistas, como fiel de la balanza que eran, callaban estratégicamente. Allí, con ese acto de singular arrojo de Porfirio Muñoz Ledo, se inició una ya larga serie de interrupciones a los informes presidenciales, dando fin al llamado “Día del Presidente”, como se calificó a la fecha del informe presidencial. Tiempos en las cuales los presidentes mexicanos asistían en medio de un gran boato, como torero en vueltas al coliseo taurino, a rendir su informe ante un Congreso de impávidos asistentes, que con atronadores aplausos le rendían pleitesía, pues ni una voz de desaprobación se levantaba, cuando mucho se escuchaban los ahogados suspiros de quienes allá abajo no coincidían con la “feria de cifras” que se manejaban.


“Falta de respeto a la investidura presidencial”; “bochornoso episodio en la historia de México”; “protagonismo trasnochado”; “México no lo merecía”, etc. fueron los calificativos publicables que se le dieron a la acción de Muñoz Ledo; los mismos que ahora se escuchan ante la vorágine que vivó la cámara de diputados del Congreso de la Unión. Pero hay una diferencia de fondo: esta ya no es la expresión aislada de un diputado sino la confrontación diametralmente ríspida de corrientes políticas e ideológicas al interior de aquel cuerpo colegiado.


Como si en ello estuviera en juego la dignidad de la patria, en plañidera unanimidad, se escuchan airadas voces quejándose porque los diputados “con su circo” han puesto en evidencia a México ante la faz del planeta. ¡Qué vergüenza, qué se dirá de nosotros!, exclaman, como si realmente en el mundo estuvieran pendientes de lo que en este solar tercermundista sucede y como si fuera privativo de nuestro país el que legisladores acudan a los golpes para dirimir sus diferencias. De la misma manera en que la nota mexicana dio vuelta al globo nos han llegado gráficas de, por ejemplo, Japón, un país del privilegiado “primer mundo” en donde es práctica común entre sus legisladores ejercitar, unos contra otros, sus destrezas en el judo y el karate, quizá para no aburrirse. Ignoro la reacción que entre la sociedad japonesa tengan esos coloquiales encuentros, pero estoy seguro que para nada influyen en su sólida economía ni la Bolsa de Valores altera sus vaivenes.


Está claro que a nadie a quien su físico desagrade le gustará la imagen que el espejo le devuelve; en analogía, buena parte de la población mexicana rechaza y desaprueba lo que ocurre en el Congreso, aunque esto exprese el fiel reflejo del México actual. ¿Qué, acaso, el que haya millones de mexicanos en extrema pobreza no es signo de una seria problemática social y económica, que necesariamente divide? No olvidemos que 300 diputados del Congreso de la Unión y 64 senadores son individuos electos por mayoría relativa y que otros 64 senadores y 200 diputados más entraron porque representan a otra porción de la ciudadanía. De allí que Calderón afirme: “Si hay que cambiar las reglas, cambiemos las reglas, hagámoslo para adecuarlas a los nuevos tiempos que vivimos; del Presidente habrá siempre la disposición para fortalecer la democracia y abrir caminos diferentes para entendernos, para tomar decisiones y para resolver los conflictos”.


Mas que indignarnos porque ocurran esos hechos debemos preocuparnos, porque son los síntomas de una enfermedad social que amenaza con explotar violentamente; así lo vimos con los Zapatistas en Chiapas; Oaxaca está presente y diversas manifestaciones más que encienden focos rojos en diferentes estados, los de Veracruz incluidos.


No pasemos por alto que los legisladores, de cualquier signo, son individuos que han emergido de nuestra sociedad, son parte común y corriente de nuestro entorno; personas que han trabajado para estar en la política y que finalmente se desempeñan como legisladores porque una mayoría así lo decidió; son un producto cultural de nuestra sociedad, no tienen por tanto que ser diferentes. No son ni mejores ni peores que el común de los mexicanos no son ellos los culpables de lo que ocurre; esto lo entiende con claridad Calderón cuando informa que una de sus primeras acciones se refiere a la reforma electoral y más ampliamente a una reforma del estado.


Es tan difícil el panorama que nos reveló lo sucedido en el Congreso que pronto conoceremos el monto de la factura que el PRI extenderá a Calderón por haberle facilitado el quórum con sus senadores y diputados; así como las cuentas de Convergencia y del Partido del Trabajo. La política es negociación, el antagonismo actual mañana puede ser entendimiento pleno o precaria alianza. La elección pasada arrojó el dato de una incuestionable segmentación del electorado tal cual se está segmentando la sociedad mexicana y en estas condiciones el gobierno deberá atender con urgencia y con políticas sociales que resuelvan en lo posible esa grave problemática; eso es responsabilidad de todos.


Sin embargo, es legítimo exigirles a quienes ahora se desempeñan como legisladores que actúen mirando al bien de México y reduzcan significativamente su número desapareciendo la figura plurinominal para el senado y la cámara de diputados, pues sucede que la importancia de su función y su alto costo convierten al Congreso en una Casa de Cristal hacia la que los ojos de la nación voltean, quizás buscando allí la solución de nuestros problemas pero, ¡OH decepción! encuentra chivos en cristalería defendiendo parcelas de poder y en medio, como réferi no invitado, acurrucado entre la sillería, el pueblo de México.