LOS TIEMPOS DEL CAMBIO
Alfredo Bielma Villanueva
Como en una carrera de obstáculos, el de la toma de posesión ha sido el primero que libra el flamante presidente de México Felipe Calderón Hinojosa; y como se observan las condiciones en México este no ha sido el primero que habrá que sortear, aparte de los ingentes problemas sociales; la media noche anterior había reconocido: “Sé de la complejidad de las circunstancias en que estoy recibiendo el Gobierno de México”.
Respecto al acto de protesta ante un caótico Congreso de la Unión, en cuyo recinto hubo a cual más vibraciones negativas, habrá mayor diversidad de criterios que ojos lo hayan observado. Para unos, el presidente Calderón envió un claro mensaje de que va a aplicar la ley a toda costa y que no se arredra ante situaciones de conflicto, y puede que tengan razón. Para otros, no midió las consecuencias de una acción innecesaria y se expuso a errores humanos que los principales actores pudieron cometer, a los que personalmente se vio en la necesidad de orientar. Primero, tuvo a su derecha a un Vicente Fox sosteniendo en sus manos la banda presidencial en patética actitud de paje, más que de expresidente de la república. Segundo, en el momento de la entrega de la banda presidencial a punto estuvo de caer en el desliz de Fox quien, por nerviosismo o por ignorancia, le iba a ser entrega directa de aquel símbolo y el propio Calderón lo evitó girando para pedirle al presidente del Congreso que tomara de Fox la Banda y le hiciera entrega de ella. Tercero, ante el grito retador de la muchedumbre panista del ¡sí se pudo! el propio Calderón optó cortar por lo sano y de inmediato se retiró.


Se entiende que la expresión del ¡Sí se pudo! fue más de alivio que de ostentación de fuerza, pues fueron muchas las horas previas preñadas de incertidumbre a la espera de lo que sucedería y, aunque no fue precisamente el escenario deseado, como se pudo se cubrió el expediente de la protesta, una vez la cual se disiparon las brumas en el horizonte y, mientras Fox se iba en triste e inédita despedida para alguien que ocupó la presidencia de la república, Calderón se enrumbó hacia la etapa de conciliación nacional que en su bien elaborado discurso bosquejó.


Intentar siquiera un análisis partiendo de la idea acerca de qué bando obtuvo la mejor parte en este diferendo tan trascendental sería superfluo y frívolo. “La política-dijo Calderón- no es una batalla en donde un partido gana y otro pierde, eso debe quedar en la arena de las contiendas electorales”, así lo reconoció en el mensaje frente a su militancia en el Auditorio Nacional. En efecto, no es esto un asunto menor para reducirlo a la competencia de dos fuerzas políticas porque en medio está el destino del país. El México actual es otro muy distinto al de años anteriores porque está fragmentado y polarizado, por lo que ya no deben caber en la conducta de los políticos ni la demagogia ni la simulación; mucho menos la frívola búsqueda del asentimiento popular como forma de gobernar, al margen de acciones que rindan beneficios concretos a la población.


Lo ocurrido en la Cámara de diputados federales nos recuerda que los cambios estructurales en una nación son casi siempre inadvertidos por los coetáneos, pues son vistos como acontecimientos fuera de orden y aparentemente inconexos entre sí, muchos de los cuales son juzgados con dureza porque chocan con lo establecido; solo son observados en su verdadera dimensión a través del tiempo.


Como todos sabemos, la historia está hecha de pequeños pero singulares momentos que sobresalen de una rica variedad de acontecimientos y que son válidos para retratar una época. Por ejemplo, pecará de amnésico quien no recuerde aquella ocasión en la que el diputado perredista Porfirio Muñoz Ledo interrumpiera el informe del Presidente De la Madrid, entre una ensordecedora silbatina de los diputados y senadores del PRI, mientras los diputados panistas, como fiel de la balanza que eran, callaban estratégicamente. Allí, con ese acto de singular arrojo de Porfirio Muñoz Ledo, se inició una ya larga serie de interrupciones a los informes presidenciales, dando fin al llamado “Día del Presidente”, como se calificó a la fecha del informe presidencial. Tiempos en las cuales los presidentes mexicanos asistían en medio de un gran boato, como torero en vueltas al coliseo taurino, a rendir su informe ante un Congreso de impávidos asistentes, que con atronadores aplausos le rendían pleitesía, pues ni una voz de desaprobación se levantaba, cuando mucho se escuchaban los ahogados suspiros de quienes allá abajo no coincidían con la “feria de cifras” que se manejaban.


“Falta de respeto a la investidura presidencial”; “bochornoso episodio en la historia de México”; “protagonismo trasnochado”; “México no lo merecía”, etc. fueron los calificativos publicables que se le dieron a la acción de Muñoz Ledo; los mismos que ahora se escuchan ante la vorágine que vivó la cámara de diputados del Congreso de la Unión. Pero hay una diferencia de fondo: esta ya no es la expresión aislada de un diputado sino la confrontación diametralmente ríspida de corrientes políticas e ideológicas al interior de aquel cuerpo colegiado.


Como si en ello estuviera en juego la dignidad de la patria, en plañidera unanimidad, se escuchan airadas voces quejándose porque los diputados “con su circo” han puesto en evidencia a México ante la faz del planeta. ¡Qué vergüenza, qué se dirá de nosotros!, exclaman, como si realmente en el mundo estuvieran pendientes de lo que en este solar tercermundista sucede y como si fuera privativo de nuestro país el que legisladores acudan a los golpes para dirimir sus diferencias. De la misma manera en que la nota mexicana dio vuelta al globo nos han llegado gráficas de, por ejemplo, Japón, un país del privilegiado “primer mundo” en donde es práctica común entre sus legisladores ejercitar, unos contra otros, sus destrezas en el judo y el karate, quizá para no aburrirse. Ignoro la reacción que entre la sociedad japonesa tengan esos coloquiales encuentros, pero estoy seguro que para nada influyen en su sólida economía ni la Bolsa de Valores altera sus vaivenes.


Está claro que a nadie a quien su físico desagrade le gustará la imagen que el espejo le devuelve; en analogía, buena parte de la población mexicana rechaza y desaprueba lo que ocurre en el Congreso, aunque esto exprese el fiel reflejo del México actual. ¿Qué, acaso, el que haya millones de mexicanos en extrema pobreza no es signo de una seria problemática social y económica, que necesariamente divide? No olvidemos que 300 diputados del Congreso de la Unión y 64 senadores son individuos electos por mayoría relativa y que otros 64 senadores y 200 diputados más entraron porque representan a otra porción de la ciudadanía. De allí que Calderón afirme: “Si hay que cambiar las reglas, cambiemos las reglas, hagámoslo para adecuarlas a los nuevos tiempos que vivimos; del Presidente habrá siempre la disposición para fortalecer la democracia y abrir caminos diferentes para entendernos, para tomar decisiones y para resolver los conflictos”.


Mas que indignarnos porque ocurran esos hechos debemos preocuparnos, porque son los síntomas de una enfermedad social que amenaza con explotar violentamente; así lo vimos con los Zapatistas en Chiapas; Oaxaca está presente y diversas manifestaciones más que encienden focos rojos en diferentes estados, los de Veracruz incluidos.


No pasemos por alto que los legisladores, de cualquier signo, son individuos que han emergido de nuestra sociedad, son parte común y corriente de nuestro entorno; personas que han trabajado para estar en la política y que finalmente se desempeñan como legisladores porque una mayoría así lo decidió; son un producto cultural de nuestra sociedad, no tienen por tanto que ser diferentes. No son ni mejores ni peores que el común de los mexicanos no son ellos los culpables de lo que ocurre; esto lo entiende con claridad Calderón cuando informa que una de sus primeras acciones se refiere a la reforma electoral y más ampliamente a una reforma del estado.


Es tan difícil el panorama que nos reveló lo sucedido en el Congreso que pronto conoceremos el monto de la factura que el PRI extenderá a Calderón por haberle facilitado el quórum con sus senadores y diputados; así como las cuentas de Convergencia y del Partido del Trabajo. La política es negociación, el antagonismo actual mañana puede ser entendimiento pleno o precaria alianza. La elección pasada arrojó el dato de una incuestionable segmentación del electorado tal cual se está segmentando la sociedad mexicana y en estas condiciones el gobierno deberá atender con urgencia y con políticas sociales que resuelvan en lo posible esa grave problemática; eso es responsabilidad de todos.


Sin embargo, es legítimo exigirles a quienes ahora se desempeñan como legisladores que actúen mirando al bien de México y reduzcan significativamente su número desapareciendo la figura plurinominal para el senado y la cámara de diputados, pues sucede que la importancia de su función y su alto costo convierten al Congreso en una Casa de Cristal hacia la que los ojos de la nación voltean, quizás buscando allí la solución de nuestros problemas pero, ¡OH decepción! encuentra chivos en cristalería defendiendo parcelas de poder y en medio, como réferi no invitado, acurrucado entre la sillería, el pueblo de México.