AGUSTÍN ACOSTA LAGUNES
Alfredo Bielma Villanueva


Ya pronto termina Vicente Fox formalmente su mandato, una responsabilidad que en los hechos no asumió cabalmente y de lejos se observa que ya ha abandonado el barco a merced de las turbulentas circunstancias. Concluyen los seis años de un gobierno, por llamarlo de algún modo, que dejó pasar la oportunidad de instalarse en la historia por el significado de sus actos. Para una gran parte de la población mexicana, ha representado la pérdida de seis años de su existencia como Nación y como Estado. Al menos en el recuento inmediato el saldo le es negativo. Aún está muy caliente el horno que ahora deja a su sucesor como para hacer un análisis frío y mesurado, aunque en lo inmediato, por lo que se ve, no es merecedor de elogio alguno. Poco hizo de lo mucho que ofreció y las expectativas que levantó permanecieron en esperanzas fallidas.

Gobierno ineficiente, con nada que anotar y sí mucho que contar, plagado de anécdotas, a cual más chuscas; entre las recientes encontramos aquella en la que el Diario Oficial de la Federación publica un acuerdo presidencial que dispone que la entrega de unas distinciones se haga el 30 de octubre; aunque el presidente Fox, que no lee ni “La Familia Burrón”, firma el documento el día 31 y este se publica el 1 de noviembre. Lo que queda para el rico anecdotario sobre ineptitud, la ignorancia, el error y hasta del amor, que ninguna dificultad presentará a quien se decida elaborarlo para pintar a este extraviado sexenio. Por otro lado, si bien el vulgo no piensa y mucho menos analiza ni imprime su huella en la historia, es fácilmente impresionable y susceptible de aceptar a pie juntillas los mitos, por lo que deseamos que no surja el mito foxiano, que ya bastante rica en mentiras es nuestra historia.

Pero hay casos de gobernantes en los que conviene detenerse para abrevar la experiencia que nos legaron. Veinte años han transcurrido desde aquel noviembre de 1986 en el que Agustín Acosta Lagunes entregó las cuentas de su administración, dejando para el tránsito de la historia las constancias de su administración y el juicio que acerca de ella se pudiera formar. Pocos recordarán su obra porque, como ocurre con frecuencia, en lo inmediato predominó la anécdota, en la que destacaron sus desplantes frente a los ciudadanos que se le acercaban y su repudio a todo lo que oliera a política. Los desaires a sus colaboradores eran el reflejo de una irreconciliable actitud entre el deseo de hacer y, por desconocer el entorno político, no saber cómo. Lastimó sensibilidades, atropelló a su paso todo lo que consideraba superfluo; nada que en lo inmediato no fuera útil le interesó. Es la antítesis del político tradicional mexicano, pero en el fondo de su intención subyacía la grave responsabilidad nacida de una actitud seria ante el compromiso contraído con la sociedad veracruzana y con el presidente de la república que lo convirtió en gobernador, en la medida en que era posible hacer de Veracruz el “Granero y Yunque de la Nación”. No hubo tal; la cultura de la simulación y otras muchas deficiencias que a su paso encontró se interpusieron para evitarlo.

Sin embargo, su administración fue de grandes frutos; dejó huellas que aún guardan pistas y es, sin lugar a dudas, Agustín Acosta Lagunes, el artífice de la modernidad que la conurbación Veracruz-Boca del Río actualmente observa. El es el forjador de aquel desarrollo, sentó las bases de infraestructura para un Veracruz moderno. Antes de Acosta, Veracruz no pasaba de ser formalmente “el Primer Puerto de México”, la Ciudad en sí crecía titubeante; después de él la conurbación creció con dignidad y lo que ahora vemos con pujante desarrollo, en aquel gobierno tiene sus raíces.

A Xalapa le amplió el número de arterias vitales de su trazo urbano; a cambio del libramiento, cuyo proyecto esbozó, ensanchó la avenida Lázaro Cárdenas hasta el aeropuerto y pavimentó la Murillo Vidal; construyó el internacionalmente reconocido Museo de Antropología, que bajo su encargo actualmente ha enriquecido su inventario. Otras obras que en su momento fueron prodigiosas, como el puente sobre el Río Papaloapan en Carlos A. Carrillo, construido en el tiempo record de cuatro meses, y muchas más que son constancias plenas de una administración gubernamental seria y sin aspavientos.

“Todo gobernador debe hacer algo por Xalapa, porque es el asiento de los poderes del estado y porque aquí vive”, decía Don Rafael Murillo Vidal, quien predicando con el ejemplo amplió la Avenida Xalapa para darle a la capital un acceso digno de su rango; remodeló los barrancos de “El Dique” que eran basureros insalubres y dejó un hermoso Paseo que la familia jalapeña ahora disfruta. El paso a desnivel del Parque Juárez es de su gobierno y para aquél entonces (32 años ha), era la maravilla urbanística; dejó en breña lo que ahora es la Avenida que lleva su nombre y que, precisamente, bautizó y asfaltó Acosta Lagunes quien, visionario no cabe duda, decretó aquella parte de la ciudad como reserva ecológica, y allí está como un maravilloso lunar esmeralda que con verdadera fruición disfrutamos los vecinos de esta capital.

Hay que decirlo, y escribirlo con énfasis, que los gobernantes de cualquier nivel tienen la obligación de desempeñarse en el cargo, al que arribaron tras solicitar la confianza ciudadana, con seriedad y responsabilidad para cumplir en la medida de lo posible lo que ofrecieron. No es pues su actuación y entrega un obsequio a la ciudadanía ni favor que ésta tenga que devolver. En contraprestación, el servidor público obtiene la cuota de poder que la sociedad le arrienda temporalmente, el uso que se le dé al poder hará la diferencia entre quien merece el reconocimiento o el rechazo público. A Agustín Acosta Lagunes se le pudo acusar de casi todo, pero en lontananza se recordará que nunca fue por corrupción; puesto que -salvo pruebas en contrario- jamás apareó el cumplimiento de su deber con el medro personal.

La cultura occidental, desde la Grecia Clásica que adornó sus teatros, ágoras y avenidas con el reluciente mármol de sus magníficas esculturas, se ha caracterizado por rendirle homenaje a sus benefactores, próceres y dignatarios, aunque entre estos se cuelen algunos de ficción. Pero Acosta Lagunes es un hombre que, convertido en gobernante, cumplió en lo que pudo con su responsabilidad, sin gesticulaciones innecesarias y aún sin que aparentemente le importara la opinión ciudadana. En la inmediatez se le criticó con rudeza; se recordaron más sus defectos y desafectos de hombre público que sus logros como gobernante. Pero el tiempo atempera corazones y diluye pasiones y, en reconocimiento al servidor público, que además es un experto en finanzas públicas ¿porqué no ofrecerle reverencia pública al ex gobernador Agustín Acosta Lagunes? al menos en Xalapa y en Veracruz en donde su huella, hay que subrayarlo, está en las bases que le dieron la imagen que ahora tiene.

El “hubiera no existe” dicen los que saben; “es el intermedio correcto o erróneo entre el acto y la potencia” dirá el filósofo, pero lo cierto es que esta forma gramatical nos sirve de referencia, lo que le da valor de aceptable premisa, para partir del supuesto de que si Acosta Lagunes hubiera contemporizado con las formas “políticas” del “chocholeo” y de “el chayote”, con una tolerable relación con los medios de comunicación, hubiera figurado en las letras negras de las imprentas como el “mejor de los gobernadores de Veracruz”. Y esta conclusión no sería ningún mito.


8-XI-07

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