SAN RAFAEL GUIZAR Y ENRIQUE
C. RÉBSAMEN

Alfredo Bielma Villanueva


Parafraseando a Carlos Marx diríamos que la ignorancia es el opio de los pueblos; y en México no podría ser de otra manera cuando sólo destinamos el 0.4% del PIB a investigación y el desarrollo, mientras que Suecia destina el 4.3% de su PIB a la investigación; no tan lejos, Estados Unidos dispone del 3% de su PIB que en nada es comparable al nuestro, la diferencia, obviamente, es estratosférica.


Mientras legiones de padres mexicanos, con capacidad de pago, buscan la manera de que sus hijos estudien en Universidades privadas de México o de otra parte del planeta, olvidamos que nuestra insigne Universidad Nacional se encuentra entre las primeras 70 del orbe, muy arriba de algunas de Europa que el subdesarrollo mexicano prestigia como las idóneas para sus hijos.


En este orden de ideas, como la investigación sociológica arroja resultados que pueden ser calificados de científicos, debemos creerles cuando concluyen que en México la clase gobernante mantiene un escaso nivel académico; no por cierto por carecer de grados escolares (las universidades patitos han subsanado ese renglón), sino por la cancelada oportunidad de no utilizar el razonamiento como mecanismo previo a la acción. No está por demás recordar que, sin la premisa del razonamiento, no habrá plan ni programa que pueda implementarse con éxito; las políticas públicas primero se diseñan antes de poner en movimiento al gobierno para su aplicación.


Pero si no se razonan los actos de gobierno, que por su naturaleza afectan al conglomerado social en el que se aplican, necesariamente habrá reacciones en contrario. Quien suscribe estas líneas cree en la santidad de Rafael Guizar Valencia, no por cierto porque el Papa y la Iglesia así lo hayan convenido, sino porque el ser natural de quien fuera obispo de esta Diócesis lo llevó a acreditar con hechos que es posible trasmitir, por el crisol llameante de una alma grande, el mensaje y el sentimiento sublime de la santidad a quienes requieren y están ávidos de consuelo y esperanzas. Tiene ahora Rafael Guizar Valencia, un lugar en los altares físicos de las iglesias y el reconocimiento oficial de esta para que la feligresía ortodoxa lo venere; aunque aún sin el rito oficial ya era reverenciado como un auténtico santo por su capacidad para interceder en los casos difíciles.


Pero parece que la divisa de “dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”, después de veinte siglos no ha sido comprendida en su real significado; esto viene al caso porque el ayuntamiento jalapeño ha acordado asignarle el nombre de Rafael Guizar a la calle que por muchos años, hasta ahora, ha llevado el de Rébsamen.
Cualquier egresado normalista, y aún quienes estudian para mentores, podrán citar con conocimiento de causa los méritos de Enrique Conrado Rébsamen y su aportación a la educación normalista en nuestro país. Es, Don Enrique, supongo yo, un paradigma para los maestros veracruzanos y del país porque tiene méritos suficientes para figurar en el panteón civil mexicano, y ciertamente también en el jalapeño.


Pero los ediles de la capital del Estado se dejaron llevar por la inercia sentimental del momento, y sin más reflexión (si la hubo nos gustaría conocerla y están en obligación de darla a conocer) toman el acuerdo para cambiar el nombre de una calle que lleva el sello de un distinguido civil, benefactor de la comunidad veracruzana, como si no hubiera otras calles sin significado alguno para la cultura o la adoración religiosa a la cual colocarle el nombre del flamante santo mexicano. Si la intención fue motivada porque por aquel rumbo de la ciudad se ha erigido el templo dedicado al novel santo, la calle más idónea para destinarla a su memoria sería la denominada “Arco Sur” que empieza o termina, según se vea, en donde se construyó aquel santuario.


Esta es la reflexión de un ciudadano jalapeño, que no pretende rasgarse las vestiduras con la fe de millones de mexicanos, por el respeto que todo sentimiento religioso merece; pero lleva implícito un respetuoso reclamo ciudadano a las autoridades municipales para que reflexionen los actos que llevan a cabo, porque estos son de naturaleza pública y trascienden a la sociedad en general, afectando por igual, al laico y al religioso. No es solo por el evento que nos ocupa, pero preocupa el hecho de concluir que si de esta manera se toman las decisiones que involucran a toda la comunidad jalapeña, aliviados estamos. Con la misma ligereza algunos se preguntarán ¿en que afecta la medida? La respuesta la daría cualquier conocedor de la historia universal del hombre, o cualquier estudiante en las aulas universitarias que se encuentre abrevando en los anales patrios las amargas experiencias por las que este país ha tenido que transitar.

Octubre 16-06

alfredobielma@hotmail.com