BLANCORNELAS

Alfredo Bielma Villanueva


Con la desaparición física de Jesús Blancornelas el periodismo mexicano ha perdido a uno de sus mejores exponentes. Sobreviviente a varios atentados que en su contra armó el más cancerígeno y poderoso enemigo de la sociedad, murió de otro cáncer, el que al individuo aflige y que, como aquél, finalmente es fatal. En vida libró batallas con excelentes resultados, no pudo el crimen acallarlo en sus investigaciones periodísticas que hacía extensivas a la sociedad, fue un enemigo incómodo, incluso para ciertas autoridades del ramo policiaco. Si nos apegáramos a la mitología griega, que situaba a las almas de los mejores en el plácido remanso de los Campos Elíseos, seguro estamos que allí estará Blancornelas, no sin antes cubrir el requisito que aún a los mejores se les exige cumplir, como previo requisito para su ingreso.


Seguramente que al comparecer a la entrada de los Campos Elíseos, el recién fallecido reportero excelso, el periodista Jesús Blancornelas, con el propósito de conocer sus méritos, es sometido a una serie de preguntas acerca de la dimensión humana que ha dejado atrás. La primera interrogante habrá sido ¿qué hiciste para creer que mereces entrar a estos idílicos Campos? La respuesta inmediata, me imagino, fue: “luché porque en mi país se respetara el derecho que todo ser tiene a manifestarse con libertad, sin temor al escarnio ni, por supuesto a la autoridad instituida”. A quien formula el interrogatorio seguramente le pareció muy elemental la respuesta, una más que caía en el lugar común, algo que dicen todos quienes blanden la pluma.


Por eso pidió a Blancornelas que abundara en la respuesta: “fui categórico enemigo de la lacra social más peligrosa del mundo moderno que envenena al hombre sin distingos de edades, raza o condición social. Me enfrenté también a impedimentos que encontré en el frente mismo en que yo luchaba pero no me arredré, proseguí en mi esfuerzo y fui víctima de atentados contra mi vida que pudieron haber adelantado esta comparecencia”.



La segunda pregunta fue más contundente: ¿Valió la pena haber vivido tu vida y el sentido que le diste fue por vocación o por ocasión? Blancornelas, ante esta pregunta tan directa, por la madura experiencia de su vida seguramente consideró que habría que meditar muy bien la respuesta, estaba acostumbrado a formular las interrogantes no a recibirlas, pero se trataba de cubrir el requisito para ingresar al selecto espacio en donde sólo los mejores tienen aceptación. Ante aquella instancia son inútiles las mentiras; los eufemismos ya no tienen caso y ninguna condición material vale la pena, así que seguramente optó por relatar que en su vida había padecido hambre, que los inicios de su carrera habían sido harto difíciles y que, cuando la vida lo llevó a encararse a la más peligrosa de las lacras sociales, porque simplemente las circunstancias allí lo habían acomodado optó, como quien se arroja a la corriente de las aguas, por nadar y seguir adelante para alcanzar la otra orilla. Sí valió la pena vivir, consideró, sobretodo porque de alguna manera aportó con su esfuerzo y valentía un ejemplo a seguir, una actitud ante la vida digna de ser reconocida.



Pero también tenía, que duda cabe, la vocación innata de quienes desean superar la condición de masa y trasladarse a la del individuo. Uno que con su carácter, arrojo y deseo de servir y comunicar lo que con ojo clínico observa, lo traslada a la colectividad para que esta tome precauciones para su defensa. Que no se arredra ante la corrompida actitud de una fortaleza basada en el crimen y en el conciliábulo con las malas autoridades para hacerle frente, con la determinación de El Quijote cuando arrostraba los peligros que su fecunda imaginación creaba. Sufrió la adversidad y la inquina de quienes deseaban que callara lo que ellos también veían, pero que en la cómoda complacencia de la complicidad callaban.


En el intermedio entre las preguntas y las respuestas, Jesús Blacornelas, ante el imponente silencio de aquella majestuosa vista, ensimismado, seguramente recordaría a los compañeros del oficio y a quienes, interesados en sus méritos, se le acercaron. Los hubo acomodaticios, unos que bailan al son que les tocan; otros, los más, simplemente toman el oficio como una fuente de ingresos, un trabajo que desempeñar para llevar el pan a la boca, actitud que merece respeto. Pero también hay quienes se juegan la vida en la defensa de su pensamiento y le dan prioridad a la colectividad a la que tratan de servir. Conoció y despreció a los pequeños, aquellos que sucumben ante el poder y se trepan en sus perecederas alas y mientras vuelan queman incienso. Son los que hoy exclaman ¡Hosana al señor! Con la misma fortaleza de espíritu que mañana increparán, impasibles, ¡cuélguenlo, se lo merece! Ensimismado en esas cavilaciones en el solemne silencio de aquel sacro lugar, Blancornelas escuchó decir: “Para ellos mi más absoluto desprecio, esos viven de la pluma, no para servir al colectivo, sino para medrar al amparo del poderoso del momento, aquí no tendrán cabida. Tú, Jesús Blancornelas, has cubierto con méritos el requisito para ingresar y disfrutar de la tranquilidad eterna de estos Campos.


Ante la miseria humana, condolido quizá por esa triste realidad que ya abandonó, Blancornelas se aprestará tranquilo y satisfecho a ingresar al paradisíaco mundo de Los Campos Elíseos. Allí donde Caronte traslada en su barca a los selectos, después de abandonar afuera a la carroña vociferante que, incapaz de escribir líneas propias, transcribe con singular indolencia el boletín que el amo del momento le dicta.


Apenas traspasaba Blancornelas el umbral de aquel panteón cuando llega Roberto Marcos García a quien el cancerbero pregunta: “¿Y tú de dónde vienes tan retrasado? A juzgar por las señas de tu indumentaria te despidieron con violencia”. Vengo-contesta - de un país en donde las autoridades dicen que todo esta bien, en paz y tranquilidad; allí no hay guerra pero asesinan a tantos periodistas que está en el segundo lugar planetario, sólo después de Irak, en donde sí hay conflicto bélico. “Sí, aquí tenemos tu semblanza y dice que eras trabajador, afanoso en la búsqueda de la noticia y que te gustaba investigar, ¿qué hacías?” Calmado ante la visión que aquel lugar le imponía, Roberto Marcos García contestó: como reportero siempre gusté de investigar el delito y sus causas, pero en esta ocasión compartí con los encargados de guardar el orden y la tranquilidad el resultado de mi investigación y parece que entre ellos hay manzanas podridas que actúan en connivencia con los agentes del crimen. Me atrase en llegar porque esperé a conocer las reacciones de mi muerte entre los compañeros de profesión y con agrado comprobé la solidaridad del gremio al que pertenecí; aunque también observé la actitud taimada y medrosa de quienes evidentemente cobran en la nómina pública.


“Bien -le dicen- no perdamos tiempo en esas pequeñeces de los pequeños, pasa a descansar que desde aquí podrás seguir observando la calamitosa vida de quienes atrás se quedaron”.


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