Duarte, el PRI, Veracruz

Alfredo Bielma Villanueva

En más de una de sus muchas reuniones con representantes de los medios de comunicación el gobernador Duarte de Ochoa aseguró que en el Congreso local contaba con el número de votos suficiente, incluso, para cambiarle el nombre a Veracruz. A pesar del tono coloquial y festivo para quienes lo escucharon la aseveración sonó subrayadamente inapropiada, porque al menos en teoría un Congreso merece respeto por configurar uno de los poderes en que se basa nuestro Sistema Político, nada menos el que hipotéticamente representa al pueblo; esa heterodoxa expresión no acata la consigna que en México hizo famosa Reyes Heroles: “En política, la forma es fondo”.

En los hechos habrá que coincidir con Duarte de Ochoa en que efectivamente controla al Congreso veracruzano, al menos en lo que corresponde a legisladores del PRI y adláteres que los acompañan, ya que invariablemente se han mostrado anuentes y hasta obsecuentes al aprobar todo lo que se les envía. Obviamente con esa atropellada docilidad han cargado la penitencia de acatar obligatoriamente recomendaciones de la Suprema Corte para revisar lo que irreflexivamente aprobaron. En el recuento de esa sumisa actitud, quedan para el registro histórico las indiscriminadas autorizaciones al Ejecutivo para contratar nuevos créditos sin darle seguimiento a su aplicación, convirtiéndose en corresponsables del acrecentamiento inexplicable de la deuda pública, y lo más reciente, la abyecta votación para designar a la señora Namiko Matzumoto como presidenta de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, a pesar del manifiesto rechazo de los legisladores de oposición y de quienes habiéndose manifestado en contra terminaron vergonzosamente votando a favor.

No obstante, en otros ámbitos el gobernador no las tiene todas consigo; allí donde convergen factores ajenos a su control y actores políticos apartados del servilismo de los diputados priistas, Duarte no siempre ha conseguido sus propósitos. Y de no ser una simple balandronada lo que comenta sobre la confianza que le tiene Peña Nieto entonces le habrá fallado en, por lo menos, evitar la alianza PAN-PRD y en demérito propio tampoco logró para su grupo la candidatura priista al gobierno de Veracruz, frustrando de paso el proyecto transexenal que el mentor político les diseñó a partir de su candidatura en 2010.

Esto último no es cosa menor. Aunque de entrada se supone el compromiso de camarilla que Peña Nieto mantiene con los gobernadores de su partido, a quienes arropa con el manto de la impunidad, tal cual sucede en Nuevo León, sin duda deja margen para que se actúe con el rigor de la ley contra quienes abusaron de su posición de “servidores públicos” para enriquecerse, todo bajo el supuesto de que el triunfo favorezca al abanderado priista; en caso contrario el esquema cambia drásticamente. De allí la inexorable conveniencia de jalar parejo con Héctor Yunes, independientemente que la postulación del senador implique una auténtica debacle para los intereses del continuismo.

No sorprende la candidatura priista de Héctor Yunes Landa al gobierno veracruzano, pues para competir con cierta ventaja este partido sólo contaba con las cartas credenciales de los dos senadores, y ambos, José Yunes Zorrilla y Héctor Yunes Landa, merecían ser los abanderados, porque se lo ganaron a pulso trajinando por todo el territorio veracruzano; con todo respeto para las cartas adicionales es de reconocer que nunca representaron una posibilidad ganadora y su inclusión no hubiera sido posible sin la propuesta de Duarte de Ochoa a su favor, ya que por sí mismos carecen de impulso mientras que los senadores son el impulso mismo. Pasando el tiempo, en retrospectiva podremos avizorar con mayor claridad y objetividad que aquellas cartas nunca tuvieron oportunidad de ser escogidas para abanderar al PRI en esta ocasión.

Y ya en el desenlace final, es posible advertir el bajo perfil negociador del gobernador, a pesar de su intenso cabildeo para acomodar la sucesión a modo, pero es obvio que en el diagnóstico pesó la ausencia de un patrimonio político con capacidad propositiva. Adicionalmente también operó otro elemento, de no menor importancia, porque no es igual la pericia ingeniosa que mostró Fidel Herrera Beltrán hace seis años, que la ausencia de operatividad rficiente mostrada ahora a nivel local. Fidel pudo desactivar el riesgo que representaba José Yunes Zorrilla para su proyecto transexenal y le impidió su ingreso al senado en 2006; y en 2010 le echó toda la caballada a Héctor Yunes Landa negándole el registro como precandidato priista al gobierno de Veracruz. Esta vez no se obtuvieron los resultados a modo porque los cálculos fueron erróneos, y porque los senadores operaron de tal manera de impedir que los dividieran logrando evadir los obstáculos.

Pero la titularidad de un gobierno estatal permite maniobrar con cierta ventaja y habrá que reconocer que parte del camino hacia la elección ya está pavimentado para el PRI: alianzas partidistas, órganos electorales infiltrados, candidaturas “independientes” para difuminar el voto y, se dice, muchos recursos. 

Por el momento, el continuismo se ha frustrado y se estima que todo el aparato priista de los diferentes grupos caminarán en la lógica de obtener el triunfo electoral. Será una contienda apasionante y aún más si los actores logran despertar el interés ciudadano para participar en este evento democrático. Las apariencias favorecen a Héctor Yunes, si juzgamos por el número de operadores electorales con los que cuenta para atraer el voto favorable; pero la oposición al PRI cuenta con el hartazgo ciudadano, con el enojo social, con expedientes incumplidos; se antoja difícil, pero si la oposición logra llevarlos a votar ¡cuidado! Finalmente, en primera y en última instancia lo que importa es Veracruz.


17-enero-2016.