Sucesión:
Gobernadores, invitados de palo
Alfredo
Bielma Villanueva
Durante el viejo régimen, el de
la presidencia imperial y autoritaria, del monopartidismo “en la pluralidad”,
del clásico tapadismo, del sobre lacrado, de disciplina priista acrítica, de
órganos electorales controlados por el gobierno, de elecciones organizadas por
el gobierno, de camadas sexenales de nuevos ricos aún quedan vestigios que las
nuevas generaciones supondrán creaciones del paleolítico mexicano, pero que en
la realidad todavía hace algunos lustros tenían arraigada vigencia y no pocas
de estas características sobreviven y se resisten al cambio.
Es bien sabido que todo
movimiento que rompe estructuras corre el riesgo de caer en una reacción
restauradora, lo que es un hecho iterativo cuando en el interregno no se
renuevan a fondo las instituciones, tal cual sucedió en la Revolución Francesa
y durante el gobierno de Madero en 1911 cuando se entregó en manos del grupo al
que originalmente había combatido, la clase gobernante configurada en el
porfiriato. Dimensiones económicas, sociales y políticas aparte, ese fenómeno se
reprodujo durante la alternancia de gobierno en 2000 porque Vicente Fox no supo
o no pudo combinar la alternancia con la transición para reducir al PRI a la
condición de una entelequia relegada al archivo histórico, por tal motivo se
propiciaron las condiciones para que este partido resurgiera de sus cenizas;
Ave Fénix que ahora gobierna y restaura modelos añejos.
De entre ellos destaca el de
las sucesiones de gobiernos estaduales, que durante el periodo en que gobernó
al país el Partido Acción Nacional permitió a gobernadores priistas designar
sucesores a modo, en Veracruz en 2004 y en 2010. Previo a esta etapa, los
gobernadores salvo rarísimas excepciones aunque por cortesía eran consultados
pero no tenían injerencia en la designación del candidato a sucederlos, esa
decisión correspondía exclusivamente al presidente de la república, quien
operaba a través de la Secretaría de Gobernación y del Partido Revolucionario
Institucional.
Si hacemos un recuento de las
sucesiones de gobiernos estatales acaecidos en la entidad veracruzana de 1968 a
la fecha captaremos diáfanamente el sentido del verticalismo en la decisión de
las candidaturas del PRI y el bajo perfil que le correspondía jugar al
gobernante en turno.
En 1968 la sucesión de gobierno
se centraba en dos actores priistas: los senadores de la república Rafael
Murillo Vidal y Arturo Llorente González; en términos de popularidad este
último polarizaba las simpatías y por lo mismo se le atribuían elevadas
posibilidades de ser el candidato del PRI. Pero en los términos de aquellos
tiempos solo contaba el voto del presidente y este se orientaba favorablemente
hacia el senador Murillo Vidal. El gobernador Fernando López Arias era amigo
entrañable de Murillo Vidal no así de Llorente, y debido al alejamiento
político del gobernador con el presidente Díaz Ordaz la conseja pública
aseguraba que Murillo no podría ser el candidato; sin embargo, la voz
presidencial dijo que su amigo Murillo Vidal sería el gobernador, tal cual fue
de 1968 a 1974.
En 1974 ya era presidente de la
república Luis Echeverría quien originalmente había decidido la postulación de
Manuel Carbonel de la Hoz, subsecretario de gobierno con Murillo Vidal. Contrario
a lo que se pudiera pensar el gobernador no propuso a Carbonell, la sugerencia
fue del presidente de la república, quien dio marcha atrás después de arreglos
cupulares en su gobierno y entonces inclinó la candidatura a favor del diputado
federal Rafael Hernández Ochoa, a quien apenas un año antes, 1973, había vetado
su postulación para diputado por Misantla, pero pudo entrar gracias a
habilidosos cabildeos de amigos cercanos, entre ellos Moya Palencia, Secretario
de Gobernación. Obviamente, el gobernador Murillo Vidal no fue consultado.
En 1980, el presidente López
Portillo decidió que el sucesor de Hernández Ochoa fuera el licenciado Agustín
Acosta Lagunes, entonces Subsecretario de Hacienda, ajeno a toda relación
política y personal con el gobernador en turno, quien solo esperó al destape
para solidarizarse con la decisión presidencial y apoyar con todo el andamiaje
priista la candidatura del promotor del “Granero y Yunque de la Nación” para el
ejercicio 1980-1986. En aquel entonces se difundió la versión de que Gustavo
Carvajal desdeñó la candidatura, un cuento que López Mateos no registra en sus
memorias.
Seis años después, el 21 de
abril de 1986, vino a Veracruz el presidente Miguel de la Madrid Hurtado a
presidir el acto conmemorativo de la defensa del Puerto de Veracruz, el
gobernador Acosta Lagunes lo acompañó en su vuelo de regreso al Distrito
Federal y al día siguiente, martes 22 de abril, se anunciaba que el candidato a
gobernador sería Fernando Gutiérrez Barrios, dejando con el bate al hombro a
los senadores Ramos Gurrión y Hernández Posadas. Dos años más tarde, a
Gutiérrez Barrios el presidente Salinas de Gortari le permitió designar a su
sustituto en el gobierno del estado, tras invitarlo para que se desempeñara
como Secretario de Gobernación en el inicio de su gestión; de esta manera en
1988 Dante Delgado concluyó el mandato 1986-1992).
Dante Delgado no ocultó sus
pasivas simpatías sucesorias hacia la
posible candidatura de Miguel Alemán Velasco, pero el presidente Salinas
decidió por su amigo y cercano colaborador Patricio Chirinos, a quien incluso
acompañó en su toma de posesión en 1992, una deferencia exclusiva y con
precedente solo en 1962 cuando López Mateos y gran parte de su gabinete
asistieron a la toma de posesión de Fernando López Arias. Chirinos (1992-1998)
le permitió inquietudes sucesorias a su Secretario de Gobierno Miguel Ángel
Yunes Linares, pero el bache electoral municipal de 1997 frustró esas
aspiraciones, y en 1998 el presidente Zedillo se pronunció por el senador
Miguel Alemán Velasco, a quien despejaron de problemas electorales desactivando
la candidatura de Ignacio Morales Lechuga por el PRD.
Ya en plena transición el
gobernador Alemán Velasco en ausencia de la rectoría presidencial y sin la
dependencia de la consigna priista operó su sucesión a favor del senador Fidel
Herrera Beltrán, aunque con su reconocido estilo este difundiera más tarde que
llegó al poder a pesar de Alemán, pero la pírrica diferencia de votos que le
dio el triunfo desmiente su versión porque fue obvio que sin el apoyo del
gobernador difícilmente hubiera alcanzado el gobierno veracruzano.
En 2010, Fidel Herrera maniobró
para dejar en el gobierno a Javier Duarte de Ochoa, fue el indiscutible hacedor
de esta gubernatura, ningún otro factor de decisión intervino sino el interés
de Herrera Beltrán por imponer un proyecto transexenal, lo logró gracias a su disposición
para operar elecciones al costo económico que fuere.
En síntesis, fueron estos dos
últimos gobernadores, Alemán Velasco y Fidel Herrera, quienes en Veracruz pudieron
dejar sucesor. En 2012 el PRI regresó a la presidencia de la república
iniciando la restauración, por la que Peña Nieto ha decidido la sucesión
veracruzana en la que, obviamente, por su posición política Duarte de Ochoa
está participando, pero los indicadores demuestran que no es el eje central del
arbitraje y que en el desenlace destacó subrayadamente el protagonismo del
binomio formado por los senadores José Yunes Zorrilla y Héctor Yunes Landa; las
propuestas adicionales con propósitos continuistas nunca cobraron vida propia y
en esa instancia permanecieron; fue una jugada de póker localista basada en el
blof porque esas cartas no hacían juego para ganar. Y ahora a jalar parejo
porque para algunos está en juego algo más que la gubernatura.
9-enero-2016.
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