La última palabra

Alfredo Bielma Villanueva

Cuando en política participan abiertamente las fobias y las vísceras no es remoto que se genere un escenario agraviadamente conflictivo; un panorama así configurado es aún más complejo si entre los participantes figura quien por su calidad de gobernante debiera mantenerse al margen, que no indiferente, de los grupos en pugna para en caso de ser necesario introducir cordura, serenar ánimos, proponer fórmulas de conciliación y a la vez intermediar para corregir rumbos y de esta manera evitar que las aguas se salgan de cauce. No está por demás recordar que, como en toda estructura política, el titular del Poder Ejecutivo ocupa un lugar de privilegio y cuenta con atribuciones para delegar responsabilidades… y hasta culpas. Gobernadores veracruzanos que manejaron con maestría este esquema fueron Rafael Murillo Vidal y Patricio Chirinos, nada mal sería abrevar en esas fuentes.

El antecedente se trae a cuento debido a lo que acontece en esta aldea, en donde se está privando al Secretario de Gobierno de oportunidad de maniobra, pues se infiere desplazado de la responsabilidad de avenir acuerdos, o por lo menos esta función se le complica de manera innecesaria. ¿Cómo conciliar entre las partes en conflicto si una de ellas es su propio jefe? Por ahora, la participación del Secretario de Gobierno se reduce-que no es poco- a preparar las condiciones para que el proceso electoral llegue a buen fin.

Cuando quien tiene la obligación institucional de mantenerse al margen, y no se guardan las formas al participar activamente y de manera interesada en formular una candidatura ad hoc a intereses de grupo, el ambiente se distorsiona originando el riesgo de una ruptura política al interior de las filas de su partido. ¿Qué motivaciones inducen a esta conducta de inocultable favoritismo hacia un grupo?

Como se observa el escenario varias pudieran ser las causas: una de ellas que el gobernador se asume sólo, que no cuenta con la colaboración confiable de elementos afines a su proyecto; que simplemente no les reconoce espolones para participar en una contienda en la que se juega nada menos que la sobrevivencia de un proyecto político de largo aliento. Excepto a Alberto Silva Ramos, a quien le supone capacidad contestataria, pero dos contra el mundo no bastan por mucho recurso público de que se pudiera disponer para implementar las estrategias y organizar una campaña competitiva.

Otra razón pudiera encontrarse en que quizá hubo exceso de confianza en la capacidad operativa cuya base es la jerarquía, o un inconsciente menosprecio respecto de la capacidad participativa y convocatoria política de los senadores priistas. Sin duda sería una lectura errónea que cuenta con antecedentes no muy remotos: José Yunes Zorrilla y Héctor Yunes Landa fueron víctimas de la trampa y la celada político electoral que les tendió el ex gobernador Fidel Herrera, a uno en 2006 y a ambos en 2010; sin embargo, como ya se ha escrito: “nuestras experiencias son producto de los errores cometidos”, y esto da lugar a lo que pregona el adagio “La burra no era arisca”; por esto los senadores veracruzanos aquí referidos ya están curados de espanto, y se antoja muy difícil poder conducirlos a situaciones similares de antaño; sin evadir el hecho de que no es lo mismo Chana que Juana.

El protagonismo también puede tener sus orígenes en ánimos desesperados, porque los calendarios llevan cronogramas y a punto están de cumplirse sin que haya los acuerdos a modo “del proyecto”, sino todo lo contrario; los senadores no ceden y ya han tenido oportunidad de advertir que en las jugadas al descubierto ninguno de ellos figura en el esquema del continuismo. Con estas inferencias sería posible construir una hipótesis: para que la candidatura priista se radique en el ámbito local, o sea, la oportunidad para que el gobernador se convierta en el gran elector, la condición sine qua non consiste en la unificación de criterios entre los actores políticos involucrados en la sucesión, solo que la perspectiva de los senadores no acepta la vocación del continuismo, ni incurre en complicidades lo que impide llegar a acuerdos definitorios. Luego entonces, una vez cumplido el plazo sin alcanzar una fórmula aceptable que no sea la candidatura para alguno de los dos legisladores, la responsabilidad tendrá que regresar al ámbito de la consigna presidencial para que desde allí se exprese la última palabra.

13-diciembre-2015