Veracruz en el cambio
Alfredo Bielma Villanueva
Antaño,
en el viejo régimen, una vez rendido el quinto informe de gobierno del
presidente de la república o de los gobernadores de las entidades federativas
daba inicio toda una parafernalia política, electoral y partidista encaminada a
la sucesión de gobierno; la clase política se disponía a retener el poder o a
ganarlo con votos desde la oposición. En todo caso se trataba principalmente de grupos políticos al interior del PRI en
donde se debatía por el arribo de nuevos actores al poder. El gobernador en turno difícilmente se
pronunciaba por un favorito, hubiera sido suicida una actitud de esa naturaleza
en un entorno en el que la última palabra era la del presidente de la
república. Una vez adoptada, la decisión se transmitía a los gobernadores por
el conducto de gobernación y el Comité Ejecutivo Nacional del PRI se encargaba
de formatear el “destape” encargando a alguno de sus sectores el privilegio de
la primera postulación; la maquinaria partidista se echaba a andar con el
gobernador al frente para apoyar al candidato, fuera o no de su agrado, la
disciplina así lo exigía porque fuera de ella se caminaba hacia el ostracismo
político.
Los
tiempos y las circunstancias han cambiado, muy otras son las formas, la
sociedad es más participativa y se cuenta con instituciones y marco normativo
que cuidan de auspiciar una mejor competencia democrática. En eso mucho tuvo
que ver la alternancia del año 2000, a partir de la cual los gobernadores del
PRI encontraron la oportunidad de resolver sus propias sucesiones; los del PAN,
por razones estatutarias y por no seguir la rutina priista no necesariamente
dependían de la decisión presidencial y en el PRD la postulación se decidía en
base al grupo predominante en su cúpula de mando.
Ya
supimos cómo Miguel Alemán operó en el PRI para que Fidel lo sucediera
(ignoramos si después le ocurría lo mismo que a Díaz Ordaz cuando se veía en el
espejo); asimismo está fresca en la memoria de la clase política la manera en
cómo Herrera Beltrán fraguó la candidatura de Duarte de Ochoa en 2010, todo
esto se produjo en la escena dominada sucesivamente por dos presidentes de
origen panista. Con estos antecedentes, en Veracruz llegamos a la sucesión de
gobierno 2016, ya en la circunstancia de que el actual presidente de la
república tiene origen priista.
No se
afirma nada nuevo cuando se señala que las elecciones ya no son, como antaño
ocurría, automáticamente favorables para el PRI, como se experimentó en el
reciente proceso electoral en el que fue derrotado en Nuevo León y en Querétaro.
No estamos en condiciones de asegurar si los gobernadores de esas entidades fueron
o no consultados respecto de quién debería ser el candidato a sucederlos, lo
cierto es que no fueron ellos quienes decidieron la candidatura del PRI al
gobierno. Sin embargo, en su tiempo se supo que en Nuevo León el presidente Peña
Nieto no había atinado en la designación de la mejor candidatura, pues teniendo
otras cartas más competitivas el perfil de su decisión debió incluir como
estrategia el deslinde inmediato respecto del gobierno, al que la población
imputaba actos de corrupción. El resultado está a la vista, la elección la ganó
un político ex priista arropado bajo el emblema de candidato independiente, pero
apoyado por la poderosa iniciativa privada que si bien no rechazó abiertamente
a la candidata designada desde el centro, en los hechos formuló su propia
propuesta y apoyó a quien consideraba el idóneo para hacer saber que con Rodrigo
Medina de la Cruz ya habían tenido suficiente.
¿Hay
condiciones en Veracruz para que un candidato independiente obtenga el triunfo
electoral? Conviene aclarar que la calidad de “Independiente” no se adquiere
solo por el hecho de ser candidato sin partido; se requiere además de cierta
autoridad carismática del individuo que así se postula, que sea conocido hasta
por debajo de las piedras, que la ciudadanía confíe en su discurso, que no
mantenga estrechas ligas con el establishment, etcétera; obviamente las
circunstancias cuentan, y mucho. ¿Hay inconformidad social y el hartazgo social
basta para ganar una elección en la que se tome como bandera?, ¿cómo es
percibido el gobierno en turno? ¿el partido en el gobierno mantiene unidad
monolítica? Tales, serían algunas interrogantes cuyas respuestas modelarían la
posibilidad del triunfo de una candidatura independiente.
A la
oposición habrá que ponerle nombre y encontramos que realmente precandidatos competitivos
se avizoran dos, panistas ambos: Miguel Ángel Yunes Linares y Juan Bueno Torio;
aunque a la más pura usanza priista de antaño bien pudiera estar fraguándose la
figura del “tapado” materializado en el senador Fernando Yunes Márquez, cuyo
perfil encaja bien en estos tiempos del cambio. La inferencia es lógica si se
advierte la actitud extremadamente discreta que el senador panista ha adoptado.
Juan Bueno Torio ha insistido en su aspiración, legítima por donde se le quiera
ver, tiene experiencia legislativa y es entrón, aunque con un discurso muy
moderado. No así el diputado Miguel Ángel Yunes Márquez, siempre echado para
adelante, frontal opositor al grupo político en el gobierno ¿quién pudiera
regatearle experiencias a este actor político? Miguel Ángel sabe cuál es el discurso
más rentable y cuenta con elementos que la realidad aporta y luego entonces la
población escucha.
El
PRD en Veracruz es mera entelequia, así terminaron por convertirla sus
dirigentes locales entregadas a la fructuosa connivencia con el poder local. Su
discurso respecto de la alianza con el PAN carece de crédito y se mueven en esa
lógica sólo porque la consigna proviene del centro, pero es obvio que no les
asiste convicción y son vulnerables en cuanto a que los del Poder conocen y
pueden comprobar sus enriquecedoras complicidades.
En
ese frente opositor ha irrumpido Andrés Manuel López Obrador, a quien por
razones desconocidas Dante Delgado ha dejado el espacio que le corresponde en
el diagrama ideológico, por llamarlo de algún modo, de Veracruz. MORENA tiene
clientela y trabaja para el 2018 porque aún carece de la estructura adecuada para hacer frente con éxito a las
maquinarias del PRI y del PAN, por lo que es dudoso un 2016 competitivo, sin
embargo el escenario es caldo de cultivo para las sorpresas.
En
cuanto a si el gobernador en turno tendrá oportunidad de intervenir en la
designación del candidato de su partido, no cabe duda que, al menos, tomarán su
opinión; pero la tercera fuerza electoral del país merece ya la atención para las
batallas del futuro y seguramente en el CEN priista y en Gobernación se tienen
los diagnósticos de las 12 entidades en las que habrá relevo de gobernadores.
No caben, se supone, en esas diagnosis ni la retórica de “las señales del
presidente”, ni el aparente “fortalecimiento” del PRI reincorporando alcaldes
de otros partidos, porque entre gitanos no vale la buenaventura. El presiente
no da señales eso es materia de la apreciación lúdica de quienes solo
especulan. Lo cierto es que el PRI veracruzano está seriamente fracturado, eso
es inocultable cuando en la cúpula del poder dos senadores con fuertes y
efectivos nexos con la militancia partidista e indudable acercamiento con la
sociedad civil, confrontan sus expectativas con las del gobernador porque no ha
habido capacidad para la conciliación. Y para empeorarla, la dirigencia priista
al parecer no es proclive a la suma y la multiplicación, luce asendereada para restar
y dividir. De allí la necesaria presencia de un Delegado con jerarquía que, a
la usanza priista de antaño, coordine y apacigüe, atempere y negocie, a la vez
de informar a su normativa sobre el fidedigno panorama del Veracruz en los
tiempos del cambio.
22-noviembre
2015
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