¿COTOS DE PODER EN VERACRUZ?
Alfredo Bielma Villanueva



El Sistema Político Mexicano fue, por sus peculiares características, un objeto de curiosidad y análisis científico para los estudiosos de la Ciencia Política. En su centro brillaba, como estrella boreal, el Partido Revolucionario Institucional, que hizo la diferencia entre un régimen autoritario y uno totalitario, pues a través de su crisol la clase política se renovaba a la vez que dirimía sus diferencias y de esa forma estableció sus añosas relaciones con la sociedad.

Con la derrota electoral del 2000, que implicó la pérdida de la presidencia de la república, se inició un lento y aparentemente frustrado periodo de transición que no se ha percibido por la impericia de quien hizo posible que otro partido accediera a los altos mandos del poder mexicano. Al trastocarse la correlación de fuerzas políticas, por la cual el PRI dejó de considerar a la presidencia de la república como su principal referencia y eje rector, y los gobernadores del signo priísta dejaron de sentir sobre sí la influencia determinante del ejecutivo federal, cambiaron también las relaciones entre los ordenes de gobierno y de los poderes entre sí.

Entre otros, la CONAGO es producto de estas nuevas condiciones; en ella se integran los gobernadores que, en la nueva relación entre los ordenes de gobierno, ahora plantean una interlocución diferente con los poderes de la Unión, sobre todo con el Ejecutivo, para los efectos políticos, económicos y financieros a que haya lugar; un nuevo federalismo pues; o un federalismo de verdad. Una relación de respeto, ya no de sumisión ni supeditaciones políticas respecto del centro. En esa lógica, se escuchan voces exigiendo trato diferente, no deferente, sobre todo por parte de aquellos gobernadores cuyos estados, como Veracruz, Tabasco y Chiapas encierran recursos que aportan energía eléctrica, Petróleo, Gas, agua etc., y a cambio de esos perecederos bienes no reciben la justa correspondencia.

Nuevas actitudes, diferentes conductas políticas que presagian, como en toda alternancia en camino hacia la transición, que vendrán, así se espera, más expresiones del cambio que enrumben al país hacia nuevos derroteros, que esperamos sea para bien..

Ha sucedido, y la experiencia histórica lo demuestra, que en una transición los cambios involucran muchos y variados aspectos, el político es uno de ellos y muy principal. Tal cual observamos, en el estado de Veracruz la relación entre el gobernador y algunos munícipes, están reflejando una situación que difiere y rompe con el pasado más inmediato.

Una transición política implica el tránsito de un régimen a otro, en donde la connotación principal es el fin de lo viejo para instaurar nuevas formas, nuevas relaciones, nuevos vínculos entre los factores y actores de poder que se yuxtaponen o contraponen en las nuevas circunstancias; nuevos gobernantes y nuevas clases dirigentes. Para aquellos que conocen la historia de las civilizaciones, su nacimiento, su metamorfosis y su ocaso, nada debe extrañar, ya que incluyen cambios culturales que sustituyen a las viejas formas. Y, sin embargo, asombran ciertas actitudes que, en el viejo molde, serían simplemente inaceptables.

Está visto que el movimiento político-como fenómeno social- es evaluable, susceptible de evidenciar sus tendencias y predecible incluso, hasta el momento en el que el hombre con su carga combinada de ambiciones, inteligencia y voluntad, en su papel de instrumento político, introduce lo imprevisible en aquella ecuación. Entonces se producen eventos que en la dinámica política anterior eran impensables y no por extraños o rechazables dejan de ser importantes por su contribución al cambio.

Por ejemplo, el gobernador veracruzano Fidel Herrera Beltrán, un reconocido actor político con perfil negociador, presenció una ríspida situación en el evento organizado por el ayuntamiento de Boca del Río para homenajear al fut bolista Hugo Sánchez. En ese acto se hizo patente la polarización política-que no ideológica- de dos enfoques nada coincidentes, en la cual la guerra de los colores emblemáticos se expresó en toda su magnitud. No es una buena señal cuando en la política se antepone la irreductible actitud de escoger entre el blanco o el negro, o lo “malo “y lo “bueno”, pero expresa una incontrastable realidad en la cual los actores políticos, convertidos en clase dirigente, toman sus respectivas posiciones.

Tal pareciera que los tambores llaman a guerra y los militantes, cual “caras pálidas”, pintan sus frentes y mejillas con los colores que los distinguen para un combate, que no parece ser entre ciudadanos afiliados a siglas políticas diferentes, sino entre enemigos irreconciliables; cuando lo único que los separa es la visión distinta que cada cual tiene para resolver los problemas de su colectividad, que en este caso es la misma.

Si bien toda unanimidad es sospechosa y nada deseable, en este diferendo se ha llegado a conductas irrespetuosas, sino es que irresponsables. Signos para preocuparse.

¿De qué otra manera tomar las declaraciones del síndico del ayuntamiento de Boca del Río cuando expresa lo que todavía hace un lustro era inimaginable?

“Vamos a reunirnos para formular un documento en donde, insisto, debe ser un compromiso de dos partes para que respetemos el ámbito de trabajo de cada uno en nuestras áreas. Cuando vengan a un evento municipal se van a tener que ajustar a las reglas por las que optemos”.

“Claramente se le había dado instrucciones al gobernador de que tenía que entrar por la puerta trasera. No cumplió y se presentó el conflicto y eso es lo que nos preocupó. Ellos optaron por complicar el procedimiento y provocaron el desorden”.

“Cuando se trata de un evento en el World Trade Center, los colaboradores del estado revisan que no portemos ninguna especie de publicidad política o cualquier otra cosa que tenga que ver con el partido; entonces por qué pretenden hacer lo contrario en nuestros eventos”.


Independientemente del derecho que le asiste al síndico de Boca del Río de manifestar su pensamiento y a adoptar la posición política que mejor le convenga; ¿será su expresión parte del cambio? ¿Está perdiendo ascendiente el poder? como hipótesis de trabajo, vale preguntar:

¿Cotos inexpugnables de poder? ¿Limitaciones territoriales al gobernador? Porque, por lo menos, la primera impresión que produce es la de un exabrupto inopinado de quien no tiene idea de lo que significa una relación de respeto-de ninguna manera sumisión- entre autoridades de diferente rango, ¿o, acaso será una manifestación política de quien, insuflado por el minúsculo poder de su micro universo político, considera que es de esta manera en que se contribuye a un cambio, por mucho que a este lo queramos todos? Argumentar la jerarquía política de un gobernador respecto de un alcalde no es demeritar la autonomía municipal, mucho menos es pretender interpretar la nueva correlación de fuerzas con argumentos “viejos”. Pero es de elemental conocimiento que el federalismo implica respeto entre las partes y que, independientemente del acatamiento a las jerarquías, sin la unidad de las fracciones se altera el orden, reduciendo a su mínima expresión los motivos y los fines por los cuales una sociedad, con la sinergia de sus componentes, se organiza para vivir mejor.


Diciembre 2006