LA HISTORIA Y EL PÉNDULO
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Alfredo Bielma Villanueva


“La historia, cansada de crear se repite”; una y otra vez se pronuncia también esta frase porque ninguna como ella refleja la realidad que en su devenir generan las sociedades. Fue en 1907 cuando, después de la matanza de trabajadores del Gran Circulo de Obreros Liberales en Río Blanco, el gobierno, preocupado por la latente inconformidad que existía y temiendo más brotes de violencia contra Porfirio Díaz, suprimió los festejos conmemorativos de la independencia nacional. El paralelo lo encontramos ahora en la suspensión del desfile conmemorativo de la gesta heroica del 20 de noviembre en la Ciudad de México porque el gobierno federal ya no quiere pan, sino salir de la ratonera. Pero la historia de nuestro país se está reescribiendo, algo que es muy válido si de actualizaciones se trata, siempre y cuando de ello se encarguen quienes realmente la han estudiado con análisis objetivo, nunca a la manera de Vicente Fox, ínclito ejemplo de la ignorancia suprema.


Fox, apenas tomó posesión, hizo a un lado dos iconos de la historia nacional: la figura de don Benito Juárez y el Escudo Nacional; relegando de la residencia presidencial al primero y desfigurando hasta la caricatura al segundo, en este caso violando flagrantemente el artículo 2° de la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales. También hizo a un lado la conmemoración de la expropiación petrolera y menospreció otras fechas que tradicionalmente habían formado parte de la iconografía política mexicana. “Revolución Mexicana” no es un concepto que se haya fijado en la mente inculta del presidente Fox.


En el discurso que le escribieron para leerlo en la conmemoración del 20 de noviembre, que a puerta cerrada se hizo en Los Pinos, dijo que “A lo que realmente tiene temor es al abuso del poder o a ejercer equivocadamente ese poder”. Si se hablara de “erróneamente ejercer el poder” lo ha hecho con una autosuficiencia extraordinaria. Pero un peligro subsecuente de quienes como Vicente Fox han escalado al poder, es el que pretendan erigirse en inventores de la historia porque, según él, la democracia en México llegó cuando asumió el poder y gracias a esto “ahora toca a los mexicanos preservar y mantener el camino de la democracia, pese a la dureza de los retos y los desafíos”, y enlistó entre los demócratas al fundador del PAN, Manuel Gómez Morín, a Cuauhtémoc Cárdenas, a Heberto Castillo, a Manuel J. Clouthier, a Carlos Castillo Peraza, a Salvador Nava, a Amalia González, a Daniel Cosío Villegas y a José Vasconcelos”; júzguese con esto la malévola intención foxista de inventar la historia contemporánea. Pronto se sabrán los verdaderos motivos por los que Cuahutémoc Cárdenas renunció a la Comisión que organiza los festejos del bicentenario y del centenario de nuestras máximas efemérides.


¿Quien pudiera negar que en nuestra historia haya mitos que ingresaron a ella por el camino del interés del grupo gobernante en turno? Sobre todo para exaltar a quien representara o personificara las motivaciones de su tendencia política. Sabemos que las grandes figuras, incluso la de Juárez, hombre al fin, al calor de los acontecimientos y las circunstancias en las que se vieron envueltos, tuvieron serios resbalones, como los tratados de Mc Lane y Ocampo; o el de Obregón con los tratados de Bucareli.


El caso de Iturbide, que habiendo prestado un invaluable servicio al México que nacía, sucumbió después del efímero momento de gloria del 21 de mayo de 1822, cuando es coronado como “emperador constitucional”, en su momento arropado en una popularidad sin comparación, gracias a que con él se daba fin a una década de sangrientos episodios en los que los próceres de la patria, sacrificados por la represión colonial, eran ya parte de la nueva historia del México que emergía.


Frescos para su tiempo, estos acontecimientos fueron recopilados por Don Justo Sierra con el aval de su integridad intelectual y política: “El Imperio, a pesar de su popularidad, nació muerto, porque nació indigente y defraudó instantáneamente las esperanzas de cuantos en él veían una piedra filosofal (…). La ceremonia de la coronación que naturalmente tuvo un aspecto lujoso, y ridículo, una verdadera apoteosis de advenedizos, pecado imperdonable para la parte culta de la sociedad mexicana, dada al epigrama y que todo lo tolera menos la suficiencia; la organización de la casa imperial, a la que pertenecieron varios de los nobles de la aristocracia colonial; la composición del ministerio, del consejo de Estado, de la dirección del ejército, en todo lo que Iturbide fue pródigo y generoso, halagando a sus mismos enemigos... los besamanos, las funciones religiosas, los festejos y las oraciones populares animaron y encantaron a la sociedad en los primeros días de la dinastía nacional”. Un trono de arena que pronto sería derrumbado por la vorágine de los acontecimientos, promovidos por quienes querían imponer la visión de país que más convenía a sus intereses.


México nacido así, fue victima de la política del péndulo, expresada en el pensamiento de quienes eventualmente se hacían del poder: federalistas y centralistas que se alternaban en la búsqueda por imponer sus condiciones. Así fue hasta que Juárez venció a la invasión y Porfirio Díaz tomó para sí el monopolio del poder durante 30 años, hasta el adiós al “Ipiranga”. Madero, Zapata, Carranza, Villa, Obregón mojaron con su sangre el camino hacia la institucionalización de la Revolución Mexicana, Le sucedió la era de la hegemonía corporativizada sucesiva del PNR, del PRM y del PRI con los inevitables, aunque sutiles movimientos pendulares de derechas a izquierdas. Luego llegó la alternancia sin esbozo alguno de transición, y de la hegemonía se pasó a la oposición y, mucho se teme, a la necesidad de la coalición.


Poco falta para saber si el gobierno de Felipe Calderón proseguirá el fenómeno pendular de nuestra política pues, aunque de origen ideológico conservador, nos inclinamos a pensar que las circunstancias sociales, económicas y políticas que vive el país, lo obligarán a conciliar su adoctrinamiento ideológico con la realidad, tal y como ha sucedido en otros países del planeta. En efecto, sin bien la presidencia de Calderón (tachada por las dudas que generó su reconocimiento como vencedor de la justa electoral), se suscita en base al apoyo de la alianza de las derechas ideológicas con el poder fáctico de los dueños del capital, no sería noticia si, obligado por la fuerte presión de la otra mitad ideológica en el espectro mexicano, se dispone a implementar políticas sociales de beneficio a los desprotegidos y es encaminado a privilegiar las demandas sociales de un amplio sector de la población que ya no aguanta más el peso de su condición y está convertida en un potencial polvorín.


En su viaje sexenal Calderón no va sólo, lo acompañará la actitud contestataria de López Obrador; y a pesar de que haya quienes califican de ridícula la actitud del tabasqueño habrá que observar el manejo del timón y hacia donde señala la brújula. Porque, a propósito de repeticiones históricas: ¿Recordará alguien el capítulo aquel denominado “Éxodo por la democracia” de 1991? La filosofía de la historia dice que esta camina en espiral, no en círculos, razón por la cual los resultados no son exactamente igual.


alfredobielma@hotmail.com

22-XI-06




BLANCORNELAS

Alfredo Bielma Villanueva


Con la desaparición física de Jesús Blancornelas el periodismo mexicano ha perdido a uno de sus mejores exponentes. Sobreviviente a varios atentados que en su contra armó el más cancerígeno y poderoso enemigo de la sociedad, murió de otro cáncer, el que al individuo aflige y que, como aquél, finalmente es fatal. En vida libró batallas con excelentes resultados, no pudo el crimen acallarlo en sus investigaciones periodísticas que hacía extensivas a la sociedad, fue un enemigo incómodo, incluso para ciertas autoridades del ramo policiaco. Si nos apegáramos a la mitología griega, que situaba a las almas de los mejores en el plácido remanso de los Campos Elíseos, seguro estamos que allí estará Blancornelas, no sin antes cubrir el requisito que aún a los mejores se les exige cumplir, como previo requisito para su ingreso.


Seguramente que al comparecer a la entrada de los Campos Elíseos, el recién fallecido reportero excelso, el periodista Jesús Blancornelas, con el propósito de conocer sus méritos, es sometido a una serie de preguntas acerca de la dimensión humana que ha dejado atrás. La primera interrogante habrá sido ¿qué hiciste para creer que mereces entrar a estos idílicos Campos? La respuesta inmediata, me imagino, fue: “luché porque en mi país se respetara el derecho que todo ser tiene a manifestarse con libertad, sin temor al escarnio ni, por supuesto a la autoridad instituida”. A quien formula el interrogatorio seguramente le pareció muy elemental la respuesta, una más que caía en el lugar común, algo que dicen todos quienes blanden la pluma.


Por eso pidió a Blancornelas que abundara en la respuesta: “fui categórico enemigo de la lacra social más peligrosa del mundo moderno que envenena al hombre sin distingos de edades, raza o condición social. Me enfrenté también a impedimentos que encontré en el frente mismo en que yo luchaba pero no me arredré, proseguí en mi esfuerzo y fui víctima de atentados contra mi vida que pudieron haber adelantado esta comparecencia”.



La segunda pregunta fue más contundente: ¿Valió la pena haber vivido tu vida y el sentido que le diste fue por vocación o por ocasión? Blancornelas, ante esta pregunta tan directa, por la madura experiencia de su vida seguramente consideró que habría que meditar muy bien la respuesta, estaba acostumbrado a formular las interrogantes no a recibirlas, pero se trataba de cubrir el requisito para ingresar al selecto espacio en donde sólo los mejores tienen aceptación. Ante aquella instancia son inútiles las mentiras; los eufemismos ya no tienen caso y ninguna condición material vale la pena, así que seguramente optó por relatar que en su vida había padecido hambre, que los inicios de su carrera habían sido harto difíciles y que, cuando la vida lo llevó a encararse a la más peligrosa de las lacras sociales, porque simplemente las circunstancias allí lo habían acomodado optó, como quien se arroja a la corriente de las aguas, por nadar y seguir adelante para alcanzar la otra orilla. Sí valió la pena vivir, consideró, sobretodo porque de alguna manera aportó con su esfuerzo y valentía un ejemplo a seguir, una actitud ante la vida digna de ser reconocida.



Pero también tenía, que duda cabe, la vocación innata de quienes desean superar la condición de masa y trasladarse a la del individuo. Uno que con su carácter, arrojo y deseo de servir y comunicar lo que con ojo clínico observa, lo traslada a la colectividad para que esta tome precauciones para su defensa. Que no se arredra ante la corrompida actitud de una fortaleza basada en el crimen y en el conciliábulo con las malas autoridades para hacerle frente, con la determinación de El Quijote cuando arrostraba los peligros que su fecunda imaginación creaba. Sufrió la adversidad y la inquina de quienes deseaban que callara lo que ellos también veían, pero que en la cómoda complacencia de la complicidad callaban.


En el intermedio entre las preguntas y las respuestas, Jesús Blacornelas, ante el imponente silencio de aquella majestuosa vista, ensimismado, seguramente recordaría a los compañeros del oficio y a quienes, interesados en sus méritos, se le acercaron. Los hubo acomodaticios, unos que bailan al son que les tocan; otros, los más, simplemente toman el oficio como una fuente de ingresos, un trabajo que desempeñar para llevar el pan a la boca, actitud que merece respeto. Pero también hay quienes se juegan la vida en la defensa de su pensamiento y le dan prioridad a la colectividad a la que tratan de servir. Conoció y despreció a los pequeños, aquellos que sucumben ante el poder y se trepan en sus perecederas alas y mientras vuelan queman incienso. Son los que hoy exclaman ¡Hosana al señor! Con la misma fortaleza de espíritu que mañana increparán, impasibles, ¡cuélguenlo, se lo merece! Ensimismado en esas cavilaciones en el solemne silencio de aquel sacro lugar, Blancornelas escuchó decir: “Para ellos mi más absoluto desprecio, esos viven de la pluma, no para servir al colectivo, sino para medrar al amparo del poderoso del momento, aquí no tendrán cabida. Tú, Jesús Blancornelas, has cubierto con méritos el requisito para ingresar y disfrutar de la tranquilidad eterna de estos Campos.


Ante la miseria humana, condolido quizá por esa triste realidad que ya abandonó, Blancornelas se aprestará tranquilo y satisfecho a ingresar al paradisíaco mundo de Los Campos Elíseos. Allí donde Caronte traslada en su barca a los selectos, después de abandonar afuera a la carroña vociferante que, incapaz de escribir líneas propias, transcribe con singular indolencia el boletín que el amo del momento le dicta.


Apenas traspasaba Blancornelas el umbral de aquel panteón cuando llega Roberto Marcos García a quien el cancerbero pregunta: “¿Y tú de dónde vienes tan retrasado? A juzgar por las señas de tu indumentaria te despidieron con violencia”. Vengo-contesta - de un país en donde las autoridades dicen que todo esta bien, en paz y tranquilidad; allí no hay guerra pero asesinan a tantos periodistas que está en el segundo lugar planetario, sólo después de Irak, en donde sí hay conflicto bélico. “Sí, aquí tenemos tu semblanza y dice que eras trabajador, afanoso en la búsqueda de la noticia y que te gustaba investigar, ¿qué hacías?” Calmado ante la visión que aquel lugar le imponía, Roberto Marcos García contestó: como reportero siempre gusté de investigar el delito y sus causas, pero en esta ocasión compartí con los encargados de guardar el orden y la tranquilidad el resultado de mi investigación y parece que entre ellos hay manzanas podridas que actúan en connivencia con los agentes del crimen. Me atrase en llegar porque esperé a conocer las reacciones de mi muerte entre los compañeros de profesión y con agrado comprobé la solidaridad del gremio al que pertenecí; aunque también observé la actitud taimada y medrosa de quienes evidentemente cobran en la nómina pública.


“Bien -le dicen- no perdamos tiempo en esas pequeñeces de los pequeños, pasa a descansar que desde aquí podrás seguir observando la calamitosa vida de quienes atrás se quedaron”.


alfredobielma@hotmail.com







EL ESTADO DE DERECHO
Alfredo Bielma Villanueva



El triunfo de la república en 1867 significó la victoria de la razón jurídica contra la fuerza de las armas; una lucha que se dirimió gracias al tesonero esfuerzo y convicción republicana de Don Benito Juárez por enarbolar la causa antiimperialista, antiintervencionista de corte colonialista que al final selló el destino de México como un país con personalidad propia en el concierto internacional. La ocasión sirvió para que el Benemérito pronunciara un discurso en cuyo contenido expresó con meridiana claridad el imperio de la Ley sobre la fuerza: “Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz”. Mejor expresión para significar la importancia de vivir en un estado de derecho no la hubo. Estado de Derecho implica, sobre todo, el respeto que las autoridades manifiestan por las leyes para cumplirlas y vigilar que se cumplan. Fenómeno socio-jurídico que se produce en una dinámica relación en la que la sociedad juega papel de singular importancia, porque constituye el ámbito de referencia de la ley y el universo sobre el cual esta impera.


Cuando la sociedad está plenamente consciente y segura de que sus gobernantes respetan las leyes, la armonía social es consecuencia lógica. Seguramente así deben avizorarlo la empresa que demandó a la Universidad Veracruzana por incumplimiento de contrato, los abogados que en el litigio intervienen y la propia institución universitaria. Ni qué decir del gobierno estatal que, encargado de velar por el cumplimiento de las leyes, en este caso no le queda otra opción que la de manifestarse solidario con la alma mater veracruzana, aunque de ninguna manera para torcer el sentido que los juzgadores den a sus veredictos. Tal es el Estado de Derecho; tal es la garantía que establece el marco normativo que rige para todos; la ley es dura, pero es la ley.


El mismo cuerpo legal que propone la obligación de la Universidad Veracruzana de pagar a la empresa demandante una cantidad determinada, le otorga la oportunidad de acudir a otras instancias procesales en defensa de sus intereses. Al margen del litigio, o por el litigio mismo, se abre un abanico de posibilidades a la negociación política para disminuir en lo posible el daño financiero a nuestra máxima casa de estudios. En la coyuntura, también impone a los responsables de cumplir la sanción el deber de actuar en contra de quienes fueron los responsables del desaguisado legal, administrativo o contractual que devino en la sangría económica. No hacerlo implica caer en omisión, lo que acarrearía problemas legales a quien le correspondiera ejecutar la acción. Muchos ojos están pendientes, pues la Universidad es un patrimonio de todos los veracruzanos; sobre todo porque si se le lesiona financieramente se estará afectando gravemente el buen desarrollo de los planes educativos.


No hay democracia sin respeto a las leyes; para que aquella impere debe privilegiarse el mandato de la norma legal. Así funciona todo sistema político en el que la voluntad popular está en juego y en el que las leyes participan de manera determinante. No es la democracia la mejor forma de gobierno, pero es la única en la que la voluntad popular cuenta y es susceptible de mejorarse al hacer que esta participe en los asuntos públicos. Con todo y sus imperfecciones la democracia es valedera, aunque en ella permanezca latente el riesgo de que quien se lo proponga, así sea escoria social o política, puede acceder a puestos de poder. Si bien cualquiera puede llegar al gobierno, uno de los defectos de la democracia es que no llegan los mejores; los riesgos indudablemente existen, pero los cauces están abiertos para que en la participación política las opciones sean plurales; para triunfar basta contar con la mayoría.


Para constatarlo un ejemplo de actualidad es el caso del municipio de Martínez de la Torre; en donde en un arranque de megalomanía, gesto muy humano por cierto, el actual diputado federal, alcalde con licencia, empujado por un mesiánico deseo de servirle a la población, ha solicitado reincorporarse al cargo edilicio del que eventualmente se separó para que la ciudadanía lo eligiera su representante popular. Pero, OH Pericles, el pueblo que todo lo manda requiere de sus servicios, lo extraña y le pide que regrese porque no hay obras a la vista; esas sólo él las puede hacer. Por esa razón, en un arrebato democrático, en base al derecho que le asiste, se disciplina al clamor ciudadano y, sacrificando su sitial de digno representante popular ante el altar de la patria, solicita licencia al elevado encargo para volver a la alcaldía, fuente ovejuna se lo implora.


Ante estos dislates, no es difícil encontrar a quien no esté harto de los abusos de ciertos actores políticos que, en la búsqueda licenciosa del poder, hacen de los derechos ciudadanos un muladar. Pero está establecido en la normatividad, que es el deber ser, y para mantener la normalidad, que es el ser, es necesario que la ley se cumpla. Democracia y Estado de Derecho, van juntos, indisolublemente unidos, pues para nadie es un secreto que la democracia es perfectible y que las leyes también. Por ello es que en Derecho Constitucional se habla de la actividad legislativa de la realidad porque es esta la que impone el cambio de la norma jurídica. Y una de las funciones del legislador, en esencia la más importante, es atender a los hechos; la premura con la que lo lleve a la práctica dependerá de su sensibilidad para captar lo que la realidad obliga que se establezca.


Urge pues una legislación que imponga un hasta aquí a estos hechos de vandalismo político que, paradójicamente, son auspiciados por una legislación que se ha atrasado en el tiempo o, mejor, que la realidad ha rebasado. Si bien la ciudadanía está cada vez más despierta, su participación no alcanza para evitar lo que aquí se comenta, pues está en desventaja porque la ley, desfasada en las circunstancias actuales, auspicia la depredación política. Ciertamente, el legislador que ahora quiere regresar a la alcaldía porque su pueblo se lo pide y porque seguramente si no atiende a su llamado lo linchará, tiene a su favor la ley y eso es suficiente para que se acate. Salvo que el pueblo que el alcalde y diputado con licencias argumenta que le implora su retorno, se lo impida, porque entonces, no habrá ley aplicable, salvo negociaciones en contrario, que le permitan cumplir sus “laudatorios” deseos.

El Estado de Derecho es la sociedad en armonía.

18-XI-06

alfredobielma@hotmail.com

AGUSTÍN ACOSTA LAGUNES
Alfredo Bielma Villanueva


Ya pronto termina Vicente Fox formalmente su mandato, una responsabilidad que en los hechos no asumió cabalmente y de lejos se observa que ya ha abandonado el barco a merced de las turbulentas circunstancias. Concluyen los seis años de un gobierno, por llamarlo de algún modo, que dejó pasar la oportunidad de instalarse en la historia por el significado de sus actos. Para una gran parte de la población mexicana, ha representado la pérdida de seis años de su existencia como Nación y como Estado. Al menos en el recuento inmediato el saldo le es negativo. Aún está muy caliente el horno que ahora deja a su sucesor como para hacer un análisis frío y mesurado, aunque en lo inmediato, por lo que se ve, no es merecedor de elogio alguno. Poco hizo de lo mucho que ofreció y las expectativas que levantó permanecieron en esperanzas fallidas.

Gobierno ineficiente, con nada que anotar y sí mucho que contar, plagado de anécdotas, a cual más chuscas; entre las recientes encontramos aquella en la que el Diario Oficial de la Federación publica un acuerdo presidencial que dispone que la entrega de unas distinciones se haga el 30 de octubre; aunque el presidente Fox, que no lee ni “La Familia Burrón”, firma el documento el día 31 y este se publica el 1 de noviembre. Lo que queda para el rico anecdotario sobre ineptitud, la ignorancia, el error y hasta del amor, que ninguna dificultad presentará a quien se decida elaborarlo para pintar a este extraviado sexenio. Por otro lado, si bien el vulgo no piensa y mucho menos analiza ni imprime su huella en la historia, es fácilmente impresionable y susceptible de aceptar a pie juntillas los mitos, por lo que deseamos que no surja el mito foxiano, que ya bastante rica en mentiras es nuestra historia.

Pero hay casos de gobernantes en los que conviene detenerse para abrevar la experiencia que nos legaron. Veinte años han transcurrido desde aquel noviembre de 1986 en el que Agustín Acosta Lagunes entregó las cuentas de su administración, dejando para el tránsito de la historia las constancias de su administración y el juicio que acerca de ella se pudiera formar. Pocos recordarán su obra porque, como ocurre con frecuencia, en lo inmediato predominó la anécdota, en la que destacaron sus desplantes frente a los ciudadanos que se le acercaban y su repudio a todo lo que oliera a política. Los desaires a sus colaboradores eran el reflejo de una irreconciliable actitud entre el deseo de hacer y, por desconocer el entorno político, no saber cómo. Lastimó sensibilidades, atropelló a su paso todo lo que consideraba superfluo; nada que en lo inmediato no fuera útil le interesó. Es la antítesis del político tradicional mexicano, pero en el fondo de su intención subyacía la grave responsabilidad nacida de una actitud seria ante el compromiso contraído con la sociedad veracruzana y con el presidente de la república que lo convirtió en gobernador, en la medida en que era posible hacer de Veracruz el “Granero y Yunque de la Nación”. No hubo tal; la cultura de la simulación y otras muchas deficiencias que a su paso encontró se interpusieron para evitarlo.

Sin embargo, su administración fue de grandes frutos; dejó huellas que aún guardan pistas y es, sin lugar a dudas, Agustín Acosta Lagunes, el artífice de la modernidad que la conurbación Veracruz-Boca del Río actualmente observa. El es el forjador de aquel desarrollo, sentó las bases de infraestructura para un Veracruz moderno. Antes de Acosta, Veracruz no pasaba de ser formalmente “el Primer Puerto de México”, la Ciudad en sí crecía titubeante; después de él la conurbación creció con dignidad y lo que ahora vemos con pujante desarrollo, en aquel gobierno tiene sus raíces.

A Xalapa le amplió el número de arterias vitales de su trazo urbano; a cambio del libramiento, cuyo proyecto esbozó, ensanchó la avenida Lázaro Cárdenas hasta el aeropuerto y pavimentó la Murillo Vidal; construyó el internacionalmente reconocido Museo de Antropología, que bajo su encargo actualmente ha enriquecido su inventario. Otras obras que en su momento fueron prodigiosas, como el puente sobre el Río Papaloapan en Carlos A. Carrillo, construido en el tiempo record de cuatro meses, y muchas más que son constancias plenas de una administración gubernamental seria y sin aspavientos.

“Todo gobernador debe hacer algo por Xalapa, porque es el asiento de los poderes del estado y porque aquí vive”, decía Don Rafael Murillo Vidal, quien predicando con el ejemplo amplió la Avenida Xalapa para darle a la capital un acceso digno de su rango; remodeló los barrancos de “El Dique” que eran basureros insalubres y dejó un hermoso Paseo que la familia jalapeña ahora disfruta. El paso a desnivel del Parque Juárez es de su gobierno y para aquél entonces (32 años ha), era la maravilla urbanística; dejó en breña lo que ahora es la Avenida que lleva su nombre y que, precisamente, bautizó y asfaltó Acosta Lagunes quien, visionario no cabe duda, decretó aquella parte de la ciudad como reserva ecológica, y allí está como un maravilloso lunar esmeralda que con verdadera fruición disfrutamos los vecinos de esta capital.

Hay que decirlo, y escribirlo con énfasis, que los gobernantes de cualquier nivel tienen la obligación de desempeñarse en el cargo, al que arribaron tras solicitar la confianza ciudadana, con seriedad y responsabilidad para cumplir en la medida de lo posible lo que ofrecieron. No es pues su actuación y entrega un obsequio a la ciudadanía ni favor que ésta tenga que devolver. En contraprestación, el servidor público obtiene la cuota de poder que la sociedad le arrienda temporalmente, el uso que se le dé al poder hará la diferencia entre quien merece el reconocimiento o el rechazo público. A Agustín Acosta Lagunes se le pudo acusar de casi todo, pero en lontananza se recordará que nunca fue por corrupción; puesto que -salvo pruebas en contrario- jamás apareó el cumplimiento de su deber con el medro personal.

La cultura occidental, desde la Grecia Clásica que adornó sus teatros, ágoras y avenidas con el reluciente mármol de sus magníficas esculturas, se ha caracterizado por rendirle homenaje a sus benefactores, próceres y dignatarios, aunque entre estos se cuelen algunos de ficción. Pero Acosta Lagunes es un hombre que, convertido en gobernante, cumplió en lo que pudo con su responsabilidad, sin gesticulaciones innecesarias y aún sin que aparentemente le importara la opinión ciudadana. En la inmediatez se le criticó con rudeza; se recordaron más sus defectos y desafectos de hombre público que sus logros como gobernante. Pero el tiempo atempera corazones y diluye pasiones y, en reconocimiento al servidor público, que además es un experto en finanzas públicas ¿porqué no ofrecerle reverencia pública al ex gobernador Agustín Acosta Lagunes? al menos en Xalapa y en Veracruz en donde su huella, hay que subrayarlo, está en las bases que le dieron la imagen que ahora tiene.

El “hubiera no existe” dicen los que saben; “es el intermedio correcto o erróneo entre el acto y la potencia” dirá el filósofo, pero lo cierto es que esta forma gramatical nos sirve de referencia, lo que le da valor de aceptable premisa, para partir del supuesto de que si Acosta Lagunes hubiera contemporizado con las formas “políticas” del “chocholeo” y de “el chayote”, con una tolerable relación con los medios de comunicación, hubiera figurado en las letras negras de las imprentas como el “mejor de los gobernadores de Veracruz”. Y esta conclusión no sería ningún mito.


8-XI-07

alfredobielma@hotmail.com


NADA NUEVO BAJO EL SOL
Alfredo Bielma Villanueva



Apenas trece días después de tomar posesión del cargo de gobernador de San Luís Potosí, Fausto Zapata Loredo dejó el puesto. Una noche antes, ya avanzada la hora, ajeno a lo que se decidía en la cúspide del poder nacional, el gobernador preparaba la documentación relativa a las políticas públicas que desarrollaría durante su mandato y que al día siguiente plantearía en la Secretaría de Programación y Presupuesto.


En la Ciudad de México el Director del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (INFONAVIT), Ing. Gonzalo Martínez Corbalá, era llamado a Los Pinos con urgencia. Allí se le comunicó que se preparara para salir de inmediato a la capital potosina en donde se darían noticias importantes para aquel Estado. Se trataba de convertirlo en el gobernador provisional que sustituiría a Zapata Loredo a quien entrada la noche le llegó a la Casa de los Gobernadores la llamada que le inquietaría el ánimo y le transformaría el destino.


Con dificultades para acceder al palacio de gobierno, porque una concentración de partidarios del doctor Salvador Nava apostados en la plaza pública se lo impedía, Zapata Loredo no había tenido un día fácil desde que asumiera su responsabilidad al frente del gobierno potosino. El Dr. Nava había iniciado una caminata hacia la Ciudad de México en protesta por lo que el consideraba un fraude electoral en su contra y que había favorecido a Zapata con la gubernatura de su Estado. El PAN, con Luís H. Álvarez a la cabeza, apostaba al luchador social potosino. Las condiciones en que se encontraba el país no consentían darle largas a las protestas ciudadanas, porque la experiencia dictaba que era peligrosa extenderlas en el tiempo por el riesgo de que a ellas se sumaran otras que contaminaran aún más el ambiente político.


Por esto es que, el 9 de octubre de 1991, apenas trece días de su ascenso al poder, obligado, Zapata discurre hacia la historia “He tomado la decisión unipersonal de renunciar con esta fecha al cargo de gobernador constitucional del Estado libre y soberano de San Luís Potosí.


“Mi determinación de no poner nunca en riesgo las posibilidades de convivencia pacífica entre los potosinos, me ha llevado a la decisión de allanar el camino mediante mi renuncia a una solución política de los problemas que experimenta nuestro Estado.
Queda constancia en el H. Congreso del Estado de la limpieza y testimonio de la constitucionalidad de la elección que me otorgó el mandato al que hoy hago renuncia expresa”.


No tuvo oportunidad de iniciar “Los Cien Días” diseñados para el arranque de su gobierno; atrás se quedaron las propuestas para seis años de mandato. El Congreso del Estado recibiría la carta de renuncia que estremeció a toda la república y la noticia llegó al campamento del Oftalmólogo Salvador Nava, que se encontraba en los límites de su Estado con Guanajuato, en su caminata hacia la Ciudad de México. Tomó con reserva la llamada hasta en tanto no se conociera la decisión del Congreso potosino sobre este particular.


Para ese entonces otro defenestrado, Ramón Aguirre Velásquez, ya estaba en la reciente historia de una elección con conflictos posteriores que le impidieron asumir el cargo de gobernador de Guanajuato y el beneficiario fue el alcalde panista de León, Carlos Medina Plascencia, quien sin comprar boleto se sacó la lotería.


“La voluntad del pueblo es la que manda” declaró el Secretario de Gobernación Fernando Gutiérrez Barrios en el café La Parroquia de Veracruz, el 13 de octubre de 1991, cuando acompañado por el gobernador Dante Delgado explicó que la solución a los problemas de Guanajuato y de San Luís se dieron “para buscar la tranquilidad social, la paz en beneficio del pueblo, y que se diera con ello una solución política a los problemas que vivían en sus respectivas entidades. Hay que recordar la vieja sentencia que dice que cuando un pueblo a las doce del día dice que es de noche, hay que ir prendiendo los faroles. Quiero decir que la voluntad del pueblo es la que manda”.


Otros tiempos, otras circunstancias. En la superficie del análisis cualquiera se pronunciaría por colegir, comparando, que eran más hábiles los operadores políticos de antaño que los de hogaño. Para poner en tela de duda aquella conclusión bastaría con recordar que los tiempos del autoritarismo presidencial han terminado, tal como los días de la supremacía política y electoral del Partido Revolucionario Institucional. Ahora la autoridad presidencial sigue siendo respetada pero no representa la última palabra. La vigencia de las instituciones se antepone cada vez más a la cultura política de la consigna. La figura del diputado, aunque con lentitud por los tantos años de sumisión al Ejecutivo, tiende a recuperar dignidad; que se hará efectiva cuando se cobre conciencia plena que su dependencia es respecto de la ciudadanía. Que esta, como lo ha ejemplificado el Dr. Salvador Nava en múltiples ocasiones, cuando se organiza mueve montañas y que no hay poder que se le resista.


El PAN apenas figuraba en procesos electorales; el PRD mantenía sobre el gobierno salinista su presión inalterable, la iglesia luchaba por su reconocimiento; la economía dependía del famoso Pacto Económico entre los factores de la producción; se vendían a un ritmo acelerado las empresas paraestatales y el gobierno de Salinas implementaba todos los procedimientos para incorporarnos al Tratado de Libre Comercio con los EEUU y Canadá. Políticamente el PRD se quejaba de que el gobierno salinista privilegiaba al PAN para instaurar en México un bipartidismo, sólo el PRI y el PAN.

Quince años después vemos la razón de aquellos cambios. Todo esto forma una diferencia colosal; es un antes y un ahora.
¿Por qué creció a la dimensión que ahora tiene el problema de Oaxaca? Por supuesto que la ineptitud cuenta, pero con voluntad, tarde y lentamente, pero se hubiera resuelto. Otras causas han mediado para que la capital de aquel estado sea un polvorín, el conocimiento de la realidad nacional es una de ellas. Si en el caso de San Luís se desactivó una causa y se evitó que hubiera derivado en mayores problemas, es bastante obvio que en Oaxaca la solución debía ser inmediata. El movimiento del 68 empezó con un pleito entre estudiantes.


Nada nuevo bajo el sol, lo que cambia es la sombrilla.


alfredobielma@hotmail.com

11-XI-07

CIUDADANÍA Y PARTIDOS POLÍTICOS
Alfredo Bielma Villanueva

05/Noviembre/2006

El presidente López Mateos creó la figura de diputados de partido, allá por 1963, que se mantuvo hasta la Reforma Política de 1977, impulsada por José López Portillo y Jesús Reyes Heroles, ambos personajes muy familiarizados en el campo de las ciencias políticas y sociales, por lo que conocían a la perfección la Teoría del Estado, los orígenes de este y sus transformaciones a través del tiempo y las circunstancias. Sabían lo que hacían pero, claro, si todo se hubiera limitado a la teoría seguramente la Reforma hubiera resultado impecable, pero se trataba del Estado Mexicano al que se le tenía que adornar para sobrevivir. Como lo dijera un inteligente amigo “reformar, para no cambiar”.

En efecto, aquella reforma electoral tan innovadora de su tiempo, se circunscribió a la integración de las cámaras legisladoras a través del principio de representación proporcional y a reconocer constitucionalmente la existencia de los partidos políticos, creando las condiciones para fortalecerlos y ampliar su participación en un contexto en el que imperaba un solo partido y, para acabarla, el partido de oposición tradicional, el PAN, se debatía en una crisis tan seria que le impidió lanzar candidato presidencial en 1976. Con la aplicación del principio de representación proporcional, se buscaba alcanzar una pluralidad que favoreciera la participación de todas las corrientes ideológicas de nuestro país, lo que conllevaba la idea de sacar de la clandestinidad al Partido Comunista y que la izquierda mexicana se manifestara por los conductos institucionales creados por el gobierno. Con el establecimiento de condiciones que estimularan la creación de partidos políticos, se reconoció también personalidad a las asociaciones políticas, ampliando así el margen de participación ciudadana a través de estas estructuras que por muchos años se habían inhibido ante la presencia de un Partido Hegemónico.

Pero, con todo su indiscutible valor, aquella reforma se quedó corta pues no trascendió hacia los municipios, ámbito que es el laboratorio de todo experimento democrático, sino que se circunscribió en el espacio, aunque plural puramente legislativo, conservando intactos los órganos que organizaban las elecciones, ad hoc para el gobierno; el Secretario de Gobernación seguía presidiendo la Comisión Federal Electoral y empleados suyos manejaban el Registro Nacional de Electores. De igual manera, aunque con representantes de los partidos registrados, la Cámara de Diputados se erigía en Colegio Electoral para calificar a sus nuevos miembros y esto, combinado con la supremacía priísta, daba al gobierno un amplio control sobre los resultados electorales.

En estos términos ¿Qué proceso comicial pudiera ser transparente y confiable? Afortunadamente las exigencias ciudadanas, que en el transcurso del desarrollo económico y político del país se sucedieron, hicieron posible los cambios a la legislación electoral. Fue así como se aprobó el Código Federal de Instituciones y Procedimiento Electoral (COFIPE) que dio origen al Instituto Federal Electoral, sobre el que recayó la responsabilidad de organizar las elecciones; además, se crearon el Servicio Profesional Electoral y el Tribunal Federal Electoral; se instituyó la insaculación para designar a integrantes de las casillas; se estableció el financiamiento a los partidos y se mantuvo la exclusividad de estos para postular candidatos.

Reformas subsiguientes desaparecieron la auto calificación de las elecciones y se ha permitido el acceso a las listas nominales de electores; se modificó la estructura original del IFE proponiendo su ciudadanización, sustituyendo (1994) a los Consejeros Magistrados por los Consejeros Ciudadanos; eliminando la figura del representante del Poder Ejecutivo para instalar el de Consejero Presidente (1996); cambiando también la afiliación colectiva por la incorporación individual a los partidos políticos. Significativos avances, no cabe duda; pero al prevalecer el monopolio de los partidos políticos para postular a los candidatos a cargos de elección popular, se quebranta el derecho ciudadano a ser votado, pues lo supedita de manera absoluta a la voluntad de quienes dirigen las organizaciones partidistas.En los tiempos que corren los partidos políticos se han convertido en receptáculos de indiscriminada afiliación, incorporando a su membresía a nuevos militantes sin tomar en cuenta la identificación ideológica que debe ser el vínculo de comunión partidista, y que con ello anula su declaración de principios; a esto agréguese el transfuguismo político que es práctica añeja y cotidiana, incrementada sustancialmente en cada proceso electoral, y se explicará el porqué los partidos han perdido su capacidad de convocatoria al interior de la sociedad, la que desconfía de esas organizaciones por igual. En estas circunstancias, el ciudadano interesado en participar como candidato, al no identificarse con sigla política o tendencia ideológica determinada, se queda en la indefensión más absoluta.

De la misma manera en que hay una Ley que protege el derecho de asociación política y la afiliación libre e individual a los partidos, debe salvaguardarse también el derecho del individuo a manifestarse como candidato por la vía independiente. Si el aspirante es rechazado por un partido político en su empeño de presentarse ante sus conciudadanos como una opción elegible, no se le debe coartar su libertad al impedirle presentarse como un candidato “no registrado”. La Suprema Corte de Justicia validó esta figura en el Estado de Yucatán; cumplió de esta manera con un mandato que la realidad impone como constituyente permanente, pues la realidad legisla.

En el Estado de Veracruz podemos encontrar antecedentes autorizados que dan constancia de que la realidad se impone a la legalidad cuando esta es obsoleta y se hace imperativo apartarla en la negociación política. Por ejemplo, en 1985 en San Pedro Soteapan, municipio popoluca de la Sierra del mismo nombre, apoyados por la Coordinadora de Pueblos Indígenas, un grupo de ciudadanos integraron la organización denominada “Circulo Blanco” para participar en los comicios municipales de aquel año. El candidato de la organización independiente obtuvo 1,847 votos contra 477 del PRI. En apego a lo dispuesto por el artículo 41 Constitucional y la reglamentaria correspondiente, la Comisión Estatal Electoral y el Colegio Electoral dieron el triunfo al PRI, pero las fuertes manifestaciones de protesta que la población organizó en defensa de su voluntad determinaron anular la elección, por lo que el gobernador procedió a nombrar un Concejo Municipal encabezado por quien había sido el candidato del “Circulo Blanco”.

En la elección municipal de 2004, en el municipio de “Las Vigas de Ramírez”, el que fuera “candidato no registrado” obtuvo la mayoría de votos y por detalles de carácter legal no se pudo concretar en los hechos aquella victoria, que ahora mismo sería un referente extraordinario para la elección que viene. El 22 de diciembre de 2004, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, por cuatro votos contra tres, votó a favor de reconocerle y respetarle el triunfo al candidato “no registrado”. Solo que altos designios prefirieron resguardar para los partidos el monopolio de la postulación de candidatos y finalmente se decidió por la anulación de los sufragios del aspirante “no registrado”, para darle la alcaldía a quien en prelación le seguía en número de votos. De todas maneras, ya consta entre las resoluciones de aquel Tribunal la posibilidad de que se repita, ahora sí con éxito, la experiencia reseñada.
Un destacado ciudadano veracruzano, entre otros, ha protagonizado candidaturas de esta naturaleza en nuestro Estado; León Ruiz Ponce suma dos candidaturas no registradas para las alcaldías de Córdoba y de la capital veracruzana. Tozudo en su empeño, mas que por ganar, para demostrar la sin razón del monopolio partidista en este renglón, va por la tercera; es pionero en una perseverancia que la ciudadanía debiera registrar, pues señala el hecho de que los partidos han perdido capacidad de convocatoria, confianza ciudadana e identidad ideológica, que los descalifica eventualmente como intérpretes del sentir político de la sociedad y como conductos idóneos para la manifestación de las ideas y para la búsqueda de cargos de elección popular.
Teóricamente, los Partidos Políticos en todo régimen democrático son los mecanismos adecuados para la participación política y para mantener en correcto orden esa actividad; constitucionalmente están habilitados para esa función, pero sucede que en la realidad mexicana se han convertido en simples instrumentos de grupos de poder que practican la política privilegiando la ambición por conseguirlo, en detrimento de su uso para beneficio colectivo. Entonces es moralmente válido que los ciudadanos busquen alternativas convenientes al interés general y no de los grupos de elite que cupularmente pretenden decidir, sin ostentar representatividad social alguna, el destino de todos. Como se ve, la participación ciudadana es fundamental para realizar el cambio, así lo ha venido demostrando la historia de Veracruz y de México.


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