Ética y Política
Alfredo Bielma Villanueva
CAMALEÓN
Son
inéditas las circunstancias que estamos viviendo en el estado de Veracruz en
cuanto se refiere a las relaciones sociedad-gobierno, a la percepción ciudadana
respecto de lo que hace o no hace el sector público, en lo que tiene que ver
con el enorme problema financiero auspiciado por una deuda pública convertida
en pesado lastre para el gobierno estatal. Adicionalmente, la expectativa de un
periodo gubernamental de dos años, sin precedente en Veracruz, al menos desde
principios de la segunda mitad del siglo XX (periodo del gobernador Marco
Antonio Muñoz 1950-1956), ya que quien asuma el poder se enfrentará a una
problemática política y social cuyos orígenes más cercanos podemos ubicar fundadamente
a partir de 2004. Todo debido al desorden administrativo y la acentuada
anarquía en la implementación de las políticas públicas, junto al atropellado
manejo del recurso público durante el gobierno de Fidel Herrera, trasladando
efectos nocivos hacia la gestión que encabeza Duarte de Ochoa, acaso
incapacitado ya para enderezar la brújula en el frente financiero.
De
entrada, es posible señalar que de los tres principales fines que justifican la
existencia del Estado, la Salud, la Educación y la Seguridad Pública ninguno se
ha cumplido a cabalidad en términos de satisfacer la demanda ciudadana; no es
apriorístico asegurar que esta conclusión riñe sustancialmente con los
parámetros del discurso oficial, y no es caprichosa porque al menos en lo que concierne
a Salud y Seguridad los índices de satisfacción son manifiestamente reducidos.
Y en cuanto a Estado de Derecho, como aseguró en una intervención pública el
doctor Francisco Berlín Valenzuela: “cabría preguntarnos ¿qué opinan los
habitantes de nuestro Estado de Veracruz respecto al estado de derecho?
¿Piensan que realmente las autoridades –en general, lo respetan y se conducen
de acuerdo a sus postulados?”.
Por
si no bastara, una deuda pública exorbitante, elevado porcentaje de
participaciones comprometidas como
garantía de los débitos, inseguridad pública fuera del alcance de las
corporaciones locales, compromisos sociales incumplidos, configuran un complicado
escenario con un margen de maniobra muy estrecho para el gobierno bianual
próximo.
No
obstante ese escenario, se observa a actores políticos en intensa actividad de
proselitismo para obtener la candidatura al gobierno veracruzano, tres militan
en el Partido Revolucionario Institucional, también tres en el Partido Acción
Nacional, uno del Partido del Movimiento de Regeneración Nacional y uno o dos más
la buscan por la vía independiente. ¿Qué los impulsa a luchar por obtener tan
grave responsabilidad? ¿Resolver la problemática veracruzana atendiendo a un
llamado de compromiso social y vocación de servicio, o hacerse del poder para
usufructo personal y de grupo en aras de un proyecto transexenal?
¿Quiénes
de los pretendientes encajan en una u otra hipótesis? Obviamente, la respuesta
requiere de mayores elementos de información, pero de entrada, el nombre, el
discurso y la trayectoria de los aspirantes lo empieza a explicar: Por el PRI: José
Yunes Zorrilla, Héctor Yunes Landa, Alejandro Montano Guzmán; por el PAN:
Miguel Ángel Yunes Linares, Fernando Yunes Márquez, Juan Bueno Torio; por
MORENA, Cuitláhuac García; por la vía independiente Gerardo Buganza, Renato
Tronco y acaso Moreno Brizuela, más los que aparezcan. Aventuraríamos una
respuesta en falso si pretendiéramos encasillar a cada uno de estos actores en
la respuesta a las interrogantes formuladas, eso finalmente le corresponde definirlo
a la ciudadanía veracruzana. No pocos de los aquí nombrados, con sus
respectivos matices, manejan en su discurso político la necesidad de combinar la
ética y la política, para privilegiar la honradez contra el imperio de la
corrupción y la impunidad.
No
erramos si suponemos una necesaria relación entre ética y política cuando el
propósito sustancial de esta radica en participar en la cosa pública para
resolver los problemas colectivos, al margen de beneficios personales; aserto
que sirve para ratificar que el ambiente actual es turbio y requiere limpieza, porque
demasiada corrupción e impunidad han dañado a la función pública y el
descrédito de la clase política es fenomenal.
Incurriríamos
en omisión si olvidáramos que la opinión pública está cansada de lo que observa
y que por lo mismo está ávida de cambios substanciales. No agrada saber que un
gobernador se sube al ring olvidando su condición de gobernante, solo para
salir vapuleado, y no precisamente por el contrincante sino por la opinión
pública que desea resultados desde el gobierno, no pleitos callejeros. Tampoco
el espectáculo de un Congreso local que abdicó de sus facultades a favor del
Poder Ejecutivo, al servirle obsecuentemente en todo lo que éste le instruye,
dejando sin efecto la saludable separación de poderes; esto aclara meridianamente
lo nocivo que ha sido para el país la partidocracia, un fenómeno a través del
cual se manifiesta la subordinación de los actores políticos a los intereses
partidistas y personales, al margen y hasta en contra del interés general.
En
esa Caja de Pandora también se anida la irritación social que observa cómo un
servidor público construye un edificio con costo millonario sin que al parecer
su superior muestre extrañeza y le exija cuentas, en vista de la incompatibilidad
entre la bonanza actual y la estrechez económica en que se debatía no hace mucho
tiempo. En otro de los muchos expedientes que incitan el reclamo de la opinión
pública se encuentra la súbita bonanza inmobiliaria de una señora, antaño
dedicada al reportaje periodístico con modestos ingresos económicos pero que,
tras desempeñarse en un cargo público de mediana categoría aunque con
presupuesto suculento, ahora luce convertida en próspera empresaria, sin que
haya reparos de parte de quien la promovió para investigar las fuentes de esa
por lo menos extraña “prosperidad”. En otro renglón, encontramos que, apenas
tomó posesión de su encargo como titular de una dependencia federal encargada
de proteger al consumidor del exceso de comerciantes voraces, su titular tiene
que salir a explicar que no es propietaria de un antro en el que se ejercitaba sexo
explícito con la participación de la clientela. Estos casos nos permiten medir
el nivel en el que se debate la administración pública veracruzana; como estos,
existe un extenso relicario de similitudes que explican la urgente necesidad de
establecer en México y en esta aldea jarocha vínculos más estrechos entre la
ética y la política, pues está visto el categórico rechazo de la ciudadanía a la
anacrónica manera en que hacemos “política”.
1-Otubre-2015.