Alfredo
Bielma Villanueva
CAMALEÓN
Si escuchamos
con detenimiento el discurso que emplearon Claudia Pavlovich y Jaime Rodríguez
siendo candidatos al gobierno de sus respectivos estados, Sonora y Nuevo León,
y los comparamos con el que emplean una vez que resultaron ganadores deberíamos
asumir que van en serio en eso de aplicar la ley a quienes hayan utilizado las
posiciones de poder para obtener
ganancias ilícitas. Ambos actores políticos pertenecen a filiaciones
partidistas de diferentes signos políticos respecto de sus antecesores, destaca
el de Rodríguez porque obtuvo el triunfo por la vía independiente, pero el
denominador común en su discurso fue el tema anticorrupción, una materia que
por lo visto es rentable electoralmente.
Aunque no con la
determinación que se desea, de cualquier manera asistimos a un espectáculo en
el que, ya sea por venganza política o por verdadera vocación para combatir a
los corruptos, se ha venido actuando en esa lógica. Si bien a Humberto Moreira
se intentó encubrirlo al grado de nombrarlo al frente del PRI nacional, los
datos duros del manejo del recurso público durante su gobierno en Coahuila
hicieron imposible sostenerlo y tuvo que emigrar del país. No ocurrió lo mismo con
Granier, de Tabasco, cuya extrema cleptomanía lo puso a tiro de la justicia pues
las evidentes muestras de sus latrocinios facilitaron que su sucesor, Arturo
Núñez, lo pusiera tras las rejas. En el primer caso, en Cohauila, el gobierno
sucesor es priista y hermano del gobernador saliente, por lo que en inicio hubo
encubrimiento, pero la cloaca la destaparon senadores panistas exhibiendo
información sobre las corruptelas de Moreira; en el tabasqueño, el sucesor, aunque
ex priista ascendió al poder amparado bajo las siglas del PRD, ha aplicado la
ley al priista Granier, cuyas burdas tropelías impidieron siquiera un intento
por defenderlo desde el PRI.
Pero, ¿realmente
existe una correlación entre la alternancia y la lucha contra la corrupción? No
es un tema que invite a respuestas apriorísticas pues subyace un acentuado
riesgo de llegar a conclusiones erróneas. Esa experiencia ya la comprobaron
quienes sostenían que con la llegada al poder de un mayor número de féminas se
reducirían los índices de corrupción en la administración pública casi en
automático; sin embargo, la realidad arroja informes que develan ausencia de
correlación entre género y honestidad en la función pública; casos como el de
Amalia García, quien no salió bien librada de los señalamientos que difundió su
sucesor priista en el gobierno de Zacatecas en que hacía alusión a presuntos
latrocinios; cierto es que una golondrina no hace verano pero se anota como
antecedente. En la aldea jarocha no requerimos casos a distancia porque tenemos
un voluminoso registro sobre el paso de mujeres al frente de gobiernos
municipales donde el balance en términos de transparencia y honestidad no les
favorecen: Acayucan, álamo, Alvarado, Minatitlán, Xalapa, Zongolica, etc., son
muestras más que fehacientes.
Huelga señalar
que en esos casos nada tuvo que ver la alternancia en el poder para exhibir
corruptelas, pues los señalamientos surgieron en el seno de la opinión pública
de los respectivos municipios, en algunos de los cuales la acción de la
justicia llegó hasta el ámbito judicial, pero en los más ha habido manifiesta
voluntad de encubrimiento e impunidad.
Estudiosos de la
Ciencia Política atribuyen a la desigualdad del ingreso, la globalización
económica, el marco regulatorio electoral e institucional moderno, como
elementos de una fuerza generadora de la participación ciudadana, que a su vez
es considerada como propulsora de la alternancia en el gobierno; los
investigadores ubican el inicio de estos fenómenos en la década de 1980, en las
recurrentes crisis económicas que derivaron en inflaciones y devaluaciones
intermitentes; en el marco normativo de la Reforma Política puesto en práctica
en la elección federal intermedia de 1979. La devaluación del peso y las crisis
económica durante el gobierno del presidente De la Madrid (1982-1988)
impactaron severamente a la clase media mexicana, de allí el resultado de la
elección federal de 1988, que pudiera considerarse como un parteaguas electoral
por la combinación de una baja votación para el candidato priista a la
presidencia de la república, las dudas sobre el resultado electoral y un
elevado número de diputados oposicionistas en la Cámara Federal. Circunstancias
que coincidieron con la creación del IFE en 1991, y por una intensa
participación ciudadana en 1996 arrebataron al gobierno la organización de los
procesos electorales con un órgano electoral “ciudadanizado”.
La observación
desde nuestra perspectiva de tiempo y lugar nos permite avizorar que en 1989 se
produjo la alternancia en un gobierno estatal (Baja California), después
vinieron como en cascada en 1991 Guanajuato, San Luis, Michoacán, etc., junto
al otro hito de 1997 cuando el PRI pierde el gobierno del Distrito Federal y la
mayoría en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión; tres años más tarde
este proceso culmina con la alternancia en la presidencia de la república, y nueve
años después, 19 entidades federativas habían experimentado la alternancia en
el gobierno estatal; la era del partido hegemónico había pasado a la historia.
Aún queda en la
hipótesis las interrogantes: si la alternancia política no ha detenido la
corrupción, ¿qué ingredientes más se requieren para abatirla? Si la solución no
está en el género, si la alternancia no garantiza honradez administrativa,
¿dónde radica la causa de la corrupción? Cuando el presidente Peña Nieto señaló
causas culturales para este fenómeno pocos se asociaron a esa idea aduciendo
que era cuestión de voluntad desde el poder. Pero no es nada oculto que el
elemento cultural es aporta importante, muchos años de coloniaje insertaron ese
mal entre muchos otros; por otro lado, si es asunto de voluntad entonces debemos
esperar los acontecimientos, entre otros la manera en cómo cumplirán sus
respectivas alusiones discursivas los flamantes gobernadores de Sonora y de
Nuevo León. ¿Resistirán la presión de cercanos y amigos para abstenerse de
proceder contra sus antecesores tal cual ofrecieron? Sería un primer
planteamiento.
Pero ellos ya se
hicieron del poder, otros siguen manejando el discurso anti corrupción desde su
posición de pre candidatos, como ocurre en Veracruz en dónde con los matices
del estilo personal incluso los pretendientes del PRI subrayan en sus discursos
la lucha contra la corrupción. Los senadores José Yunes Zorrilla y Héctor Yunes
Landa, del PRI, han asumido la necesidad de aplicar las leyes anti corrupción y
hace lo propio el panista Miguel Ángel Yunes Linares; el tema vende, y ya sea
por estrategia electoral o por genuina vocación para transformar la
administración pública veracruzana, quien llegue al poder en 2016 tendrá que
ofrecer resultados para demandar una contraprestación ciudadana en 2018, porque
la ciudadanía exige correspondencia entre discurso y realidad y cambios
sustanciales en la forma de ejercer el poder y el manejo del recurso público.
¿Los dejarán hacer?
20-septiembre-2015.
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