Del
PNR de 1929 al PRI de 2015
Alfredo
Bielma Villanueva
Durante los primeros 80 años
del siglo XX, mientras las naciones del centro y sur del continente americano
dirimían sus diferencias políticas y cambios de gobierno en base al sonoro
rugir del cañón y en no pocas ocasiones hasta con la ominosa presencia de los
“boinas verdes” del “centinela de América”, en nuestro país a partir de 1928 el
imperio de las instituciones ha venido de menos a más, lentamente pero en el
marco de la normatividad vigente. Es el fruto que pregonó Plutarco Elías Calles
en 1929, cuando sembró la semilla del Partido Nacional Revolucionario, mismo
que se convirtió en Partido de la Revolución Mexicana en 1938 y que por el
avatar de los acontecimientos permutó de nombre y orientación a Partido Revolucionario
Institucional, en 1946: “orientar definitivamente la vida política del país por
rumbos de una verdadera vida institucional, procurando pasar de una vez por
todas de la condición histórica del a la de ”. Gracias a ese fenómeno histórico México logró
sus relevos gubernamentales a través de procesos electorales que, aunque no
exentos de artimañas y fraudes, permitieron alcanzar las alternancias de manera
pacífica y sin trastornos sociales en los procesos electorales de 2000 y 2012.
A partir de la efeméride
nacional de 1929 el Sistema Político Mexicano ha mantenido la estabilidad tras superar
serias convulsiones a su interior, como lo fueron las candidaturas
oposicionistas de Almazán y Henríquez en 1940 y l952, respectivamente, logrado
“convencer” a las cabezas opositoras con
prebendas traducidas en cotos de poder y canonjías explicablemente enriquecedoras;
“plomo o alas”, como calificó Narciso Bassols a la receta aplicada al
inconforme para atemperar ánimos y así poder sentar las bases de un país en tránsito
del feudalismo hacia el capitalismo.
Dentro de ese largo proceso de
evolución política, a partir de cuándo la Revolución se bajó del caballo para
treparse al Cadillac, se encuentran episodios aleccionadores, dignos de
referirse porque aportan luz para entender lo que ocurre en el enorme mosaico sociopolítico
de nuestro país. Por caso, en el ámbito periodístico, de entre quienes
deambulan en la “tercera edad”, ¿quién no recuerda la revista Política que
dirigía Manuel Marcué Pardiñas cuya actitud crítica, atípica y temeraria para
ese tiempo, dejó profunda huella del acontecer de su tiempo? El escenario en el
que trabajó “Política” se dio en el marco de fin de gobierno de López Mateos y
la primera mitad del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, la etapa cúspide del
presidencialismo autoritario y represivo, por tal razón “hizo época” al
traducir en sus páginas una visión diferente a la que el gobierno intentaba
reflejar entre la opinión ciudadana; obviamente, la libertad de que Política
hizo uso para expresar una versión diferente y hasta disidente era inusitada y
destacable en el ramo periodístico de su tiempo, sobrevivió de 1960 a 1967.
Tras el inexcusable correr del
tiempo, “Política” se constituye como un ejemplo paradigmático del ejercicio
periodístico asumido en condiciones verdaderamente difíciles, pues el delito de
“disolución social” significaba una moderna Espada de Damocles pendiendo sobre
la cabeza del disidente. No obstante, y a pesar del régimen represor, casi
retadoramente “Política” publicó entre sus ya históricas portadas una en la que
se parodiaba al presidente de la república mostrando la imagen de un niño
despedazando un muñeco entre sus manos, el juguete tenía la forma de la
república mexicana (En tiempo aparte, la Revista ¡Siempre! también publicó idea
semejante).
Por asociación de ideas, y por
las evidencias de cuanto está ocurriendo en la república mexicana- situación de
la que no escapa la entidad veracruzana- esa portada resulta evocadora.
Han transcurrido los años,
México padece desigualdades sociales, la pobreza es crónica, los prohombres de
la política carecen de crédito público, lo que discursean es puesto en tela de
duda y, como decía Calles: “No hay personalidad de indiscutible relieve, con el
suficiente arraigo en la opinión pública y con la fuerza personal y política
bastante para merecer por su sólo nombre y su prestigio la confianza general”. ¿Qué
ha ocurrido, retrocedimos o solo hemos
dado un paso hacia atrás para brincar al futuro y situarnos en el lado correcto,
del genuino funcionamiento de las instituciones? Son temas para la reflexión,
porque cuando lo que un político de la estatura de Calles expresó hace casi un
siglo cobra vigencia, es señal preocupante de que se requieren cambios de mayor
calado.
¿Podrán nuestros llamados
políticos, la demeritada clase gobernante, asumir que aspiramos a “…..un país
institucional en el que los hombres no fueran, como no debemos ser, sino meros
accidentes sin importancia real, al lado de la serenidad perpetua y augusta de
las instituciones y las leyes”, como dijera Calles en 1928? Quizá no sea tan
fácil comprenderlo así por quienes acceden al poder con ánimo patrimonialista, que
solo buscan posiciones de gobierno para el enriquecimiento ilícito;
desafortunadamente esa fauna ha proliferado con desmedido entusiasmo en muchas
entidades del país, y desafortunadamente Veracruz no es la excepción.
30-octubre-2015.