EL PRI: FIN DE UNA ERA

Por Alfredo Bielma Villanueva



Analizar, estudiar los avatares de una institución como el PRI, tan sólida políticamente, tan longeva en operatividad y tan eficiente en sus resultados es, indiscutiblemente, todo un reto para quien desee desentrañar los secretos de su exitosa supervivencia. Es un desafío porque implica escudriñar el contexto social, político y económico en el que se ha desempeñado esta extraordinaria institución política que ha sido un puntal de primer orden en la estructura y el funcionamiento del Estado Mexicano.

Guardar la calidad de Partido casi único en entornos tan diversos y en el mosaico cultural de México es toda una hazaña; funcionar en un régimen de autoritarismo presidencial en el que fue acentuadamente versátil sin perder su identidad significa algo más que la conservación del poder; continuar en el poder a pesar de las intermitentes crisis económicas que han afectado la condición social de miles de mexicanos, guarda especial connotación, de allí el interés de investigar en dónde radica la capacidad de este partido para acomodarse a las circunstancias que lo rodean.

Por la sucesión de sus aconteceres es posible diagnosticar que la hegemonía del PRI fue resquebrajándose de la periferia al centro y que al final fue precisamente desde el centro del poder presidencial en donde se radicaron las condiciones para su derrota electoral en el año 2000.

Vértice coyuntural en los consensos y en los disensos, provocados por la pluralidad y la gran diversidad social de nuestro país, esta institución política siempre ha estado presente en las efemérides mexicanas del siglo XX a partir de sus avatares previos: en 1929, el PNR y en 1938 el PRM. De allí su posición de enclave histórico en nuestro entramado social y político, de allí también su importancia para explicar el decurso de los acontecimientos más importantes de México.

Este partido sobrevivió, y pudiéramos decir que salió ileso después del movimiento estudiantil de 1968, si lo juzgamos por el resultado de las elecciones federales de 1970. En cambio, sus operadores mostraron pereza o incapacidad de adaptación en la errónea interpretación de la realidad cuando no dieron correcta lectura a las nuevas circunstancias, porque calados por la intolerancia y la exclusión hicieron caso omiso en 1986 de la ruptura y el desgajamiento de una importante fracción de priístas que reclamaban al presidente de la república-hecho insólito- nuevas reglas de elección del candidato presidencial y un regreso del PRI al pensamiento político de la Revolución Mexicana.

Por razones de esclerosis política mostraron oídos sordos y solo por la sorpresa electoral de 1988 sacudieron la inercia para remediar la enfermedad, que en esta ocasión se extendía a todo el cuerpo del Estado: un autoritarismo presidencial exacerbado, una clase política y gubernamental desprestigiada, cambios radicales en el modelo económico y un aparato político rebasado, fuera ya de todo el contexto, que exigía urgente reformas al marco normativo electoral y al sistema político mismo.

Sucedió en la última década del siglo XX: el 6 de abril de 1990, en paradoja con el “ni los veo ni los oigo”, nació el Instituto Federal Electoral; en 1994 la sacudida a sus cimientos causada por la muerte de su candidato a la presidencia, se vio compensada por un extraordinario número de votos jamás alcanzado por abanderado priísta alguno; en 1996, producto de la intensa participación ciudadana que ejerció presión para los cambios se produjo la reforma electoral más trascendente del siglo pasado porque cerraba el círculo iniciado en 1946 cuando con el nacimiento del PRI una ley electoral dio al Estado el control de las elecciones, y ahora se lo arrebataba. En 1997 el PRI pierde la mayoría absoluta en el Congreso y el gobierno de la ciudad más poblada del país; una secuencia de acontecimientos que, acompañados por la “sana distancia” del presidente Zedillo, desembocaron en la derrota priísta en el año 2000.

Ahora la competencia es más plural, también se han reducido los índices de inequidad electoral que el propio presidente Zedillo reconocía. Han transcurrido casi dos gobiernos de origen panista y, al igual que hace justamente seis años, los partidos se alistan para la campaña que viene. En la imaginaria popular, esa que carece de elementos para análisis serios, de la misma manera que en 2005 daban por adelantado el triunfo de López Obrador, en esta ocasión ya hacen presidente a Peña Nieto. Para qué adivinar lo que pronto sabremos; poco vivirá quien no lo vea.

alfredobielmav@hotmail.com
marzo 2011