PARTICIPACIÓN CIUDADANA

Por Alfredo Bielma Villanueva



El tránsito de la condición de súbdito a ciudadano acaece cuando el individuo adquiere conciencia de su posición y su quehacer en el contexto social de su cotidianidad, local o nacional, lo que le proporciona una condición de protagonismo activo en la construcción del futuro, armando la forma de su gobierno, proponiendo y eligiendo a los individuos que lo encabezan y proyectando las metas que les son comunes. Esa es una condición diametralmente diferente a la que guardaba el hombre durante la larga Edad Media, en la que como siervo estaba ayuno de todo derecho y perspectiva de mejoras.

Era la concepción medieval, oscurantista, de absoluta sumisión al poder, una muy distinta a la que ahora impera en lo que respecta a la autoridad que se fue desmoronando cuando la pugna entre la ciencia y teología se fue definiendo a favor de esta última. La nueva concepción de la vida impuso como característica principal el uso de la razón, la observación y la experimentación por sobre los argumentos de la revelación y la fe.

Esta breve disertación bien pudiera proporcionarnos la idea de cuán importante es la toma de conciencia del individuo respecto de su posición en el contexto social y la relación del carácter de ciudadano con sus semejantes y con el gobierno a que ha dado lugar.

Según experiencias históricas plenamente comprobadas la forma de gobierno en la época contemporánea deviene en función del mandato ciudadano, en la que mucho tiene que ver la historia del país y su cultura. Durante la prolongada Edad Media, de los señoríos esclavizantes pasamos a las monarquías que apoyadas en la Teoría del Derecho Divino de los Reyes hacía de estos los representantes de Dios en la tierra; a la divinidad debían su autoridad, una que los lacayos tenían que obedecer sin condición alguna. En esta lógica imperaba el dualismo de mandos compartido frecuentemente entre La Iglesia y los Reyes. Pero esa bifurcación de poderes se resolvió de diferentes maneras en el mundo europeo de su tiempo. En Inglaterra, por ejemplo, el Poder Político hizo a un lado al de la Iglesia, no así en España, en donde el báculo clerical tuvo la fuerte injerencia que nos llegó a América a través de la conquista.

La Revolución Francesa vino a dar forma definitiva a la modernidad política al surgir con fuerza eruptiva un concepto diferente del hombre en sociedad: El Ciudadano. Con la nueva concepción política el hombre se despojaba de su condición de siervo, de súbdito del poder, y pasaba a formar parte importante de las decisiones que tenían que ver con la formación de su gobierno. Todo, por supuesto, en teoría, porque eso se gana con participación, algo que no siempre ocurre porque para que acontezca tienen que conjugarse una variada colección de circunstancias: madurez ciudadana, participación ciudadana, educación y cultura, entre otras.

En nuestro país los adversarios de Don Benito Juárez se quejaban cuando el Benemérito se reelegía aún en contra de la disposición constitucional, y oponían razonamientos al hecho de que era el gobierno quien organizaba las elecciones. A lo que Don Benito respondía que no podía ser de otra manera porque la única entidad capaz para organizar un proceso electoral era el Estado, y no le faltaba razón en un país con elevadísima población analfabeta, gran parte de ella formada por aborígenes abandonados a su suerte.

Durante el aciago Porfiriato los “Científicos” organizaban las elecciones, por lo que sus adversarios políticos clamaban por crear “pueblo político”, significando con esto la necesidad de que la ciudadanía apta para serlo participara en los asuntos de la cosa pública, de otra manera, decían, quien seguiría dominando electoralmente sería el gobierno y más de lo mismo.

El prolongado periodo de Dictadura finalmente terminó con el movimiento revolucionario de 1910 cuando, venciendo miedos, variados grupos de ciudadanos participaron en clubes políticos a los que en mucho influyó la auténtica lucha revolucionaria de los hermanos Flores Magón con el programa del Partido Liberal. Madero creó conciencia entre sus iguales de condición económica; los Estados Unidos y sus intereses económicos hicieron lo propio con la publicación de la entrevista Díaz Creelman y la Revolución se hizo.

Después de cruenta lucha política en la que cayeron víctimas del Poder: Zapata, Carranza, Carrillo Puerto, Serrano, Arnulfo Gómez, Obregón, etc., en 1929 Plutarco Elías Calles actuó como auténtico hombre de Estado y decidió enrumbar al país por el camino en el que no habría “hombres necesarios”, creando el Partido Nacional Revolucionario, devenido en Partido de la Revolución Mexicana en 1938 y, finalmente en Partido Revolucionario Institucional en 1946. Pero todo ello con la exclusiva intervención del gobierno y la Clase Política, porque había poco “pueblo político”.

Ya sabemos lo que a continuación sucedió: el poder presidencial se entronizó y se mantuvo en la cúpula a través de un Partido Hegemónico: el Partido Revolucionario Institucional. Como el poder absoluto corrompe hasta al más pintado no pudo haber sucedido de otra manera en México con su clase política, inconmovible hasta que en 1988 la sociedad mexicana encontró una ventana de expresión (acompañada quizás de una fijación histórica), en el nombre del candidato de oposición al PRI: Cuauhtémoc Cárdenas, para expresar su voluntad de cambio. A partir de allí la última década del siglo XX mexicano se caracterizó por un singular impulso a la ciudadanización de la política, de las instituciones electorales y de la sociedad misma. Pero el intento sufrió un impasse cuando muchos de quienes por el impulso ciudadano consiguieron puestos políticos fueron absorbidos por el Leviatán, ejemplos: Vicente Fox, Santiago Creel, Elba Esther Gordillo, aquellos del Grupo San Ángel.

Ser Ciudadano implica para el hombre en sociedad levantarse del suelo social y caminar erecto en busca de mejores condiciones para la colectividad en que se vive. No se puede ser ciudadano si no se adquiere conciencia de ello; no pocas comunidades persisten en esta última condición porque la pobreza y la ignorancia organizada lo propician. En África y Asia es casi un lugar común, Haití en América es un caso destacable.

Con todas nuestras adversidades históricas, en México hemos avanzado sustancialmente en el sentido de convertirnos en ciudadanos libres, nos ha llevado tiempo y sangre conseguirlo, y alcanzar la absoluta libertad es el reto. Constitucionalmente estamos autorizados para la libertad pero penosamente avanzamos en una democracia muy formal, acaso solo electoral; el siguiente paso es hacerlo también en lo económico e incrementar la participación para lograrlo. La clave es, entonces, la Participación Ciudadana hasta alcanzar una democracia participativa. ¿Lo lograremos? La Aptitud Ciudadana y su Participación es la respuesta.

alfredobielmav@hotmail.com
Enero 2011