A POSTERIORI

Por Alfredo Bielma Villanueva



Resultados más que mediocres dejará el actual gobierno estatal a los desilusionados veracruzanos y un pesado paquete de problemas irresueltos a su ya inminente sucesor. Por demagogia, por privilegiar en exceso la política electoral en mengua de la aplicación eficiente de los programas de gobierno; por una pésima implementación de las políticas públicas; por desinterés de la agenda pública; por solo un aparente interés en la agenda ciudadana; por un absurdo sentido de la frivolidad en el cumplimiento de la elevada responsabilidad que significa procurar el bienestar de los veracruzanos; por lo que sea, pero esa es la realidad que encontrará el relevo gubernamental en la geografía física, económica y social del Estado de Veracruz.

Hace solo seis años no pocos se preguntaban “¿a qué horas va a gobernar?” refiriéndose al inquieto trajín con el que Fidel Herrera inició el mandato que un tercio de los votantes del 2004 le había conferido. Poco a poco, con el transcurrir de los días finalmente se fueron convenciendo de que ése iba a ser el sello que el gobernador imprimiría a su gobierno, traduciéndolo en el lema de “un gobierno cercano a la gente”.

Pese a la amarga experiencia que el gobierno de Luís Echeverría había dejado al pueblo de México, los ortodoxos de la política en Veracruz, debieron consentir que de la hiperkinesia de Herrera Beltrán pudiera generarse una nueva forma de gobernar congruente a los nuevos tiempos, que vendría a sustituir al quizás ya “anticuado” pensamiento de que gobernar es reflexionar para actuar; que esto último estaba siendo reemplazado por la idea de que la acción por la acción, por sí sola, alcanzaría para sacar a Veracruz de su marasmo.

Pero pronto pudieron observar no sin preocupación que la “cercanía a la gente” se estaba reduciendo a bautizos, a coronación de reinas de bellezas, de ferias y de carnaval; de anuncios sobre el clima; de los resultados futbolísticos del equipo Tiburones Rojos, ahora ya enajenado y relegado a la segunda división; de optimistas anuncios con lenguaje hiperbólico acerca de los avances de Veracruz en agricultura, pesca, turismo, remediación ambiental, construcción de carreteras, dragado de ríos, de cientos de puentes, de entrega (¿ficticia?) de tractores, de torres y hoteles construidos, de hospitales equipados, de petroquímica, de petróleo, de eficiencia administrativa; de buen manejo financiero; de extraordinaria recaudación de impuestos; etc., etc., etc.

Paulatinamente pudieron observar que el discurso oficial diseñaba un Veracruz nuevo, industrializado, casi un granero de la nación, el polo turístico de mayor desarrollo en México, el punto de atracción de varios gobiernos europeos y de no pocos Estados de la Unión Americana, a los que llamaba la atención-se decía- la forma en cómo se desempeñaba un gobierno que sabía hacer bien las cosas. Los habitantes del sur veracruzano envidiaban a los del norte porque allá sí les había llegado la hora del progreso, pero los del norte a su vez espiaban el gran desarrollo anunciado en el sur veracruzano, su gran infraestructura carretera y agrícola y el renacimiento del emporio petroquímico que, aunque del orden federal, el gobierno estatal por arte de la magia mediática ahora lo hacía posible. Sin embargo, en la realidad nada de eso existía.

La preocupación de los ortodoxos llegó al clímax cuando en el tercer año de gobierno, sin más, se declaraba que en solo un trienio el alcance en obras equivalía a lo proyectado a seis años. Inmediatamente después de la sorpresa provocada por la audaz afirmación devino el desasosiego, primero, porque de ser así, o el programa estaba pésimamente diseñado al grado de equivocarse nada menos que tres años en su temporalidad o, segundo, porque quizás las metas habían sido tan mínimas que esta condición evitaba percibirlas en un universo de enorme atraso social, razón por la cual las mejoras no se veían por ninguna parte. La tercera opción cubría de mayor pesimismo el panorama: todo quedaría en otra ocurrencia más de las tantas que se escuchaban.

De cualquier manera, era fácilmente comprobable que el discurso oficial no coincidía con la realidad, pues a fin de cuentas ni estamos mas industrializados ni hemos salido de la pobreza extrema que aqueja a casi la mitad de los habitantes de Veracruz; ni hay otra delegación del IMSS aparte de las dos que existen hace más de 30 años. Tampoco ha sido por la virtud de los programas del gobierno estatal que se ha detenido la emigración; menos que hayan los empleos que se dice; el campo no prospera ni está suficientemente tecnificado y es obvio que está muy lejos de dibujar un progreso que demuestre la diferencia entre el 2004 y el 2010; la ganadería sigue siendo extensiva, apenas habrá uno que otro ganado estabulado; tampoco contamos con los últimos avances de la energía eólica; en turismo nos acompaña la inercia y se desconoce que exista una campaña de promoción y de fomento de nuestra extraordinaria riqueza cultural y de los recursos que la naturaleza nos escrituró.

El descrédito de la obra pública es tal que a la primera insinuación de su pésimo acabado cunde aún más la desconfianza. En ese punto, para borrar suspicacias, vista como su mayor obra, debiera el gobierno hacer pública la lista de los puentes construidos, señalando su ubicación precisa dejando aparte los del orden federal, que también es gobierno. De igual manera, debiera deslindar las carreteras que cada nivel de gobierno ha construido en el Estado porque las carreteras ofrecidas no aparecen y las que la federación está construyendo aún no se concluyen, la Tuxpan-México es ejemplo paradigmático.

Al final, los esperanzados en que la dinámica personal del gobernador traería beneficios a la colectividad veracruzana debieran empezar a reflexionar que ya no los verán. Los analistas, si bien desde su enfoque de teóricos empedernidos seguramente no cejarán hasta verificar lo realizado, cual corresponde a todo científico social, por la vía de la investigación y empleando el método comparativo de cuánto se gastó con lo que se dice se hizo. Por lo pronto, de la simple observación de la realidad habrá que puntualizarles que si esperan los resultados para formular una definición actualizada sobre buen gobierno correrán el riesgo de permanecer como crisálidas congeladas.

No estaría por demás advertirles que quizás equivocaron o confundieron el objeto de su observación, pues pasaron por alto el hecho de que estaban frente a un extraordinario operador político-electoral y que entonces no era el caso analizar acciones de un gobernante puesto que entre lo uno y lo otro media gigantesca diferencia. Porque lo que se vio fue pura operación electoral, acompañada de la cooptación de la élite de los factores de poder y de medios de comunicación, seis años de lo mismo; la administración eficiente brilló por su ausencia; el estigma de la corrupción permeó todas las percepciones sociales. Aquí, lejos de acciones para el bien común, el principal objetivo era la obtención de votos a cualquier precio, y la meta la retención del poder, que sirviera “al proyecto político”. De la deuda mejor ni hablar, porque ese es otro cuento y, por supuesto, de terror.

alfredobielmav@hotmail.com

Noviembre 2010