MADERO Y LA REVOLUCIÓN MEXICANA

Por Alfredo Bielma Villanueva




Si bien el lenguaje poético navega aislado de la lógica no deja de ser un reflejo del contexto social del que se nutre. Decir, por ejemplo, que “hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan” equivale a esperar una dura respuesta de un racionalista intransigente pues simplemente las aves vuelan, no transitan por el lodoso piso de terrenos cenagosos. Pero cuando el vate veracruzano Díaz Mirón en su poema canta: “El mérito es el náufrago del alma: ¡vivo, se hunde; pero muerto, flota! está reflejando una verdad sempiterna por cuanto a que retrata fielmente lo que ocurre con el discurrir del hombre.

Con miras de ejemplificar podríamos constatar la manera en cómo la muerte enaltece y glorifica al hombre cuando lo alcanza en determinadas circunstancias, tal como sucedió con Don Benito Juárez a quien su repentino deceso en Julio de 1872 lo preservó de la mancha histórica si se hubiera convertido en un detestable dictador, pues ya para ese entonces acumulaba 14 años en la presidencia de la república y empezaba a dar señales inequívocas de que le gustaba el ejercicio del poder. Por su larga estancia en la presidencia ya le estaban surgiendo serias señales de inconformidad incluso entre sus propios correligionarios, como Sebastián Lerdo de Tejada quien le compitió en la elección de 1871. Porfirio Díaz también se le opuso blandiendo el principio de no reelección en el Plan de la Noria, contra “la reelección indefinida, forzosa y violenta, del Ejecutivo Federal”. Independientemente de la cruzada nacionalista y patriótica de Don Benito Juárez contra la intervención extranjera y los apetitos de potencias extranjeras por extender su espacio vital, sin lugar a dudas su muerte estando en el ejercicio presidencial lo colocó en el nicho en el que ahora se le venera.

No es un único caso, uno más reciente es el acontecido en 1994 cuando es asesinado Luís Donaldo Colosio, quien competía como candidato a la presidencia de la república, postulado por el Partido Revolucionario Institucional. Su muerte, muy sentida por todos conceptos, lo elevó al rango de mártir priísta, y como la historia la escriben los vencedores súbitamente lo convirtieron en el ideólogo priísta por antonomasia y el paradigma del político mexicano. Tal concepción se fraguó con su muerte pues no ocurría así mientras competía como candidato de su partido, cuando se le consideraba que había sido escogido por el presidente Salinas de Gortari como abanderado tricolor porque lo pensaba susceptible de ser controlado, una hipótesis que no encajaba en el caso de Manuel Camacho Solís, indudablemente el precandidato mejor calificado de su momento.

Ahora que celebramos el Centenario de la Revolución Mexicana, porque así nos lo enseñaron, recordamos a Don Francisco I Madero como el prócer de la democracia, el apóstol, dice la historia oficial. Sin embargo, los acontecimientos acaecidos en 1911, 1912, hasta febrero de 1913 cuando es asesinado, nos lo muestran realmente como un individuo ajeno a todo propósito de sentido social y sin que el “demos” tuviera el poder. No está por demás insistir en que el hecho de enarbolar la bandera de la “no reelección” por sí solo no convierte a Madero en un prototipo de luchador revolucionario. Pero gracias a su sacrificio fue convertido en un héroe nacional, la muerte- que no la verdad histórica- lo redimió de los múltiples errores que cometió como político y como presidente de la república.

La paz porfiriana empezó a agrietarse acentuadamente en el umbral del Siglo XX, cuando connotados liberales se dieron cita en la ciudad de San Luís Potosí para expresar inconformidades y plantear los lineamientos para el cambio, allí coincidieron Camilo Arriaga, Antonio Villarreal, Ricardo y Enrique Flores Magón, entre otros. En junio de 1906, Cananea, y en enero de 1907 Río Blanco se mostró una vez más la faz represiva del dictador, recordando aquel “mátalos en caliente” de junio de 1879 que en telegrama le ordenara al gobernador veracruzano Mier y Terán; o la matanza de campesinos en 1880 en Papantla; o la cruenta persecución de los Yaquis hasta confinarlos en la sierra; o los campos de esclavitud en Yucatán y Paso Nacional.

En 1906 en Acayucan y los Tuxtlas, Hilario Salas, Miguel Alemán González, Donaciano Pérez, Marcelino Absalón Pérez y Eduardo V. Jara, alias “El Chivo” encabezaron una revuelta enarbolando los postulados del Partido Liberal.

Fue la entrevista que el periodista James Creelman le hiciera en junio de 1908 al dictador- se publicó en la revista Pearson¨s Magazine y solo meses después se conoció en México- la que inició el movimiento político-electoral que bullía reprimido entre quienes veían con preocupación a un gobernante ya decrépito, cuya muerte pondría en problemas a la oligarquía dominante (encabezada por los llamados “científicos” y la rancia burguesía del campo conformada por ricos hacendados y la citadina propietaria de inmuebles y fábricas que, aunque incipiente, ya movía los resortes del poder). El propio Díaz no midió el impacto de sus palabras cuando dijo al reportero: “Daré la bienvenida a un partido de oposición en la república mexicana. Si aparece lo veré como una bendición, no como un mal, y si puede desarrollar poder, no para explotar, sino para gobernar, estaré a su lado, lo ayudaré, lo aconsejaré y me olvidaré de mí mismo en la feliz inauguración de un gobierno completamente democrático en mi patria”.

Fue como la voz de arranque. El Reyismo incrementó su movilidad buscando la candidatura a la vicepresidencia para competir contra Ramón Corral, pero Bernardo Reyes no aguantó la presión a que lo sometió el Dictador y tuvo que aceptar un viaje a Europa comisionado por el gobierno porfirista para realizar estudios militares, dejando el paso libre de la vicepresidencia a Ramón Corral y en la orfandad a sus seguidores, que no eran pocos.

A mediados de 1909 se fundó en la Ciudad de México el Club Central Antirreeleccionista que apoyó a Francisco I Madero, quien recorrió la república hablando de democracia y de antirreelección con lemas de campaña en los que no destacaban los propósitos sociales; uno muy socorrido y frecuentemente utilizado era: “El pueblo no quiere pan, sino libertad”. Y en San Luís Potosí exclamó: “Que lo entiendan bien nuestros opresores; ahora el pueblo mexicano está dispuesto a morir por defender sus derechos; y no es que piense encender el territorio patrio con una revolución, es que no le arredra el sacrificio”. Alocución que le valió la cárcel, desde donde vio transcurrir el tiempo electoral y cómo Porfirio Díaz era reelecto. Rompiendo el arraigo de la ciudad que por intervención de Limantour le servía de cárcel Madero cruzó la frontera y desde Texas hizo circular el Plan de San Luís, que declaraba nulas las elecciones, espurias a las autoridades supuestamente electas y reconocia a Madero como presidente provisional. En el texto se convocaba al pueblo a la revolución para el 20 de noviembre a las 6 de la tarde. En Chihuahua, Sonora, Sinaloa, Coahuila, Durango, Zacatecas, Morelos, Guerrero, Puebla, los brotes armados contra la dictadura encendieron la chispa que convulsionó a México durante los próximos años culminando con la muerte de Obregón en 1928.

La primera etapa del tramo armado de la Revolución encontró cima el 9 de mayo de 1911 cuando Orozco y Villa se apoderaron de Ciudad Juárez, ese fue el jaque mate al ejército federal y la puntilla que convenció a Díaz de la inoperancia de seguir resistiendo al empuje de la revuelta; de allí que decidiera capitular, no sin antes aprovechar la inocencia de Madero quien consintió transar con los vencidos en los Convenios de Ciudad Juárez, procurándoles la oportunidad de integrar el gobierno interino a cuya cabeza quedó el porfirista Francisco León de la Barra. Lo sorprendentemente infantil fue licenciar las tropas que lucharon contra el Porfiriato y dejar intocado el ejército representante del Viejo Régimen; bien lo dijo más tarde Venustiano Carranza: “Revolución que transa, Revolución que se pierde” o, como decía Jesús Urueta: “La Revolución deja de ser Revolución cuando queda dominada por el gobierno contra el cual se efectúa”. El movimiento armado ganando había perdido, pues apenas inició el “nuevo” gobierno quedó en el olvido el artículo III del Plan de San Luís que versaba sobre el repartimiento agrario y la indemnización a quienes habían sido despojados de sus tierras durante el largo periodo que cubrió el porfiriato. Con los Convenios de Ciudad Juárez, Madero se suicidó políticamente.

Porfirio Díaz renunció el 25 de mayo y Francisco León de la Barra tomó posesión del gobierno el día 26 configurándo un equipo con elementos de la revolución y del Antiguo Régimen, en el que aquellos estaban en desventaja en la Cámara de diputados y en el poder judicial. La Revolución se había frustrado.

En la elección del 1° de octubre de 1911 Madero fue elegido presidente casi por unanimidad de los electores; tomó posesión de su cargo el 6 de noviembre y a partir de allí comenzó la lucha de Madero contra sus antiguos promotores y aliados; Zapata se convirtió en vándalo, según lo afirmó Madero ante el Congreso en su primer informe de gobierno el 1° de abril de 1912 al referirse al imparable movimiento agrarista encabezado por el caudillo sureño: “para las rudas inteligencias de los campesinos de Morelos solo puede tomar la forma del vandalismo siniestro”.

En cambio, para los defensores del Plan de Ayala Madero era considerado como apóstata del sufragio efectivo y la no reelección, y “traidor a la patria por estar a sangre y fuego humillando a los mexicanos que desean libertades a fin de complacer a los científicos, hacendados y caciques que nos esclavizan”.

Zapata y los Figueroa en el Sur y Orozco en el Norte, intransigentes en sus propósitos, crearon un ambiente de inestabilidad política al gobierno maderista cuyo titular enfrentaba adicionalmente la desconfianza y el desprecio del ejército federal y de la oligarquía, azuzados por el embajador de los Estados Unidos en México. Una intriga que desembocó en los sucesos de la Decena Trágica, iniciada el 9 de Febrero de 1913 que originó las renuncias de Madero y Pino Suárez el 18 del mismo mes y que culminó con el asesinato de ambos junto a los muros de la penitenciaría de la capital del país.

Así entró a la historia Francisco I Madero, el que convocó a rebelarse a las seis de la tarde del 20 de noviembre de 1910, para finalmente transar con los adversarios del movimiento revolucionario, ciertamente ¡vivo se hunde, pero muerto flota!

alfredobielmav@hotmail.com
Noviembre 2010