MENTIRA Y MITOMANÍA

Por Alfredo Bielma Villanueva



Desde su toma de conciencia como ser viviente, el hombre ha tenido siempre la necesidad de comunicarse con sus semejantes tomando como una de sus principales herramientas la narrativa, primero en su forma oral y escrita después, una vez que pudo inventar un lenguaje para transmitir sus ideas, pensamientos, sus sueños, sus temores, etc. Con harta frecuencia adornaba sus relatos con excesos de imaginación exagerando acontecimientos quizás para hacerlos parecer más interesantes. De allí surgieron los grandes mitos que, según se narraron y de acuerdo a las condiciones del desarrollo social, se convirtieron en verdades virtuales. Un fenómeno absolutamente humano que la historia registra, por ejemplo, con el mito del Minotauro, o los dioses del Panteón griego, etc.

Lo cierto es que el tema de la mentira como fenómeno social y político es recurrente en diferentes etapas del desarrollo de la humanidad. En esa lógica, en 2007 la empresa Consulta Mitofsky levantó una encuesta a la que denominó “La mentira cotidiana, una aceptada costumbre” según la cual los mexicanos decimos 94 mil 900 millones de mentiras al año. De acuerdo a esta consulta los mexicanos no nos consideramos mentirosos y en una escala de 0 a 10 para medir el grado de mentirosos que pudiéramos ser mil personas encuestadas eligieron 3.6.

A los mentirosos se les clasifica en dos tipos: los que mienten patológicamente y los que mienten por hábito. Según la encuesta, los mexicanos aceptamos decir cuatro mentiras al día, algo así como 260 millones de mentiras diarias. De los encuestados, el 18.1% dijeron mentir por necesidad; el 16.8% dice mentiras por conveniencia; el 14.8% para evitar conflictos y el 8.3% sólo por costumbre. Los hombres llevamos la delantera en eso de mentir, más aún los menores de 30 años, así como los de mayor preparación académica. Conforme al resultado de la consulta pudiera afirmarse que mentir es un lugar común, que forma parte de la existencia misma, puede ser un fenómeno cultural.
No sucede así con, por ejemplo, el mitómano. Aquí ya se trata de un trastorno de la personalidad, aunque-según dicen los que de eso saben- mentir patológicamente no está considerado como un trastorno psiquiátrico. No es difícil dar con un mitómano y es poco probable ser un reo permanente de sus mentiras, cuyo génesis se explica porque casi siempre tienden a ganar prestigio y reconocimiento entre los demás. Lo grave sucede cuando el mitómano se cree sus propias mentiras, los especialistas los catalogan como psicópatas.

Es un fenómeno tal cultural que, al menos en México, atribuimos esta característica a quienes desempeñan cargos públicos. Lo observamos cuando escuchamos el discurso político y buena parte de su contenido no lo creemos.

La investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, Sara Sefchovich, en su libro “País de las Mentiras” documenta las mentiras de los políticos mexicanos, sus contradicciones y el desfase entre su decir y su hacer. “Los políticos- escribe- dicen verdades a medias, dan versiones diferentes de los hechos. Santiago Creel (ex secretario de Gobernación) juró que nunca iba a autorizar los casinos, mintió y lo peor, es que siguió con su enredo hasta que fue descubierto. Son ejemplos de la vida cotidiana que todos hemos vivido, pero lo permitimos, no nos importa, no evaluamos lo que nos prometen y luego no hacen”. Abunda: “Hubo tiempos en que nos decían no van a subir la gasolina y todos llenábamos el tanque porque sabíamos que eso significaba que subiría…”

En su libro Así lo Viví”, Luís Ugalde introduce un comentario acerca de la manipulación de la verdad y cita al filósofo Harry G. Frankfurt, profesor de la Universidad de Princenton, quien escribió un ensayo titulado On bullshit. “Allí discurre-dice Ugalde- sobre la mentira y la charlatanería. Para el autor el mentiroso se ciñe en general a la realidad, pero introduce una falsedad en un punto preciso de su argumento para alejarnos de la verdad. El mentiros usa los referentes de la realidad que lo rodea y que los demás asumen como verídicos. En su argumentación, sin embargo, cambia algún presupuesto o algún dato, pero siempre respetando la veracidad del resto de sus afirmaciones. El charlatán, en cambio, está dispuesto a falsear también el contexto. Mientras que el mentiroso debe ser analítico para que sus conclusiones se sigan de sus premisas (algunas falsas), el charlatán tiene más libertad porque falsea el contexto, las premisas y las conclusiones. El charlatán es más expansivo e independiente, con oportunidades más amplias de improvisación, colorido y juego de la imaginación. Es menos una cuestión de técnica que de arte”. Si el mentiroso debe ser en cierto modo inteligente e ilustrado, el charlatán solo debe ser imaginativo y atrevido: solo debe dar libertad para que su lengua hable y diga cosas”. Pp. 290-91

Sigue Ugalde: “Según el filósofo, el charlatán no tiene interés en la verdad. -Su intención no es informar de la verdad ni tampoco ocultarla (…) la motivación que lo guía y lo controla prescinde de cómo son realmente las cosas de las que habla”- Al charlatán no le importa si las cosas que dice describen correctamente la realidad Simplemente las extrae de aquí y de allá o las manipula para que se adapten a sus fines.- A diferencia del mentiroso que debe pisar el terreno de la realidad, el charlatán se para donde su boca lo dice, habla por el placer de hablar y no tiene recato en cambiar el contexto por el solo gusto de hacerlo”. Concluye el filósofo: “La charlatanería es peor enemigo de la verdad que la mentira”. P.291

Un tema este por demás interesante por cuanto a que forma parte del diario acontecer en el escenario mexicano y particularmente porque los habitantes de este país lo aplicamos con bastante frecuencia en la contemplación del ejercicio público. Una faceta más del costumbrismo nacional ¿Casos? ¿Ejemplos? Abundan por todos lados, ¿no cree usted?

alfredobielmav@hotmail.com

Octubre 2010