EL RESPLANDOR DEL PODER
(Fragmentos)

VI


En el ancho mundo del estudiante se van formando grupos de amigos cuya identificación se modela con la convivencia cotidiana y el intercambio de confesiones. Se integran grupos que el tiempo consolida y va fortaleciendo la relación amistosa, que algunos prolongan, matrimoniados ya, con las relaciones familiares. Unos se hacen compadres y así transcurren en el paso por la vida. A César llamaba la atención un comprimido grupo de amigos que giraban en torno a una singular figura.

Tal era Rogelio Baltasar, un joven dotado de extraordinario carisma, de sonrisa fácil, su habilidad para la oratoria le permitía destacar por sobre los miembros de su generación. También su inteligencia y la entereza para terminar sus estudios así como la férrea voluntad de no regresar al mundo de pobreza extrema de donde provenía. Dotado de un extraordinario olfato para la política, no se distrajo en los asuntos de la “grilla” estudiantil, seguramente por el apremio de conseguir la subsistencia diaria, que obtenía gracias a la mano amiga de quienes manejaban los programas de gobierno que tenían que ver con los apoyos a estudiantes necesitados; a ellos accedió por la afortunada intervención de otro estudiante que, aunque mayor que él, le brindó generosamente su mano amiga.

Hábilmente, Baltazar buscó y encontró los conductos y las personas que lo apoyaron para sobrevivir los alborozados años de estudiante; pronto sobresalió como un joven estudioso, responsable y con innata facundia. Sus circunstancias y habilidades le permitieron encontrar un mecenas que lo prohijó y le dio la oportunidad de ingresar al servicio público después de participar como orador en la campaña política de un Senador de la República que aspiraba al gobierno de su Estado.

A edad temprana el hombre es muy susceptible de imitar actitudes de sus mayores, sobre todo cuando en la relación con estos opera una jerarquía de poder, Rogelio Baltasar no fue la excepción y abrevó de aquellos sus tempranos paradigmas ciertas conductas que lo ayudaron para abrirse camino, pero que también gravitaron en su contra; pronto ganó fama su destreza para esgrimir las herramientas de la intriga, la “grilla”, el chisme y la simulación. Aún sus mas cercanos amigos reconocían ése “detalle” de Rogelio, quien de todas maneras estaba en centro de aquel grupo de amigos que giraba en torno suyo. Interesante su destino, con un definido deseo manifiesto de salir avante ante los retos de la vida.

Oriundo del exuberante trópico, Rogelio estudió para abogado, desde muy joven demostró sus dotes de orador y fue invitado a dirigir a los jóvenes del partido del gobierno, su voz rítmica y su desenvoltura pronto lo distinguieron de entre los demás, y así, pasando el tiempo, aseguraba que llegaría a convertirse en importante factor de poder. Hubo quienes pensaron que su deseo era difícil de concretarse pues en México era harto dificultoso que alguien que contara sólo con su capacidad pudiera salir adelante ya que los grupos de interés y de poder todo lo deciden, al grado tal de hacer Presidente de la República a quienes se han distinguido por su mediocridad, o bien convertir en gobernadores a aquellos que no vacilan en doblar la cerviz cada que pueden y les conviene; porque, ciertamente, en México la política no se distingue por contar con los mejores hombres, que indiscutiblemente los hay, ya que por lo general en sus filas, como en almácigo, abunda la mediocridad y el servilismo.

Rogelio se estaba iniciando en un mundo en donde el éxito lo alcanza quien ha tenido capacidad para la oportuna reverencia, y en donde el que carece de escrúpulos lleva ya ventaja y quien osa decir no al poderoso está marcado, no llega. Un universo en el que la escala de valores privilegia al que acumula riqueza -no importa cómo -señalándolo como un triunfador, ya que le sirve para escalar socialmente. Bien se dice que el pueblo no tiene memoria.

Rogelio estaba ingresando a ese ambiente de mentiras y traiciones y se preparaba a participar en un círculo de discordia e insania que, pese a su juventud ya empezaba a adivinar. La vorágine de los acontecimientos lo empujó hacia ese universo colosal en donde la intriga, el chisme, el rumor, la envidia ¡el poder! se entronizan y el hombre, causa y victima de lo que crea, cual marioneta se manifiesta en toda su plenitud. Una interesante personalidad de político en ciernes, pensaba César cuando observaba a aquel grupo de amigos, que ya empezaba a ser conocido como “los amigos de Rogelio”.

Uno de esos “Amigos” de Rogelio Baltasar era Javier Salazar, joven también y ya destacado economista a quien aquel sugirió asistiera a una conferencia que sobre Desarrollo Regional impartiría don Celestino Mendoza, un notable y muy brillante economista que figuraba en la lista de entre los que pudieran ser escogidos por el partido oficial para gobernar su Estado, uno de los más ricos en recursos naturales del país. Los grupos políticos se estaban aprestando para la ya vecina sucesión presidencial y don Celestino Mendoza, poco elocuente pero amigo cercano de Porfirio Medrano quien administraba una de las empresas más poderosas y solventes del gobierno federal, se perfilaba para llegar a gobernar su Estado.

En la conferencia, Medrano expresó que éste país para salir adelante necesitaba de una mano firme, eficiente, como las de Porfirio Medrano que, una vez con la batuta en la mano salvaría a la nación de la pobreza y del tradicional atraso. Era evidente el contraste entre los enormes y cuantiosos recursos económicos generados por la explotación de los mantos petrolíferos, acrecentados por los yacimientos recién descubiertos en la exuberante región de las huastecas, y las condiciones de miseria en que vivía más de la mitad de la población mexicana. Parecía que aún con el incremento de las reservas potenciales no se podría salir debido a la incontrolable corrupción al interior de la empresa y al manejo discrecional de contratos de servicio por parte de los dirigentes sindicales, lo que les permitía mantener intocados sus cotos de poder. Esa situación hacía inviable cualquier intento de modernización de aquella empresa. Pero ya era hora de utilizar la riqueza proveniente del petróleo para mejorar las condiciones de vida de la población; una exposición bien argumentada, y mejor documentada.

En el turno de las preguntas y respuestas Javier Salazar pidió al disertante que explicara más a fondo el manejo de la explotación de los nuevos yacimientos petroleros y qué beneficios acarrearía a la entidad pues, a cambio y sin duda, contaminarían gran parte del suelo de las huastecas, perjudicando gravemente el entorno, dando al traste con los supuestos beneficios que ello traería a la nación. La fluidez de los términos de su exposición, lo oportuno del análisis para fundamentar la pregunta y la firmeza de la voz llamaron la atención del conferenciante, quien después de responder a la pregunta con tecnicismos que evadían la respuesta, lo citó en su despacho para platicar sobre el tema. A Javier le sorprendió la invitación pues aquel hombre podría llegar a ser gobernador de su Estado y se le estaba abriendo la excelente oportunidad para establecer una provechosa relación con don Celestino Mendoza.

No pasaron muchos días antes de que Rogelio hablara con Javier para expresarle que don Celestino le había expresado buenos comentarios en torno a su persona y que él había aprovechado la oportunidad para recomendarlo bien con el posible candidato, que había vencido la resistencia de don Celestino porque éste era reticente a recibir recomendaciones. La idea que Javier sacó de aquella conversación fue la de que Rogelio estaba intentando convencerlo de que su relación era determinante para llegar a don Celestino, asunto que no importó por cuanto a lo que eran sus deseos, pues no cualquiera podía interesar a aquel destacado político nacional, famoso ya por su carácter áspero que le dificultaba su relación con los demás.------





XV


Una lección histórica-decía Gustavo- en lo que al ejercicio del poder se refiere, enseña que este no se comparte, cuando mucho se delega, y ¡ay! de aquel que piense que con esta encomienda se hace dueño del poder pues correrá el grave riesgo de llevarse una desagradable sorpresa. Es una operación aritmética muy sencilla: el uno es primero, el dos siempre será consecuencia del principal; en política no hay “dos” sin uno, y en ocasiones el “tres” o el “cuatro”, como en la aritmética según se acomoden, son más que el dos. Pero no hay primera sin segunda pues el “dos”, que puede ser el “tres” en el esquema formal en un gobierno, debe cuidarse de interpretar correctamente las instrucciones y el estilo del que manda. Casos ha habido en los que, quien funge como “el dos”, olvidándose que su poder es delegado, que no es fuente del poder, al faltarle el sustento, se han derrumbado triste y estrepitosamente.-------

Tienes razón, interviene Gustavo, estamos de acuerdo en que la política es la más noble de las actividades del hombre, sin ella no hay coexistencia social. A través de ella se organiza el Estado, se hacen las leyes, se armoniza la convivencia del hombre con el hombre pero, ¡Oh paradoja!, para echarla a andar se requiere de la imprescindible participación del hombre que es quien impone su sello, y este sello es cultural, lo que nos hace copartícipes a todos del manejo de la política. ¿O, qué, el político es un ser aparte, único, exclusivo? No, pues integra la sociedad en que vivimos, es el reflejo de lo que somos, y es como es, porque lo dejamos hacer……….

En fin, concluyó Gustavo, ha llegado Baltasar al gobierno, finalmente coronó su sueño dorado, por el que hizo tantos esfuerzos; por el que sufrió incontables bochornos; por el que padeció menosprecios y rechazos; solo su férrea voluntad lo sacó a flote y adelante, nada le importó, ni desvelos, ni los ácidos comentarios de sus “amigos”; circunstanciales amigos que lo eran sólo cuando acudían a él para la recomendación a un nuevo trabajo. Ésa fue siempre una relación de intereses cruzados entre quienes se conocían más que bien. Pues los “amigos” bien sabían que en las épocas de sequía, fuera del poder, afectuoso y solícito Rogelio Baltasar los convocaría, entonces acudían a la cita pero siempre aguardando el momento de las vacas gordas para cobrar la asistencia a cambio de la posible recomendación que los favoreciera para ser aceptados en algún puesto. Bien sabían que llegando las vacas gordas la relación de inmediato se invertía, cero llamadas de allá para acá. “Amigos”, ellos bien sabían que -salvo contadas excepciones-había sido una relación de intereses entre el triunfador y quienes decidieron hacer el papel de rémoras.

Por eso ahora que consiguió su objetivo, en la madurez de su vida, vigoroso aún, inicia una nueva etapa; “los amigos de Baltasar” ya pasaron a la historia. Porque por razones de ciclos generacionales, en adelante él va a formar a nuevas generaciones en su entorno; pero será un maestro muy severo, bastante enérgico: “si yo sufrí para lograr mi objetivo-parece diseñar su magisterio-tú también tienes que sufrir.” “¿Quieres ingresar a la política? Tienes que padecer lo que yo padecí. No es fácil, no fue fácil. Y aquellos contemporáneos cuyas puyas conocí, padecí y soporté y deseen usufructuar mi éxito, compartirlo conmigo, deben jugar mi juego, bailar al ritmo que yo les imponga.” Sin miramiento a escrúpulo alguno en la lucha por el poder, les exigirá fidelidad hasta la ignominia. ¿Se la guardarán?

César escuchaba a su amigo y confesaba para sus adentros que tal vez tuvieran razón pero le estaban molestando las observaciones que hacía respecto del nuevo astro político, quien generosamente lo había ubicado en una envidiable posición administrativa y a quien ya empezaba a admirar por su talento para la política, por su envidiable memoria, por su gran modestia, por muchos incomprendida y hasta negada. De repente supuso que su compañero hablaba por amargura, por no haberse colocado aún, que estaba equivocado porque sin duda para su provincia se abría una gran expectativa ya que ahora sí se haría realidad lo que la población ambicionaba. Baltasar, el hombre del pueblo, quien conoció privaciones y superó obstáculos realizaría el milagro.

Él representa la renovación, el que dará paso a los retoños que sustituirán a las ramas viejas, como generaciones anteriores lo han hecho en la interminable sucesión del hombre. Nada es para siempre, todo es transitorio en la inagotable veta que regenera la historia del hombre. Ésa es la misión, pensó César, del hombre recién llegado al poder en su provincia; gracias a él las nuevas generaciones tendrán su espacio en la cadena del poder.

Gustavo casi adivinó el pensamiento de César, por eso le espetó un nada cariñoso y sí envenenado dardo: cuán maleable es el hombre-le dijo- que se dobla ante el poder del poderoso, apenas meses antes declarabas tu simpatía por Antelmo Salas, otro aspirante al gobierno, y encontrabas en él incontables virtudes: caballero de la política, seriedad a toda prueba, verticalidad moral, intachable hoja de servicios, hombre de compromisos, leal a sus amigos, etc., y ahora no existe para ti nadie igual que Baltasar al que has terminado por atribuir aquellas lindezas. ¿Es él o el poder del que está temporalmente investido lo que te deslumbra? Sea lo que ocurra, esperaré pacientemente el transcurso de los próximos seis años en los que, estoy seguro, habrá transformaciones en el ánimo de los políticos, por supuesto en ti mismo.----------

Te la pondré fácil, dijo Gustavo a César, como científico social que pretendes ser, observemos tu conducta y la de algunos más respecto de Rogelio Baltasar en los primeros tres años de su gobierno, puedo asegurarte que en la segunda mitad se irá transmutando. Si al término de su mandato Baltasar logra una continuidad en ascenso en su carrera política seguramente permanecerá como el non plus ultra de los primeros años, en caso contrario lloverán sobre él los vituperios a los que la chusma nos tiene acostumbrados. Ciertamente el populacho aplaude a quien después llevará al cadalso.-----------




CAPÍTULOS

IX

El periodo que media entre el fin de una campaña y la toma de posesión de un gobierno se convierte en un interregno desesperante para quienes no tienen acceso directo con el actor principal o con sus colaboradores más allegados. En estas condiciones todo es rumor, chismes y esperanzas; todo lo contrario sucede con los mas cercanos al que fuera candidato, pero ellos tienen la consigna de guardar discreción en sus dichos y en sus hechos, cualquier impostura puede causar la debacle cuando la meta ya está cerca. De allí que la incertidumbre cunda por doquier entre quienes no conforman el grupo de privilegiados. César fue enterado por Javier que éste había sido comisionado por don Celestino para coadyuvar en la elaboración del Plan de Desarrollo que serviría de base a las acciones del gobierno entrante. Ésta información calmó los ánimos de César quien confiaba en que colocándose Javier se le abrían sus posibilidades, pues habían establecido una afectuosa relación. Aunque en el fondo de su desconfiada conciencia aún quedaban los rescoldos de su desengaño con Carlos Sánchez Pérez.

Con esta etérea seguridad emprendió el ya ansiado viaje de regreso a la gran Ciudad, al fin vería a su pequeña familia, su esposa e hijo, no llegaría con las manos vacías llevaba la esperanza de incorporarse al nuevo gobierno, al fin en un trabajo en donde recibiría una paga segura que les proporcionaría la confianza anhelada. Melisa aguardaba la llegada de su esposo, con quien no había perdido contacto diario pues éste se comunicaba telefónicamente aprovechando las facilidades de comunicación que hay en toda campaña política. Estaba enterada de todas las peripecias por las que había pasado su esposo, también de sus logros en cuanto a relaciones políticas y esto la hacía sentir confiada en un futuro halagüeño. Las relaciones de Melisa con su familia se habían acomodado en la conformidad con el nacimiento de su hijo que se convirtió en un tesoro para los abuelos. Aunque sin las comodidades de antaño en casa paterna, Melisa compensaba las limitaciones con la llegada de su hijo y el regreso de su esposo cuya perspectiva pintaban nuevos horizontes para ambos.

Instalado de nuevo en la gran Ciudad César aprovechó para acercarse aún más a Soberanes, quien le guardaba cierto aprecio y comenzó a conferirle tareas relacionadas con los futuros encargos. Las noticias de la provincia abundaban en especulaciones sobre el destino de cada cual de los políticos locales, a Soberanes le pronosticaban una relevante posición dentro del nuevo gobierno, sabían de su estrecha cercanía con Don Celestino y de la absoluta confianza que éste le dispensaba. Era muy difícil de entrevistar, se cuidaba en extremo porque conocía muy bien a quien iba a gobernar su Estado, que era sumamente receloso de quienes ansiaban figurar en la prensa diaria; por esta razón Soberanes actuaba en consecuencia.

Dos semanas antes de la fecha esperada por quienes aguardaban ansiosos, César se despidió de Melisa con quien había planeado que en cuanto estuviera firme en alguna posición de gobierno de inmediato ella y su hijo se reunirían con él. Atendiendo instrucciones de Soberanes llegó con toda la precaución requerida, sin hacer ruido, sin aparecer más de lo necesario en lugares públicos y reuniones de políticos. Su consigna consistía en recoger comentarios y especulaciones e inmediatamente transmitirlas a Soberanes; cualquier detalle, cualquier opinión era importante. Sobre todo aquellas que se refirieran al posible destino de Rogelio Baltasar dentro del nuevo equipo de gobierno.


X
La sorpresa en la integración del equipo de gobierno fue cuando no apareció por ningún lado el nombre de Rogelio Baltazar, a quien las especulaciones de “los enterados” daban por seguro la segunda posición. Sobrevino la decepción cuando se supo que fue invitado por el ejecutivo para que lo auxiliara en un puesto fuera de la entidad; lo habían vapuleado tanto que se llegó a especular que el mandatario, tan voluble él, le había retirado su confianza o tal vez se debía al hecho de que la figura y fama política de Rogelio era de tales dimensiones que su presencia formaría olas al interior del nuevo equipo de gobierno, optando por esta razón por mantenerlo cerca de su ánimo personal pero fuera y lejos del engranaje estatal. La especulación del momento atribuía la no incorporación de Rogelio al equipo de gobierno a su reconocida propensión a generar rumores, los más carentes de sustento; al manejo de la intriga y del chisme y a comentarios frívolos que reflejaban su ya inocultable poca seriedad.

Cuando el nuevo gobierno se instaló César se convirtió en auxiliar de Soberanes, que estaba convertido en el todo poderoso operador político de don Celestino. La cercanía a un hombre tan importante en el esquema del gobierno le dio la oportunidad de conocer a todos los funcionarios que, por alguna u otra razón convergían en esa oficina, que era la más importante, después de la del Gobernador. La experiencia que abrevaba cotidianamente era valiosa y sorprendentemente interesante ya que por razones de su actividad le llegaba información estatal de primera mano, de manera que conocía al día el acontecer político y policiaco del Estado. Todo el palpitar de la sociedad civil y política era registrado meticulosamente en aquella oficina, nada que ocurriera en el territorio estatal se escapaba al conocimiento de aquel hiperactivo funcionario quien desde el arranque se convirtió en un gran factotum de poder.
La información que se registraba abarcaba el amplio acontecer social, político y económico del Estado. Allí, por los partes de seguridad pública que tenía oportunidad de leer, César se enteró de inimaginables sucesos, por ejemplo, que el conocido Lic. Romario del Villar, había sido sorprendido in fraganti en un lote baldío abusando sexualmente de un menor y cuando la información se hizo del conocimiento del gobernante, que lo había traído como colaborador, aquel dispuso que se comunicara a Del Villar, hombre casado y con hijos, que saliera de la ciudad y del Estado y no volviera antes del termino del mandato, de lo contrario sería inmediatamente encarcelado.

Por otro de los partes policíacos se enteró que el contador Anguiano, conocido por las fastuosas fiestas que organizaba en su residencia recién adquirida, fue sorprendido por su esposa en amoroso coloquio con su amante en un motel a orillas de la ciudad. El escándalo en ese inmueble fue mayúsculo pues la señora se hizo acompañar por un notario público que dio fe del incidente. Como se trataba de un alto funcionario de la Contaduría Mayor, Soberanes lo mandó a traer para apercibirle de la necesidad de una conducta mas reservada, que si bien era un asunto de su vida privada, él era un funcionario sujeto a la vera del escrutinio público, y en estos términos una conducta licenciosa nada prudente afectaba al gobierno al que servía.

Su ubicación en ésa dependencia tan estratégica le permitió a César enterarse de muchísimos detalles que no salen a la luz pública pero que le enseñaron cuan diferente es la realidad de la apariencia. Fue testigo de cuando un conocido empresario cuya presencia en la sección de la “gente bonita” de los diarios era constante, acudió a ver a Soberanes para, gimiendo, explicarle la difícil situación por la que atravesaban sus negocios a la vez que le solicitaba apoyo pecuniario para su maltrecha economía. Si bien no se fue con las manos vacías, Soberanes se permitió recordarle que era mas positiva la atención de los negocios y el trabajo honesto que la vanidad que procuran las notas periodísticas; que la ayuda que se le otorgaba era sólo un préstamo y esperaba su devolución tan pronto como las penurias se franqueasen. El empresario aceptó la reconvención y se comprometió a devolver el importe del préstamo. Sin embargo, el sermón sirvió para lo que sirve un impermeable en el desierto y, por supuesto la devolución del empréstito nunca se hizo efectiva, a cambio de lo cual las tertulias sociales proseguían su curso.
La estratégica ubicación de César como auxiliar del hombre más poderoso en el nuevo Gobierno le permitió agenciarse sueldos en diferentes dependencias públicas, cuyos titulares acudían a su oficina en busca de los acuerdos correspondientes. Esto le dio un aceptable nivel de vida, inimaginable apenas meses antes. Por esta inesperada bonanza se entregó a derrochar sus ingresos pues compró de inmediato un vistoso auto último modelo y, por supuesto, una confortable casa mandada a construir en uno de los fraccionamientos más exclusivos de la ciudad; lugar muy distinguido porque desde su lotificación había sostenido un permanente desarrollo, estimulado por una arribazón de nuevos vecinos ocurrida en cada cambio de gobierno.

Cuando las francachelas de fin de semana no se lo impedían iba a la gran urbe a visitar a su familia, allí hacía piruetas para justificar el retardado traslado a la capital provinciana. La esposa, siempre dócil, en muchas ocasiones ahogaba la pregunta de cuando se iría a vivir a la añorada quietud de aquella ciudad, pues ante las evidentes señales de prosperidad económica no entendía el porqué aún permanecía en la metrópoli. Pero César no gustaba de hablar con Melisa de ese tema, demostrándole resistencia y molestia cuando esta lo refería, argumentando lo primero que le venía a la mente antes que dar una respuesta congruente.

En la vida de todo hombre hay eventos que lo obligan a tomar decisiones que definirán su futuro, para bien o para mal. César estaba ya ajustado al trajín de la provincia y valoraba la oportunidad de seguir una carrera política local y, por otro lado, le aterraba la idea de tener que regresar a la gran ciudad. Quizás por ese terror al retorno a la gran urbe había desarrollado un exquisito tacto para sus relaciones y gracias a esta virtud ganó el afecto y apoyo de su jefe, quien al segundo año del ejercicio gubernamental lo puso al frente de una importante Dirección desde donde pudo servirle políticamente a Soberanes y servirse generosamente asimismo en el ramo económico.

La dulce vida que la holgura económica le proporcionaba no impedía a César ciertos remordimientos de conciencia respecto de su familia, de Melisa, la dulce mujer que había apostado por él en los momentos difíciles de sus inicios y que ahora procuraba mantenerla lo más apartada posible para que le permitiera disfrutar de su nueva vida de soltero adinerado y con poder político. La fuerza de la costumbre terminó por inhibir a Melisa de su insistencia en trasladarse a provincia y se empezaba a conformar con las remesas mensuales que su esposo le enviaba. Había tomado conciencia de su situación y de esto sus padres no eran ajenos al recordarle su error original de hacer vida en pareja con César.

Por ello acordó con su esposo que volvería a la Universidad a tomar un postgrado que le permitiera llenar la soledad en que se encontraba, ya lejos de aquel compañero con el que tantos sueños habían forjado.

Cuando el gobierno de don Celestino llegaba a su fin, la mayor parte de los integrantes de su equipo, quizá como un atavismo de la descendencia, cual monos buscaban aferrarse a una nueva liana que les sirviera para no bajar de nuevo al piso, tal suele ocurrir a quienes consideran que el servicio público es para servirse asimismo. Tan pronto como pudo César decidió desligarse del padrinazgo de Soberanes cuyo poder comenzaba a declinar. Después de todo no sería el primero ni el único en adoptar esta actitud, antes y después de él existieron quienes apegados a su conveniencia personal optan por lo que pragmáticamente les conviene, no importando si fuera necesario traicionar a la mano que se les tendió en los momentos difíciles.

Poco a poco, con sutilezas comenzó a desligarse de la férula de Soberanes y a relacionarse con quienes habían acertado a conocer a la nueva estrella que empezaba a brillar en el firmamento; la luz de don Celestino se estaba apagando y ya sin resplandor se le empezaban a notar con mayor acento sus defectos. Con dificultad reunía en su entorno a aquellos que poco antes con ansiedad lo asediaban, de pronto las grandes virtudes que le fueron atribuidas estaban desapareciendo. Igual sucedía con sus colaboradores más cercanos, ocupados en arreglar sus respectivas dependencias para no sufrir las persecuciones que todo nuevo gobierno parece obligado a realizar para parecer, acaso sin ser, más eficiente y honesto en el manejo de los recursos públicos. Limpiar la casa era la prioridad.

En ese cotidiano trajín aprendió César-y además practicó- lo que con harta frecuencia se afirma que el hombre es un animal que se tropieza dos veces con la misma piedra. Él lo comprobaba al observar a aquellos que depositan su confianza en quienes, señalados por la opinión pública como traidores, pero hábiles en el engaño y la zalamería con que lo envuelven, inexorablemente le darán la espalda cuando la miel del poder se haya ido, escudándose en el viejo y consabido estribillo de ser “institucionales”. Se trata de individuos que, al margen de su condición moral son, sin embargo, indispensables para el desempeño de ciertas tareas.

Bastaron seis años a César para convertirse en un hombre sin problemas económicos; con una aceptable residencia; automóviles para su uso personal, una abultada cuenta bancaria; por supuesto una amante que le ayudaba a gastar el excedente monetario que sus ingresos le proveían y la alta consideración de sus amigos, quienes por todo lo anterior lo consideraban un hombre exitoso. Además, había comprado un confortable departamento en la gran urbe para su familia, compuesta por la esposa y su hijo, con el subyacente propósito de arraigarlos pues estaba visto que no había intención alguna de incorporarlos con él a su nueva existencia plena de éxitos económicos.

En el olvido habían quedado las privaciones y las angustias; para él quedaron atrás los vencimientos de letras quincenales. Ahora sus ingresos le permitían dividir el tiempo en fines de semana con viajes a las principales playas y regiones turísticas del país o, de perdida, a las cercanas playas del Golfo de México. La rutina del autobús de línea o del modesto automóvil se cambió por la del helicóptero, la avioneta o el avión. Lejos quedaron las pesadas lozas que la pobreza le imponía.

En el transcurrir de la transición al nuevo Gobierno, con las relaciones previamente cultivadas, César logró colocarse en un puesto de mediano nivel y ya acostumbrado al grillismo tradicional se daba tiempo para recorrer las cafeterías de la ciudad repletas de especuladores, “analistas”, “orejas” y particularmente de rumorólogos que esparcían los comentarios interesados que terminaban en simples “borregos”. Pero ya no era él quien buscaba compañía o que se arrimaba a alguna mesa pidiendo ser admitido, ahora lo rodeaba un séquito de subordinados muy solícitos al mínimo de sus requerimientos y a su mesa acudían varios de los comensales para saludarlo.
Un tema palaciego de conversación cotidiana en las mesas de café era el papel de santón de la política que se le había dado a un destacado profesor, gran orador y literato, político que tiempo atrás había sido defenestrado por una decisión tomada desde la cima del poder nacional por no saber guardar la discreción a sus palabras, y ahora, ya retirado, se convertía en el punto de referencia de los políticos del momento; lo visitaban diputados, funcionarios del gobierno, asesores, etc. Este milagro lo había hecho el gobernante en turno, a quien dio por visitarlo y halagarlo, hecho que no pasó desapercibido para los siempre atentos ojos y oídos de sus subordinados quienes inmediatamente procedieron a imitar a su jefe. Ya es muy conocido el que en política a la mexicana si al medio día el patrón dice que es de noche, los subordinados, cual sumisos corderos, hasta la piyama se ponen.

Ése era entorno en que se movía César, en el que se producían acontecimientos realizados por quienes parecían dominados por un mecanismo de repetición y de imitación. Esto lo llevaba a confirmar lo que venía advirtiendo durante su desempeño en el servicio público acerca de la recurrente incapacidad de los actores de la arena política para el raciocinio y el análisis, herramientas poco exploradas; ello hacía incompatible la creencia popular de que quienes se ejercitan en la política son el non plus ultra de ese quehacer. Era tan decepcionante ésa realidad que la hacía compatible con la noción de la mitología griega de la llanura de asfódeles,* que seguramente se enriquecería hasta el hartazgo con la presencia de cientos de políticos. (*En la mitología griega la llanura de asfódeles era el sendero por donde al morir iban los mediocres, después de cruzar el río Estigia).







XV





Como un suspiro pareció a quienes colaboraban en el gobierno el tránsito de los años pues se encontraban ya en las postrimerías de la administración. Como ocurre en estos casos cada quien buscaba la manera de avanzar o de permanecer en el cargo al cambio de gobierno. Ya conocían el camino que era relacionarse con los hombres de mayor cercanía al candidato, halagarlos con buenas comidas y apoyos subrepticios, como vehículos o pago de cuentas de hospedaje, llegado el momento se cobrarían con creces los gastos. Conocer al candidato era importante, sí, pero lo más práctico era establecer nexos con sus colaboradores más cercanos. Así lo hicieron César y sus amigos, la estrategia no fallaba.

En aquel otoño de aireados atardeceres, tanto Gustavo como César tenían sendos compromisos para entrevistarse con amigos del entrante gobernador del Estado, que en una semana más tomaría posesión de su encargo y aquellos eran mencionados como sus futuros colaboradores. Andaban en búsqueda de trabajo, reubicarse era urgente, no quedar fuera del presupuesto era lo prioritario.

El primero de diciembre de cada seis años, la hermosa capital provinciana se adorna con luces políticas multicolores, tantas como plural es la concurrencia que acude en tropel al rito de encumbramiento de la nueva estrella del firmamento sexenal. El dios del trueno, el dispensador de canonjías, el que decidirá el destino de muchos que, según su suerte y la cultura imperante, cambiarán de status social. Día de jolgorio, noche de fiesta en algunos hogares, luz y sombra, alegría y esperanza contra nostalgia y tristeza; ilusiones frustradas y sorpresas enojosas; anhelantes augurios de una nueva vida. Los flamantes servidores públicos ¿tendrán acaso preocupación por la responsabilidad adquirida? ¿Temor de no poder cumplir cabalmente con la población lo que el nuevo gobierno se comprometió realizar?

Las imágenes del día captadas por cámaras de videos serán transmitidas por la T.V. en noticiarios especiales y en los horarios de rutina. Aplausos, abrazos políticos con sus respectivas palmadas, halagos fáciles para quienes llegan, indiscretas y hasta hostiles críticas para el sol que se oculta, Quetzalcóatl que ya se va sin posibilidades de retornar; aquel que justo seis años antes era el non plus ultra, el salvador, el guía, el único capaz de mantener para su partido el bastión provinciano, ahora era calificado como el burgués alejado del pueblo. ¡Qué contraste con el que ahora iniciaba un gobierno, sol radiante que nacía, pero también Tlatoani perecedero, seis años, a lo mas. Por el momento esto no importa ni viene al caso, la muchedumbre, fiel a su costumbre, glorifica al que llega; del que se fue ni rastro en sus mentes, ese es astro que ya no alumbra, al dejar el poder se convierte en un asteroide opaco, en un árbol hojoso que no da sombra, un árbol en el otoño de su vida política.

Pero, ¿no es acaso esta una película de intensa repetición? por supuesto que sí, aunque, como la serie de James Bond, o “lo que el viento se llevó” interpretado por diferentes actores; los actores secundarios y los extras repiten, aunque de estos últimos algunos llegan a ser actores principales y hasta estrellas; los papeles se intercambian pero, finalmente, son los mismos que antes aplaudieron y ahora reprochan.

Pareciera que la cegadora luz con la que el poder recubre al que poder estrena, aturde a quien lo contempla y lo enceguece de tal manera que, súbitamente, deja de notarle los múltiples defectos que poco antes le encontrara.

¡Cuán especial el día de la ascensión!, los apretujones que se forman para lograr del iluminado una mirada o un saludo, por muy fugaz que este fuere, son fenomenales, tanto que muchos pierden la figura para obtenerlo; ¿conque fin? conseguir trabajo, permanecer en él o lograr canonjías para los negocios.

Después del tumulto que se forma en torno a la ceremonia de toma de posesión, César y Gustavo acudieron a la tradicional cafetería ya colmada de políticos, entreverados jóvenes y veteranos, vinculados por la idea de o mantenerse o escalar posiciones en la administración pública. A ese heterogéneo conjunto de seres humanos lo único que les importaba era el más inmediato de los futuros, mientras más halagüeño mejor.

Estos amigos, acostumbrados ya a la parafernalia que recubre a este tipo de eventos cada seis años, se apoltronaron en sus asientos a practicar el deporte favorito de los políticos en casos como el que nos ocupa: adivinar y especular. César se refería al nombramiento que el gobernador entrante había hecho en la importante cartera de agricultura, nada relevante si no se tratara de un odontólogo, y para explicar la rareza se imaginaba que este tendría alguna especialidad en ganadería, en veterinaria o algo que lo conectara con el campo, o de perdida que poseyera un rancho, ya que era muy difícil concebir que se extendiera un nombramiento de esa naturaleza sólo por amistad o compromiso en un sector tan importante para la producción de alimentos.

Y ¿qué decir del cargo que iba a desempeñar aquél abogado que estuvo encarcelado por un supuesto fraude? y ¿qué fue de aquel destacado político que en campaña fue candidateado para casi todos los puestos importantes de la administración y que terminó siendo nombrado en un cargo menor en el partido oficial? Cada seis años se producen comentarios de diversa naturaleza, todos se circunscriben al estrecho contexto del momento.

Se había designado en la posición número dos en el esquema político-administrativo a una persona novicia en el arte de la negociación, por lo que se dudaba de sus habilidades para el desempeño de ese delicado encargo. Presumiblemente la idea era evitar la pervivencia de un hombre fuerte después del Gobernador. Se concluía que el gobernante no quería revivir la experiencia de sufrir a un actor secundario que lo suplante en la responsabilidad histórica de gobernar, y que, incluso, ante una delegación despreocupada del poder manejara una fuerza política superior a la suya, simplemente porque el que opera, por obvias razones, mantendrá un poder que aunque vicario es el que los súbditos reconocen, y en ocasiones hasta lo padecen.
Pero, como en cuestiones de gobierno el carácter de quien gobierna imprime siempre su sello personal, en este caso se trataba de un hombre avezado en las lides políticas y curtido en las confrontaciones partidistas que no parecía tener intención alguna de permitir que alguien más se comiera parte del pastel. Así parecía al menos, a juzgar por la traslucida fruición de poder que se le advertía.

El tema de la segunda posición en el gabinete ocupó la plática de estos personajes. Gustavo recordaba que gobernador que ha decidido descansar su confianza en un solo operador político ha tenido que establecer un sistema de contrapesos, que termina por ser incómodo y que, en última instancia no resuelve mucho. Gobernador hubo que, confiado en su experiencia personal y conocimiento de la naturaleza humana, propició que los colaboradores de primera línea, ansiosos por ganar terreno político o a no dejárselo arrebatar, les permitió hacer a discreción, seguro de que cada uno de ellos sería para él una inagotable fuente de información acerca de lo que los otros hacían. De esta manera estaba perfectamente bien informado del acontecer político de su entorno y de los presumibles desaciertos de sus principales colaboradores. Pero esta estrategia prohijaba rumores en la opinión pública; el principal suponía que el hombre fuerte del gobierno engañaba al gobernador, aprovechando la concentración de poder. Sin embargo, la realidad demostraba que todos los colaboradores se cuidaban de no cometer desaciertos, por temor a que sus adversarios lo descubrieran ante su jefe.

Otro Gobernador, cuyo estilo propició la existencia de un hombre fuerte en su gobierno, cuando éste fue el centro de las decisiones, a trasmano decidió pedirle a sus colaboradores más cercanos del área política que cualquier cuestión de gobierno le fuera consultada directamente a él, para evitar triangulaciones y equívocos, no fuera a suceder que otorgándole un poder desmesurado al operador principal aumentaran los celos políticos o, como ya había sucedido, despertara sentimientos de desconfianza al observar que aquel realizara o propusiera movimientos a su antojo.

Una lección histórica-decía Gustavo- en lo que al ejercicio del poder se refiere, enseña que este no se comparte, cuando mucho se delega, y ¡ay! de aquel que piense que con esta encomienda se hace dueño del poder pues correrá el grave riesgo de llevarse una desagradable sorpresa. Es una operación aritmética muy sencilla: el uno es primero, el dos siempre será consecuencia del principal; en política no hay “dos” sin uno, y en ocasiones el “tres” o el “cuatro”, como en la aritmética según se acomoden, son más que el dos. Pero no hay primera sin segunda pues el “dos”, que puede ser el “tres” en el esquema formal en un gobierno, debe cuidarse de interpretar correctamente las instrucciones y el estilo del que manda. Casos ha habido en los que, quien funge como “el dos”, olvidándose que su poder es delegado, que no es fuente del poder, al faltarle el sustento, se han derrumbado triste y estrepitosamente.

Aquí intervino César, quien aprovechó la oportunidad para recordar la teoría de los controles del poder: estoy cierto, dijo, de que una cosa es el control del ejercicio del poder de un subordinado a quien sólo se le delega y otra muy diferente el control del poder del Estado por instituciones establecidas para ese efecto; aún en el mas acendrado absolutismo se establecían los contrapesos al Poder, sólo que ante una población que era mayoritariamente iletrada, con escasa información y nula libertad para participar, poco se podía hacer. Pero esto de los controles del poder ya fue teóricamente avistado tanto por Platón, Aristóteles, Tácito, Cicerón, Juvenal, Hobbes y Montesquieu, como por los más destacados constitucionalistas contemporáneos.

En nuestros tiempos, continuó César, observamos cómo la sociedad ha ido recuperando espacios ante el poder, creando mecanismos en donde la participación ciudadana se hace presente y llevando a nuestra democracia a un ámbito más cercano a lo participativo, siguiendo la tendencia moderna que asienta que una sociedad civil mejor organizada garantiza los controles al poder y vigila el progreso democrático. Además, si la participación ciudadana se fortalece a través de organizaciones sectoriales y territoriales, la sociedad tendrá mayor oportunidad de integrarse a la formulación de las políticas públicas, en las que puedan coexistir armónicamente la agenda pública con la ciudadana.

Edmundo, que escuchaba la disertación de sus amigos, sonreía con agrado pues el ambiente que los rodeaba y estos razonamientos traía a su memoria las interminables discusiones escolares y, copas de por medio, intentaban resolver el problema del hombre; misión imposible que de rutina repetían cada sábado. Por un momento olvidé en donde me encontraba, les dijo; ahora caigo que estoy en la capital del Estado más politizado de la república; en donde el más chimuelo masca plomo y el calvo peina trenzas; y que estoy con amigos de juventud y de aulas universitarias precisamente en la encrucijada de un gobierno que se va y otro que se está integrando en su relevo.
Todo este entorno, que por su realidad descarnada asombraría a los grandes teóricos que citó César hace recordar a la imaginada ágora ateniense, resolviendo los asuntos públicos del comparativamente pequeño entorno de la polis de aquel entonces. Al escucharlos a ustedes reflexioné que México es muy grande pero que no me explico el porqué de sus ingentes problemas. Países que iniciaron su despegue económico al parejo que nosotros han logrado salir del subdesarrollo económico y político. Mientras que los mexicanos seguimos siendo un país con millones de personas en pobreza extrema; somos, para nuestra vergüenza, según los índices de medición internacionales, un país con una de las policías más corruptas del orbe; con un nivel de educación por debajo de lo aceptable, y en productividad, en una palabra, estamos lejos de ser competitivos. En esto debo hacer énfasis porque algunas notas hablan de que “México ha perdido competitividad”, pero ¿cuál, si nunca la hemos tenido? por si fuera poco, el gobierno federal parece no encontrar la brújula para organizar la economía y la política, pues los desatinos están en el menú diario. Mi pregunta es, ¿qué ha fallado en México, la política, acaso?
“Mas bien, quienes han fallado han sido los políticos,” dijo César, mostrando una página de un diario en donde se leía las declaraciones de un empresario recién electo para la alcaldía de un importante municipio. Él dice que no es político y que no lo quiere ser; como si serlo fuera lo peor. Obviamente el no es del todo culpable de sostener esta opinión; han sido muchos años de decepción popular respecto de sus gobiernos, que van y vienen sin resolverse a fondo los problemas de una población cada vez más numerosa y, para colmo, recursos como el agua van disminuyendo pues el caudal de los ríos ha descendido visiblemente. El calentamiento global se hace cada vez mas patente, la deforestación es imparable, la desertificación de grandes regiones es notable y nadie hace nada por evitarlo. Este es el fracaso de los políticos, de algo que erróneamente se le atribuye a la política.

Tienes razón, interviene Gustavo, estamos de acuerdo en que la política es la más noble de las actividades del hombre, sin ella no hay coexistencia social. A través de ella se organiza el Estado, se hacen las leyes, se armoniza la convivencia del hombre con el hombre pero, ¡Oh paradoja!, para echarla a andar se requiere de la imprescindible participación del hombre que es quien impone su sello, y este sello es cultural, lo que nos hace copartícipes a todos del manejo de la política. ¿O, qué, el político es un ser aparte, único, exclusivo? No, pues integra la sociedad en que vivimos, es el reflejo de lo que somos, y es como es, porque lo dejamos hacer.
Por ejemplo, prosiguió Gustavo, ¿quien negará que las esposas, novias, familiares, amigas y amantes también formen parte del mundo de la política? Tenemos el caso de Blanca Patricia una atractiva joven, estudiante de administración cuya candorosa hermosura atrajo la mirada del todopoderoso exgobernador Archundia y de inmediato le tendió la red en donde inevitablemente ella se enredó. Las derivaciones de esa relación se vieron cuando fue designada directora en un área en la que, a todas luces, era una perfecta neófita.

Qué decir de Leticia Arroyo, cuyo único mérito fue ser hija de un destacado político que la recomendó al Ejecutivo y fue colocada en una dirección sin mediar más mérito que el parentesco aquel. O del hermano del periodista Donaciano Belmonte que apenas cursó la secundaria y fue designado director de escuelas particulares; o del hijo de Antioco Suárez designado director de salud, cuando su fama provenía de ser un asiduo cliente de los bares y las cantinas de la ciudad; o del veterinario Heráclio Domínguez a quien se le encomendó la cartera de obras públicas; qué decir del hermoso palacete que se hizo construir e inauguró sin escrúpulo alguno el visitador de hacienda, para dejar el departamento que por muchos años habitó y cuyos vecinos aún recuerdan los préstamos, nunca saldados, que le hicieron para pagar la renta? Después de observar esto, si alguien preguntara porqué la opinión pública se expresa en forma tan lamentable de la más hermosa de las actividades del hombre: la política, en estos casos tendríamos la respuesta.

¡Caramba!, dijo Gustavo, con estas sesudas observaciones de café se nos han ido imperceptiblemente tres horas y mientras otros acuden a saludar a los nuevos funcionarios, nosotros arreglamos el mundo. Como tenemos que buscar la chamba, hay que perseguirla, son muchos los que aspiramos a lo mismo, como hace seis años, con el agravante de que detrás de nosotros nos espolean las nuevas generaciones que buscan lo mismo que nosotros. ¡Vamos pues a la pepena!

Los tres amigos se levantaron, despidiéndose Edmundo, quien tenía que viajar de regreso a la capital de la república, la añorada morada que no cambiaría por nada, no sin antes desear a sus amigos la mejor de las suertes en la augusta tarea de sobrevivir políticamente y recomendarles visitar, cuanto antes, al nuevo gobernador al que, como al sol naciente, en los inicios de su gobierno es posible todavía verlo y, quizá hasta tutearlo, antes de que el resplandor de su luz lastime sus pupilas, como ocurre con el astro rey a medida que asciende en el firmamento.
Ya en camino, César se decía que el Darwinismo social se hace más evidente en la feroz lucha por conseguir escalar políticamente; pensaba que la sobrevivencia del mas fuerte en política se traduce en la aptitud para evadir la intriga, para mantenerse incólume tres o cuatro horas, o más, en las antesalas, hacer las llamadas telefónicas que sean necesarias y no cejar en el intento hasta obtener la presa; mañanas, tardes y noches son propicias para este esfuerzo, no hay horario que valga; el horario, el tiempo y las condiciones las impone el que tiene la capacidad para otorgar los minúsculos cotos de poder que debe repartir, según sus propios intereses y los que las circunstancias impongan.

Reflexionaba César que su paso por los caminos de la política le había otorgado cierta experiencia para conducirse con relativo éxito. Sin embargo, en su fuero interno concluía que todo seguía igual y recordaba los días en que, angustiado, hacía antesala en la oficina de Carlos Sánchez Pérez, su actual auxiliar, porque, si bien había escalado en el cuadrante político, de todos modos él tenía aún la necesidad de buscar a los dadores de poder para subsistir en su carrera. Asimismo, concluía que este rasero valía también para los demás ya que, mientras no conquistaran el poder absoluto seguirían siendo dependientes del que lo tuviera. ¿Hay poder absoluto?

Una reflexión conducía a otra, porque, ¿acaso el que obtiene el “poder absoluto” ya no depende de otros? seguro que sí, la relatividad de la vida impone siempre el que nadie, absolutamente nadie en el terreno existencial de esta dimensión llega a poseer poder tal que no requiera del sostén o de la ayuda de los otros. Siempre habrá alguien más poderoso. Así, el agente municipal necesitará del alcalde, este del diputado y ambos de los servidores públicos estatales, estos del gobernador, quien dentro del andamiaje político buscará para sus programas la anuencia de los Secretarios de Despacho del Gobierno Federal, los que a su vez requerirán de la aquiescencia presidencial. El presidente buscará el apoyo de los organismos internacionales que dictan el camino a seguir a través del ¿todopoderoso? presidente de la metrópoli imperial, el que, a su vez, maniatado por los augustos jerarcas del poder económico, vigilará por el interés de estos, quienes lo mantienen en permanente acoso ordenándole el camino a seguir. Una senda de la que no puede apartarse salvo que desee poner en riesgo su propia existencia, ¿o no, Kennedy? luego entonces, concluye César, no existe el poder absoluto; la finitud de la vida del hombre se refleja en la transitoriedad del poder. Expresa también, como sabiamente alguien dijo, la angustiosa levedad del ser.

Ante esta evidencia de la relatividad del poder humano César se encogía de hombros y, como lo expresara el periodista filósofo: “sea por dios y venga mas”, lanzándose, como en los clavados de sus infantiles días en el arroyo pueblerino, en una zambullida hacia la búsqueda del ansiado puesto político que lo mantuviera vigente política y económicamente; con las correspondientes cuotas de vanidad, aunque para alcanzarlo tuviera que despojarse de cualquier escrúpulo que le dificultara el propósito.

En política, cuando se anda en pos de un trabajo, la antesala es una observancia casi ineludible. Sólo quienes han ascendido a cierto nivel tienen el privilegio de evadirla, de allí, de ésas truculentas “horas nalgas” han emergido infinidad de los “políticos” que caminan por las calles, con celular a la oreja, como perdonando vidas.

Cerca del ocaso de sus posibilidades políticas César reflexionaba acerca de lo que fue y lo que no pudo ser. Junto con Gustavo analizaba la personalidad de aquellos actores políticos que alcanzaron cierto nivel en la escala del poder. Recordaban a aquel político famoso por su amelcochada y empalagosa forma de hablar que era producto de una fijación de estudiante, cuando él había conocido a un Gobernador que por su arribo al poder en plena juventud le provocó el síndrome de haber pasado, de pronto, de verde a podrido, pues a juzgar por su conducta de siempre nunca alcanzó la madurez. Su superficialidad traslucía a un hombre tan sin sustancia alguna que cuando saludaba lo hacía indistintamente con las mismas palabras: “¿Cómo te va, cómo has estado?” Saludo que en el fondo- más bien en la superficie- no significaba absolutamente nada.

O la de aquél amigo de juventud con talento para la práctica política pero celoso y posesivo en sus relaciones amistosas, al grado de convertir a sus “amigos” en traidores cuando no advertía sumisión en ellos, requisito sin el cual eran considerados desleales a su proyecto personal. Sus colaboradores tenían la absoluta prohibición de platicar con “el enemigo”, con quien el subordinado debía comprar pleito como irrefutable muestra de su lealtad.

Que decir de aquel personaje con un problema en el habla, pero con un singular talento para la política a la mexicana que le sirvió para escalar importantes posiciones políticas. Las “virtudes” sobresalientes de aquella aptitud consisten en una fenomenal destreza para el chisme y para la intriga, además de la increíble capacidad para endilgar apodos, sin demérito de su extraordinaria memoria y su prodiga destreza para inventar calumnias. Ayuno de lecturas, salvo de una que otra revista y de columnas políticas, este personaje no lee ni escribe, a pesar de lo cual se convirtió en cabeza de un grupo político regional y esto lo ha convertido en un personaje interesante. Clásico arquetipo de un pluriiverso en el que la mediocridad es la marca característica de nuestra clase política.

En esta variada especie abundan también aquellos llamados “Zorros” porque hablan poco y supuestamente lo hacen por prudencia; “en boca cerrada no entran moscas”, parecieran enseñar. Aunque en no pocos casos sucede que no tienen de qué hablar; realmente se les dificulta engarzar dos pensamientos consecutivamente y en este tenor han navegado toda su vida política. Las circunstancias y su aparente inocuidad les han producido relativos éxitos, logrando con esto sobresalir en el momento de su generación, después, sin pena y sin gloria pasan al ostracismo sin mas huella que haber ocupado, mas con pena que con gloria, cargos de cierta relevancia en la jerarquía del poder. Son individuos cuyo éxito lo han definido las circunstancias, a las que han sabido acomodarse, porque en ellas prevalecen la recomendación, el autoritarismo y la voluntad del poderdante en turno. Pero, independientemente de todo, ello es debido a una sociedad que homologa el éxito con la riqueza personal, sin importar la fuente de ésta, allí se reflejan los hombres del éxito político.

En esta zoología del poder se encuentran quienes, habiendo medrado en cargos públicos, consiguiendo con ello sus indebidas pero explicables fortunas, se mantienen en sus puestos a pesar de las humillaciones a que son sometidos. El pretexto es que necesitan del trabajo porque carecen de recursos para sostener los gastos familiares. Son el típico exponente de los enajenados por el dinero fácil y las debilidades que el poder genera; se resisten a dejar pasar la oportunidad de seguir obteniendo dinero cómodo y, además, usufructuar los beneficios del poder. En el extremo, son capaces de promover la lástima hacia sus personas para justificar su actitud. Es la más despreciable de esta especie, por indigna y bajuna. También la más abundante.

En términos generales, todo político que se precie de serlo es un histrión, de su capacidad para la simulación dependerá su éxito. Se “enojan” sin estarlo; sonríen aún teniendo el alma rota por un fracaso; mienten sin inmutarse, a sabiendas de su engaño; superan con facilidad los tragos amargos; absorben con singular paciencia los menosprecios.

Gustavo no resistió a seguir en su descarnado análisis y, alargando el brazo, poniéndolo en alto, casi gritó: “¡pero esto es culpa de nuestro origen pluriétnico y pluricultural, del que no nos hemos liberado!; díganme si no es kafkaiano, y me atrevería a decir que “muy mexicano” como sinónimo de aquél, el que en nuestro país nos dediquemos día a día a destruir los recursos naturales y algunas instituciones de noble origen, sin otra razón que la de conseguir mejoras de grupo o personales, no importa si en este intento acabamos con la gallina de los huevos de oro.
Por ejemplo-prosiguió- en algunos Estados existen Institutos de Pensionados creados para proteger el retiro de los trabajadores del Gobierno, una noble concepción de la seguridad social que todo Estado Moderno debía implementar, el Estado Benefactor por supuesto, pero por desordenes administrativos, corrupción y concesiones absurdas hemos llegado al extremo en que un jubilado gana más que el trabajador en activo. Pensión móvil le llaman, cualesquiera que fuere la denominación es indudable que se ha convertido en ancla que jala a las profundidades de lo inaceptable.

Momento, le dijo César, recuerda que nuestro sistema político proviene del Estado Benefactor que implementó políticas para proteger a los trabajadores y estas son las que precisamente inspiran a los Institutos de Protección al futuro del trabajador.

Si, es verdad, reconoció Gustavo, sólo que en nuestra idiosincrasia nacional cada sector jala por su lado, sin importar que al obtener sus beneficios sectoriales esté afectando el de los otros. Con los Institutos de Pensiones de los Estados ocurre algo similar al IMSS y al ISSSTE, sus diseños originales nunca fueron puestos al día cuando vivíamos en el sistema clientelar de partido único y eso ha dado al traste con estas nobles instituciones. Los dirigentes sindicales, ocupados en conseguir beneficios para sus respectivos sindicatos, olvidaron que la gallina de los huevos de oro tenía que fatigarse. Ese tiempo ha llegado, lo peor es que o no hay conciencia de ello entre los agremiados o simplemente esperan que la solución a la enorme problemática de estas instituciones llegue del gobierno. Porque están quebradas y los consejeros lo saben, como no ignoran que las cuotas de los trabajadores y la aportación del Estado, simplemente no son suficiente y que se sepa no han tenido la fortaleza de ánimo y política para advertir a sus bases los alcances de esta problemática.

Sin embargo-dijo César- son cientos de miles de trabajadores que están en vías de conseguir su jubilación a los que es prácticamente imposible convencer de lo contrario al derecho que se han ganado para su retiro. Después de todo, son los menos culpables de la situación que priva al interior de ésas Instituciones.

En ése momento se acercó a ellos un columnista político, famoso por servir al hombre de poder en turno, indistintamente de quien se trate. Les comentó que en el ya publicado nombramiento del titular del Trabajo había habido un cambio de última hora, que ya no sería aquel cuyo nombre habían festinado los medios, porque la indiscreción había incomodado al gobernante. Antes de despedirse de ellos les confió que se había enterado de ciertas cuestiones personales de quien sería el señor de las finanzas y que más tarde se las detallaría porque tenían que ver con asuntos pendientes de la campaña política recién terminada.

Ambos, Gustavo y César, cambiaron miradas de entendimiento porque conocían de la tendencia al chisme y a correr rumores de aquel comentarista. El primer rumor del nuevo gobierno, dijo Gustavo, y seguramente vendrán más, que al fin y al cabo forma parte del argot político. Si, completó César, ya ves como es esto, el rumor oculta lo que la pereza de razonar propicia. Todos sabemos que en los asuntos políticos los pronósticos son más en base a especulaciones que en datos veraces. Lo que se escucha se transmite de boca a oído y se retransmite con menos o más detalles, pero siempre presumiendo de veracidad.

En fin, concluyó Gustavo, ha llegado Baltasar al gobierno, finalmente coronó su sueño dorado, por el que hizo tantos esfuerzos; por el que sufrió incontables bochornos; por el que padeció menosprecios y rechazos; solo su férrea voluntad lo sacó a flote y adelante, nada le importó, ni desvelos, ni los ácidos comentarios de sus “amigos”; circunstanciales amigos que lo eran sólo cuando acudían a él para la recomendación a un nuevo trabajo. Ésa fue siempre una relación de intereses cruzados entre quienes se conocían más que bien. Pues los “amigos” bien sabían que en las épocas de sequía, fuera del poder, afectuoso y solícito Rogelio Baltasar los convocaría, entonces acudían a la cita pero siempre aguardando el momento de las vacas gordas para cobrar la asistencia a cambio de la posible recomendación que los favoreciera para ser aceptados en algún puesto. Bien sabían que llegando las vacas gordas la relación de inmediato se invertía, cero llamadas de allá para acá. “Amigos”, ellos bien sabían que -salvo contadas excepciones-había sido una relación de intereses entre el triunfador y quienes decidieron hacer el papel de rémoras.

Por eso ahora que consiguió su objetivo, en la madurez de su vida, vigoroso aún, inicia una nueva etapa; “los amigos de Baltasar” ya pasaron a la historia. Porque por razones de ciclos generacionales, en adelante él va a formar a nuevas generaciones en su entorno; pero será un maestro muy severo, bastante enérgico: “si yo sufrí para lograr mi objetivo-parece diseñar su magisterio-tú también tienes que sufrir.” “¿Quieres ingresar a la política? Tienes que padecer lo que yo padecí. No es fácil, no fue fácil. Y aquellos contemporáneos cuyas puyas conocí, padecí y soporté y deseen usufructuar mi éxito, compartirlo conmigo, deben jugar mi juego, bailar al ritmo que yo les imponga.” Sin miramiento a escrúpulo alguno en la lucha por el poder, les exigirá fidelidad hasta la ignominia. ¿Se la guardarán?

César escuchaba a su amigo y confesaba para sus adentros que tal vez tuvieran razón pero le estaban molestando las observaciones que hacía respecto del nuevo astro político, quien generosamente lo había ubicado en una envidiable posición administrativa y a quien ya empezaba a admirar por su talento para la política, por su envidiable memoria, por su gran modestia, por muchos incomprendida y hasta negada. De repente supuso que su compañero hablaba por amargura, por no haberse colocado aún, que estaba equivocado porque sin duda para su provincia se abría una gran expectativa ya que ahora sí se haría realidad lo que la población ambicionaba. Baltasar, el hombre del pueblo, quien conoció privaciones y superó obstáculos realizaría el milagro.

Él representa la renovación, el que dará paso a los retoños que sustituirán a las ramas viejas, como generaciones anteriores lo han hecho en la interminable sucesión del hombre. Nada es para siempre, todo es transitorio en la inagotable veta que regenera la historia del hombre. Ésa es la misión, pensó César, del hombre recién llegado al poder en su provincia; gracias a él las nuevas generaciones tendrán su espacio en la cadena del poder.

Gustavo casi adivinó el pensamiento de César, por eso le espetó un nada cariñoso y sí envenenado dardo: cuán maleable es el hombre-le dijo- que se dobla ante el poder del poderoso, apenas meses antes declarabas tu simpatía por Antelmo Salas, otro aspirante al gobierno, y encontrabas en él incontables virtudes: caballero de la política, seriedad a toda prueba, verticalidad moral, intachable hoja de servicios, hombre de compromisos, leal a sus amigos, etc., y ahora no existe para ti nadie igual que Baltasar al que has terminado por atribuir aquellas lindezas. ¿Es él o el poder del que está temporalmente investido lo que te deslumbra? Sea lo que ocurra, esperaré pacientemente el transcurso de los próximos seis años en los que, estoy seguro, habrá transformaciones en el ánimo de los políticos, por supuesto en ti mismo.

Te la pondré fácil, dijo Gustavo a César, como científico social que pretendes ser, observemos tu conducta y la de algunos más respecto de Rogelio Baltasar en los primeros tres años de su gobierno, puedo asegurarte que en la segunda mitad se irá transmutando. Si al término de su mandato Baltasar logra una continuidad en ascenso en su carrera política seguramente permanecerá como el non plus ultra de los primeros años, en caso contrario lloverán sobre él los vituperios a los que la chusma nos tiene acostumbrados. Ciertamente el populacho aplaude a quien después llevará al cadalso.

César sonrió a Gustavo, su incisivo amigo. Le reconocía talento para el análisis, y aunque en el fondo estaba de acuerdo con sus aseveraciones acertó a contestar, no sin cinismo, que finalmente lo que a él le interesaba eran seis años más en la “ubre presupuestal”, con Baltasar o sin él ya que éste no era sino un accidente más en la dilatada vida política de su entidad.
Imaginemos el ambiente que prevalecía en la Roma del año 44 a C, cuando se fraguó el complot para asesinar a Julio César. En alguna gruta romana, a la luz de las antorchas, acompañados con bien surtidos odres de vino rojo y secreta discreción un grupo de distinguidos políticos, inconformes con el gobierno, armaba cuidadosamente la trama que acabaría con la vida de quien en ese periodo regía los destinos del imperio.

Entre quienes encabezaban la conjura estaba Marco Junio Bruto, un “insospechado amigo” de la víctima de la conspiración, al que este había rescatado y perdonado cuando militaba en su contra y lo hizo gobernador de la Galia, ascendiéndolo más tarde al cargo de Pretor. Cuando los escuchó el emperador no dio crédito a los rumores de la conspiración, no concebía que alguien pudiera atentar contra quien por designio de los dioses encabezaba el gran imperio, ¡él mismo era un semidios!

Pero la traición se consumó en los idus de marzo (15 de marzo de 44 a C.) en la Curia de Pompeyo. De la escena del crimen trascendió a los tiempos la famosa frase, que Suetonio registró como la exclamación de asombro de Julio César al reconocer entre sus asesinos a Bruto: “¿Incluso tu, hijo mío?” y que Shakespeare inmortalizó como “¿Y tu también, hijo mío?” Al destacar la expresión, se entiende que es para enfatizar que cuando la condición humana se combina con el poder político inmediatamente le brota su tendencia innata a la traición, la deslealtad y la ingratitud.

Enfocado desde éste ángulo, no cabe duda que la participación de Bruto en el magnicidio contra su protector y amigo fue la primera causa de la consternación pública de su tiempo, resaltando la perfidia de quien incluso estaba emparentado con la víctima. Esta clase de traiciones se han registrado antes y después del asesinato de Julio César, de ellos la historia es plena; la traición de Judas y la ingratitud por negación de Pedro están entre las clásicas. En México no somos la excepción, anécdotas mil pudiérase contar como la de aquel destacado político a quien uno de sus allegados le comentó que su principal protegido se expresaba mal de él y sólo alcanzó a responder: “algún favor le habré hecho”.

Quienes aseguran que conocieron a Luís Echeverría Álvarez en la Secretaría de Gobernación lo pintaban como un hombre disciplinado, entregado plenamente al desempeño de sus responsabilidades. Dicen que desde que estableció la relación de subordinación con Gustavo Díaz Ordaz no permitía a sus colaboradores contestar la red interna y daba puntual marcaje a las salidas y entradas de su jefe para estar siempre al pendiente de sus instrucciones. No era adicto Echeverría a desayunar o comer fuera de casa o de oficina, para siempre estar presente en el momento que su jefe lo requiriera. Pero cuando se llegaron los tiempos de la sucesión presidencial sus más cercanos colaboradores empezaron a notar ciertos cambios en su conducta.
De pronto empezaron a observar mudanzas en su comportamiento, por ejemplo, ahora ya se reunía con intelectuales, algunos de ellos con posiciones muy críticas al gobierno, de los que había permanecido distante acatando las señales de su jefe. También notaron que cuando la red sonaba ya no resorteaba de su asiento para tomar la llamada, sino que permitía que otro la contestara en su lugar, esa sí era una ostensible variación en su conducta, algo raro sucedía a aquel personaje apegado a la disciplina más rigurosa. Ante el notorio cambio de actitud los colaboradores percibieron que eran signos favorables. Tal como ocurrió.

Después sobrevino el gran viraje de personalidad; el “yo” largamente reprimido surgió como la metamorfosis de la oruga en mariposa, otro ser muy distinto, ya no era el mismo, éste volaba. Tan abrupta fue la mutación, que la mudanza puso en riesgo su candidatura cuando en campaña hizo una guardia de honor por los estudiantes caídos en el movimiento del 68, despertando la ira del ejército y el enojo presidencial, a tal grado que se comenta que Díaz Ordaz pensó en cambiar de candidato. No fue así, pero es obvio que la oruga ya metamorfoseada acusó el lance, absorbió la experiencia y, llegado el momento, hizo sentir el peso del poder que su ex jefe le había heredado; luego se dio el enfriamiento de las relaciones entre el antiguo e insospechable colaborador con aquel a quien había mostrado cabal docilidad.

En la ceremonia del relevo presidencial de 1976, después de que Echeverría hiciera entrega de la banda presidencial a José López Portillo, aquel quiso saludar a Díaz Ordaz y éste rechazó el gesto ignorando públicamente la mano extendida. Cuando se le preguntó al expresidente Díaz Ordaz acerca de qué le parecía la decisión de Echeverría a favor de López Portillo, con su reconocida ironía y aguda sutileza contestó que “muy inteligente”. Intrigados por la respuesta, los reporteros insistieron ¿por qué? “Porque el sí supo escoger a su sucesor”.

Porque el poder no se comparte y Echeverría pretendía prolongar el suyo sobrevino el diferendo con su sucesor. De entre los longevos políticos ¿quien no recuerda aquella carta que José López Portillo hizo publicar en los diarios de circulación nacional cuando, ya expresidente, resistía los duros embates de que era objeto, permitidos, obviamente, por Miguel de la Madrid, su sucesor en la presidencia? en la carta se refería a Echeverría con una sola frase: “¿Y tú también Luís?”
Para confirmar la fragilidad de los valores de lealtad y gratitud en el ámbito del poder bastaría con recordar el patético enfrentamiento entre Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, éste último señalado por aquél como su sucesor en la presidencia de la república, después del asesinato de Colosio. Una discordia de antología en la que destaca el encarcelamiento del hermano incómodo del expresidente Salinas, ordenado precisamente por quien se suponía el heredero del proyecto político de la tecnoburocracia priísta.

Larga, casi inacabable sería la enumeración de casos en los que la gratitud y la lealtad han brillado por su ausencia, raros son los casos en México en los que un sucesor designado haya reconocido gratitud al benefactor. Pareciera que cuando la condición humana se ejercita en el poder político la regla que rige es la que prescribe el principio de subirse sobre la cresta de la ola de calumnias y medias verdades contra el que se fue para señalar distancias, aparentar ser mejor y empezar a recorrer el camino propio.


¿Será ésta, acaso, una fatalidad que deben transitar quienes tienen que decidir a favor de un sucesor al que entregarán el báculo del poder? ¿Un enigma como el de las tres vueltas que da el perro antes de echarse? O, quizá, ¿una venganza del destino simbolizada en el eterno círculo que forma la serpiente mordiéndose la cola?------------------------