PERMEABILIDAD POLITICA

Por Alfredo Bielma Villanueva



Uno de los fenómenos más recurrentes en la política es la entreveración generacional de los actores que en ella participan; es como biología política, porque en ella hay un inicio y un final, convertido a veces en retiro involuntario ocasionado por condiciones desfavorables y hasta adversas, ajenas incluso a la actividad del participante. Lo que acontece en el lapso comprendido entre el inicio y la conclusión de una trayectoria política-que habitualmente es intermitente- puede atribuirse a variados factores: talento, dedicación, constancia, suerte, carencia de escrúpulos, amiguismo, nepotismo, deslealtades, traiciones, etc. El universo en el que se produce la acción es la sociedad, con la que se mantiene una relación dialéctica, pues se interactúa con ella impactándola a través del factor predominante de la acción política: el poder, sin duda, un factor sine qua non en la ecuación.

Por necesidad biológica las sociedades se renuevan, ya por evolución, ya por revolución. En ocasiones los cambios, como los partos, resultan dolorosos; véase sino el caso de la Revolución Francesa y sus sucesivas etapas desde el Directorio, el Terror, el Consulado, el Primer Imperio, la Revolución de 1848, hasta la Tercera República en 1870 cuando se consolidó el movimiento iniciado en 1789. De igual manera, nuestro país tuvo que transitar por un largo proceso a partir de 1808 con la propuesta independentista de Francisco Primo y Verdad, síndico en el Ayuntamiento de la Ciudad de México, transitando sucesivamente por el Grito de Dolores, la consumación de la independencia en 1821, la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio en 1847, la patriótica intransigencia juarista contra la invasión francesa y el Imperio, la Dictadura porfiriana y, otra Revolución, en 1910, que se consolidó en la Constitución de 1917, el Pacto Social que ahora nos organiza y rige.

Como se puede advertir, nada en la sociedad permanece estático, todo es movimiento continuo. Tal ocurre con las generaciones que se ocupan del poder, nunca desaparecen de tajo, se entreveran en relevo, aunque llega un momento en el que el reemplazo marca el final de una etapa. Así lo demuestran los diferentes ciclos de nuestra historia. Si nos avenimos a la tesis de que al hombre lo definen sus circunstancias, entonces concluiremos que el relevo generacional lo dictan las condiciones político-sociales del entorno, no un individuo en lo particular.

Hombres como Juárez, Porfirio Díaz, Madero, Zapata, Villa, Carranza, Obregón, Calles, etc. actuaron en concordancia a su época y fueron producto de la misma. Quienes iniciaron y dirigieron los destinos del país en la etapa armada de la Revolución Mexicana fueron producto de sus circunstancias particulares y de grupo. En el interminable e incesante concierto social, casi en paralelo a la actividad revolucionaria, estaba naciendo otra generación y una más ya se encontraba en las aulas. La llamada generación de 1915, por ejemplo, matizada fuertemente por el grupo de los llamados “siete sabios”. Entre estos, dos fundarían partidos políticos: Manuel Gómez Morin, el PAN y Lombardo Toledano, el Partido Popular, ya eclipsado.

Cuando desaparecen los grandes actores militares del movimiento armado: Zapata, Carranza, Villa, Buelna, Benjamín Hill, Francisco Serrano, Arnulfo Gómez, Obregón etc., quedó Calles para cerrar el círculo y entregar el relevo a Lázaro Cárdenas quien, junto con Ávila Camacho, cerraron el ciclo de los militares en el poder en México. Ya para entonces se habían formado el Partido Nacional Revolucionario y su sucesor el Partido de la Revolución Mexicana, que encauzaban al país hacia un régimen de instituciones, en substitución de los caudillos, de los “hombres necesarios”. En el curso del cauce partidista se fueron formando los nuevos políticos, los que no olían a pólvora pero que fueron auspiciados por la generación militarista, aunque ya preparados en aulas universitarias.

En las cámaras legislativas, en el gobierno de los Estados, en los pasillos de la administración pública, en las organizaciones obreras, campesinas y populares cabildeaban los nuevos líderes de México. Ellos, esa nueva generación, llegaron con Miguel Alemán Valdez a la cabeza. Antes de él, excepto Portes Gil, todos los presidentes fueron militares, de Carranza a Ávila Camacho. Al político veracruzano le correspondió liderar el cambio generacional desde la presidencia de la república. Este fenómenos es posible observarlo en la integración de la Cámara de Senadores (1946 a1952), correspondiente al periodo de gobierno alemanista. En esa cámara legisladora ocuparon curules dos de los relevos presidenciales del futuro: Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz. Allí también un gran porcentaje de senadores que en lo subsiguiente encabezarían gobiernos estatales: Fernando López Arias, en Veracruz, Gómez Maganda en Guerrero, Teófilo Borunda, en Chihuahua, Corona del Rosal, en Hidalgo, entre muchos otros.

Tocó a Gustavo Díaz Ordaz cerrar el ciclo de esa generación, pero a su vez abrir otro, buena parte del cual se incubó en el senado de la república de su sexenio e integró su gabinete, también nutrió gubernaturas de los Estados: Rafael Murillo Vidal, en Veracruz, Carlos Loret de Mora en Yucatán, Manuel M. Moreno en Guanajuato, Manuel Bernardo Aguirre, en Chihuahua, Hermenegildo Cuenca Díaz en Baja California (aunque falleció en el intento), Eulalio Gutiérrez, de Coahuila, Carlos Sansores Pérez, Campeche, Gonzalo Bautista O´Farril, Puebla etc. En esa Cámara, por cierto, el sistema político dio cabida a tres diputados constituyentes: Alberto Terrones Benítez, Juan de Dios Bojórquez y Jesús Romero Flores.

Al fin del mandato de Díaz Ordaz se abrió paso a un relevo atípico, Luís Echeverría Álvarez que, formado en la burocracia, llegó a la presidencia de la república sin haber desempeñado previamente un cargo de elección popular. Pero, sin duda, el movimiento estudiantil de 1968 obligó a Echeverría a aperturar el camino de la política a las generaciones de jóvenes que se habían acumulado en las filas de aspirantes ante el control monopólico de los puestos públicos en manos de los viejos actores.

Todo madura a su tiempo, difícilmente en este sentido puede haber una intromisión extralógica de un solo individuo, en política casi nada es producto del azar. En México, durante muchos años cada sucesión de gobierno, relevo presidencial o en los estados, implicó reemplazos entreverados de personajes, son los que le “atinaron” al bueno, “al tapado”. Los factores que pesaron son: amiguismo, complicidades, recomendaciones, lealtades, “pago de facturas”, etc. todo atribuible al sistema político.

No podía ser diferente en Veracruz, en donde al llegar al gobierno estatal un político de la generación de salida aprovechó el impulso del relevo que ya se venía dando para dar oportunidad a reemplazos nuevos en mandos medios. Como sus predecesores, Fidel Herrera entreveró la experiencia con el noviciado de sus colaboradores al designar en cargos de primer nivel a gentes de edad madura, algunos incluso con más años que él. La permeabilidad en política es un fenómeno correlativo de la capilaridad social, un tema que merece comentario aparte.

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Septiembre 2010