CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO

Por Alfredo Bielma Villanueva



Desde su obligado divorcio con el gobierno, es inveterada la pugna entre la Iglesia y el Poder Público en México; ese indiscutible poder fáctico que representa la curia mexicana fue todo, o casi todo, durante un largo momento de la historia de este país. Largo su maridaje con la Corona Española a la que sin duda orientó en gran parte de sus acciones en el nuevo continente, al amparo de la tesis del Derecho Divino de los Reyes. Larga fue también la lucha de quienes abrevaron en la Ilustración y la Revolución Francesa para despertar en el ciudadano mexicano una nueva conciencia que lo liberara de la servidumbre mental y la ignorancia convenientemente prohijadas por la Iglesia.

En la distancia de los años se dimensiona la grandeza de los hombres de la Reforma mexicana quienes tuvieron que enfrentar al Leviatán de dos cabezas: el Poder y la Iglesia, la espada y la cruz, emblematizados por aquellos que buscaron allende el atlántico al conquistador rubio, de ojos azules, con el afán extralógico de imponer una monarquía en México. Pero Benito Juárez y la Pléyade de liberales que lo acompañaron en su enhiesta cruzada, con la promulgación de las Leyes de Reforma lograron colocar en sus respectivos sitiales al poder terrenal y al mundo de lo espiritual.

Después, semejante a una fijación pasional, el alto clero mexicano no ha olvidado el usufructo del poder, y sufre añoranzas; así lo ha manifestado en múltiples episodios de nuestra historia, algunos teñidos de la sangre inocente de quienes soliviantados en nombre de su fe fueron lanzados a la lucha fraticida, tal cual aconteció en la llamada cristiada de 1926 a 1929.

El 7 de enero de 1926 el Arzobispo de México, José Mora y del Río, declaró a “El Universal” que “La doctrina de la Iglesia es invariable, porque es la verdad divinamente revelada. La protesta que los prelados formulamos contra la Constitución de 1917 en los artículos que se oponen a la libertad y dogmas religiosos se mantiene firme…el episcopado, clero y católicos, no reconocemos y combatiremos los artículos 3º., 5º., 27., y 130 de la Constitución vigente. Este criterio no podemos por ningún motivo variarlo sin hacer traición a nuestra fe y a nuestra Religión”. Todavía más, a través del Obispo de Huejutla, José de Jesús Manríquez y Zárate, lanzaron una carta pastoral en la que anatematizaron al gobierno y a las leyes: “a cada una de las prescripciones contrarias al derecho divino, al derecho natural, a las reglas sagradas de la Iglesia” La respuesta del gobierno fue el encarcelamiento del obispo, quien para recuperar su libertad debió cubrir la fianza correspondiente.

El conflicto provocó la expulsión del delegado Pontificio; entre julio y agosto de 1926 la jefatura clerical ordenó el cierre de templos y la suspensión de cultos, a lo que el gobierno respondió con la toma de conventos y abrió las Iglesias, a la vez que expulsó a los clérigos extranjeros y limitó el número de sacerdotes que debían oficiar en cada población. El 3 de julio se publicaron las reformas al Código Penal referidas a las penas a que se hacían acreedores quienes violaban los preceptos sobre los cultos.

El 20 de agosto, el Obispo de Tabasco, Pascual Díaz, y el Arzobispo Mora y del Río fueron recibidos en audiencia por el Presidente Calles, quien no aceptó las presiones que estos hacían a través del boycot al que la Liga de Defensa Religiosa había convocado instigada por el alto clero. En este contexto, el llamado “General” Rodolfo Gallegos inició la fase armada de la rebelión cristera el 29 se Octubre de 1926 en el Estado de Guanajuato, que pronto se extendió a Jalisco, Colima y Nayarit, principalmente.

El movimiento cristero se entreveró con el regreso de Obregón a la palestra política, impulsado por su ánimo reeleccionista. Esto generó un nuevo conflicto para el gobierno, que ahora debía contener la inconformidad de altos mandos militares, pues los Generales Francisco Serrano y Arnulfo Gómez lanzaron sus respectivas candidaturas en contra del reeleccionismo obregonista y soltaron la amenaza de una sedición armada. Su actitud les costó la vida, a Serrano en Huitzilac, en octubre de 1927 y a Gómez en Coatepec, en noviembre siguiente; con su vida pagaron la osadía de oponérsele al caudillo.

Los ánimos estaban caldeados, a tal grado que en noviembre, cuando paseaba por Chapultepec el candidato a la presidencia, Álvaro Obregón, fue víctima de un atentado con dinamita atribuido a gentes de la Liga de Defensa Religiosa: Luís Segura Vilchis, Juan Tirado, Nahum Lamberto Ruiz, el sacerdote Miguel Pro Juárez y su hermano Humberto. Comprobada su participación en el atentado fueron pasados por las armas el 3 de noviembre. Aquello había sido un premonitorio aviso porque el 17 de Julio de 1928, ya electo presidente, Obregón fue asesinado por José de León Toral. La pistola utilizada había sido bendecida por un sacerdote.

Ya con Calles fuera de la presidencia, a quien consideraban la viva personificación del demonio, aparentemente vencida, la cúpula clerical decidió entrar en pláticas con el gobierno de Portes Gil, por lo que en 1929 se dio por concluido el conflicto conocido como “Rebelión Cristera”. Pero la iglesia no cejó, solo hibernó, esperando el momento propicio para conseguir la reforma constitucional anhelada. En tiempo y circunstancia la alcanzó en el gobierno de Salinas de Gortari, quien de esa manera correspondió a la adhesión que el clero le demostró en los álgidos momentos de su ascensión a la presidencia de la república. Salinas reformó los artículos 3º, 5º, 27 y 130 de la Constitución General de la república.

Pero no le basta a la Iglesia el enorme poder económico que ha logrado acumular; desfasada en tiempo quiere seguir disputándole al Cesar los trozos de poder temporal que Juárez le arrebató; no le es suficiente ser un importante poder fáctico, acaso supone que México aún está sumido en la ignorancia y el fanatismo. Pudiera equivocarse.

Es en este contexto histórico en el que deben enmarcarse las declaraciones del Arzobispo Sandoval Iñiguez en el sentido de que el gobierno capitalino “maiceó” a ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para aprobar las bodas gay. Adicionalmente, la Arquidiócesis de México veladamente amenaza cuando dice que los laicos tienen luz verde de la iglesia católica en la capital del país “para que hagan las acciones que tengan que hacer”. Centrando como objetivo de sus ataques a Marcelo Ebrard: “Él y su gobierno han creado leyes destructivas de la familia, que hacen un daño peor que el narcotráfico. Marcelo Ebrad y su partido el PRD, se han empeñado en destruirnos”

Cual debe ser, la respuesta de Ebrard es la denuncia, más aún por la actitud retadora y prepotente del prelado. La declaración de éste es carente de prudencia y de cautela que revela el síndrome de un atavismo histórico, como el aquí descrito. Preocupante, porque los grandes problemas así comienzan.

alfredobielmav@hotmail.com

Agosto 2010