
¿AVANZAMOS?
Por Alfredo Bielma Villanueva
Por Alfredo Bielma Villanueva
Largo y hasta infructuoso parece ser el periodo de transición del sistema político mexicano, que no acaba de desligarse del viejo régimen ni interiorizarse en los linderos del nuevo. Pareciera que todo se ha reducido a un pleito electoral entre los partidos políticos, dos de ellos nacidos en la primera mitad del siglo XX (1939 el PAN, 1946, el PRI), y el otro EN 1990, surgido a raíz de la ruptura que padeció el Partido Revolucionario Institucional durante la crisis del autoritarismo presidencialista.


En fin, el paso de “una monarquía absoluta sexenal y hereditaria en línea transversal”, como calificara don Daniel Cossio Villegas al régimen del presidencialismo autoritario, no ha concluido. Lo peor es que corremos el riesgo de dejar pelos en la cerca sino aplicamos mejores y más eficientes métodos democráticos para el cambio, lo que parece difícil mientras sigamos atenidos a los dictados de una partidocracia resistente al cambio.
Es muy frecuente escuchar que a los gobernadores priístas no les conviene un presidente de la república de su partido. Tal razonamiento está viciado pues juzga circunstancias diferentes, como son las actuales, a través de los esquemas aplicados al viejo régimen. Olvidan que si bien con la alternancia partidista en la presidencia hubo un corrimiento de porciones del poder presidencial hacia los gobernadores, estos deben sujetarse a las nuevas reglas que han ido surgiendo a cuenta gotas, principalmente en materia electoral y de coordinación fiscal entre la federación y los estados. También soslayan que al no mantenerse la presidencia de la república como referencia del poder absoluto, al menos en lo que a los gobernadores priístas se refiere, el Partido Revolucionario Institucional y las bancadas legislativas han servido de gozne en las negociaciones con el poder presidencial. Esto último no de poca importancia porque allí se aglutina un determinado poder absorbido después del Big Bang priista.
En el incierto proceso evolutivo de la transición mexicana los cambios se van dando conforme las experiencias lo dictan. Así, por ejemplo, son múltiples las enseñanzas que el reciente proceso electoral mexicano le dejó al PRI y a su dirigencia nacional. Una de ellas estriba en que al dejar que sin cortapisa alguna los gobernadores decidan las candidaturas de quienes supuestamente los sucederán acarrea inconvenientes resultados, tal como ocurrió en Oaxaca, Puebla y Sinaloa, en los que se produjo un boomerang político-electoral al resultar el PRI derrotado por una militancia despechada que cobró el agravio sufragando por el favorito no escogido.
Los órganos electorales, a su vez, demostraron dependencia casi absoluta de quienes favorecieron la llegada de sus integrantes al cargo que ahora desempeñan, nada nuevo en términos de gratitud, pero lesivo para la institución. No obstante, la experiencia servirá al legislador para normar criterio, siempre y cuando exista voluntad suficiente para superar el funcionamiento de esas instancias en orden de conseguir un mayor acercamiento a la democracia electoral.
Históricamente ha quedado demostrado que no basta con el impulso de una buena voluntad para realizar los cambios requeridos en pos de una transición a fondo.
Lo demostró Gorbachev en Rusia con su Perestroika (cambio económico) y la Glasnost (cambio político) que con toda voluntad intentó realizar para sacar a la URSS de su desequilibrado desarrollo; sin embargo, sin embargo no puso el suficiente empeño, o no pudo cambiar la mentalidad encallecida del Partido Comunista, aferrado a la idea de mantener el statu quo. De allí el surgimiento de Boris Yeltzin que sí se atrevió a enfrentar a la nomenclatura del PCUS, y se produjo un auténtico cambio estructural, mismo que aún no se refleja en el mejoramiento económico de la población rusa, después del desmembramiento de la antigua URSS.
¿Significa, acaso, que en México vaya a ser necesaria una cirugía a fondo del PRI para poder realizar la auténtica Reforma del Estado?
Oaxaca, Puebla, Sinaloa, son enseñanzas nada despreciables para abrevarlas. Si la intención del DIA de Camacho y la perspicacia política de Calderón es proseguir minando la fortaleza electoral priísta nada debe extrañar que PAN y PRD decidan estrechar el cinturón amarillo del oriente del Estado de México para acercarlo al cinturón azul de Tlalnepantla, Naucalpan y Toluca y de esta manera estrangular las aspiraciones presidenciales de Peña Nieto, en cuyo caso sobrevendría un nada pequeño caos al interior de la nomenclatura priísta, que se mediría en el grado de discordia de la lucha entre Beatriz, Beltrones y Gamboa por conseguir la candidatura de este partido a la presidencia de la república en el más claro síndrome del spoil system a la mexicana.
alfredobielmav@hotmail.com
Agosto 2010
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