LA INUNDACIÓN DE 1969

Por Alfredo Bielma Villanueva





Era septiembre del año 1969, un fuerte temporal que acarreó abundante lluvia elevó la corriente del río Papaloapan y de sus afluentes inundando las poblaciones situadas en las márgenes del caudaloso río. Aquello se asemejaba a un auténtico mar, no se veía tierra salvo techos de casas y árboles sumergidos. La presa Cerro de Oro aún no se construía, ya funcionaba la presa de Temascal, en Oaxaca. La única carretera que conectaba con el sur veracruzano y de la república era la Alvarado-Los Tuxtlas, todavía no se construía la carretera “federal” Tierra Blanca-Sayula, mucho menos la autopista La Tinaja- Acayucan. Apenas cinco años atrás había entrado en servicio el puente que cruza sobre el Papaloapan en Alvarado, dejando sin efecto a la vieja panga que trasladaba a pasajeros y vehículos de uno al otro lado del espectacular río.

Árboles arrancados como de tajo con animales aún vivos sobre sus ramas eran arrastrados por la poderosa corriente hacia el mar; cadáveres inflados de grandes reses flotaban en el torrente del río salido de madre. Una visión impresionante. En la bocana el poderoso empuje del río manchaba el anchuroso mar varios quilómetros adentro.

Gobernaba al Estado de Veracruz el licenciado Rafael Murillo Vidal (1968-1974), quien situó su centro de operaciones en el Puerto de Alvarado, desde donde se desplazaba por helicóptero o lancha hacia las poblaciones de la cuenca. La carretera a Lerdo de Tejada se anegó, obligando a los viajeros a transbordar a través de lanchas que los conducían de uno al otro lado de esa vía de comunicación.

No había entonces la diversidad y versatilidad de medios de comunicación que ahora existen, lejos de pensar en la Internet, y aún los noticiarios televisivos y de radio que se veían y escuchaban se transmitían desde el centro del país; la prensa diaria narraba la historia del día anterior, no había la noticia instantánea de ahora. Las fotografías publicadas en la prensa mostraban a las poblaciones de Isla y Villa Azueta sumergidas en las aguas del Río Tesechoacan, eran la expresión de una naturaleza enojada.

Como siempre, los gloriosos, Ejército Mexicano y la Armada, hacían su noble labor de auxilio y salvamento; sus lanchas, helicópteros y avionetas distribuían la ayuda, agua y alimentos enlatados, medicinas, principalmente; cobertores, botas e impermeables eran repartidos por cuerpos de auxilio eventualmente formados para atender la emergencia.

No había entonces cultura de protección civil, la salvación eran todos, quienquiera que quisiera participar. Mujeres, jóvenes, formaron brigadas de rescatistas voluntarios. El servicio de información meteorológica era muy precario, no dejaba de llover, las fuerzas de la naturaleza estaban desatadas recordándole al habitante de aquellos Lares cuán peligrosa podría comportarse contra quienes acercaban demasiado sus viviendas al bondadoso curso del espléndido río.

La fragilidad del hombre ante los embates de la naturaleza era aún más evidente al observar al gobernador del Estado transitar en las poderosas lanchas de la naval surcando el caudaloso torrente del Papaloapan que parecía no respetar las jerarquías convencionales de la sociedad. Al lado del gobernante participaba activamente el profesor Rafael Arriola Molina, entonces presidente del Comité Directivo Estatal del PRI. No se le podía atribuir intención política o electoral a su presencia; realmente no necesitaba hacerlo porque electoralmente no tenía competencia al frente. Su ingerencia se debía, independientemente de su solidaridad con su amigo, el gobernante, a su condición de cuenqueño distinguido, él era uno de los mayores abastecedores de caña al Ingenio San Cristóbal y con su actitud demostraba un irrestricto respaldo ante aquella contingencia natural.

Desde 1944 no se recordaba una inundación igual o parecida, solo que ahora, en 1969, los daños eran incalculables porque había más población, mayor número de casas afectables, miles de nuevas hectáreas sembradas con diversidad de cultivos que la feracidad de aquellas tierras permite. Aunque destacaba el monocultivo de la caña, también había milpas, mangales y platanares que fueron afectados por la inundación.

El gobierno federal presidido por Gustavo Díaz Ordaz se solidarizó con el gobernante estatal enviando inmediata ayuda, principalmente víveres alimenticios que ya escaseaban. El responsable de la política agrícola, ganadera e hidráulica del gobierno federal soltó la infaltable frase de aquellos tiempos: “Los daños materiales han sido incalculables, pero la inundación traerá para los próximos años mejores cosechas”. Se refería al cieno fecundante que toda creciente deja cada vez que los ríos se salen de su curso.

Después, salvo las pérdidas irrecuperables de quienes sufrieron menoscabo en sus bienes, la vida continuaba. No había Fonden al cual recurrir para recuperar algo de lo perdido. Los albergues, como ahora, eran los edificios escolares. Se ponía mucho empeño en que las generosas aportaciones de auxilio recabadas entre la sociedad civil fueran efectivamente entregadas a los afectados y no se quedaran en las pecaminosas manos de algunos encargados de su distribución. También como ahora, en aquellos tiempos hubo quienes abusaron de su condición de repartidores para quedarse con la mejor parte.

El gobierno del Lic. Murillo Vidal enfrentó otro desastre, el provocado por el terremoto de septiembre de 1973 que estremeció buena parte de la porción centro del territorio veracruzano. El epicentro del sismo se situó en Ciudad Cerdán, pero derrumbó innumerables edificios de Orizaba, Ciudad Mendoza, Nogales y Río Blanco, provocando varias muertes y heridos. Xalapa resintió el brusco movimiento de tierra, afortunadamente no pasó del susto.

Pasaron varias inundaciones más en el centro, norte y sur del Estado de Veracruz y fue hasta el gobierno de Patricio Chirinos cuando empezó a tomarse en serio la necesidad de incorporar a las políticas públicas las referentes a la Protección Civil. Un comienzo incipiente pero que prosiguió con bastante eficiencia el gobierno de Miguel Alemán, que en el primer año de su administración enfrentó a la catastrófica inundación provocada por los ríos Tecolutla, Bobo y el de Misantla. Mucho que ver en aquella inundación tuvo el desatinado e inoportuno desfogue de la presa Necaxa; ahora al menos Conagua ya avisó que abriría las compuertas de las presas río arriba del Papaloapan. Aquella experiencia sirvió para que en el gobierno alemanista se impulsara la cultura de Protección Civil, elaborando el Atlas de Riesgo que ha proseguido con éxito, la actual administración encabezada por Fidel Herrera Beltrán.

La cultura de protección civil sin duda sirve para salvar vidas y procurar por todos los medios evitar daños mayores. Los fríos, los intensos calores, las inundaciones, los sismos, los desgajamientos de cerros, etc., son fenómenos naturales con los que el hombre ha convivido desde siempre. Son ahora más notables porque su ocurrencia se nos comunica casi al momento en que suceden y porque el hombre ha invadido áreas impropias para la habitación. La naturaleza solo recupera sus espacios violentados, los ríos tienen memoria.

Ahora, a la avanzada cultura de protección civil deberá adjuntarse la cultura del manejo correcto y honesto de los recursos que entregan organismos públicos como el Fonden, de tal manera que lleguen y a tiempo a los necesitados, pues está visto, comprobado, que, por ejemplo, en Veracruz hay perjudicados por el huracán “Stan” que aún esperan lo que en su momento se les ofreció. Con el tiempo y un ganchito.

alfredobielmav@hotmail.com
Agosto 2010