EL CENTENARIO EN 1910

Por Alfredo Bielma Villanueva


En 1910, el Programa de las fiestas del Centenario arrancó oficialmente el primero de septiembre con la inauguración del Manicomio General; no se sabe si el hecho llevaba mensaje subliminal alguno pero con ese evento comenzó la fiesta nacional organizada por la dictadura. El día dos se programó recibir en el Museo Nacional la Pila Bautismal de Hidalgo y se inauguró la Exposición Japonesa en el Pabellón de Historia Nacional. También se inauguró la Exposición de Higiene. El día tres se colocó la primera piedra de la Cárcel General en San Jerónimo Atlixco. El día cuatro se celebró la fiesta del Comercio, la Banca, la Industria y un desfile de carros alegóricos. Continuó con un Garden Party en el café de Chapultepec y cerró con un baile en el salón de Cristales del mismo café.

El día cinco se inauguró la Estación Sismológica Central de Tacubaya. Los embajadores especiales presentaron al presidente de la república sus credenciales y cerró con una conferencia en le Exposición de Higiene. Al día siguiente, el seis, hubo una procesión infantil en honor a la Bandera; se programó la presentación de credenciales de los enviados especiales con categoría de ministros. El día siete se inauguraron dos escuelas superiores en la Plaza de Villamil, mientras en Palacio continuaba la entrega de credenciales de los enviados especiales. El día 8 se dio una fiesta en el Colegio Militar de Chapultepec en honor a los niños héroes. En el ministerio de Relaciones Exteriores se agasajó al cuerpo diplomático y a los enviados especiales.

No se encontraba entre los atendidos por el cuerpo diplomático mexicano el enviado de la hermana república de Nicaragua, el laureado poeta Rubén Darío.

Poco antes, en abril de ese año, 1910, había fallecido Don Ignacio Mariscal, quien venía fungiendo como Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Porfirio Díaz. De inmediato, el grupo de los científicos se apresuró a cabildear a favor de Enrique C. Creel, ex embajador de México en los Estados Unidos, de origen norteamericano, potentado industrial chihuahuense emparentado con la familia Terrazas, latifundistas de abolengo. El mundo oficial de México conocía la simpatía de este par de “Científicos” hacia los republicanos estadounidenses con Taft de presidente, por lo que no extrañó el nombramiento de Creel en tan importante cargo. Sin embargo, causaba escozor porque recuérdese que en ese entonces la Constitución establecía que a la falta del Presidente y del Vicepresidente, el ministro de Relaciones era el avocado al cargo.

El 6 de septiembre llegó a Veracruz a bordo del buque “La Champagne” el escritor americano más famoso de su tiempo: Rubén Darío; traía la representación del gobierno nicaragüense presidido por el General José Santos Ayala, repelido por el gobierno imperial americano por su actitud independentista contra el destino manifiesto.

Parecido a aquel “comes y te vas” que Fox recomendó a Fidel Castro para no enfurecer al poderoso vecino del norte encabezado por el también inefable George W. Bush, en la ocasión en comento el gobierno de la dictadura se apresuró a avisar a Rubén Darío que las puertas de Chapultepec no estaban abiertas para él. Ante esa admonición el poeta se detuvo en Xalapa, en donde los estudiantes y la gente de la cultura le rindieron los honores que correspondían a sus reconocidos lauros. La plutocracia gobernante nada tenía que ver con la libertad de los pueblos que el insigne poeta simbolizaba, no obstante, su presencia fue como un adelanto a los acontecimientos que se desarrollarían a partir del 18 (muerte de los hermanos Serdán en Puebla) y 20 de Noviembre de ese año.

Acá, en la apacible provincia deambuló el vate nicaragüense por algunos días; hasta esta apacible ciudad de estrechos límites, al pie del magnífico e imponente Macuiltepetl, al que poco a poco empezaba a escalar talando sus arborescentes faldas, solo llegaba el comentario sobre el boato de las fiestas patrias. Así, se sabía, por ejemplo, que el día 11 se colocaría la primera piedra del monumento a Washington en la Plaza de Dinamarca y que por la noche el Dictador ofrecería una elegante cena en Palacio Nacional al cuerpo diplomático y a representantes especiales de las naciones amigas.

El programa de los festejos incluía, el día 12, la inauguración del edifico de la Escuela Normal para Maestros y un banquete ofrecido por la delegación de los Estados Unidos. El día trece se inauguró la estatua de Humboldt en el atrio de la Biblioteca Nacional. El 14, la embajada americana ofreció un almuerzo. El día 15 inició con felicitaciones al presidente de la república con motivo de su cumpleaños, después, un desfile y fuegos artificiales frente al Palacio Nacional, recepción en palacio y la ceremonia oficial del “grito”.

El día 16 se inauguró la Columna de la Independencia. El 17 fue la entrega del uniforme de Morelos, un obsequio del Rey de España; se develó el retrato de Carlos III en el Salón de Embajadores; más tarde, inauguración del parque popular de Balbuena. El 18 se inauguró el monumento a Juárez. El 20 colocación de la primera piedra del monumento a Garibaldi e inauguración del nuevo palacio municipal. El 22, solemne inauguración de la Universidad Nacional, fiesta en Chapultepec e inauguración de los nuevos lagos. El 23, colocación de la primera piedra del Palacio Legislativo. Garden- Party en Xochimilco a los maestros de escuela. Rumboso baile en Palacio Nacional.----El 26, inauguración de la fachada del túnel de Tequixquiac. Día 28, inauguración de la Fábrica de Pólvora de Santa Fe. El día 30, inauguración del ensanche en la Penitenciaría. El programa cerró con un gran baile organizado por la Comisión Nacional del Centenario.

Tal fue el programa oficial del Centenario de la Independencia de México. Por las “obras” inauguradas entenderemos el grado de desarrollo alcanzado por el país después de treinta largos años de oprobiosa dictadura, esa de la que algunos trasnochados gustan en ejemplarizar como el paradigma que se requiere para que este país salga adelante, “como en Chile con Pinochet”. Para desfigurar ese despropósito, bastaría con recordarles que la Penitenciaría fue agrandada porque ni allí, ni en San Juan de Ulúa, ni en los campos henequeneros de Yucatán, ni en los febriles sembradíos de Valle Nacional, cabían los inconformes contra el gobierno.

Rubén Darío tampoco cabía en unos festejos en los que el gran ausente era el pueblo, bastante ajeno al boato oficialista y completamente ignorante del significado de aquellas fiestas, ya por su penuria económica, ya por su bajísimo nivel educativo. Y ahora celebramos el Bicentenario.

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Septiembre 2010