EL CENTENARIO EN 1910
Por Alfredo Bielma Villanueva
Por Alfredo Bielma Villanueva


No se encontraba entre los atendidos por el cuerpo diplomático mexicano el enviado de la hermana república de Nicaragua, el laureado poeta Rubén Darío.

El 6 de septiembre llegó a Veracruz a bordo del buque “La Champagne” el escritor americano más famoso de su tiempo: Rubén Darío; traía la representación del gobierno nicaragüense presidido por el General José Santos Ayala, repelido por el gobierno imperial americano por su actitud independentista contra el destino manifiesto.
Parecido a aquel “comes y te vas” que Fox recomendó a Fidel Castro para no enfurecer al poderoso vecino del norte encabezado por el también inefable George W. Bush, en la ocasión en comento el gobierno de la dictadura se apresuró a avisar a Rubén Darío que las puertas de Chapultepec no estaban abiertas para él. Ante esa admonición el poeta se detuvo en Xalapa, en donde los estudiantes y la gente de la cultura le rindieron los honores que correspondían a sus reconocidos lauros. La plutocracia gobernante nada tenía que ver con la libertad de los pueblos que el insigne poeta simbolizaba, no obstante, su presencia fue como un adelanto a los acontecimientos que se desarrollarían a partir del 18 (muerte de los hermanos Serdán en Puebla) y 20 de Noviembre de ese año.
Acá, en la apacible provincia deambuló el vate nicaragüense por algunos días; hasta esta apacible ciudad de estrechos límites, al pie del magnífico e imponente Macuiltepetl, al que poco a poco empezaba a escalar talando sus arborescentes faldas, solo llegaba el comentario sobre el boato de las fiestas patrias. Así, se sabía, por ejemplo, que el día 11 se colocaría la primera piedra del monumento a Washington en la Plaza de Dinamarca y que por la noche el Dictador ofrecería una elegante cena en Palacio Nacional al cuerpo diplomático y a representantes especiales de las naciones amigas.
El programa de los festejos incluía, el día 12, la inauguración del edifico de la Escuela Normal para Maestros y un banquete ofrecido por la delegación de los Estados Unidos. El día trece se inauguró la estatua de Humboldt en el atrio de la Biblioteca Nacional. El 14, la embajada americana ofreció un almuerzo. El día 15 inició con felicitaciones al presidente de la república con motivo de su cumpleaños, después, un desfile y fuegos artificiales frente al Palacio Nacional, recepción en palacio y la ceremonia oficial del “grito”.

Tal fue el programa oficial del Centenario de la Independencia de México. Por las “obras” inauguradas entenderemos el grado de desarrollo alcanzado por el país después de treinta largos años de oprobiosa dictadura, esa de la que algunos trasnochados gustan en ejemplarizar como el paradigma que se requiere para que este país salga adelante, “como en Chile con Pinochet”. Para desfigurar ese despropósito, bastaría con recordarles que la Penitenciaría fue agrandada porque ni allí, ni en San Juan de Ulúa, ni en los campos henequeneros de Yucatán, ni en los febriles sembradíos de Valle Nacional, cabían los inconformes contra el gobierno.
Rubén Darío tampoco cabía en unos festejos en los que el gran ausente era el pueblo, bastante ajeno al boato oficialista y completamente ignorante del significado de aquellas fiestas, ya por su penuria económica, ya por su bajísimo nivel educativo. Y ahora celebramos el Bicentenario.
alfredobielmav@hotmail.com
Septiembre 2010
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