EL CENTENARIO EN 1910

La Nación está de fiesta.



Los campos se despueblan, y abandonados por sus moradores, se tornan solitarios y melancólicos, mientras los incansables ferrocarriles vomitan día y noche sus henchidas carretadas de rebaños humanos sobre la metrópoli, que cual inmenso imán, parece atraer y reconcentrar ella sola todo el regocijo y el bullicio.

La gran ciudad engalanada ostenta su vaporosa vestidura de festones, gallardetes, oriflamas y banderas tricolores.

Brillan como ascuas de oro las fachadas de los edificios, destacando sobre el oscuro cielo de la noche sus esqueletos luminosos, y riela sobre el llovido asfalto de los bulevares la luz de los millares de focos encendidos en los escaparates de las tiendas, denunciando la codicia del traficante que aprovecha la ocasión para pregonar su mercancía.

Una abigarrada muchedumbre, como enorme y desmesurada culebra, serpentea interminable por las avenidas, haciendo brillar sus escamas de oropel y sonar los cascabeles de su júbilo.

Los miles de rumores que produce la agitada vida de las multitudes, forman un mar de ruido, en el que se perciben sobrenadando las escandalosas fanfarrias de las bandas militares, el clamoreo de los repiques de las campanas, el estallido de cohetes y las notas estridentes de las trompetas de automóviles, formándose en conjunto un inmenso y ensordecedor murmullo de cascada que persigue los oídos sin descanso todo el día y por todas partes.

Todas las clases sociales conmemoran el Centenario.

Las clases oficiales, con sus asimilados los cortesanos y los aristócratas, como únicos actores y espectadores del programa de saraos y recepciones. Las clases burguesas como espectadoras de lo que puede alcanzarse a ver desde las aceras de las calles. El comercio como único cosechero en este vasto campo de reclamo y de venta al menudeo.
La plebe no ha sido invitada ni tiene lugar donde presenciar los festejos……….

Ese pueblo que no ha sido llamado a participar de los regocijos porque es pobre y su presencia nos causaría bochorno ante los extraños, tampoco ha sido llamado a compartir el recuerdo de nuestros héroes, con los oligarcas, ni él ha ido a reunírseles.

Y con razón. La conmemoración de todo aniversario es un balance moral. La conmemoración del centenario de nuestra independencia debe ser el grandiosos balance de nuestra vida autónoma, que todas las clases sociales deberíamos presentar a nuestros héroes como el homenaje más grato a su memoria.

Pero ese balance que en otras ocasiones podríamos haber hecho reunidos todos los mexicanos, en los momentos actuales, cuando aún sangran las heridas de la pasada lucha, es necesario que lo hagan por separado unos y otros, “estos” y “aquellos”.

ESTOS: los que sufren y trabajan.

AQUELLOS: los que lucran y dominan.

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“Estos”, eran los que al amanecer de aquel 16 de septiembre rodeaban a Hidalgo y los que sin más armas que su patriotismo y sin mas escudo que su fe, combatieron bajo el estandarte de la virgen de Guadalupe. “Estos” fueron los que acompañaron a Morelos en su genial y gloriosa carrera, y los que replegados en las montañas del Sur, esperaron indomables al lado de Guerrero.

“Aquellos”, fueron los que excomulgaron a Hidalgo y degradaron a Morelos, pero que más tarde consumaron la independencia con Iturbide, para recoger el fruto del sacrificio de los mártires insurgentes y asegurar la herencia del poder colonial.

“Aquellos” eran los que formaban la suntuosa corte de Su Alteza Serenísima, y “estos”, los que con Álvarez y Comonfort derrocaron la dictadura de Santa Ana.

“Estos fueron los que con Zarco y Mata escribieron las tablas de nuestra Ley y los que con Juárez hicieron la Reforma. “Aquellos” fueron los que llamaron a los ejércitos franceses para recobrar su poderío, y los que cuando lo vieron perdido para siempre, tuvieron la habilidad de convertir en su provecho las leyes liberales formando sus fortunas con los bienes de manos muertas y echando los cimientos de la actual oligarquía.

“Estos” fueron los que trajeron en hombros al caudillo de Tecoac, cuando prometía libertades y justicia, y “aquellos” los que después de recoger los más opimos frutos de la paz tuxtepecana, ahora conservan embalsamado para su propia conveniencia un régimen ya caduco, tal como los castellanos de la leyenda conservaban a su Cid después de muerto, para espanto de los moros.

“Estos” han sido los que en época de guerra han dejado regada su sangre en todos los campos de batalla, y “estos” son, en fin, los que en las luchas todavía más dolorosas con que se ha hecho la paz de que gozamos, han dejado girones de su carne en las rocas de las minas y en los abrojos de los campos; han sufrido la inicua servidumbre de la Hacienda o de la Fábrica; han llenado las mazmorras de San Juan de Ulúa, han recibido las traidoras descargas de la “Ley Fuga” y han visto perecer a sus hijos tragados a millones por ese ídolo insaciable, mil veces más feroz y sanguinario que Huitzilopochtli, que se llama el “contingente”. (La leva)

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¡OH progenitores augustos de nuestra amada Patria!

Hace un siglo que nos engendrasteis y se ha acabado ya la raza de los hombres de vuestro temple. Hace un siglo que nos disteis independencia y aún no aprendemos a defenderla. Hace un siglo que nos redimisteis y hemos perdido la dignidad de hombres libres, para caer en la abyección de los esclavos. Hace un siglo que nos liberasteis y aún llevamos colgando del grillete un pedazo de cadena de donde nos han sujetado nuestros tiranos cada vez que rendidos de fatiga nos hemos detenido a descansar a la orilla del camino.

¡OH mártires gloriosos de nuestra cara independencia!

Vosotros que fuisteis titanes por vuestra fuerza, santos por vuestras virtudes, héroes por vuestras grandezas y videntes por vuestra fe: dadnos vuestras virtudes para regenerar nuestra raza que agoniza; dadnos vuestra fuerza para resistir el empuje brutal que amenaza la independencia que nos disteis; dadnos vuestro valor para reconquistar las libertades que hemos perdido; dadnos vuestra fe para llegar a la fuente donde habremos de apagar esta sed infinita de libertad y de justicia que nos ahoga; y dadnos fuerzas, dadnos valor y dadnos fe para arrancarnos esta cadena que nos hiere y que nos sangra y nos hace tropezar a cada paso; esta cadena que vosotros rompisteis y que todavía llevamos arrastrando!

(La anterior es transcripción fragmentada de un artículo periodístico de Blas Urrea-seudónimo con el que firmaba Don Luís Cabrera-, publicado en septiembre de 1910, mientras se celebraba el Centenario de la Independencia de México)


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Septiembre 17-2010