LA RAPIÑA INSTITUCIONALIZADA

Por Alfredo Bielma Villanueva



Dos whiskys y una cerveza ingeridos en el lapso de dos horas durante una agradable tertulia en Los Portales, testigos de calidad pudieran atestiguarlo. Eran las dos de la madrugada cuando acompañado por mí esposa saque mi automóvil del estacionamiento ubicado frente al Hotel Veracruz. No habíamos avanzado dos cuadras cuando, de pronto, un patrullero de tránsito en unidad sin luces, me conminó a detenerme.

“Sus documentos, por favor”, me requirió. ¿Por qué, pregunte? “No puso usted sus direccionales al dar la vuelta a la esquina” (a esa hora no me precedía ni seguía otro vehículo). De inmediato me pidió los comprobantes de la verificación. Debo confesar que, de entrada, el pretexto de las direccionales había soliviantado mi ánimo pues, como cualquier conductor veracruzano, estoy en antecedente de cómo se las gastan algunos agentes de tránsito durante las noches, principalmente de viernes y sábados, ya sea en Xalapa, Veracruz o cualquiera otra ciudad, merodeando en las afueras de los antros para pescar conductores con aliento alcohólico, que no necesariamente ebrios.

Mi licencia estaba vencida, y en ese antecedente entregué la tarjeta de circulación para que procediera a levantar la infracción correspondiente. Pero no, la idea no era levantar una simple multa, por lo que además me pidió también la licencia, que a regañadientes tuve que entregar.

Ya para ese entonces, para demostrar la fuerza del poder que da la placa frente a un hombre maduro y su esposa, a la patrulla de inicio se agregó otra más y por si acaso fuera necesaria también una de la policía, cuyo operario se me acercó para recomendarme que “mejor me arreglara”. No acostumbro dar “mordidas”, mucho menos cuando se trata de un atropello y se intenta la extorsión.

Ante mi reclamo de rebelde inconformidad, a las infracciones anteriores sumó una culpa más, “conducir en estado de ebriedad” y por lo tanto debía acompañarlos al corralón, tal fue la draconiana disposición.

Quienes hayan pasado por este trance saben de la indignación que produce semejante atropello. Pero al mal paso darle prisa. Ya en “el encierro vehicular” pude observar el extraordinario número de infractores que pasan las de Caín en ese remedo de infierno dantesco. Unos por la famosa direccional, otros por haber bebido de más; aquel porque llevaba gente en la batea de su camioneta; un desesperado más pidiendo que cuanto antes le levantaran la infracción para poder retirarse, y yo esperando a que me hicieran la prueba del alcoholímetro, para lo cual tuve que esperar a que se disolviera una gran hilera de presuntos infractores.

Me hicieron la referida prueba y el operario expresó con voz indiferente y cansada: “cincuenta compañero”, le dijo al sujeto que me acompañaba; ya afuera pegunté qué significaba aquella frase y se me contestó que la multa por conducir en estado de ebriedad era de 100 salarios mínimos pero que “por atención” sólo cobrarían la mitad. es decir debía pagar $2,800 pesos. (O sea quizá porque yo iba solo un poquito ebrio).
En síntesis, los motivos originales: no poner las direccionales y presentar licencia vencida, habían pasado a segundo plano y acaso “generosamente” remitidos al olvido, porque importaba la multa más alta. Cuando externé que mejor dejaría la unidad y que más tarde (sábado) pasaría por ella, se me explicó que entonces ellos mandarían por una grúa para sacar del lugar el coche y trasladarlo a otro corralón y que entonces tendría que regresar hasta el lunes porque en sábado, día inhábil, no había servicio.

Ese fue el mejor argumento para convencerme que más valía pagar lo que se pedía como “mordida” que proseguir cualquier otro trámite. La extorsión y el robo son evidentes porque no extienden recibo que compruebe el ingreso de ese dinero a las arcas del erario.

De ninguna manera se generaliza, porque en esa función se desempeñan con rectitud y vocación de servicio muchísimas personas honorables. Pero fueron $2,800 pesos ganados con mucho esfuerzo los que pasaron a las manos corruptas de sujetos preparados para el atraco y obtener el dinero fácil. Prófugos de las aulas o del machete que no sirven más que para la extorsión, en una actividad que el sistema permite porque la corrupción permea desde la base hasta la cúpula, y viceversa.

He decidido narrar este acontecido porque de alguna manera se debe combatir el abuso y el latrocinio frecuentes en el servicio público. Si bien la corrupción en varias áreas del sector público es una realidad culturalmente arraigada entre nosotros y ya forma parte inherente de nuestro costumbrismo social, no por ello debiera ser así ni mucho menos aceptarse como si fuera un mal necesario.

La denuncia es necesaria, y debería ser obligación ciudadana si queremos heredar a nuestros hijos y nietos un mejor universo y ser congruentes en el decir y el hacer. La corrupción y la impunidad son males sociales que se han entronizado por dejadez ciudadana. Que nos quepa al menos la satisfacción de hacer el intento para que las nuevas generaciones lo prosigan con mejor aptitud, cualquier intento no pecará de inútil.

alfredobielmav@hotmail.com
Octubre 2010