EL VIEJO SAN JUAN

Por Alfredo Bielma Villanueva



Una vez más el travieso arroyo que le da vida asoló a la población de Juan Díaz Covarrubias, antes San Juan Sugar; solo que en este septiembre lo hizo con una furia desusada, como nunca antes lo había hecho, rompiendo el viejo pacto que siempre ha existido entre la población y su venero de vida, que riega los verdes cañaverales del gran llano sotaventito y los mangales que lo aromatizan en los días del invierno.

Las siempre tranquilas aunque eventualmente turbulentas aguas del impávido arroyo que rivera arriba a la altura de Hueyapan se forma por la conjunción del Cuitlazoyo y el Amaya, nacidos ambos en la cercana Sierra, sorprendieron a las poblaciones de Hueyapan de Ocampo y Juan Díaz Covarrubias arrollando todo cuanto encontraba a su paso; aves de corral, ganado porcino, vacuno y ovino no tuvieron oportunidad de salvarse, ante la inercia omisa de las autoridades municipales solo la oportuna vigilia de los pobladores logró salvar vidas humanas, aunque no fue posible evitar la muerte de cinco pobladores de Covarrubias y algunas no cuantificables de Hueyapan y poblaciones circunvecinas.

Eran las 2 de la madrugada del 28 de Septiembre cuando los gritos de terror poblaron los aires de Covarrubias, gentes encerradas en sus casas gritaban pidiendo auxilio porque la presión del agua les impedía abrir las puertas de sus viviendas; la solidaridad de los vecinos fue providencial, gracias a ella la catástrofe no fue mayor.

En esos pueblos hay cultura de la protección civil, aprendida y conformada por los años de convivencia con un arroyo de los llamados de respuesta rápida. En una hora súbitamente cubre el llano y en otra se reduce casi a su más bajo nivel, todo depende de cómo llueva en la “Sierra de los Mangos”, sin importar que llueva o no en la llanura. Cada año, casi siempre en Septiembre, el arroyo amaga, se le tiene vigilado. También cada año la gente se levanta por sí sola si hay estragos.

No es el viejo San Juan una joya ni patrimonio de la humanidad, por más que cada uno de sus habitantes tengan igual valor que los que habitan los pueblos ungidos con aquel honroso título; pero difícilmente podrá ser un set cinematográfico en el cual las autoridades del más alto nivel- del gobernador para abajo- pudieran lucir sus dotes histriónicas y su “arrojo” para andar dentro del agua y el lodo. En estos términos el daño a Covarrubias no existió porque lo que no sale en la Televisión no existe, así de fácil. Tampoco luce a las autoridades que buscan reflectores para exhibir su plena entrega al cumplimiento de su responsabilidad.

Testigo circunstancial del desastre ocurrido en San Juan Sugar lo fue la ex senadora Noemí Guzmán Lagunes, quien oportunamente se apersonó con un trailer cargado de despensas, precisamente cuando las aguas bajaban al cauce y las calles quedaban cubiertas de “chocolate”, todavía no se secaba el lodo que la creciente acarreó consigo, tampoco se conocían los daños, pero se adivinaban magnos; la ayuda fue oportuna para paliar angustias. Después se pudo comprobar que los perjuicios ocasionados por la creciente se asemejaban a los de Tlacotalpan y en esa proporción debe verse la verdadera dimensión de lo ocurrido en el viejo San Juan. Porque, si bien las pérdidas en Tlacotalpan son cuantiosas, y ello es debido a los interminables días en que estuvo sumergida bajo el agua, en cambio en Covarrubias la equiparación de los daños se debe cuantificar en razón de que solo bastó una enorme avenida de agua, en dos o tres horas, para causar terribles destrozos en las pobres pertenencias de los habitantes del lugar.

Pero, enhiestos, ya se preparan para seguir adelante; para allegarse ayudas no toman carreteras ni sus quejas llegan a las páginas de los diarios, ya están acostumbrados a la irresponsabilidad de las autoridades. Impasibles, seguirán escuchando los discursos de los próceres políticos anunciando que Veracruz está de pie, sembrando el mensaje subliminal de que eso es gracias a su intervención. De la misma manera, mientras limpiaban sus casas y rescataban lo rescatable veían por la televisión al gobernador caminando dentro del agua y encabezando reuniones de evaluación de daños para programar las ayudas. Una película más con el script de siempre.

Por la televisión se enteraron que su Estado es una locomotora en la economía nacional y de inmediato asociaron el símil con los esqueletos de las desvencijadas chatarras en que se han convertido aquellas locomotoras de vapor que otrora serpenteaban por el llano acarreando vagones de caña para el batey.

También por la radio escucharon que quien les prometió ayudarlos a resarcir las pérdidas está a punto de abandonar el cargo, no sin antes dibujar en el aire un mapa de la economía veracruzana, boyante como pocas. Les queda el recuerdo de los inauditos esfuerzos que las autoridades estatales “hacían” para llevar alivio y socorro a los afectados; ahora aquello es un cuento de quien supo manipular tiempo y circunstancias a su favor sin importar la condición de un pueblo, menesteroso pero digno.

En el viejo San Juan la rutina continúa: los obreros del Cuautotolapan esperan el inicio de la zafra para juntar los pesos necesarios que les permitan, primero, sobrevivir, y después reponer con grandes esfuerzos lo que el agua se llevó.; los campesinos jornaleros y los cañeros seguirán al pie del surco, como años atrás, como siempre, sin esperar ayuda ajena aunque con la secreta esperanza de que, ahora sí, les cumplan lo que cada tres años, lo que cada seis años se les ofrece.

Pero, eso sí, pronto los fuegos pirotécnicos adornarán los aires para celebrar que estamos recordando el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana. ¿Hasta cuando?

alfredobielmav@hotmail.com
Noviembre 2010