CONTROL POLÍTICO o LA LIBERTAD DE XPRESIÓN

Por Alfredo Bielma Villanueva




Es curioso, pero fueron dos joyas del periodismo las que contribuyeron para abrir la puerta a la Revolución Mexicana; periodismo de manufactura estadounidense, por cierto: La entrevista Díaz- Creelman (marzo 1908), en la que el dictador declaró que admitiría la formación de partidos opositores en la búsqueda de la presidencia de la república, y los reportajes de Jhon Kenneth Turner sobre “Barbarous Mexico”, México Bárbaro, (Octubre de 1909), que narraron con crudeza la triste realidad en la que vivían los mexicanos pobres y el resultado de la oposición política al régimen; ambos testimonios se publicaron en la “Pearson´s Magazine”. La entrevista y el reportaje sirven para anclar nuestro enfoque sobre el tema de la libertad de expresión, ahora que está próxima la ceremonia que merecidamente la festeja en virtud de su importancia en la vida del hombre en sociedad y considerando la íntima relación de ésta con la política y los políticos, y del ciudadano con el gobierno.


En nuestro país el ejercicio democrático de la libre expresión de opiniones sobre asuntos de interés público ha sido episódicamente peligroso. Fue quizás en la azarosa presidencia de Benito Juárez cuando las críticas al gobierno se dieron sin tapujos y eran un lugar común. Con Lerdo de Tejada hubo hasta saña, pero con Porfirio Díaz se detuvo en seco la tendencia libertaria de la expresión del pensamiento, pues a partir de allí las crujías de Belem, Tlatelolco y de San Juan de Ulúa fueron testimonios del peligro que representaba manifestarse públicamente en contra del dictador.


El Porfiriato combatió con encono a la prensa no adicta, que entonces se tipificaba en el “Monitor Republicano”, “El Tiempo”, “El Popular”, “El Nacional”, “La Voz de México”, “El Noticioso”, etc. que no resistieron el embate del gobierno ocasionando su desaparición. Sobrevivieron, débiles y muy precarios, “El Hijo del Ahuizote”, “El Diario del Hogar” “Regeneración” que, enhiestos, resistieron someterse a los dictados porfirianos, a cambio de subvenciones vergonzantes. El jaque mate lo dio el Porfiriato cuando comisionó a Rafael Reyes Espíndola, un poderoso empresario nacido como tal al amparo del gobierno, para que se encargara de todo lo mediático, contando para ello con enormes recursos financieros, que simplemente apabullaron a los emblemáticos de la critica. Desaparecieron los Diarios pero en el registro de nuestra historia los nombres de Daniel Cabrera, Filomeno Mata, Ricardo Flores Magón, Juan Sarabia, Francisco Montes de Oca, etc., viven asociados a la dignidad del periodismo nacional.


Debe anotarse que existe una estrecha correspondencia entre la libertad de expresión y la movilidad ciudadana, porque a una cancelación de aquella deviene el demérito o el despertar de ésta. Una prensa amordazada produce como consecuencia un gobierno con ensanchado radio de acción para operar sin límites a favor de sus intereses de grupo, que son comúnmente contrarios y hasta ajenos al bienestar común. Un gobierno que logra supeditar, amordazar a través del “chayote” y la prebenda a los medios de comunicación en beneficio de sus intereses es, por naturaleza, un gobierno antidemocrático y acentuadamente proclive a la corrupción.


La tendencia a controlar la información lleva implícita la voluntad de ocultar la verdad, o de falsearla con propósitos que de ninguna manera van de acuerdo al interés general pues, al disimular la realidad o deformarla y al faltar los ojos críticos que cuestionen su actuación, un gobierno maniobra libremente sin importarle la voluntad ciudadana, porque además ésta es la última que le interesa.


No siempre sucede así porque, a pesar del ejercicio acritico del poder, en el conjunto social perduran los valores de la conciencia propiciando que la verdad salga a flote.

Para ponerlo en contexto, tomemos como referencia lo que el informador López Dóriga acaba de expresar en su reciente visita al norte del Estado, en donde, al comentar la endémica pobreza que se padece en Zongolica, la calificó de vergonzosa en un Estado que “debiera ser la gran reserva del país….Esa es una vergüenza de la que no hay respuesta, pero estoy convencido que todos ustedes la tienen”, dijo sin tono sibilino. Lo cual es muy obvio, porque en la ecuación solo hay dos factores que lo explican: el gobierno y la ciudadanía.


En última instancia, la responsabilidad del atraso de un pueblo, cuyo territorio la naturaleza ha privilegiado, debe atribuirse a la dejadez ciudadana. La pobreza de Veracruz, a pesar de contar con riquezas naturales a modo para un desarrollo económico expedito, debe atribuirse a que la población no presiona a sus autoridades para obligarlas a que hagan buen gobierno. ¿Porqué permitir al gobernante ofrecer sin cumplir? Esa es una responsabilidad que corresponde a la ciudadana. Y no se requiere dar nombres de gobernantes afines con la conducta de ofrecer sin cumplir porque en Veracruz se les conoce de cerca.


Tampoco la denuncia debería ser una carta de “valentía”, cuando en países de desarrollo democrático avanzado ése es un simple expediente que la ciudadana debe cumplimentar al exigir cuentas del balance entre el dinero puesto a la disposición de quienes dicen servirla y los beneficios que se reciben.


Luego entonces, está por demás recordar que sin la actitud solidaria de los medios de comunicación hacia la sociedad, ésta carecerá de un importante elemento al no contar con la información verídica y leal a los intereses que les son comunes. Allí está la raíz del porqué cierto tipo de gobierno maniobra para controlar la información, es donde adquiere validez la consigna de “información es poder”.


Para nadie es buena señal el hecho de que se pervierta la relación gobierno-medios, pues en este caso, la sociedad está privada de ése factor social de primera importancia. La otra parte incumbe a la ciudadanía, aprender a exigir a sus servidores públicos, cuestionándolos desde su etapa en embrión, en este caso de candidatos a servidores, a quienes debe obligar a signar compromisos con fe notariada para que cumplan sus promesas o, en caso contrario, se les señale su proceder demagógico.


En este sentido, la omisión ciudadana hace inútil el ejercicio democrático de votar pues al dejar al libre curso de la acción a sus gobernantes estos simplemente harán lo que mejor les convenga, sin importar la voluntad colectiva, como ya ha ocurrido. Más aún, cuando la compra de la libertad de expresar el pensamiento supera cualquier crisis de conciencia entre vender el trabajo a cambio de canonjías o seguir el romántico impulso que dio origen a la libertad del pensamiento que fue el de servir a la sociedad.

alfredobielmav@hotmail.com

Mayo 2010