Y ¿QUIÉN ES ÉL?

Por Alfredo Bielma Villanueva



“¿Para qué vamos a cambiar el cartel si cada domingo llenamos la plaza?”, fue una frase atribuida a uno de los paradigmas del pragmatismo político del PRI de la segunda mitad del siglo XX mexicano, don Manuel Bernardo Aguirre. Junto con Gonzalo N. Santos, Fidel Velazquez, Olivares Ventura y muchos más, con matices de por medio, provenientes de las bases, forjados al calor de la militancia partidista, estos personajes formaron parte de una Pléyade de políticos considerados como el arca de las memorias de la institución que sirvió de instrumento electoral a los diferentes gobiernos, a partir de 1929, para llegar al poder. “La Revolución se bajó del caballo” decía el General Corona del Rosal; “la caballada está flaca”, describió Rubén Figueroa para referirse al destape del sucesor de Echeverría, haciendo uso de una de las frases favoritas de Porfirio Díaz; “en política el que se mueve no sale en la foto”, advertía Fidel Velazquez, el vetusto dirigente de los trabajadores, que durante décadas se acomodó a los dictados desde el poder para mediatizar al movimiento obrero.


Toda una larga historia que encierra pasajes del México posrevolucionario surgido como consecuencia del movimiento de 1910 por el que Madero desplazó a Díaz, que no a la dictadura, grave error porque de esta surgió la orden de eliminarlo. Esta última reflexión pudiera servir para relacionarlo con el episodio del año 2000, cuando en la jornada electoral federal el Partido Acción Nacional derrotó al Partido Revolucionario Institucional al ganarle la presidencia de la república.


Sí, el PAN ganó la presidencia, pero no el poder absoluto. El PRI- atónito en la conmoción provocada por la derrota - aún contaba con 18 gobiernos estatales y, principalmente, con toda una cultura política que el desenfado e ineptitud de Vicente Fox no pudo transformar a través de una reforma política que hiciera en México las veces del Pacto de la Moncloa, (1977) en España, surgido después del fallecimiento del dictador Francisco Franco y ya entronizado el Rey Juan Carlos. En México se frustró el cambio por una timorata alternancia y solo ha habido más de lo mismo en una transición lenta y temerosa con reformas a medias y hasta mediocres.


Y después de la euforia por el triunfo que significaba la alternancia partidista en la presidencia, el PRI aún estaba allí, como dicen que hace el garrobo, simulando muerte pero recobrando fuerzas. Después le sobrevino la derrota de 2006 que, paradójicamente, ha servido a este partido para evitar ubicarse en el centro del huracán que supone enfrentar los problemas de la crisis económica-financiera que estremeció al planeta. Así escapó del desgaste que le ha significado a Calderón -y al PAN, por supuesto- las consecuencias de esas crisis: quiebras de empresas, pérdida de empleos y la generación de más pobreza y por si fuera poco la drástica disminución de la producción petrolera con su consiguiente reducción de ingresos.


(No es del todo cierto lo que se esgrime como argumento acerca de que el país sufre pobreza extrema y nulo desarrollo económico porque el panismo no ha sabido gobernar. Un gobierno priísta tampoco lo hubiera hecho mejor, por la sencilla razón de que utilizaría el mismo andamiaje que le proporciona la estructura de un régimen neoliberal uncido a las directrices del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Además, al suponer que un solo hombre, por muy presidente que sea, está capacitado para enfrentar y vencer una crisis como la que sufrió el mundo occidental, simplemente está idealizando con explicaciones carentes de sustento real).


En ese contexto, si bien el PRI perdió la presidencia en 2000, mantuvo en su poder 18 gobiernos estatales, los que al desaparecer la figura presidencial como centro absoluto del poder, recibieron sus respectivas porciones, transformado la correlación de los factores de poder en México, al convertir a los gobernadores en los rectores casi absolutos de lo que políticamente ocurre en sus estados. Por el cambio en el orden de los factores de poder, los gobernadores se convirtieron también en grandes electores, de tal manera que su actuación pesa en gran medida en el relevo presidencial, sólo que para ello deben conservar el control político estatal.


Por esta y otras razones en los estados se viven experiencias nuevas en los relevos del poder estatal. En el proceso de selección de candidatos nadie pone en tela de duda la fuerza casi determinante del gobernador de cada estado en cuanto a su intervención en la selección del candidato para sus respectivos partidos. Lo mismo se vive en Michoacán o Zacatecas con el PRD, que en Baja California Norte o San Luís en el PAN. Del PRI, ya conocemos que el corrimiento del poder ha hecho a sus gobernadores los factores de poder preeminente al que debe consultar la dirigencia nacional; sin que esto signifique claudicación pues, finalmente, el que los gobernadores sean factor importante, son accionistas, pero no los hace dueños de la franquicia partidista.


Con estos antecedentes podemos entender lo que acontece actualmente en Veracruz, en donde los veracruzanos estamos inmersos en el proceso de selección que normativamente deben acatar los Partidos Políticos. Por hacer gobierno, la designación del candidato del PRI llama poderosamente la atención. Más aún en los términos en que la apariencia está demostrando que el gobernador desea inclinar la decisión partidista a favor de uno de sus favoritos incondicionales, que no por serlo desmerecen sus derechos ciudadanos. Sólo que en ése intento afecta el derecho de terceros con merecimientos más que comprobados. Esto último y el tufo de sucesión estilo Luís XIV (El Estado Soy Yo), rebela y enardece los ánimos de la militancia priísta y se extiende al interior de la propia ciudadanía, que se siente menospreciada en cuanto a que no se le reconoce capacidad para discernir lo que le conviene al cuerpo social.


Si bien es argumentable que los procesos internos de cada partido le corresponden arreglarlo a su militancia, no obsta el que esas organizaciones tienen el carácter de entidades públicas y que, en esa textura, están a la vera de todos los ciudadanos. De allí la expectativa ciudadana: ¿Logrará el PRI seleccionar a un candidato que no le vulnere ni provoque divisiones graves a su interior? ¿Tendrá el PRI un candidato competitivo para conservar el poder en Veracruz? La primera pregunta encontrará pronta solución en enero próximo. La respuesta al segundo interrogante tiene que ver con el comportamiento electoral de la ciudadanía veracruzana a los ofrecimientos que hagan Convergencia, con Dante Delgado; el PAN con Miguel Ángel Yunes y el PRI con quien resulte responsable de la victoria o de la derrota.


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Diciembre 2009