SUCESIÓN & CONTINUISMO

Por Alfredo Bielma Villanueva



Después del largo periodo durante el cual Porfirio Díaz ocupó la presidencia de la república el pueblo de México añoraba un ensayo electoral, elemento básico de toda democracia que le permitiera conocer la experiencia de elegir a sus gobernantes. Una práctica desconocida en nuestro país, si consideramos que sólo dos hombres, Juárez y Díaz, ocuparon la silla presidencial por un largo periodo de 45 años de nuestra azarosa historia nacional.

Ese prolongado ayuno de prácticas electorales se combinó con la ambición de quienes, una vez adquirido el poder, sufren la metamorfosis que le provoca fruición de poder y pretenden seguir gobernando, así sea interpósita persona. A Madero las circunstancias no le dieron tiempo, pero dio señales muy claras por dónde iba cuando escogió para la Vicepresidencia a Pino Suárez, en lugar de aquel que lo había acompañado en 1910.

Venustiano Carranza pretendió sobrevivir en la cima del poder imponiendo a Ignacio Bonilla, para no dar el lugar a los sonorenses de Agua Prieta, lo que finalmente aconteció mediando la muerte del propio Varón de Cuatro Ciénegas. Cuando en 1923 Adolfo de la Huerta decide buscar la silla presidencial, contraviniendo los deseos del presidente Obregón que había decidido por la candidatura de Calles, se produjo una purga de militares, y los cuarteles se cubrieron de luto porque el “Manco de Celaya” era proclive a cortar de raíz toda oposición que obstaculizara a sus proyectos.

El 26 de junio de 1927 Obregón hizo públicas sus intenciones reeleccionistas y de inmediato brotó la inconformidad al interior de las filas militares. Los Generales Arnulfo Gómez y Francisco Serrano abrieron el fuego opositor y fueron víctimas de los crímenes de Estado. Serrano fue muerto en Huitzilac con trece de sus acompañantes y Arnulfo Gómez fue aprehendido en Teocelo y fusilado en el panteón de Coatepec. Caro pagaron la osadía de oponerse al caudillo, quien no escatimaba la aplicación de medidas drásticas para conseguir y retener el poder.

Álvaro Obregón fue víctima de la orgía sangrienta que él iniciara en los años veintes y con su muerte se cerró el círculo del militarismo en México. Calles decidió institucionalizar las sucesiones presidenciales inaugurando la nueva era con la creación de un Partido Político de Estado, cuya primera participación electoral fue bautizada con la sangre inocente de jóvenes idealistas, y dio paso al retiro de la política de José Vasconcelos, maestro y guía de las nuevas generaciones del México posrevolucionario.

Un fraude electoral inauguró la institucionalización de los procesos electorales o, como se quiera ver, en 1929 los procesos electorales de México arrancaron con evidentes signos fraudulentos, en un país ávido de paz y de progreso.

Setenta años después, con la alternancia partidista en el gobierno federal, el centro del poder presidencial se ha desplazado hacia los gobernadores de los Estados, una vuelta a la realidad de 1929 cuando los gobernadores alimentaban al Partido y decidían a su arbitrio el destino político de sus respectivas ínsulas de poder. Con sus matices, es la realidad que ahora vivimos, son los gobernadores los que deciden quién los sucederá en el cargo. Veracruz, faltaba más, no podría ser la excepción.

Por razones que encuentran base y raíz en la condición humana, el fenómeno de la sucesión lleva aparejado el síndrome del continuismo. Nada nuevo, ésa fue la pretensión de Carranza, de Obregón, de Calles, de Cárdenas, de Alemán, de Echeverría y de Salinas. ¿Por qué el Estado de México, Nuevo León, Zacatecas o Veracruz tendrían que ser diferentes?

A medida que transcurren los días de éste acelerado final de 2009, en la arena política veracruzana se va confirmando, cada vez con mayor vigor, la idea de que el único precandidato al gobierno del estado, capaz de unificar hasta a la oposición, es el candidato del gobernador, muy prematuramente señalado por éste para sucederlo. A estas alturas a nadie escapa que las dirigencias del PAN y de Convergencia velan sus armas electorales con el ya nada secreto deseo de que el candidato del PRI al gobierno del Estado sea el diputado Javier Duarte de Ochoa.

Tampoco es un secreto que al interior del Partido Revolucionario Institucional los nudos o amarres pueden desatarse en determinadas circunstancias y que el gobernador requerirá de un ejército de operadores y mucho dinero para restablecer entuertos, en previsión de una posible desbandada que pudiera convertirse en estampida.

Se ignora a ciencia cierta la estrategia del gobernador Herrera Beltrán sobre éste particular, pero puede adivinarse partiendo de la base que un hombre de su experiencia difícilmente expondrá su futuro político, y algo más, en una decisión que no corresponda a los tiempos que transcurren.

Para ningún aspirante del PRI escapa el hecho de que toda candidatura pasa por el gobernador o las oficinas del poder, el PRI incluido. Ésta es una realidad políticamente comprobada en Veracruz a partir de la elección de 2004, en la que sin el concurso del gobernador Miguel Alemán, Fidel Herrera difícilmente hubiera resultado el ganador. Prueba fehaciente es que, con todo aquel respaldo, la diferencia con respecto de su más cercano seguidor electoral fue pírrica.

De amarres, de nudos y de dinero se habla cuando se debe evitar lo que sucedió en la elección para el senado en 2006, en la que José Yunes Zorrilla, aún con todo su carisma, su popularidad y extraordinaria cruzada proselitista no pudo acceder a un escaño, todo porque fuerzas “amigas” mostraron su perfil perversamente egoísta y entraron en conflicto con la aspiración del ahora diputado y precandidato al gobierno del Estado, con elevados índices de popularidad, por cierto.

En la reciente elección para diputados federales, Jorge Uscanga Escobar probó el efecto del bumerang y mordió el polvo de la derrota, provocada, dicen, desde adentro. Algo parecido a lo que estuvo a punto de ocurrirle a Amadeo Flores Espinosa, quien encontró el triunfo por la rendija que el exceso de confianza dejó abierta y sólo así pudo librarse de una inminente y muy anunciada derrota.

Qué decir de la incontenible gira de muestreo que realiza Héctor Yunes Landa por el territorio veracruzano y que, sin duda, llegado el momento hará valer porque va sumando prosélitos. Nada tiene que perder porque, de entrada, con su actitud puede mirar de frente al sol. Las lecciones enseñan si se aprenden. En 1998, Gustavo Carvajal desaprovechó la oportunidad de encabezar un movimiento similar, que la historia hubiera registrado destacadamente, pero sucumbió ante el peso del sistema, derrochó su capital político y dejó colgados de la brocha a cientos de sus seguidores.

Son muchas las cruces sembradas en el camino y para exorcizarlas se requerirá de brujos, chamanes y toda la jerga de exorcistas de que se pueda echar mano. En fin, que en tiempos de definiciones electorales no hay verdades absolutas, las razones son del tiempo.

alfredobielmav@hotmail.com
Octubre 2009