SPOIL SYSTEM

Por Alfredo Bielma Villanueva


El “Spoil System” (sistema de despojo) nació en los Estados Unidos auspiciado por el presidente Andrew Jackson (1829-1837); su significado sustantivo atribuía al candidato triunfante en una elección la facultad de arrogarse y distribuir los cargos públicos entre quienes integraban su séquito. Es evidente que de allá trascendió a México en donde se le ha adoptado y adaptado otorgándole cabal vigencia, a tal grado que las alternancias en el gobierno federal, los estatales y los municipales no lo menguaron y sí, a cambio, se le ha fomentado en todos sus alcances.


La distribución de puestos públicos entre los seguidores en propósitos y complicidades, entre amigos e incluso parientes ha sido un método común en nuestro país, y últimamente, por razones que por sí solas se explican, ha derivado, corrompiéndose aún más, a la versión de otorgar cargos administrativos o de elección a quienes aportan dinero para las campañas, sin importar la fuente de donde provenga.


Esto último es una realidad confirmada en los hechos y, como la hiedra, se ha ido extendiendo cada vez más hasta convertirse en un lugar común que ya a nadie sorprende. La memoria histórica mantiene fresco el episodio, que en otras latitudes del orbe hubiera provocado graves consecuencias para los involucrados, ocurrido en 1995. Fue el escandaloso asunto de los miles de millones de pesos gastados en la campaña de Roberto Madrazo, para gobernador de Tabasco; esa acusación se soportaba con abundancia de documentos, exhibidos en pleno Zócalo de la Ciudad de México por Manuel López Obrador. El origen del recurso se ubicó en las cuantiosas aportaciones monetarias del “Banquero” Cabal Peniche, de quien más tarde, durante su éxodo, aprehensión y cautiverio en Melbourne, se descubrieron operaciones financieras de dudosa manufactura.


En un más reciente capítulo, durante la campaña de 2004 en el Estado de Veracruz, corrió fuerte el rumor sobre las aportaciones en especie que hizo un prominente empresario poblano dedicado a darle valor agregado a la mezclilla, regalando chamarras, camisetas, gorras, etc., para uno de los candidatos al gobierno estatal. En aquel entonces, independientemente del apoyo que presumiblemente aportó para la campaña de su partido el gobierno estatal, también se habló de recursos provenientes de empresarios dedicados a la venta de gasolina y de la construcción, entre otros.


Con estos antecedentes, no es para dudar siquiera que la descomposición de todo un sistema presumiblemente democrático siga su escala ascendente, en caída libre mientras tanto no haya un cambio sustantivo en la estructura del Estado. La urgencia de esto último lo subraya la bipolaridad política que actualmente vive México y que en la medida que se acerca 2012 se irá manifestando con recrudecidos enfrentamientos entre la oposición mejor estructurada representada por el Partido Revolucionario Institucional contra el gobierno federal encabezado por el Partido Acción Nacional, al que le cayó el “chaquiste” apenas iniciado en 2006. En ese diferendo, unos contradicen las propuestas gubernamentales y otros, con flácidos argumentos las defienden. Sin embargo, el común denominador que los emparienta radica en que solo buscan beneficios electorales inmediatos, “llevar agua a su molino”, el bien común que aparenta estar detrás de sus respectivas posiciones queda muy lejos de sus propuestas.


Si realmente los partidos fueran la expresión de las condiciones sociopolíticas de la sociedad, en los hechos la disputa entre dos partidos no refleja la estructura real del contexto social, pues al estar seccionado en dos grandes bloques: una clase media cada vez más depauperada y un enorme sector poblacional sumergido en la desesperanza de la extrema pobreza ¿Podemos colegir con precisión que los partidos políticos están realmente expresando el pulso de la nación? No, mientras sus esfuerzos permanezcan en la superficie de lo electoral y no se cristalicen en cambios de fondo, en lo económico y lo político.


Ciertamente, la corrupción electoral no se mide sólo en función de quién hace las mejores ofertas con programas que resultan de dudosa aplicación porque son mentiras torcidas (como la propuesta de la pena de muerte del verde Ecologista), sino también por la ejecución de la deshonesta e incontrolable compra del voto ciudadano, aprovechando que la gran mayoría de la población, por vivir en condiciones de pobreza extrema, utiliza su boleta para las urnas como un vale de cambio.


Estos son los extremos hasta donde hemos llegado porque el sistema político actual está esclerótico y requiere de medidas extremas para transformarlo y/o revitalizarlo; las propuestas están a la vista: referéndum, plebiscito, revocación de mandato, reelección de diputados y alcaldes, reducción sustantiva del número de legisladores, federales y estatales, sólo falta voluntad de cambio para llevarlas a cabo. Nada nuevo, pero cuán difícil resulta aplicarlos en un país víctima del Spoil System, en el que la ciudadanía no es respetada como pueblo político sino considerada, al igual que en los viejos feudos se veía a los súbditos, como un rebaño al que sin miramiento alguno las minorías en el poder suponen que es tarea fácil el imponer su voluntad.


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Septiembre 2009