EL PODER Y LA ACADEMIA

Por Alfredo Bielma Villanueva


En una interesante investigación histórica intitulada “Caudillos Culturales en la Revolución Mexicana”, Enrique Krauze se refiere a las actitudes y acciones de los llamados “siete sabios” o “la generación de 1915” que integraron Antonio Castro leal, Alberto Vázquez del Mercado, Vicente Lombardo Toledano, Alfonso Caso, Teófilo Olea, Manuel Gómez Morín y Jesús Moreno Baca; una élite de brillantes jóvenes con promisorio futuro.


Con ésa investigación Krauze explica que “se trataba de examinar o de ilustrar la tensión moral que ha existido siempre entre cultura y poder… ¿Puede un hombre de libros, un hombre de preocupaciones inteligentes, incorporar sus conocimientos a la acción para construir, a partir de ellos, el buen poder? ¿Es la técnica el gran mediador entre conocimiento y acción? ¿Es la prédica el gran mediador entre conocimiento y acción? ¿Qué tanta dosis de integración al Estado tolera la conciencia crítica? La mayoría soñó con ser el filósofo-rey…”


Dos de esas lumbreras fundaron partidos políticos, distantes entre sí por su ubicación en la geometría político-ideológica: el Partido Popular, de orientación izquierdista con el sello de Vicente Lombardo Toledano y el Partido Acción Nacional, de derecha, a cuya cabeza estaba Manuel Gómez Morín. No negaron orígenes, simplemente actuaron conforme a sus propias y muy personales circunstancias.


Como ellos, los otros cinco brillaron adoptando posiciones criticas sobre el orden establecido, inconformes como estaban del rumbo que tomaba la Revolución. Gómez Morín fue un forjador central de las leyes e instituciones de crédito en el país, de ello hacen constancia el Banco de México, el Banco de Crédito Agrícola, el Banco de Londres y México y las leyes que le dieron base jurídica. Lombardo Toledano, muy joven, se distinguió en las luchas de conducción obrera, la CROM de Morones y la CTM son testigos fehacientes. Su formación académica y doctrinaria permitió a ambos una visión transparente y convencida del rumbo extraviado de la Revolución Mexicana; esa conciencia critica-sobre todo a Lombardo- de alguna manera les inhibió cohabitar con quienes conducían las instituciones, según ellos, de modo equivocado.

Quizá es esa tensión moral entre cultura y poder la que distancia al hombre de libros de los estrechos vericuetos del poder; tal vez por no estar constituidos mentalmente para resistir la dura brega en la que predominan la mentira y la audacia sobre la razón y lo auténtico. Acaso no están preparados espiritualmente para soportar el enorme peso que conlleva el poder y lo que esto representa o, a lo mejor, carecen de lo que Ortega y Gasset atribuye como característica especial al político: “vitalidad, impulsividad, escasa vida interior, histrionismo”.

Por otro lado, es poco probable que les sea posible evadir los atributos de la condición humana; esa tan maleable a los vaivenes de la vida. Hay en el panorama nacional varios casos que traslucen que ni el hombre de libros está exento de sucumbir ante los estragos del poder sobre la personalidad-, algunos no son tan lejanos y hay memoria viva de ellos:

Remoto pero emblemático es José Vasconcelos, el gran faro cultural de principios del Siglo XX, que no pudo o no supo constituirse en el líder político que México necesitaba después de su participación en la elección de 1929, lo que para muchos representó uno de los mas grandes fraudes electorales de que se tenga memoria en el México posrevolucionario. Después de esa elección, José Vasconcelos no volvió a ser el mismo, al grado de llegar a debatir discrepancias públicas con sus antiguos seguidores, Gómez Morín y Narciso Bassols, entre ellos.


Para no divagar, citemos tres de los casos más recientes de hombres que, provenientes de la academia aunque familiarizados con la cosa pública, desempeñaron elevados cargos públicos de donde fueron despeñados:

Enrique Velasco Ibarra, extraordinario maestro de Derecho Constitucional y Teoría del Estado en las Facultades de Derecho y de Ciencias Políticas; amigo personal de José López Portillo de quien fue secretario particular en la Presidencia de la República. De allí salió como candidato al gobierno de su natal Guanajuato en donde, con el apoyo del presidente de la república y sus conocimientos teóricos de la cosa pública, se presumía que iba a ser un sexenio de grandes rendimientos. Apenas inició su mandato, el 26 de septiembre de 1979, vino la decepción de propios y extraños. El poder ya lo había transformado desde su paso en la presidencia (los veracruzanos supimos del rancho que compró en la zona sur, que colateralmente dio margen al nacimiento de un cacicazgo). Ya en su feudo provinciano, para nadie eran un secreto los deslices amorosos del gobernador, quien se paseaba en carro descapotable o en motocicleta por las persignadas calles guanajuatenses con las conquistas de la semana; era obvio el descuido de sus obligaciones y aquello se convirtió en una auténtica algarabía estatal que no resistieron en el centro del país y el gobierno de De la Madrid decidió cortar por lo sano destituyendo al gobernador el 25 de septiembre de 1984.


En Chihuahua sucedió un caso, aunque no parecido sí semejante, en cuanto a que el gobernador Oscar Ornelas previamente había sido maestro universitario y rector de la Universidad de ese estado. Durante su mandato se perdieron las alcaldías de Ciudad Juárez y Chihuahua ante los candidatos panistas Javier Barrio Terrazas y Luis H Álvarez, respectivamente. El origen de la debacle del gobernador empezó cuando le “faltó” carácter para defender los “triunfos” del PRI. Esto último colmó la paciencia del gobierno federal y la situación política del gobernador Oscar Ornelas se tornó insostenible. Se tomó como pretexto el “conflicto” que originó la designación del nuevo rector de la Universidad Autónoma de Chihuahua para pedirle a Ornelas su renuncia al cargo; lo que sucedió el 19 de septiembre de 1985, y en su lugar entró Saúl González Herrera como gobernador sustituto.


En noviembre de 1990 se celebraron elecciones municipales en el Estado de Yucatán, gobernado por Víctor Manzanilla, de larga carrera legislativa y reconocido maestro universitario. El PRI perdió Mérida y otros municipios. Las presiones desde el centro del país sobre el gobernador eran fuertes para imponer el triunfo priísta, orquestadas principalmente por su acérrimo adversario político el ex gobernador Víctor Cervera Pacheco. Manzanilla le había comentado al candidato del PARM a la alcaldía Yucateca en ese proceso, “Una cosa sí te digo: si me llega una consigna del PRI nacional o de gobernación para modificar el resultado electoral, les aviento la toalla. Cuando se llega a mi edad, Rafael (Loret de Mola), no tenemos nada que perder. Yo quiero salir con dignidad de esta responsabilidad y me niego a pasar a la historia como un defraudador”. La renuncia de Víctor Manzanilla al cargo de gobernador se produjo el 14 de febrero de 1991 y su acérrimo adversario político, Víctor Cervera Pacheco, con fama de porro universitario pero extraordinario “operador” político aprovechó la oportunidad para recomendar a Dulce María Sauri para terminar el periodo del defenestrado.


Tres hombres con perfil universitario; tres académicos reconocidos, (entre otros casos) ¿será esta la respuesta a las preguntas que formula Krauze en el libro de referencia?: “¿Puede un hombre de libros, un hombre de preocupaciones inteligentes, incorporar sus conocimientos a la acción para construir, a partir de ellos, el buen poder?

Usted, por cuál perfil se inclinaría, ¿por el de los exitosos políticos Elba Ester Gordillo, Víctor Cervera Pacheco (+) o por alguno de los ex gobernadores defenestrados de sus encargos? ¿Sucumbieron acaso porque no pudieron conciliar la familiaridad a los libros con la carencia de escrúpulos? ¿Quetzalcóatl contra Huitzilopochtli? ¿Quién lo sabe?

alfredobielmav@hotmail.com

Septiembre 2009