DIVISIONES EN LA CÚPULA

Por Alfredo Bielma Villanueva



La reciente visita a Xalapa del laureado escritor Carlos Fuentes, combinada con los acontecimientos políticos del inmediato porvenir en nuestro estado, trae a la memoria lo que el escritor narró en una colaboración el año de 1993 acerca del comentario que le hizo a pregunta expresa el todavía presidente Salinas de Gortari, sobre lo ocurrido en la apretada elección de 1988. Cuenta Carlos Fuentes en su artículo que Salinas le confió que la división en la cúpula priísta fue provocada por novedosa idea de la “pasarela” en la que desfilaron los seis precandidatos a la presidencia de la república para la que finalmente él fue el escogido.


El procedimiento aquel había surgido a causa de la conmoción originada por la Corriente Democrática En un intento por abandonar el antiguo procedimiento conocido como “El Tapadismo” se puso en práctica en 1987 la idea de que quienes aspiraban a la candidatura presidencial por el PRI debían presentar sus respectivas visiones sobre el futuro del país, como un signo de apertura democrática al interior del PRI. Pero este ensayo dejó entre los no escogidos la íntima sensación de haber sido utilizados para proteger al elegido y verdadero “Tapado”. Al menos así lo dejaron entrever Manuel Barttlet y Alfredo del Mazo.


Con la ruptura histórica a cuestas por la expulsión de quienes integraban la “Corriente Democrática” Salinas emprendió una campaña en un entorno oposicionista en el que se temía más al candidato del PAN que a la improvisada reunión de las izquierdas, “enriquecida” por partidos considerados como pareestatales, como el PARM que había postulado a Cárdenas.


Fueron aquel proceso electoral de 1988 un parteaguas para el PRI y para la nación. Por principio de cuentas, mucho de lo que propuso la corriente democrática gradualmente fue estableciéndose en los procedimientos internos del Revolucionario Institucional. Colateralmente, el debate abrió espacios para que la ciudadanía participara con planteamientos sustentados en experiencias históricas que obligaron al gobierno salinista a iniciar reformas constitucionales y a la norma secundaria en materia electoral para crear instituciones que otorgaran confiabilidad y certeza a los resultados comiciales. Por la ciudadanización de esos instrumentos el gobierno dejó de ser juez y parte en la organización y calificación de los procesos electorales; un gran paso que es posible dimensionar en toda su magnitud oteando en la cumbre de nuestras gestas electorales.


Así podremos vislumbrar y comprender con meridiana claridad los frentazos que sufrió la oposición política ante los partidos oficiales desde la elección presidencial de 1929. En éste año la oposición perdió ante el iniciado Partido Nacional Revolucionario, en medio de las acusaciones de fraude y de violencia lanzadas por Vasconcelos y seguidores. En 1940 Juan Andrew Almazán y los almazanistas enfrentaron al gobierno y al joven Partido de la Revolución Mexicana y perdieron en reñidos comicios, calificados de fraudulentos, pero araban en el mar. En 1952, la oposición luchó en contra del partido oficial, heredero de los dos anteriores, y contaba apenas seis años de vida: el Partido Revolucionario Institucional cuando enfrentó desde su noviciado el duro embate de Miguel Henríquez Guzmán; pero Alemán, el presidente de la república, ya tenía bajo control todos los hilos del poder.


A partir de 1952, cuando la Revolución ya se había bajado del caballo, el PRI navegó sin problemas serios pues vivía un feliz amasiato con los “gobiernos emanados de la Revolución”. Hasta 1988 cuando Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y otros conspicuos priístas provocaron el cisma de la segunda mitad del siglo XX mexicano en las filas oficiales del ya para entonces no muy joven partido.


La historia narra la tenaz lucha opositora para terminar con el sistema de partido hegemónico, condición adquirida más por su relación simbiótica con el gobierno que por su cercanía con las causas de un pueblo atosigado por las recurrentes crisis económicas. Durante mucho tiempo fue el único partido “capaz de ganarle las elecciones al pueblo”, tal cual decía la conseja pública; un hecho histórico que el más acendrado de los priístas jamás podría desmentir.


Pero volvamos a la idea de este escrito. Salinas atribuyó las peripecias de su elección a la división en la cúpula de la élite política oficialista traducida en la expulsión de los cismáticos de la Corriente Democrática y los resquemores de “la pasarela”. Poco después vino la catástrofe del 2000 que, inducida o no por la sana distancia que pretendía separar aquella asociación PRI-Gobierno, provocó inestabilidad interna en la vieja estructura partidista que devino en el fin de la era hegemónica del Partido Revolucionario Institucional.


En 2006, cuando se soñaba de regreso a Los Pinos, la élite priísta demostró que no había aprendido la lección e incurrió de nuevo en los perjudiciales pleitos en la cúpula. Cuando Roberto Madrazo ganó la candidatura del PRI a la presidencia ya llevaba tras de sí el pesado lastre que le significaba el TUCOM (Todos Unidos Contra Madrazo) y la enlodada a Arturo Montiel, que salpicaba inevitablemente al propio partido. La salida de Elba Esther Gordillo del PRI provocó otro grave rompimiento, pues para nadie es un secreto el enorme peso político del Sindicato Nacional de Maestros, el más numeroso de América Latina. A la división se unió la traición de algunos gobernadores priístas y el resultado fue la estrepitosa derrota en el 2006.


Estos antecedentes pudieran explicar el porqué en el Estado de Veracruz se llevan a cabo acciones tendentes a evitar escisiones peligrosas que afecten la marcha triunfalista del PRI. No hay nada nuevo bajo el sol, la historia guarda, cual hojarasca seca, acontecimientos aleccionadores para quienes están en el centro de las decisiones o forman parte de la baraja sucesoria.


alfredobielmav@hotmail.com

Agosto 2009