EL VOTO ES UNIVERSAL

Por Alfredo Bielma Villanueva


“Autorizo y renuncio a mi derecho a gobernarme a mí mismo a favor de este hombre, o de esta asamblea de hombres, a condición de que tú a la vez le cedas tu derecho y le autorices a actuar de la misma manera” THOMAS HOBBES


El voto es universal, entendiendo por esto que la Ley concede el derecho a votar a quienes cumplen con una serie de requerimientos que a juzgar por el criterio del legislador lo sitúan en aptitud para incursionar y decidir sobre asuntos de carácter público y en la competencia social, dejando sin efecto consideraciones de raza, etnia, religión, educación, sexo, condición social, etc. La universalidad del voto abarca un espectro que va desde su origen por quienes adquieren capacidad para emitirlo hasta el objeto favorecido por su elección. Si el voto es la manifestación de una voluntad individual, que por la suma se convierte en un mandato colectivo, habría que convenir en que como decisión personal lleva implícita la libertad para ejercer el libre albedrío en el sentido que se juzgue conveniente.
La libertad para emitir el voto tiene, sin embargo una delimitación importante, pues en la papeleta que será depositada en la urna aparecen los nombres de partidos y candidatos como únicas opciones. Aquí es en donde el libre albedrío encuentra una restricción legal, pues si ejerce su libertad para votar al margen de las opciones enlistadas, automáticamente el voto se anula. Esta circunstancia constriñe al ciudadano a votar, en última instancia, no por la opción más conveniente, sino por la menos mala y esto sí constituye una verdadera limitante al ejercicio democrático de una ciudadanía que busca mejores alternativas.
Entonces, ¿qué hacer cuando la oferta no nos convence? En aras “del fortalecimiento democrático” ¿tenemos que votar necesariamente “por el menos malo”? ¿Acaso nuestra libertad para elegir se debe agotar en las propuestas que nos hacen partidos políticos o candidatos que no han sabido convencernos? Entonces, ¿no tenemos más opción que el de votar por algo que se nos impone sin apelar a nuestra libertad de elección? ¿Si no estamos conformes con la situación que se vive y carecemos del recurso del plebiscito, del referéndum o de la revocación del mandato para decirle a quienes gobiernan que no estamos de acuerdo con lo que hacen o dejan de hacer, debemos optar por el “ai” se va?
Son muchas las interrogantes que surgen desde el seno de una sociedad atosigada por las crisis. Si bien se nos dice que el aprieto económico de ahora es de similares proporciones del que sufrimos en 1995, en el contexto actual habrá que agregar la crisis de inseguridad, surgida a partir de que el actual gobierno federal se decidió, por fin, tirarle la pedrada al gran panal del crimen organizado, un asunto al que los gobiernos anteriores, los priistas y el panista del inefable Fox, por las razones que se quieran le habían hecho irresponsable mutis. Juntas ahora, ambas crisis conforman un caldo de cultivo en el que destaca la inconformidad social, que ante la proximidad de las elecciones federales del 5 de Julio la ciudadanía desea expresar sin límite alguno.
En este contexto, mucho influye el descomunal descrédito de la clase política mexicana, por su formidable debito con la sociedad y ésta, a propósito de los comicios del 5 de Julio, aprovechará la oportunidad de expresarle su rechazo, sin importar que ello implique la anulación de su voto. Anulado, que no nulo, pues se trata de un voto activo que estará expresando un manifiesto repudio a la corrupción, a la impunidad y a la incompetencia gubernativa en todos los órdenes de gobierno.
En este modesto espacio con harta frecuencia hemos insistido en la necesidad de que la ciudadanía participe en los asuntos que a todos competen, de tal manera de no dejarle el camino libre a los políticos, y en este sentido no hay abstención que valga, ya que al inhibir nuestra participación extendemos un cheque en blanco a quienes ejercen el poder. Solo que, puestos en la tesitura de elegir una oferta política que se antoja pueril y vaga como la que nos presentan los candidatos y los partidos, y al observar la conducta de gobiernos que se preocupan más por el parecer que en el ser, la ciudadanía ya más madura y participativa buscará la manera de cómo hacer para que se entienda su inconformidad. De allí que surjan opciones como las del “Voto Blanco”.
Aquí es en donde debe prevalecer la universalidad del voto emitido, aunque no sea por las opciones de la papeleta y bien harían las autoridades en tomar nota del mensaje ciudadano. Poco falta para conocer el impacto de esa otra campaña que promueve el voto anulado, tan válido como cualquier otro y mucho más significativo que “votar por el menos malo”. Como fuere que resulte, será saludable para la ciudadanía y para el gobierno. Para aquella, porque el ejercicio democrático le servirá para hacerse oír y como un desfogue a su creciente inconformidad, y para el gobierno como un termómetro para medirle la temperatura a un caldo de cultivo cada vez más caliente y picoso.
“Todos los gobernadores de los últimos seis años han sido electos por menos de tres de cada diez ciudadanos”, dice un interesante reportaje publicado en Milenio El Portal el 9 del presente mes. La nota hace referencia a que el gobernador del Estado de México fue electo por solo el 20.31% del padrón electoral mexiquense, al igual que el gobernador de Veracruz, Herrera Beltrán, quien solo obtuvo el 20.88% de los electores veracruzanos. Muy abajo del 32.4% que obtuvo en su terruño el gobernador de Tabasco, por ejemplo. En lo que corresponde a Veracruz sabemos que Fidel Herrera Beltrán fue electo por una tercera parte de los votantes, sólo 26 mil electores más que Buganza, del PAN, seguido muy de cerca por Dante Delgado, de Convergencia y aliados. El número de quienes votaron en 2004 fue casi equivalente al de quienes no lo hicieron; esta abstención representó un voto inútil.
Aquí se ratifica la teoría que considera que la democracia consiste en la lucha de unos cuantos para hacerse del poder y gobernar a los muchos. Así seguirá aconteciendo en tanto que la sociedad no participe más intensamente en los procesos instituidos para integrar los órganos públicos. No está por demás recordar que en México los comicios conllevan un elevado costo económico para la sociedad; que cada urna y la parafernalia que la rodea representa un auténtico sacrifico para un pueblo con enorme porcentaje de pobres, luego entonces debemos aprovechar el gasto para ejercer nuestro derecho a elegir, así sea por la tercera opción del voto anulado, que no nulo. Por sí mismo llevará un mensaje de inconformidad, el destinatario no importa, solo que se dirija a quien corresponda y siempre que sea por la mejor opción, nunca por “la menos mala”.
alfredobielmav@hotmail.com
Junio 2009