ENTRE LA LEALTAD Y EL RENCOR

Por Alfredo Bielma Villanueva


En un equipo de gobierno, en el que indefectiblemente los juegos de la política tienen un elevado protagonismo, es usual tomar a la lealtad como uno de los valores cardinales que deben regir al grupo, una elemental condición en términos de confianza entre quien manda y quienes han aceptado subordinarse a sus directrices. En México ha sido una constante el que los equipos de gobierno se estructuran con gentes identificadas con el responsable de un programa de gobierno, llámese presidente de la república, gobernador o presidente municipal. Las ligas entre quienes integran el aparato administrativo normalmente se establecen desde tiempos muy previos, en los que priva la identificación de propósitos, de compromisos y hasta complicidades.


La historia de nuestro país está bien nutrida de casos que nos revelan un sistema de botín, es decir el que gana se lleva todo; al menos así fue durante la presidencia imperial y prosigue con la alternancia en la que un Partido que navegó en la oposición y la mayor parte de su existencia criticó a aquel sistema de botín ha adoptado e implementado la misma estrategia, aunque con los obligados matices que las circunstancias imponen.


Otra constante en la integración de un equipo de gobierno es la inevitable propensión del hombre de poder a trascender a sus tiempos de mando; estado de ánimo que se traduce en angustia estresante en la medida en que se acerca el fin del mandato. De allí la tendencia a prolongar la sobrevivencia política a través de agentes del continuismo, que no de continuidad.


Por experiencias previas el hombre se sabe transitorio, pues por muy poderoso que llegue a ser, por mucho que las circunstancias lo hayan favorecido, fatalmente llegará a su ineludible final. También conoce que son las condiciones las que se conjugan en un momento determinado para producir al hombre de acción; que el más grande de los genios de la acción nacido fuera de contexto simplemente resultaría anulado sin el acomodamiento de las circunstancias. Aunque para acomodarlas a su favor tengan que desplegar un titánico esfuerzo, tal cual lo hizo Benito Juárez.


Benito Juárez es símbolo en nuestra historia, icono orientador de las acciones y las simulaciones de nuestros gobernantes. La desigual lucha que sostuvo contra el imperio lo enaltece a nuestros ojos y cada 21 de marzo es pretexto para tejer laudatorios “mensajes” por parte de quienes gobiernan; desafortunadamente con mucha frecuencia es sólo retórica vana porque no llevan implícito el espíritu que animó al prócer.


Por ejemplo, en Veracruz le tocó al encargado del enlace con los medios pronunciar el discurso a nombre del gobierno estatal; una pieza oratoria de buen corte, del que, a juzgar por los comentarios en la prensa, pareciera que hubo la consigna de destacar lo siguiente: “Que nada nos distraiga ni que nada que no sea el interés de los veracruzanos nos ocupe. Entreguémonos a lo que nos comprometimos: a servir a los veracruzanos al lado de Fidel Herrera Beltrán hasta el último segundo de la administración. Seamos íntegros. Leales. Fieles. Fortalezcamos aun más la unidad de los veracruzanos”. Lleva mensaje, porque es un llamado a quienes seguramente ya se están alejando paulatinamente del centro del poder en la medida que los tiempos finales se acercan.


Fue un llamado a la fidelidad ése discurso del 21 de Marzo ante la efigie de Benito Juárez (del que por cierto habría que recordar y acentuar que estigmatizó la corrupción y enalteció con insistencia la dorada medianía), en un discurso orientado hacia adentro del equipo de gobierno, la fecha rememorada fue lo de menos, solo un pretexto para insertar la convocatoria al reagrupamiento.


En nuestro entorno sociopolítico no es novedad saber que existe un acentuado rechazo hacia la clase política, por muchos y muy variados motivos, sobre todo el que reside en su falta de compromiso para con el pueblo. Aquí se da una ecuación invertida de las lealtades, porque en primer término ésta es para quien manda, después para el partido y lo que queda del compromiso es para la ciudadanía, que es la que cubre el salario, los viáticos, las comisiones, las prebendas y hasta el enriquecimiento ilícito de no pocos “servidores públicos”.


Por ello llama la atención el llamado a la fidelidad y a la lealtad que se lee en el discurso de referencia. Pero,¿cómo pedir lealtad y fidelidad a quiénes se les ha tratado con la punta del pie, exhibiéndolos sin miramiento alguno un día sí y otro también como simples chambistas que aceptan regaños públicos y apodos vergonzosos con tal de no vivir fuera del presupuesto? ¿Cómo esperar gratitud de quienes accedieron al cargo mediante la previa aportación pecuniaria para la campaña, como insistentemente se habla? Independientemente de lo que al interior del gobierno se espere de estos últimos, ¿qué habría de esperar la comunidad cuando, como se escucha, se mantienen en el puesto bajo pretexto de no haber recuperado aún el importe de las aportaciones de las que mucho se habla?


Hay una gran distancia entre la lealtad a los principios y el agradecimiento a quien eventualmente los incorpora al trabajo. Tal vez aquí pudiéramos encontrar la diferencia entre el “ser institucionales” que alegan los eternos trapecistas, con el compromiso con quien realmente paga, que es la población en su conjunto a la que se dice servir.
Para el interior fue el discurso porque, de otra manera, en recuerdo a Juárez debió haberse definido la postura del gobierno estatal respecto a lo que el alto clero ha venido propagando al invitar a votar en contra de los partidos que no aprobaran las leyes contra el narcotráfico, como la Ley de Extinción de Dominio. Tan fácil como dejar constancia de la indebida incursión de la elite clerical en menesteres que son del Cesar y no de Dios, tal cual les ordena la divina sabiduría y que fue permanente lucha juarista. Pero no, Juárez solo fue el pretexto.


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Marzo 2009