EL TEATRO INFANTIL Y EL TEATRO DEL ABSURDO

Alfredo Bielma Villanueva


Ya, pasó la euforia consumista; la embriaguez del pensamiento colectivo arrobado por la nostalgia que aspira a los buenos deseos y el planteamiento de los propósitos para mejoras personales en lo provenir. Lo que ahora viene es la cruda realidad, esa de la que infructuosamente se intentó escapar durante quince días y en la que difícilmente hay condiciones para realizar aquellos buenos deseos. Lo que está enfrente es la crisis económica y la crisis de inseguridad con sus consustanciales costos y consecuencias sociales y como para ponerse peor también es un año electoral, con todo lo que esta otra realidad implica.


Un panorama más que difícil, y habrá que precisar que al reconocerlo no es por pesimismo o ánimo decaído sino la plena toma de conciencia de una problemática a la que ineludiblemente tenemos que hacerle frente en el ámbito de lo familiar y en el contexto social, contaminado por las parafernalias del ambiente electoral y las tradicionales actitudes de los actores políticos que pretenden hacer creer que en este depauperado país no ocurre nada. En ése esfuerzo se montan escenarios parecidos a las representaciones de teatro infantil o bien del teatro del absurdo, en una competencia en la que se llega a una mixtura de ambos estilos, muy propios por cierto de la conducta del hombre público mexicano.


Si bien el escenario nacional es rico en ejemplos de la variedad de obras teatrales acá en el Estado no cantamos mal las rancheras. Está por demás afirmar que ninguna de estas representaciones es suficiente para hacer olvidar la gran crisis, económica y de inseguridad, que asola a la sociedad. Pero valen como catarsis sanadora hacer un breve repaso de las representaciones que la clase política veracruzana pone a la disposición de la ciudadanía.


Para que en tiempo de crisis no olvidemos que en política hay permanente crisis de dignidad y carencia de escrúpulos, al finalizar el año hubo un amago de despido cuyo papel protagónico corrió a cargo del actual Secretario de Gobierno veracruzano, un actor muy solicitado para papeles de desmentidos y rectificaciones, muy bien pagados por cierto. En la penúltima representación el director de la obra por alguna razón quiso recordarle la transitoriedad de su permanencia en el papel y de pronto, como en las televisoras, le quitó la exclusividad y lo puso a disposición del partido como posible candidato a diputado federal. Pero como todo actor principal que se respete hizo mutis y declaró que no aceptaría ser siquiera la insinuación y para robustecer su dicho expresó una verdad más que evidente al reconocer que ya está viejo y cansado. Pero en el guión de su papel la continuación del texto disponía que debía una vez más dar marcha atrás en para finalmente aceptar lo que su jefe le mandara, incluso la candidatura para diputado, claro sin faltarle el respeto a la muy reconocida democracia interna de su partido.


Este actor ya ha sido protagonista en otros dramas del desmentido y larga sería la enumeración pero un asunto que tiene pendiente es el de las tarifas urbanas para estudiantes que fueron fijadas en un torneo de desmentidos que no fueron sino cortina de humo para distraer la atención del público afectado con el incremento tarifario. Por allí está latiendo con fuerza la inconformidad de los jóvenes a quienes no se les respeta el descuento que les ofrecieron. El asunto es una luz ámbar en un teatro abarrotado por un público deseoso que le cumplan con la función ofrecida y que más vale que atiendan antes de que se convierta en un foco rojo que obligue a un cambio de escena.


Un actor del teatro del absurdo en el año que ya se fue ha sido el alcalde xalapeño, quien no da una como actor de primera línea. Primero declaró que se cerraría escalonadamente la calle principal del centro de la capital veracruzana para convertirlo en atracción turística. Pero se le olvidó que en Xalapa no hay vías alternas para desfogar el intenso tráfico que cotidianamente aflige a sus habitantes y el intento abortó inmediatamente. Después, en su libreto algún maloso le puso la línea de que la zona de tolerancia jalapeña se haría en un territorio ajeno al que le corresponde como alcalde, obviamente ante la rechifla del teatro vecino tuvieron que borrarle ésas aciagas líneas. En otra representación, ésta muy propia de su origen empresarial, anunció la privatización del servicio de recolección de basura. Solo que en el montaje de la obra se le olvidó que para escenificarla requería de tramoyeros que apoyaran el desarrollo del cuento y como les disgustó no ser tomados en cuenta dijeron simplemente “no” y la obra fue suspendida hasta nuevo aviso.


Pero la riqueza de la inventiva teatral jalapeña es proverbial y para finalizar la temporada se anunció que se erigiría una estatua del Santo Rafael Guizar Valencia, nada menos que en la explanada que el estado laico destina a Sebastian Lerdo de Tejada, uno de los santos de la Reforma, y entonces sobrevino la crisis de las conciencias entre la ensangrentada historia de México y la intentona de la Iglesia por ir ganando más espacios terrenales. Un asunto en el que la sincera veneración al santo no tiene nada que ver pues es solo la ilusa pretensión de un alcalde que está aprendiendo a conducirse en política y que además no conoce la historia. Es también la amoral conducta de una jerarquía católica que pretende explotar los méritos de un auténtico Santo cuyo ungimiento como tal no requirió de implementos externos a la fe.


A grado tal llegó la protesta laicista que desde la alta jerarquía católica se declaró que la idea de colocar la estatua en el centro xalapeño fue iniciativa del gobierno del estado y del ayuntamiento local. Ante éste descobijo, como se tiene la concepción errónea de que la mente ciudadana padece infantilismo, el final de esta trama se diseñó para teatro guiñol y en esa lógica se mando al síndico municipal y al ¡subdirector de turismo! local para desmentir la nada halagüeña alusión clerical. Esta serie teatral continuará mientras haya quienes desde los diferentes ordenes de gobierno pretenden a como de lugar quedar bien con las cúpulas eclesial y empresarial, pues ¿a quien le dan pan que llore?
Es rica la gama teatral en la arena política veracruzana, basta con voltear al cercano puerto de Veracruz en donde su alcalde, no muy buen actor por cierto, al menos en el estilo ortodoxo de la actuación, quien después de padecer imposiciones mil e incontables desatenciones por parte del dueño del teatro, una vez cortadas las amarras se decida a viajar ya sin las ataduras amenazantes de la posible remoción. Un titulo para esta obra sería “la tuerca trasroscada” que de tanto apretar se barrió, y ya no va ni para adelante ni para atrás. Cabe esperar que con los anárquicos periplos de este alcalde, que también busca atraer con viajes supuestas mejoras a su solar de gobierno, se concrete algún beneficio para la apasionada asistencia que observa, no sin cierta envidia, la desfachatez de viajar con cargo al tesoro público.


Según la definición más libre de lo que es el teatro del absurdo, a través suyo se trata de evidenciar lo que cae en ése calificativo para intentar ser mejores, algo que en el caso de lo político indudablemente corresponde a la ciudadanía para que en las incontables ocasiones que tiene oportunidad para elegir a las gentes en el gobierno lo haga con creciente madurez cada vez que eso ocurra. Desafortunadamente en esto sucede como cuando se asiste al teatro, que una vez pagadas las entradas el público se atiene a que el actor lo haga bien y que corresponda a la paga con su buena actuación. Aunque desgraciadamente si la actuación en política no se estila la rechifla si la actuación es mala, quizá porque esta sería tremendamente ensordecedora. Solo que por eso sea. ¿Infantil o Absurdo?


alfredobielmav@hotmail.com
Enero 2009