AZUCAREROS ENTRE EL BICENTENARIO Y EL CENTENARIO

Por Alfredo Bielma Villanueva


La variedad de clima y la abundancia de agua hacen del territorio veracruzano un auténtico cuerno de la abundancia, pero solo en potencia, porque si bien es cierto que tenemos una extensa variedad de cultivos también es verdad que no aprovechamos cabalmente las ventajas con que la naturaleza ha prodigado a estas tierras. Plátano, vainilla, mango, cítricos, papaya, tamarindo, tabaco, café, caña de azúcar, lichi, y muchos etcéteras más son la expresión de la riqueza histórica de nuestros suelos. Hace 50 años éramos pródigos en el cultivo del maíz, a tal grado que se advirtió de los riesgos del monocultivo y de la necesidad de abrirnos a la variedad de siembras. Los intentos se frustraron cuando el neoliberalismo olvidó el desarrollo sectorial para ir en pos de la sombra del esquema “práctico” de que era “mas barato comprar afuera que cultivar adentro”.



Las importaciones nos invadieron, el ejido perdió el sustento del paternalismo gubernamental que nunca le permitió crecer y se convirtió en la manzana de la discordia de los promotores políticos hasta que vino la reforma salinista al artículo 27 constitucional que le quitó la investidura de inalienable. El campo ya sin capital y relegado expulsó a sus gentes. La despiadada competencia mercantil hizo lo demás, los productos del campo no pudieron competir con el exterior y todo se vino abajo, hasta el azúcar.


Los dulces días de cuando la Unión Nacional de Productores de Azúcar S A. (UNPASA) regía la industria azucarera quedaron atrás hace ya mucho tiempo; pero está registrada la aspiración de los propietarios de los ingenios por aumentar la producción de azúcar para escalar a una categoría superior, cubrir el mercado interno y a la vez cumplir con la cuota que los Estados Unidos establecían para México. Por la orientación ideológica de la Revolución Cubana se veía venir el rompimiento de sus relaciones comerciales con los americanos, que pronto dejarían de comprar azúcar cubana dejando el campo libre a la competencia. México podría así incrementar su producción teniendo ya un mercado más amplio y seguro.



Pero para entrar a la competencia necesitábamos ser competitivos, lo que implicaba reconvertir las instalaciones de las factorías de tal suerte que su producción fuera rentable para los propietarios de los ingenios y el producto de bajo costo. Para nadie era un secreto que un kilo de azúcar producido en la fábrica en el mercado salía más barato. La causa eran la sobre protección industrial, instalaciones anticuadas y exceso de personal que elevaban considerablemente los costos de producción. Modernizar las instalaciones era la divisa. Así se comenzó a hacer, aunque tardíamente, en el gobierno de Miguel de la Madrid (1982-1988). Fue aquel denominado Programa Nacional de Fomento Industrial y Cambio Estructural, implementado por la SEMIP, con Alfredo del Mazo al frente.


Con resultados más que mediocres la reconversión apenas pudo concretar algunos avances en materia azucarera, que sin duda afectaron a la planta laboral por el número de obreros despedidos a cambio de la modernización de algunas áreas, tales como los molinos, las calderas y “Los Tachos”. Un duro impacto a la clase trabajadora cuyos efectos se trasladaron de inmediato al ámbito social; la reducción de obreros significaba menos dinero en circulación, unido al ocio en poblados cuyos lugares de recreo o no existen o son mínimos; ello deriva en más alcoholismo y mas drogadicción; agreguémosle el hacinamiento familiar y estaremos en presencia de un grave problema social.


Muchos de los despedidos lo fueron por la vía de la pensión de tal manera que, sumados a los jubilados por edad y servicio hacen una buena porción de habitantes cuyos ingresos son de subsistencia. Aún peor, por la vía del sindicato se dejó de cubrirles la pensión durante decenas de quincenas convirtiendo a los pensionados en pordioseros de sus derechos laborales de retiro.


En resumen, en las zonas azucareras tenemos pobreza generalizada, cientos de hombres en retiro laboral sin el sustento para la vejez enfermiza, esperando cada quincena una gota redentora que les alivie la sed del tiempo mientras llega el último día de su existencia. Días de pago de pensión con filas de enfermos sin esperanza, algunos amputados de pies o piernas porque en el Seguro Social la única solución al pie diabético es cortarlo; otros, con bolsas a la cintura por descuidadas operaciones de próstata; algunos más en muletas, otros más en silla de ruedas. Los eternos Miserables de Víctor Hugo o acaso un dramático remedo de la Divina Comedia.


Un tétrico escenario, apenas el esbozo de una realidad que por cierto sería más cruda si habláramos de los cañeros de por lo menos 22 poblaciones veracruzanas que sirven de asiento a igual número de ingenios azucareros, un contexto social muy “digno” para enmarcarlo en el haber de los festejos del Bicentenario de la Independencia Nacional y en el Centenario de la Revolución Mexicana que pronto celebraremos con banderitas de colores, confeti, tequila y los infaltables sombreros charros y, para ser más alusivos, coronaremos la festividad con juegos artificiales. No obstante, la retórica optimista ¿o simuladora? dice: “México es más grande que sus problemas”. ¡Viva México!


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Diciembre 2008