EL PRELUDIO

Por Alfredo Bielma Villanueva



Bernal Díaz del Castillo narra con crudeza una realidad que de suyo era difícil matizar con falsos oropeles. El salvajismo en toda su extensión sintetizaba el desencuentro de dos mundos luchando, uno por sobrevivir y el otro afanándose hasta la muerte tras el botín. La sangre de las víctimas del holocausto ofrendadas a Huichilobos corría formando arroyos en las enlodadas calles de la gran Tenochtitlán y del magnífico Tlatelolco, tras desbordar el altar de los sacrificios. El cronista confiesa que se orinó de miedo al observar atónito la manera en que abrían el pecho de las victimas propiciatorias para sacarles el corazón y ofrendarlos sangrantes a Tezcatepuca o a Huichilobos, los Dioses Aztecas del infierno y de la guerra, respectivamente.

Guerras cruentas las de la conquista que fatalmente dejaron huella en la génesis de un pueblo con raíces de mestizaje entre triunfadores y subyugados, aparejada con la inevitable confrontación de culturas incompatibles. Este fenómeno conforma y trasciende, sin duda, el inextricable círculo de contradicciones históricas y culturales que nos apergollan. Los siglos de vasallaje y la conjunción de razas no han borrado aún de nuestra mentalidad la duda acerca de si somos un solo pueblo o un mosaico de naciones esparcidas en un territorio que llamamos México.


Parecería exagerado hacer el parangón de aquellas guerras de conquista con las que en la actualidad se desarrollan entre quienes buscan el poder. Tal vez lo fuera, pero vale extrapolar el caso para describir en toda su extensión la beligerancia mediática sostenida por los pretendientes, una pugna que tiene entre sus fines llevar al sacrificio, si se puede, a uno o más de los vencidos. Al menos así lo aparenta en el caso de Veracruz.

En esa batalla el escenario de fondo es el país con su población multifacética en la que el espectador, el pueblo, o mas bien el ciudadano, harto de la clase política desea cobrar facturas pendientes y, por lo visto, quiere aprovechar el evento cívico-político del ya no muy lejano 5 de julio.


“¿Qué es el Tercer Estado?, Nada. ¿Qué quiere ser? Todo”, decía el abate Sieyes (1789 en Francia, tiempos previos a la Revolución Francesa) cuando definía que “el Tercer Estado es una nación completa y que no necesita a los otros dos estados: el clero y la nobleza”. Sieyès proponía que la Asamblea General debía estructurarse de tal manera que la votación fuera por personas y no por estamento. Esto último porque, como con frecuencia siguió ocurriendo en México, el clero y la nobleza votaban en el mismo sentido dejando sin oportunidad de mejoras al Tercer Estado, constituido por campesinos en situación de servidumbre, por artesanos y comerciantes que integraban una emergente burguesía que, cansados de explotación y sumisión, rompieron las amarras y con su empuje lograron que se creara la Asamblea Nacional, un digno preludio a la Revolución Francesa.


En el México del Porfiriato, cuando en 1892 el Dictador proyectaba una cuarta reelección y sus incondicionales preparaban “el sentir popular” para alcanzar ese propósito, el Ing. Francisco Bulnes, uno de los conspicuos ideólogos del oaxaqueño (Justo Sierra, Emilio Rabasa, Zamacona, Alatorre, Escobedo, figuraban en ése selecto grupo conocido como “Los Científicos”), argumentaba acerca del sufragio libre y efectivo: “…Cuando una masa humana se abstiene de ejercer el sufragio, es porque no puede ejercerlo. ¿Por qué no puede ejercer sus derechos para engendrar el poder público? (algunos dicen:) porque el gobierno se lo impide- porque los agentes del poder oficial se apoderan de las casillas… no comprenden que si nuestro pueblo no puede ejercer el sufragio, no es porque el gobierno se lo impida…. (Sino) porque no hay pueblo político para el sufragio, y que lo único que hay es una abstracción…”

“El súbdito de los bárbaros emperadores aztecas, protegido por la conquista española, que castró todas sus actividades para formar un ser insípido, sin pasiones y muerto para todos los estados sociales, no ha podido convertirse repentinamente en el súbdito inglés….La gran masa indígena, característica de la masa nacional, no tiene condiciones para sufragar en la actualidad; su indigencia está al nivel de las más soeces miserias… Los animales que han crecido en la oscuridad no son sensibles a la luz aún cuando tengan ojos; los pueblos que se han formado en largos años de abyección no son sensibles a la libertad, no obstante que la necesitan. (Se requiere entonces) construir ese pueblo político que tanta falta nos hace…”

Esta hiriente disquisición de una mentalidad del Siglo XIX pudiera encajar sin anacronismos en la realidad actual, porque nos recuerda que no hemos avanzado en la toma de conciencia respecto de para qué sirve ejercer a través del voto nuestra voluntad ciudadana. Por las razones que se quieran, está visto que estamos lejos de adquirir ese convencimiento y que quizá estamos más cerca de Huichilobos por nuestra tendencia al sacrificio que del ejercicio democrático nacido de la voluntad de aquél Tercer Estado francés del siglo XVIII.


¿Acaso seguimos siendo aquella “Caballada”, como calificaba al pueblo mexicano el dictador cuyo centenario destronamiento celebraremos el próximo año? La diferencia consiste en que el lugar de un Dictador lo ocupa ahora una clase política que se maneja a su antojo, sin el reclamo ni vigilancia y sí dramática apatía de quienes la hemos hecho posible.


Estas reflexiones que no intentan convencer a nadie solo invitan a recapacitar que los actuales son tiempos para tomar conciencia de que es hora de que la ciudadanía se manifieste tal cual es su deseo. Que, respecto al voto, es falso que si no se vota por alguna opción de la papeleta se evade una responsabilidad y que por lo mismo quien así lo hiciere no debe quejarse respecto de las acciones de sus gobernantes. Recuérdese que la soberanía radica en el pueblo, que es intransferible e inalienable, que tiene todo el derecho de darse el gobierno que mejor le convenga, luego entonces el ciudadano, vote o no, guarda para sí la potestad de obligar a los gobernantes a que actúen como la voluntad general se lo demanda.


Un presidente de la república, un gobernador, un alcalde, son mandatarios, servidores públicos susceptibles de ser exigidos por la ciudadanía en los términos que a esta le plazca y le convenga, como lo enmarcan las leyes. Por lo mismo, si la ciudadanía ha decidido poner un hasta aquí con el imperativo categórico de hacerse sentir, estará reivindicando lo que en 1789 sugería Sieyés: ¿Qué es el tercer Estado? Nada. ¿Qué quiere ser? Todo.


Así pues, si nos place ejercer nuestro derecho a votar como mejor nos convenga, hagámoslo por la mejor candidatura, y si ésta no aparece en la boleta simplemente aprovechemos la oportunidad para emitir una opinión respecto a lo que se quiere cambiar, pero nunca dejar en blanco la boleta. Está visto que los grandes promotores del voto de castigo son los partidos políticos-todos- que se han mostrado incapaces para convencer de la utilidad del sufragio. Por lo pronto, el solo amago de la intención para el voto anulado ya obligará a pensar en incluir en la agenda legislativa y la política los ajustes necesarios al sistema político. En lo inmediato, evitemos que la urna solo sea el pozo de los buenos deseos o de los malos entendidos, sino el depósito de una manifestación ciudadana que contribuya a que la gobernancia escuche el ¡Ya Basta! que recorre al país y que el IFE se encargue de registrar y de comunicar esa expresión como constancia del deseo colectivo.


alfredobielmav@hotmail.com
Junio 2009