MAYORÍA Y UNANIMIDAD

Por Alfredo Bielma Villanueva


No ha muchos días, en amena platica, uno de nuestros amigos hizo alusión al cuento aquel de que los políticos de antes eran mejores que los actuales: “eran entrones, serios, bragados, sostenían su palabra, honestos, dijo. Quien esto escribe se permitió disentir argumentando que ése cuento también lo había escuchado, pero hace ya tres o cuatro décadas, en una versión que se refería a viejos políticos como el “Alazán Tostado”, a Garrido Canabal, a Herminio Ahumada, a Henríquez Guzmán, a Graciano Sánchez, a “El Tigre Avellaneda”, etc. para contrastarlos contra los del momento que entonces figuraban, entre otros, Carlos Madrazo, Carlos Hank González, “El Negro” Sansores”, Jonguitud Barrios, Martínez Domínguez, “El Colorado Mireles”, “El Diablo de las Fuentes”, etc. a los que el cuento contemporáneo ahora coloca como ejemplo de lo mejor respecto a los actuales.


Esto nos lleva a reflexionar que la correspondencia en época no permite una sana objetividad porque las pasiones están vivas y los intereses de grupo, partido o facción impiden una valoración que aprecie con imparcialidad los méritos del coetáneo. Esta premisa cobra mayor vigencia cuando de gobernantes se trata, pues está visto, sobretodo en esta era de la globalización mediática, con cuanta facilidad se derriban o construyen imágenes a petición del cliente. El caso de Vicente Fox es paradigmático pues señala con meridiana claridad inmediatamente el antes y el después del ejercicio del poder. Su figura histórica tomará su dimensión más precisa con el transcurrir de los años, la justicia del juicio histórico dependerá de quien lo escriba.


De igual manera se construyen mitos a partir de la actitud y conducta de quien posee el poder y todo lo que esto implica respecto de los medios de comunicación y sus personeros. Si tuviéramos que ejemplificar tomaríamos un caso a la mano en Veracruz, en donde un gobernante del inmediato pasado, con apenas dos años de ejercicio y sin obra pública a la vista, en sospechosa unanimidad resultó calificado como “el mejor gobernador del Estado”. Pero Cronos, que en la mitología griega devoraba a sus hijos, derribó el mito humano, puso todo en su exacta dimensión y el despropósito quedó en anécdota.


Culpas son del tiempo, dice el poema, también de la unanimidad que pudiera resultar de una aplastante mayoría. Esa que provocó que el dirigente estatal panista cayera en el desafortunado exabrupto que protagonizó cuando después del informe de gobierno intentó satirizar respecto de la aceptación popular en torno de la figura del gobernador del Estado, al compararlo con el Cristo Negro de Otatitlan. Sin duda una pésima ocurrencia, de mal gusto y fuera de contexto. En vez de aprovechar la extraordinaria oportunidad que a la mano tuvo, la desperdició irresponsablemente para su causa.


En contraste, su antípoda, lo encontramos en la elegancia con la que hace más de 40 años trató el tema de la unanimidad parlamentaria otro panista, Adolfo Christlieb Ibarrola, dirigente nacional del blanquiazul (cuando por la reforma electoral de 1963 López Mateos creó los diputados de partido, pero no evitó la aplastante mayoría priísta en el Congreso Federal de 1964), este distinguido político lo describió así: “Ya es hora que el Congreso deje de ser una oficina de correspondencia por donde el presidente remite al país las leyes que a su juicio deben expedirse. Ya es hora que el Congreso deje de ser la voz y la orquesta donde la nota que domina, bajo la batuta del Ejecutivo, es la del sí, señor”.
Frente a la enorme desigualdad económica que priva en nuestra sociedad, la unanimidad en política resulta oprobiosa y es el síntoma de una democracia enferma. Esto provoca fenómenos de retroceso, como el que en el Congreso veracruzano de mayoría priísta ya haya resurgido el obsoleto uso de las maracas, mantas, banderolas y muchedumbres acarreadas, una rutina que se creía superada y que debiera proscribirse, aunque parezca arraigada hasta el tuétano en la manera de ser priísta.


Pero acaso tal conducta se explique si recordamos la antipática actitud de prepotencia que en el mismo recinto parlamentario veracruzano adoptaron los panistas hace precisamente tres años, cuando utilizaron su pírrica ventaja para arrinconar hasta la cohabitación al gobierno recién estrenado. En esa lógica se antoja imaginar qué ambiente privaría en el Congreso si el resultado electoral hubiera favorecido al PAN, al PRD o a cualquiera de los Partidos con registro. Seguramente sería, como dijera Don Manuel Bernardo Aguirre, otro insigne viejo político: “ni bien ni mal, mas bien todo lo contrario”.


Pero resultaría absurdo demandar conductas y actitudes ajenas a nuestro entorno, sería como pedirle peras al olmo, pues tanto el panista como el priísta, el convergente, el perredista, el aliancista, el petista y el perrevista provienen del mismo contexto social, motivo por el cual su actitud solo variará de acuerdo a su posición en la sociedad, matizada obviamente por las particulararidades que la educación imprime. La diferencia estriba no en lo ideológico, no en lo económico, sino en la manera en cómo se abordan las estrategias para hacerse del poder y, en última instancia, en los fines que persigan y que los estimulen para lograr el poder.


En esto último, para nada difieren los políticos viejos de los de nuevo cuño.


alfredobielma@hotmail.com
Noviembre 2007