“JUNTOS SOMOS MÁS QUE VOS


Alfredo Bielma Villanueva



“Juntos somos más que vos” es la frase que retumbó en el recinto parlamentario de San Lázaro el primero de septiembre de 1997 cuando el diputado Porfirio Muñoz Ledo dio respuesta al informe del presidente Ernesto Zedillo. Una inédita expresión que en los últimos tiempos del presidencialismo autoritario se escuchó totalmente arrítmico respecto de la acostumbrada sumisión de los diputados a la figura presidencial. Una osadía con escasos pero orgullosos precedentes en los recintos parlamentarios mexicanos.


Sin embargo, ya no sorprendía que la concluyente expresión fuera emitida por un diputado opositor, mucho menos que la dijera Porfirio Muñoz Ledo quien estaba habituado a situaciones fuera de los acartonados solemnismos. Lo hizo en 1988 cuando interpeló en pleno informe al presidente Miguel de la Madrid, ganándose por ese aspaviento la repulsa de los priístas y de la mayoría de la clase política que no atinaba a comprender el inusitado gesto hacia la investidura presidencial, considerada como intocable y por tal razón debía permanecer inmaculada. Pero de alguna parte debía salir la primera piedra, a la que han seguido muchas más, aunque ya sin encontrar a su paso las enconadas manifestaciones de desaprobación que las primeras.


“Donde termina la esclavitud, empieza la barbarie” decían en la Roma imperialista para remachar que después de la metrópoli nada resplandecía. Así parecían los tiempos de la hegemonía monopartidista en la que nada se movía un ápice sin la autorización presidencial. “El que se mueve, no sale en la foto” celebrada frase de don Fidel Velásquez, el sempiterno líder obrero producto y sostén del antiguo régimen que con esta afirmación ratificaba el inmovilismo a que estaba sujeta la clase política mexicana, cuando prevalecía la armonía en la que la nota principal era la del “Sí, señor presidente”. Después, nada es para siempre, vinieron las primeras protestas en contra de las acicaladas costumbres y- como dijera Venustiano Carranza: “En política, la primera concesión es la que cuenta”- vinieron casi en cascada las actitudes que señalaron el inicio del cambio.


En la perspectiva de la historia los grandes cambios se inician con los pequeños detalles que siempre molestarán a los partidarios del Statu quo; aquellos que no desean cambio alguno, para quienes cualquier conducta que se desvíe del cartabón parecerá siempre deleznable. El revolucionario caminará siempre por espinosos caminos, como ortiga que los conservadores querrán pisar, hollando a su paso todo lo que huela a cambio.


Así sucedió cuando en 1987 los integrantes de la Corriente crítica salieron del PRI envueltos en una ola de vituperios entre los cuales el menos duro era el de “traidores”. A estos, la realidad confortó de los insultos con la enorme ola de adhesión popular expresada en votos en la elección de 1988 cuando, a consecuencia del incierto resultado comicial se “cayó el sistema”, último recurso para desactivar lo que pudo ser la confirmación de una derrota, que por esa estrategia ha quedado encubierta con el velo de lo desconocido.


La historia de México, la más reciente, como todo lo que se mueve en el ámbito de lo social, contiene diferentes mojoneras a partir de las cuales se fija el origen de los cambios. Uno, por supuesto, es el movimiento estudiantil de 1968 que dejó claro que el sistema se había endurecido a tal grado que sobrevino su divorcio con la clase estudiantil universitaria, siempre un fiel reflejo de lo que en la sociedad ocurre. Como inmediata consecuencia el presidente Echeverría abrió espacios a los jóvenes para participar en el sector público y, a la vez, descontinuar a la vieja clase política; incluso inició una tímida reforma que no pasó de reducir la edad para ser diputados y senadores; de la redistritación electoral y de la motivación al voto.


José López portillo formuló su reforma política, que puede ser considerada como la base a partir de la cual se desplantó el actual edificio normativo que rige al país. Con la incorporación de otras fuerzas políticas al escenario electoral se produjo la ansiada pluralidad que al madurar su participación abrió los causes para que la ciudadanía incrementara su participación a través de nuevos órganos electorales.


La crisis económica provocada por las pésimas administraciones gubernamentales de Echeverría y del propio López Portillo propició la llegada de la nueva clase política representada por los tecnócratas que desplazaron a los “políticos-políticos”, sobre todo al ala izquierda del PRI, que se desgajó para formar lo que ahora es el PRD. Ocurría casi simultáneamente y en concomitancia con la adopción del modelo neoliberal en la economía y de esa confrontación surgieron sucesivamente nuevas expresiones del cambio, como los que al inicio comentamos.


Allí empezó el deslave del sistema y el principio del fin del presidencialismo mexicano, que ha dado paso a un papel más protagónico del Poder Legislativo y a la dignificación del Poder Judicial. Son los antecedentes más inmediatos de la Reforma Electoral recientemente aprobada, ahora se abre un nuevo capítulo con el enfrentamiento entre el duopolio televisivo y la clase política. Tiempos de transición, reacomodo de fuerzas, una revolución silenciosa que la espesura de los acontecimientos, por su inmediatez, nos impide ver en toda su extensión, pero es indudable que los cambios allí están. El paso de los años permitirá observarlos a plenitud. Todo va bien mientras no sea, como decía Malroux, un día de fuego y cien años de humo.


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Septiembre 2007