IRONÍAS



En toda sociedad democrática una jornada electoral es la fiesta de todos, porque representa el día en el que la voluntad general se expresa para señalar colectivamente el camino a seguir. Es un acto de voluntad formulado a través del voto. De éste simbólico acto surgen y se legitiman las autoridades que tendrán el solemne compromiso de servir con lealtad e indistintamente a quienes le depositaron su confianza. Así, la voluntad del pueblo es, debiera ser, la que manda, porque mantiene el poder y en un acto de voluntad sólo lo delega en quienes confía.


Tal es la teoría de la voluntad general, así nació el Estado Moderno en occidente, en su faceta de la representatividad. Por el tiempo transcurrido no todo es teoría ya, es costumbre, es también vocación y en México incipiente cultura democrática que se abre camino a golpes de experiencias.


Irónicamente, en nuestro desarrollo sociopolítico hemos llegado al extremo de convertir a las autoridades que creamos en entelequias ajenas a nuestra voluntad; las entronizamos de tal manera que en pequeñas elites nos impone condiciones. Lo curioso es que prevalece su autoridad con el poder que nosotros le hemos delegado; de repente enajenamos nuestra voluntad a un reducido grupo de personas cuyo poder impone criterios ajenos a la voluntad de la mayoría.


En esta lógica, provoca irritación observar cómo, en vistas a las elecciones veracruzanas del 2 de septiembre, los gobiernos federal y el estatal están enfrascados en una contienda política en la que ponen en medio a la sociedad, a la ciudadanía que les dio el cargo, como si esta fuera un simple objeto de su discordia, maleable a los dictados de sus respectivos intereses.


Nuestra incipiente democracia está ayuna de madurez y esta se refleja en la actitud ciudadana al emitir su voto. En México no exigimos a los candidatos seriedad en sus planteamientos, en cambio, les permitimos hacer ofrecimientos que de antemano sabemos que no van a cumplir. Al estar convencido el ciudadano que el pretenso no cumplirá lo que ofrece y no hacerle reclamo alguno, se convierte en un cómplice pasivo de sus mentiras, de allí que cuando desempeñan el cargo gracias a su voto, cuando ya picó el anzuelo, hacen de todo menos cumplir.


Por este mecanismo se produce el divorcio entre la ciudadanía y el “representante popular”, porque durante la campaña no se estableció ningún vínculo que obligara a compromisos y, en última instancia, porque nunca existió identificación alguna entre candidato y sociedad; aquél ofreciendo quimeras y esta mostrando su indiferencia, producto de tantas decepciones y de su ya permanente rechazo a la clase política.


Un presidente de la república, un gobernador, un senador, un diputado o un presidente municipal deben su posición al voto popular. Su mérito es haber alcanzado la oportunidad para ser votado; un mérito que es, por cierto, producto de una lucha política, en la que con frecuencia no se dirimen virtudes sino circunstancias, negociaciones y oportunidades del prospecto. Es decir, no votamos por la inteligencia del candidato sino por un conjunto de elementos que incluyen simpatía, si la tiene; los obsequios que repartió; la propaganda de persistente reiteración que arraiga nombre e imagen en radio y televisión o en la calle, o por que es familiar de un amigo o, también cuenta, por el partido que lo postula.


También acontece, y es frecuente, que teniendo la disposición de votar se emita el sufragio simplemente como voto útil, en el contexto de candidatos que no convencen y se inclina por el que considera el menos malo. Ya se sabe que al votar no fijamos la atención en las propuestas del candidato, porque esto en vez de estimularnos nos inhibiría las ganas de votar.


En fin, aunque el proceso electoral que recientemente padecimos sea uno de los más sucios y violentos, que ni de lejos pudiéramos tomar como ejemplo de una impecable jornada de proselitismo. Aunque hayamos observado que en las obvias desavenencias entre los gobiernos federal y el estatal nada tiene que ver el beneficio de los veracruzanos; a pesar de ser testigos de una incruenta (¿?) pugna por convencer-¿o engañar?- al electorado acerca de los supuestos buenos propósitos de los candidatos, los ciudadanos veracruzanos tenemos éste 2 de Septiembre la oportunidad de escoger a nuestros diputados y alcaldes. Una oportunidad que sólo es posible en la democracia. Hagámosla propicia.


Hagamos del voto un ejercicio de voluntad ciudadana que exprese nuestro sentir respecto de los partidos políticos. La orientación que le demos a nuestro voto tiene gran importancia. Mas vale equivocarnos que vivir tres años rumiando la hipótesis de nuestra abstención.


Votemos, así sea para hacer útil el enorme caudal de recursos derrochados en la organización del proceso y en las campañas proselitistas; por el Amarillo, Azul, Blanco, Colorado, Naranja, Rojo o Verde, el que usted guste escoger. Finalmente, salvo contadas excepciones, ninguno convenció y sus ofrecimientos fueron similares. Lo importante es expresar nuestra voluntad. Después dejemos que el Tribunal de lo electoral y el ministerio público hagan su trabajo, que seguramente no le faltará.


alfredobielma@hotmail.com
Septiembre 2007