CRECIMIENTO SIN DESARROLLO-
II (Continúa)


Alfredo Bielma Villanueva



Cortadores de caña venidos de Michoacán, Guerrero y Oaxaca aclimatados para resistir aquella boca de horno trabajaban durante ocho horas o más para ganar 40 o 50 pesos, cuando mucho, a la semana, y el sábado de raya gastar buena parte del salario en alcohol y el resto para el fríjol, el chile, el arroz y el maíz. La Escuela primaria “Artículo 123” daba albergue a los hijos de los trabajadores de la fábrica y muy ocasionalmente a alguno del campo. Solo primaria, porque para estudiar la secundaria había que salir a San Andrés Tuxtla, con el consiguiente sacrificio familiar por la sangría económica que eso significaba en su estrecha economía.


Para olvidar las penas, la fatiga y el fastidio sólo el alcohol, con las consiguientes reyertas: campesinos abiertos en canal, con las vísceras expuestas, que “de urgencia” eran llevados en improvisadas hamacas desde el cañaveral al Centro de Salud de San Juan Sugar para que el Dr. Marote, un exiliado español, los atendiera con mejoral, alcohol y sulfatiazina espolvoreada sobre la herida, que casi sin anestesia era obturada. Muchos vivieron para recordar y contar la odisea entre el pleito alcoholizado, el destello de la “moruna”, machete o “mocha” cayendo sobre la cabeza o el abdomen, hasta verse trasladado sangrante con intensos dolores para ser remendado en “la clínica”.


Cuántos niños fueron atendidos por auténticos misioneros de la medicina, como los Doctores. Bermúdez y Simpson que, apenas abastecido con mejorales, aceite de ricino y sal de higueras para las purgas, salvaron la vida de inocentes y paupérrimos niños que tomaban agua de río y comían tierra. Y qué de los mordidos por las venenosas víboras, salvados por el brebaje de los “culebreros”, medicina tradicional tan infalible que aún sigue exitosamente vigente. Los “hueseros”, también de primera, hacían y hacen las veces de los modernos traumatólogos.


Muchos años mas tarde, por fin, llegó “la civilización”. La brecha se pavimentó, se construyó el puente, llegó el ADO, también el Seguro Social; se introdujo la energía eléctrica en el ´62 con los “avances” colaterales: el receptor de radio, la televisión, el ventilador y el refrigerador, la estufa de petróleo sustituyó al anafre de carbón y leña, no tardó mucho el lujo de la estufa de gas. Algunos comerciantes de San Andrés Tuxtla lograron acumular fortuna acelerada pero de manera honesta por la venta a plazos (no podía ser de otra manera) de aquellos enseres domésticos; proliferaron entonces los agentes de ventas que cada semana, portafolio en mano, se apersonaban a recoger el abono hebdomadario en los sábados de raya de los obreros, porque para los campesinos simplemente el gasto era imposible.


El nombre del poblado se hizo laico y se sustituyó el “San Juan Sugar” por el del ilustre jalapeño Juan Díaz Covarrubias, casi a la par en que Puerto México se convirtió en Coatzacoalcos. Covarrubias, congregación del municipio de Hueyapan de Ocampo erigido como tal en 1923, es el centro comercial e industrial del municipio. El ingenio Cuautotolapan, ya propiedad de don Aarón Sáenz-aquél que perdió la postulación a la presidencia de la república ante Pascual Ortiz Rubio en 1929- con sus obreros, se esforzaban por alcanzar las 40 mil toneladas de azúcar para poder escalar en categoría ante la UNPASA (Unión Nacional de Productores de Azúcar, SA.) y ganar derecho a recibir mayor financiamiento para la reparación de la factoría.


El pueblo creció cuantitativamente, aquel cristalino arroyo se contaminó porque lo llenaron de basura y desechos orgánicos, agregados a los letales ácidos que sin misericordia, sin medida ni limitantes, diariamente en tiempos de “zafra” vierte el Ingenio hacia lo que se conoce como la “zanja apestosa”, antes una laguna pantanosa que albergaba lagartos, tortuga y rica variedad de peces. Problema largamente conocido por la burocracia de la Profepa y que ha servido para engordar cuentas bancarias de los que cobran por “vigilar” el respeto al medio ambiente.


Durante mucho tiempo los pobladores de Covarrubias estuvieron ajenos a los vaivenes de la política, todo lo dejaban a los grupos de la cabecera municipal, Hueyapan de Ocampo, quienes por décadas manejaron el presupuesto municipal a discreción hasta que, como sucede con el valiente que vive hasta que el cobarde quiere, la población de Covarrubias exclamó un ¡Ya basta! y tomó las riendas del poder municipal. Pero, política al fin, nada cambio a parte de que el poder se desplazó de los grupos de una a los grupos de otra población.


Es Covarrubias una población de 10 mil habitantes, no marginada según las sesudas categorías de la burocracia que “investiga” en laboratorios con aire acondicionado en la CONAPO o el INEGI. La calificación que lo salva de la categoría de no marginada y lo establece en marginación media seguramente será porque está a la vera de la carretera al Istmo.


Pero cualquiera que conozca aquella realidad dirá que en estos tiempos en los que la “modernidad” y la “civilización” llegaron al pueblo de Juan Díaz Covarrubias, antes “San Juan Sugar”, todo cambió, a parte del nombre. Con la “modernidad” llegaron las drogas, (alcoholismo ya lo había); el hacinamiento familiar, la escasez de agua para consumo humano, agua entubada, no potable, surtida en tres tandas; más del 60% de casas sin drenaje; el 90% de sus calles sin pavimento; la Corett no termina de regularizar la tierra del asentamiento urbano; altísima tasa de población emigrada; 70% de la población económicamente activa está desempleada, etc.


De la infame deforestación y de la inmoderada caza de animales silvestres que provocó su desaparición de la zona, de la evaporación de la otrora laguna del “macuil” cuyo vaso está convertidos ahora en verdes cañaverales o en potreros de ganadería extensiva, deben hablar los informes de gobierno en el ramo agropecuario o de la salvadora acción de las instituciones creadas para la defensa del medio ambiente. Pero conociendo la realidad ¿para qué hurgar en farragosos informes que pretenden justificar la existencia de inútiles burocracias?


Frank Kafka, escritor surrealista difícil de entender para quien no está acostumbrado a ver la realidad ante sus ojos, se asombraría si aún viviera y visitara estas tierras, al saber que el producto de su imaginación competía con cientos, miles de realidades y de que la fantasía más cruda no supera ni con mucho aquella existencia.


Cualquier parecido con otras poblaciones veracruzanas en este Veracruz que “lo tiene todo… por hacer”, según la atinada frase del gobernador Fidel Herrera cuando fue candidato al cargo, sería fruto de las indeseables coincidencias.


alfredobielma@hotmail.com
Julio 2007