“CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO, SANCHO”

Alfredo Bielma Villanueva



Se antoja un anacronismo el que en México aún se plantee con monótona regularidad la frecuente intromisión de la Iglesia en los asuntos que competen al Estado y a la sociedad en su conjunto, tal como es el caso de los procesos electorales. Viene de antaño la rivalidad entre los órdenes eclesial y Estatal. La Iglesia no se ha resignado a saber perdidos los antiguos pero nada despreciables privilegios que el pensamiento liberal le arrebató.


Del proceso de la Reforma decimonónica han pasado más de cien años, un poco menos de la Revolución Mexicana y del movimiento cristero, y aún es tema de discusión la improcedencia e indeseable intromisión eclesiástica en los asuntos terrenales. Todavía el movimiento cristero de 1926-1929 luchó por desaparecer de la Constitución de 1917 los artículos que le hacían mella a la Iglesia y al gran capital. Muchos muertos hubo en aquella rebelión armada sin conseguir su propósito. Pero la perseverancia eclesial obtuvo frutos muchos años después, en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, cuando este reformó los Artículos 3°, 5°, 27, 130 de la Constitución, en esta ocasión sin disparar un solo tiro.


Poder fáctico, nunca ha dejado la Iglesia Mexicana de intervenir en los procesos políticos de México. Solo que ahora, estimulados por el impulso de las reformas salinistas han salido a las calles y ya sin recato alguno hasta programas de radio tienen para difundir sus homilías. Cubiertos con el manto de la fe confían en su convocatoria para orientar voluntades; hablan de llamar a la población a votar ofreciendo imparcialidad en su invitación. Qué lo crean los ingenuos y quienes por pereza mental quieran creerlo, porque es obvio que guardar objetividad en tiempos de transición para ellos representa una grave omisión, pues están a favor de lo inmutable y lo inmutable es retroceso, es el conservadurismo que justifica y explica su existencia.


Orden y Progreso es la divisa del liberalismo político. Orden para conservar las cosas como están y progreso para quienes han tenido oportunidad para progresar, que no querrán, por cierto, ningún cambio en el orden que les ha dado esa posibilidad. Orden a pesar de la enorme brecha entre quienes tienen en exceso y quienes apenas subsisten. Sólo un país como el nuestro es capaz de exhibir al hombre más rico del planeta en un contexto social en el que más de la mitad de la población vive en condiciones de extrema pobreza.


Obispos de gran ralea hemos tenido en México, Sergio Méndez Arceo, de Morelos y Samuel Ruiz García, de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, son aves raras, por el sentido del apostolado que imprimieron a su misión en sus respectivas diócesis, lo que les ha valido el reconocimiento de las fuerzas progresistas, sobre todo la admiración y el respeto de los más necesitados. Antípodas de los obispos de Guadalajara y de Ecatepec, de cuyos nombres mejor es no acordarse.


En la esclerótica organización clerical, tan poco evolucionada, aún se observa la vieja separación, que el cura Hidalgo combatió con dureza, entre el clero pobre y el encumbrado, entre el que reparte con sus favoritos las parroquias y el que convierte su profesión en abnegado apostolado. Nada malo si se quedara allí, problemas internos que no trascendieran a la población; pero cuando aspiran a la repartición del poder, cuando incursionan en el ámbito del Cesar, entonces se produce la grave distorsión entre lo que se supone entrega metafísica y la ambición de triviales cuotas de poder.


“Con la Iglesia hemos topado Sancho”, sigue siendo después de siglos la divisa más apremiante de quienes han pretendido que los pueblos ya no vivan más de rodillas, inmersos en supina ignorancia o de que ya no sufran la explotación de quienes, Dei Gratias, aprovechan la natural tendencia humana a buscar en lo desconocido el consuelo y la explicación a sus problemas. “Te rogamos señor”.


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Julio 2007