El ESTADISTA y el POLÍTICO


Alfredo Bielma Villanueva




Hay en la historia del hombre una selección de casos en los que ha alcanzado las altas cumbres de su realización, en contraste con un sin número de ocasiones en las que ha arrastrado su condición a niveles inconcebibles. Cumbre y sima de la existencia humana se van sucediendo en el devenir histórico de su desarrollo, como individuo y como parte integrante de un conjunto social. Jesucristo, Gandi, Miguel Ángel, Rafael, son breves ejemplos de la cumbre humana. Hitler, Stalin, Truman, representan la excrescencia del hombre, pasajes de su historia que se quisieran olvidar porque confirman el mal barro del que está hecho.


Surge de entre las colectividades un tipo de hombres dedicados a la dirigencia social; por alguna razón están constituidos para la orientación de masas y echarse a cuestas la responsabilidad de dirigir a todo un pueblo. Son su guía, lo cohesionan en torno a un ideal para, juntos, escribir la espiral de su destino. De Gaulle, en Francia, Churchil en Inglaterra, Ho chi Min en Viet Nam, Castro Ruz en Cuba, Juárez y Lázaro Cárdenas en México, son algunos ejemplos de líderes de sus pueblos.


Estadistas se les denomina porque hacen una diferencia con otro tipo de individuos de que, al igual que ellos, se afanan en la conducción de colectividades, solo que estos sin contar con la grandeza de miras del estadista, sino buscando lo mas inmediato que es el usufructo del poder y el gozo personal que esto le acarrea. A estos se les denomina simplemente como políticos.


Forman los políticos una clase aparte dentro de la sociedad. Su origen es diverso, provienen de distintas capas sociales; su capacidad de maniobra y acaso su preparación académica le abrirán las puertas hacia el poder; su permanencia en él dependerá de su habilidad combinada con una buena dosis de condición humana en la que la carencia de escrúpulos será una primera condición.


Habrá que desechar de aquí al individuo que por circunstancias diversas ingresa a esta clase: el cuñado, el yerno, el hijo, la amante, el chofer, el amigo, etc. que sin mérito alguno ocupan los espacios del poder e incluso los desempeñan; aunque abundantes, son la escoria de esta clase. Son, sin embargo, considerados como “políticos” y llegan a trepar posiciones de cierta importancia pero, en términos históricos, son los que llenan el espacio de tiempo en que trascurren, sin trascendencia ni contenido. La historia no los registrará.


De entre la clase política surgirán los Estadistas, el hombre que por sus acciones trascenderá a su entorno en tiempo y circunstancias. El que demostrará en los álgidos momentos su fortaleza para resistir la acción de los problemas. Surge el estadista normalmente en tiempos de crisis; en ella demostrará que es capaz de dirigir a un pueblo. Arrostrará con entereza los problemas, no se escudará jamás en nadie. Juárez y Cárdenas así lo hicieron, por eso son figuras inmarcesibles de nuestra historia.


El político en cambio, como las libélulas que requieren de la oscuridad para poder brillar, demanda de condiciones que le propicien el “brillo”; que le den oportunidad para el lucimiento fácil. El aplauso y el requiebre son consecuencias del poder que ostenta, sin este desaparecerán. De estos la historia está plena.


Cuentan que el Presidente Ruiz Cortines no sin sorna comentaba que sus subalternos le festejaban sus conocimientos en economía, educación, agricultura, etc. para ellos “soy un fregón”, decía. “Pero esto se me acabará cuando entregue el poder, entonces las pendejadas que dije saldrán a flote”, reía.


Mandatarios hemos tenido que en tiempos de crisis no han sabido responder en su momento. El comportamiento indeciso de De la Madrid cuando el temblor de 1985 asoló a la Ciudad de México es típico del político mediocre, sin fuerzas para arrostrar con coraje las circunstancias que le demandan acciones inmediatas y liderar a su pueblo.
El político empuja, el estadista jala, dicen los que distinguen entre ambas calidades. Debe ser cierto porque además las sociedades necesitan de reposo para su desarrollo armónico y, como ya lo dijimos, el estadista solo surge en momentos de dificultades, de convulsión social o de desconcierto para imponer orden y rumbo. Ambas categorías se requieren, uno, el estadista para transformar y el político para conducir en el apacible mar de la sociedad la realización de los planes.


Claro, aún la clase política tiene sus variedades: aquellos que están por accidente y los que con verdadera vocación de servicio participan para el cambio. En Veracruz, no estamos en situación de crisis no se ve por tanto estadista en la perspectiva; se ven, sí, algunos políticos avezados para la faena, pero también hay pseudopolíticos al por mayor y solo algunos que teniendo la semilla para desarrollarla, bastarán tiempos y las circunstancias para florecerlas.


Las elecciones de septiembre próximo nos darán la oportunidad de escoger el rumbo que queremos para Veracruz porque el tipo de políticos que elijamos dará la pauta de nuestro inmediato destino, aunque de todos modos con los defectos de la democracia en la que la mayoría manda, cualquiera puede llegar.
alfredobielma@hotmail.com


Junio 2007