MARCA Y PRODUCTO

Alfredo Bielma Villanueva


Conforme a sus muy particulares y circunstanciadas estrategias cada partido político ha ido desgranando su mazorca de candidatos a alcaldías y diputaciones; todos van a la búsqueda de una ciudadanía que previamente ha observado y cotidianamente comentado los movimientos y preferencias de sus respectivas clases políticas. Desde el gobernador hasta el último de los aspirantes a la regiduría cuarta hacen sus concernientes cálculos, porque de lo que se trata es de conseguir la meta, obtener el triunfo.


Ocho partidos están en la jugada, algunos de ellos apelarán a alianzas porque no tienen la suficiente capacidad de convocatoria entre la ciudadanía ni los recursos económicos para competir en igualdad de condiciones.


Toda la parafernalia de un evento electoral en los últimos tiempos reside y se reduce al candidato que se presenta ante la ciudadanía, pero el Partido que lo postula también cuenta y, en ciertos casos para bien o para mal, de manera determinante. En estos tiempos en los que la mercadotecnia prevalece en todo tipo de campaña, es similar a la relación que se establece entre la marca y el producto. La marca haría las veces del partido, el producto sería el candidato.


En nuestra economía en desarrollo, en el ámbito comercial durante mucho tiempo la marca lo hacía todo, no se requería de mucha promoción. Los no muy jóvenes recordarán al Pan Bimbo o a los cigarros Raleiht como productos de altísimas ventas en sus respectivo nichos de mercado. Por aquel entonces ¿quién pudiera imaginar que serían desplazados del favor de la demanda? Sin embargo, esto último ya aconteció; la oferta aumentó, otras marcas, otros productos han ingresado al mercado que, si son observados con detenimiento, concluiremos que no presentan entre sí mucha diferencia; lo que nos lleva a deducir que todo estriba en el consumidor y en el intenso torpedeo de las campañas de promoción sobre la blanda corteza cerebral del hombre.


En nuestro universo político el PRI fue una marca registrada y más que reconocida; siempre presentó al público buenos y malos productos, pero el prestigio de la marca obligaba a consumirlos ya que no existía competencia al frente y no había más que un expendio, en donde la oferta consistía en los mismos productos. Con la globalización política llegaron otras ofertas amparadas en nuevas marcas, algunas emergentes, que desplazaron del mercado a las ya establecidas. Como nuestra economía política se inspira en el liberalismo económico muchos productos cambiaron de dueño y, obviamente, de presentación.


Tal vez porque el consumidor estaba ya cansado de más de lo mismo, o porque la promoción propagandística es muy buena, los nuevos productos pronto se han posicionado del mercado, ampliando las opciones para el comprador. Pero de inmediato éste fue sometido por las intensas campañas consumistas, que no le han permitido discernir con madurez cual producto es el mejor, simplemente compra y consume. El fenómeno que se observa es que en esta economía en crecimiento y la revolución mediática muchos se han olvidado de la antigua y única marca.


Si bien la canasta básica se amplió pues, además de la sandía tricolor, ahora hay pan, también naranja, papayas amarillas, aguacates y verduras, todo para las diversas preferencias, dicen los que de mercadeo saben que en cuanto a marcas hay que saber escoger. Solo recordemos que hay marcas que prestigian al producto y, a la inversa, que algunos de estos demeritan a la marca; tampoco olvidemos que si el consumidor se equivoca al comprar el producto, de ello se percatará hasta el momento en que lo pruebe, para entonces será tarde porque ya hizo el gasto. En política el riesgo no es menor, aunque tiene el agravante de que si el alcalde, diputado, senador, gobernador o presidente de la república resultan un fracaso, serán por lo menos tres o seis años de lamentaciones por haber escogido un mal producto y, peor, las más de las veces bastante caro.


No está por demás recordar que también hay marcas “patito” y productos chafas, esas que a veces sorprenden ofertando productos que no son promocionados pero que conllevan cierta calidad, confirmando que no todo lo que brilla es oro.


Algo similar a los asuntos del comercio ocurre con los aspirantes a cargos de elección popular. Muchos han cambiado de marca, pero en el fondo siguen siendo los mismos, la diferencia es quizá la envoltura, la presentación pues. Es el caso de políticos que le han tomado gusto al embeleso que produce el poder y persisten en sus intentos por permanecer en el presupuesto; nada malo hay en eso cuando las aspiraciones se revisten de auténtica vocación por servir, lo que en muchos casos es difícil que así ocurra.


Moraleja: No escojamos por lo que se dice del producto, por la envoltura que lo arrope, o por el supuesto prestigio de la marca. Vayamos a sus antecedentes, si ya nos exhortaron a escoger marca y producto, analicemos sus ventajas, precio y calidad. Hagamos como cuando compramos un equino, le revisamos los dientes, le observamos los cascos y los cuartos traseros, así como las patas, y preguntamos por su ascendencia. No es necesario que tenga, como los perros, pedigrí, basta que nos sirva con eficiencia y seriedad en el trabajo que se le encomiende.



alfredobielma@hotmail.com
Mayo 2007