DIRIGENCIAS PRIÍSTAS
Alfredo Bielma Villanueva



Con frecuencia se escuchan acres comentarios en torno al desempeño de Ricardo Landa al frente del Comité Directivo Estatal del Partido Revolucionario Institucional. Los mas de estos comentarios consisten en que el dirigente priísta no ha podido llevar a este partido a una instancia en la que pueda participar con ventaja para reposicionarse ante el electorado en septiembre próximo. Tales reflexiones, se antoja, pudieran estar inspiradas en la malquerencia, porque no ofrecen argumento de análisis alguno o por la pasión del momento que viven los Partidos Políticos.


Para empezar, tomemos en cuenta que no podemos analizar con los viejos esquemas las circunstancias actuales, bastante diferentes a las que todavía hace 10 años prevalecían en el país y en el Estado. Debemos pues ajustar los criterios a las nuevas condiciones políticas que se han venido desarrollando en México. Además, en cuanto a Partido político se refiere, los resultados son los que cuentan, y estos los veremos hasta el próximo septiembre.


Antes de continuar, cabe aclarar que estas líneas pretenden ser un breve análisis acerca de un fenómeno político muy actual al margen de pequeñeces laudatorias, porque no expresan subjetivismos innecesarios sino que son producto de la objetivación de una personal concepción de la realidad.


Como dirigente partidista, Ricardo Landa no es ni mejor ni peor que sus antecesores en el cargo. Bastaría para confirmarlo con suponer a Gonzalo Morgado Huesca, a Amadeo Flores o a Raúl Ramos Vicarte, por poner tres ejemplos, en la dirigencia priísta actual y, en esta hipótesis enfrentarlos a las actuales circunstancias, en contraste con el entorno en el que les tocó actuar, se entiende claro, con la poca o mucha experiencia con la que en su momento arribaron a sus respectivas dirigencias.


De los tres, dos actuaron en un tiempo político en el que el PRI como partido no tenía interlocutores y en el que la clase política provenía de un solo manantial que era el propio Partido; el Presidente del Comité tenía cierta discrecionalidad para decidir en algunos casos, porque el gobernador así lo permitía. En asuntos electorales, los gobernadores eran el centro único de las decisiones pero las transmitían a través del Presidente priista estatal. Este servía fielmente de correa de transmisión de las decisiones gubernamentales hacia la base priísta, a la vez que transmitía a la cúpula las peticiones de la militancia.


Es preciso acotar que la mención de los ex dirigentes no es caprichosa ni al azar pues cada uno de ellos actuó en circunstancias muy representativas. A Morgado le tocó la plenitud priísta, sin obstáculo enfrente; Amadeo enfrentó un antipriísmo político, generado por el estilo político del gobernador Chirinos, que delegó la operación en Miguel Ángel Yunes Linares y este le imprimió su sello particular. Hubo rebeliones al interior del PRI, por lo que en 1994 perdió 54 alcaldías, cerca ya del tobogán de 1997. Ramos Vicarte se enfrentó a un antipriísmo social, que tiene su raíz en el desencanto ciudadano que ya no ve al PRI como una opción válida para la solución de los problemas económicos que afectan al país.


En estos antecedentes comprobamos la diversidad de circunstancias: el PRI enseñoreaba el panorama político como un Partido Hegemónico. El Presidente del Comité Directivo Estatal era un factor importante de poder dentro de la jerarquía política local. Adicionalmente, el gobierno, el PRI, en el caso de Morgado, contaba con la complicidad de las instituciones electorales: la Comisión Estatal Electoral y el Registro Electoral a los que controlaba el Secretario de Gobierno, pudiendo de esta manera convertir en triunfos las derrotas sufridas por el PRI y cuando esto no era posible se podía acudir al subterfugio de nombrar Consejos Municipales con gente adepta al gobierno.


Ahora, en cambio, el PRI tiene enfrente a un buen número de partidos interlocutores; su militancia ya no está sumida en la férrea y oprobiosa disciplina de antaño; la práctica del transfuguismo, aunque siempre la sufrió, ahora sí le afecta severamente porque quien se va ya no regresa; el gobernador ya no es el único decididor de toda la cosa política en el Estado; la clase política veracruzana ya no tiene como único origen las filas del PRI y, lo más determinante en este caso, el estilo personal de gobernar de Fidel Herrera no le permite al presidente priísta, al menos eso es lo que se ve, la más mínima de las decisiones, así cualquiera se despersonaliza y, obviamente, pierde capacidad de convocatoria, de negociación y de liderazgo. En estas circunstancias, seguramente hubiera sucedido igual a Morgado, Amadeo y a Raúl o a cualquier otro a quien le tocara la rifa del tigre. ¿O no?



alfredobielma@hotmail.com
Mayo 2007











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