PARECE QUE FUE AYER
Alfredo Bielma Villanueva


Después de los ´60 años de edad, lo que para unos es biografía para otros es historia. Corta es la vida del hombre, 60 cuando más y si se es fuerte 80, dice la Biblia. ¿Cuánto ocurre en ese breve lapso que marca el tránsito de las generaciones humanas por el espacio vital que les correspondió vivir? Constreñidos a Jalapa y algunas partes de nuestro Estado se pueden recordar en lontananza, con meridiana claridad, el entorno social, algunos sucesos y los personajes que con su acción le dieron contenido a ese trozo de la existencia social. Eso, para quien haya rebasado la treintena, es apenas un recuerdo entresacado de las pláticas paternas.


Si recordar es volver a vivir, cuan grata es la experiencia de plasmar en unas líneas los vívidos recuerdos de lo que se observó, se vivió y se fue testigo. Así sea a vuela pluma vale el intento de ensayar una brevísima y parcial constancia de una época que ya se fue pero que románticamente se mantiene viva, como la flama que consume al cirio y que pecaría de inútil si no se deja constancia impresa.


Veinte años son nada dice el Tango, así parece cuando se recuerdan hechos cuya data tiene casi cuarenta años y muchos de sus protagonistas aún respiran. Son quienes dieron sustancia a toda una época, le dieron vida y contenido. En este caso al término de la década de los 60 e inicios de los setenta.


En aquellos no muy lejanos tiempos la capital del Estado de Veracruz era, y por muchos años más siguió siéndolo, el centro absoluto de las decisiones políticas y la fuente casi única de las noticias gubernamentales. Cualquier noticia de importancia partía ineludiblemente del Palacio de Gobierno; consecuentemente, en los ámbitos de las actividades culturales, periodística, reporteril, empresarial y hasta deportiva había que buscarla en la Ciudad de Xalapa. Por ser el centro de gobierno, hasta las obras municipales eran dadas a conocer primero aquí, después en cualquier otra parte.
Una gran diversidad de publicaciones de carácter político se exponía ante los noveles y viejos actores, todavía era Jalapa un pueblo grandote desparramado en el remanso neblinoso del imponente Macuiltepetl. En Palacio de Gobierno cabían todas las dependencias que lo integraban y asombraría conocer la explosión de la burocracia si comparáramos el espacio físico que en 1970 ocupaban la Tesorería del Estado; o la Secretaría de Gobierno, o la Dirección de Comunicaciones, la de ganadería, etc.; con los espacios que ahora emplazan, lo que revela cómo la ineficiencia y la improductividad han auspiciado un Leviatán burocrático difícil de manejar. Su tamaño y eficiencia es medible en vacaciones cuando, a pesar del asueto oficinesco, Veracruz sigue adelante.
El siempre hermoso Parque Juárez era el sitio de reunión de grupos de jóvenes que blandían sus guitarras en pequeños grupos, al igual que en los Berros y en todo espacio donde la fronda de los árboles propiciaba la ocasión para el romance y para acompañar las canciones que se preparaban para las nocturnas serenatas. La calle de Enríquez era de doble sentido, suficiente para la escasa circulación vehicular que a las nueve de la noche deba paso al quietismo citadino, interrumpido solo por las bullangueras expresiones de los jóvenes estudiantes, que ahora pintan canas y duermen nietos.
Restaurantes de postín como la Pergola no hacían mella en el éxito comercial del “Chapala de Noche” de Don Laureano, que en “jalapeños ilustres” deleitaba con el chile atole de panza y comida típica las 24 horas del día. “El Ixtacamatiteco” embelesaba con sus aceitosos tacos el paladar de más de un trasnochado. Mientras los tamales de Úrsulo Galván seducían a familias enteras, el restaurante del Hotel Salmones atendido por Don Agustín Igartúa atraía comensales con su exquisita comida española, compitiendo con el elegante Casino Español y el restaurante del “Hotel México”. Qué decir del famoso “Cantábrico” del “Maño”, en Ávila Camacho, comedero del gusto de Don Rafael Murillo Vidal.
El café “La Parroquia” abrevadero por excelencia, casi único, de la clase política jalapeña, y “El Emir” en el Pasaje Enríquez. “El Escorial”, con luces “sicodélicas” en el Pasaje Tanus reunía a jóvenes que podían pagar “un poco más”.


Frente al Parque Juárez, el café de las broncas estudiantiles, el siempre bien recordado “Terraza Jardín”, en donde el famoso mesero Vargas espiaba para el gobierno los movimientos estudiantiles. ¿Cuantas “grillas” no se tejieron allí? Fue el primer salón de clases en la real política de aquellos iniciados. Ángel Hernández y su numerosa camarilla de amigos, entre ellos Gonzalo Morgado, a quien le abría brecha. Ricardo Olivares Pineda, mas avanzado, ya estaba en la cúpula del poder con Carbonell de la Hoz. Polo Troncoso, jarocho por excelencia entretenía con su “caló”, Joel Hurtado experto ya en la tenebra estudiantil, al igual que Manuel Izazaga, Miguel Everardo Serna, Miguel Sosa Acosta y Leobardo Sartorius quien buscó y consiguió la suplencia de diputado local de don Manuel Meza Hernández. Rafael Fernández de Lara, Miguel Caldelas y Rafael Alcolea Recio formaban grupo contra los famosos “Cachuchos” del Puerto de Veracruz. Allí andaban Fabiancito, el “Famoso Guerrillero Téllez” y el “”Galambao”.


Flavino Ríos Alvarado y Ranulfo Márquez, sureños ambos, pertenecientes a la fuerza istmeña del sur, bogaban en otra línea de la inquieta juventud estudiantil.

Dante Delgado ya se les había adelantado en tiempo y, afanoso, buscaba acomodo político en el altiplano; cronológicamente tras él Fidel Herrera, quien lideraba a los jóvenes priístas, bajo la égida del famoso “Gallo Palacios”, pero cobijado a la sombra política del profesor Rafael Arriola Molina.


Rubén Pabello Rojas, Carlos Domínguez Millán, Francisco Sánchez Contreras, Rodrigo Ángeles Pizzoloto, Carlos Brito Gómez, Marcelo Ramírez, Ignacio Altamirano Marín, Melitón Morales, los hermanos Alberto y Jorge Uscanga Escobar, todos del Comité Directivo Estatal, observaban de cerca cómo Manuel Ramos Gurrión, su adlátere, ascendía a la presidencia del PRI estatal, en sustitución del políticamente “congelado” Profesor Arriola Molina.

En 1974, cuando el gobierno Murillovidalista construyó el “paso a desnivel” del Parque Juárez, encontró serias resistencias de grupos citadinos porque suponían que la obra iba a romper con la tradicional fisonomía del majestuoso Parque. El inaugurado Paseo de los Lagos y la ampliación de la Avenida Xalapa se antojaba para los jalapeños el transito de un pueblote a la dimensión de una gran ciudad, sobre todo porque la “carretera nueva a Coatepec”, más segura y más corta, los acercaba a tiro de piedra de aquella preciosa ciudad. Xalapa terminaba al norte en el Panteón Xalapeño, y al sur en el Panteón de Palo Verde. 20 de noviembre era el límite urbano de la ciudad y su cinturón lo constituía la entonces avenida circunvalación, la carretera México-Veracruz. Non plus ultra, nada más allá, todo terminaba allí.