LAS CLASES POLÍTICAS

Alfredo Bielma Villanueva


Cuando se habla de clase política se hace referencia al conjunto de individuos cuya actividad central corresponde al ámbito del servicio público en el desarrollo de los programas de gobierno y, en términos generales, al ámbito del poder, su adquisición y su conservación.


En México la clase política surgida de la Revolución Mexicana, mucha de la cual emergió del Ejercito Constitucionalista, se congregó, primero en torno a los caudillos como Carranza, Obregón y Calles, después se aglutinó en el Partido Nacional Revolucionario, en el avatar de éste, el Partido de la Revolución Mexicana y, finalmente, por más de 60 años en el Partido Revolucionario Institucional.


Los militares que formaron la naciente clase política post revolucionaria se retiraron, o fueron retirados de las armas de manera paulatina, en la medida en que eran colmados de beneficios por parte del gobierno, que de esta manera los alejaba de cualquier tentación para dar cuartelazos o levantarse en armas. Fue cuando la Revolución se bajó del Caballo y se subió a un Cadillac, como parangonaba el satu quo de su tiempo Don Miguel Alemán Valdez.


Cuando el “Cachorro de la Revolución” llegó al poder presidencial se marca una etapa en la que se sustituyó la vieja clase política que olía a pólvora por las primeras generaciones de políticos que salieron de las aulas universitarias para hacerse del poder. Con Miguel Alemán Valdez llegó la nueva clase política, que integró uno de los mejores gabinetes de gobierno en el México pos revolucionario.


Veinte años después, pasados los gobiernos de Ruiz Cortines, López Mateos y Díaz Ordaz, correspondió al presidente Luís Echeverría hacer la renovación generacional de la clase política y así dio paso a un sin fin de efebos a los que pretendía formar con designios transsexenales para iniciar una nueva etapa política en México; la idea era crear generaciones de nuevos políticos que se identificaran con su estilo e ideario. Proyecto que no se concretó porque olvidó que en nuestro país cada seis años, al renovarse el titular del poder ejecutivo, se renueva no solo el estilo de gobernar sino también el poder absoluto de quien lo detenta.


El mismo olvido afectó a Salinas de Gortari cuando en su proyecto personal hablaba de 24 años de su generación-proyecto en el poder. Por supuesto que en esta tendencia del pensamiento sexenal mucho tenía que ver el poder individualizado en el presidente para determinar a su sucesor. Para nadie es un secreto que la tentación presidencial no estuvo exenta de dejar a un incondicional e instrumento maleable para seguir manejando el poder.


A Salinas de Gortari le tembló la mano para dejar como su sucesor a Manuel Camacho Solís al que, bien lo sabía, no podría manipular. La decisión la inclinó hacia Donaldo Colosio su hechura, al que, suponía podía someter, en base al enorme poder político y económico concentrado durante su gobierno. Las circunstancias evitaron conocer ése epilogo pero fue muy evidente la intención de trascender a su propio gobierno.


A pesar de la experiencia histórica que enseñaba que el sucesor se convertía de inmediato en un nuevo Cesar, independiente de su antecesor, cada presidente mexicano en lo íntimo de su ser pensó, ni duda cabe, en la posibilidad de trascender su mandato a través del que él designara como su legatario. Así lo pensaba tal vez Miguel Alemán Valdez cuando tuvo la tentación de nombrar candidato a Fernando Casas Alemán, pero por las presiones de Cárdenas y de Ávila Camacho tuvo que reorientar se decisión y escogió a Adolfo Ruiz Cortines. Tal habrá sucedido con Díaz Ordaz cuando designó a Luís Echeverría pensando en que éste se convertiría en un Ruiz Cortines, pero joven, y se llevó la sorpresa de su vida. De igual manera le sucedió a Echeverría al decidir por López Portillo y este por De la Madrid. Aquí se rompió eventualmente la cadena porque este último decidió en términos de un proyecto económico al escoger a Salinas de Gortari, quien sí se llevó tremenda y desagradable sorpresa con Ernesto Zedillo.

Todo esto sucedió en un tramo largo de nuestra historia, caracterizada por ser de Partido Único, con un presidencialismo egocéntrico. Un régimen político en el que la clase gobernante transitaba por los pasillos del PRI como único camino para ascender a los vericuetos del poder. No había más que una clase política, aunque matizada según el sexenio de su origen, que era su principal identificación. De allí el cardenismo, el alemanismo, el echeverrismo el salinismo, etc. Todos del mismo color, pero en la geometría ideológica algunos estaban más cerca de la derecha que del centro o de la izquierda.


Al sobrevenir con fuerza la incursión ciudadana en los asuntos de la política, provocada en parte por el movimiento que escindió al priísmo en 1986-88 y que fortaleció la estrategia del panismo, el PRI dio el viraje ideológico y ya nada fue igual. Así surgió una nueva clase política, pero ya no proveniente únicamente del PRI pues otras vertientes se abrieron en el PAN y en el PRD, originalmente con marcados signos ideológicos, que con el tiempo y las circunstancias se han reducido al más crudo de los pragmatismos políticos.


Este fenómeno, el de la sucesión, tal como lo relatamos se suspendió con la derrota priísta en el año 2000. No se suspende sin embargo el relevo generacional de los individuos que pasarán a formar parte de una nueva clase política, aunque ahora con las variantes arriba anotadas. Sucede en cada uno de los Estados de la Federación, que son los que nutren al Sistema Político Mexicano.


Guardadas las proporciones, para concretar un ejemplo, tomemos el caso de Veracruz, en donde ha correspondido al actual gobernador la oportunidad de hacer el relevo generacional desde el mando político, al menos en lo que se refiere a la clase política proveniente de la cantera del PRI. Tradicionalmente la clase política tenía enfrente un panorama abierto, sin obstáculo alguno para desempeñarse durante los siguientes 20 o 30 años; pero el panorama cambió y ya no es así de simple. Los jóvenes que con Fidel Herrera han iniciado su camino en el servicio público tendrán que enfrentarse a quienes desde otras trincheras aspiran a proseguir sus respectivas carreras y en Veracruz eso se está viendo más que probable.


Por lo que se observa, no hay en el panorama priísta quién pueda hacer frente, con posibilidades de triunfo, a candidatos a gobernar el Estado como Dante Delgado, Miguel Ángel Yunes, Alejandro Vázquez o Tomas Ruiz, por ejemplo. Esto pudiera traer un cambio en el relevo de clase política.


El estilo político del gobernador Herrera Beltrán no hace posible que sus elementos crezcan, independientemente de que no se ve en su entorno, salvo muy honrosas excepciones, a quien pudiera arrostrar con solvencia el reto de la oposición. Américo Zúñiga pudiera hacerlo, pero ¿lo dejarán crecer? Otro pudo haber sido José Yunes Zorrilla, pero no cubrió el perfil de domeñable, o ad hoc a las circunstancias, luego entonces no encajó en el proyecto. Así pues, ¿en donde estaría el presunto prospecto para continuar con la hegemonía de la clase priísta en Veracruz?


Se duda que exista por las consideraciones señaladas, y la gran batalla electoral que se avecina en el 2010 ya está a la vuelta de la esquina; sujeta, desde luego, a los resultados de septiembre próximo. Recordemos que hace seis años, a estas alturas, el entonces gobernador Miguel Alemán Velasco, ya tenía a su pre candidato, a quien daba manga ancha para actuar.


Por otro lado, no hay que olvidar que ahora, enfrente, hay una sociedad más madura, más participativa y más enterada, que observa con acritud los acontecimientos de la arena política a la espera de decidir en las urnas el mejor destino para nuestro Estado. alfredobielma@hotmail.com
Junio 2007