HACIA EL NUEVO RÉGIMEN




Inmersos en el proceso electoral veracruzano, atentos a su devenir y a sus sorprendentes resultados, eventualmente perdimos de vista el relevante expediente de la Reforma del Estado. La transición del Antiguo Régimen a uno nuevo está en pleno proceso, las viejas formas se resisten a desaparecer y las nuevas están en vías de resolverse a través de intensas negociaciones cuya agenda se enmarca ahora en el Congreso de la Unión. Esto último significa ya por sí mismo una expresión del cambio, porque en el Antiguo Régimen era impensable cualquier acción política que no surgiera y se definiera en y por el autoritarismo presidencial, dejando a las Cámaras legisladoras la pasiva ratificación de las medidas.


En la agenda del Congreso se encuentran asuntos de trascendencia nacional que una vez resueltos darán paso al marco normativo del Nuevo Régimen; allí están la Reforma del Estado, que lleva implícita la Reforma Electoral, la Reforma Hacendaria, y que debe incluir la modificación del régimen fiscal para la moribunda empresa, desde el punto de vista financiero y administrativo, que paradójicamente aporta buena parte de los ingresos fiscales al gobierno federal: PEMEX.


“La tragedia de nuestro tiempo es la política”, gustaba en decir Napoleón. Si consideramos la distancia en tiempo de cuando el héroe francés expresó esa frase y recordamos cuántas se han formulado en el mismo sentido, tendremos que concluir que no deja de ser sólo un enunciado que se emplea cuando los demás no se ajustan plenamente a nuestros deseos. En contrapartida, tendríamos que concluir que sin la sensible mediación de la política resolveríamos nuestras diferencias a través de la fuerza y el victorioso resultaría por lógica el mejor dotado físicamente, el tecnológicamente mas avanzado, el mas desarrollado económicamente, el bélicamente más fuerte etc. pero es dudoso que ese triunfo llevara implícita la fuerza de la razón.


La Reforma Política en nuestro país es un proceso que se ha venido diseñando a través de un largo espacio de tiempo, cuyo inicio se pudiera fijar a partir de la famosa Ley electoral del presidente López Portillo; después, estimulada por la conflictiva elección de 1988, la normatividad electoral progresó con la vigencia del Cofipe, hasta llegar al año 2000, fecha que en nuestra historia nacional marca el año de la alternancia. Políticamente, la escisión de los fundadores de la corriente crítica al interior del PRI, con Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo a la cabeza, cuando el PRI perdió buena parte de su ala izquierda, es otra de las etapas a considerar en el camino hacia el cambio.


Desafortunadamente, el desempeño del mandato foxista fue un lamentable fracaso que, debido a la rústica ignorancia del titular del ejecutivo federal, impidió avanzar hacia la transición y esto ha ocasionado que aún no hayamos concluido el proceso hacia el cambio de régimen.


La transición involucra la importante participación de los partidos políticos a los que es urgente convertir en auténticos factores del cambio, fundamentalmente para que sirvan de conducto a la ciudadanía por los que ésta exprese sus propuestas ante la clase política y que ésta haga propia esa manifestación, cual debe ser en un sistema político que se precie democrático.


De entrada es manifiesto que el sistema partidista actual carece de convocatoria social; de inmediato se observa que los partidos políticos no están dialogando con la sociedad. Son, simplemente, instrumentos de carácter público protegidos por nuestra Constitución General que se han utilizado para conservar el poder en manos de las clases políticas desligadas de los sentimientos de la nación.


El pragmatismo político, que a su vez produce el transfuguismo y el trapecismo políticos, ha invadido todas las esferas de poder al grado que el partidismo ha penetrado con fuerza en la administración pública e infortunadamente ha irrumpido en las instituciones creadas para manejar lo electoral y otras para controlar el ejercicio del recurso público. Esto degenera en un divorcio de la clase política con la sociedad, que no se ve genuinamente representada porque el espectro ideológico es inexistente. Lo que da como consecuencia la inconformidad social y la impotencia ciudadana que no encuentra la forma de que sus demandas sean fielmente interpretadas.


Por su parte, la clase política una vez adueñada del poder utiliza todos los medios a su alcance, válidos o no, para retenerlo, sin importar si este tiene o no un sustento social o que para su consecución se haya respetado el marco normativo en vigor. Así lo expresan con meridiana claridad las elecciones federales de 2006 y lo ratifica el modus operandi que prevaleció en el más reciente proceso electoral veracruzano. Para comprobarlo, bastará con intercambiar conceptos con representantes de las diferentes parcialidades partidistas que, para justificar los procedimientos utilizados para triunfar, alegan y no sin razón, que la parte opositora hacía lo mismo.


Por todo esto es importante la Reforma del Estado, en ese sentido el destino del país está depositado en-así se desea- la conciencia y el trabajo serio y responsable de los legisladores que tienen bajo su responsabilidad crear el marco normativo que haga posible que alcancemos la auténtica transición.


alfredobielma@hotmail.com
Septiembre 2007